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El sofá del cuarto de análisis es una pieza cómoda, que se puede regular según tres niveles y que permite al paciente estirarse completamente. Yo lo preparé para Reiko de forma que pudiera sentarse apoyando su espalda en un ángulo de 45 grados y para que viera el techo y la pared gris, sin decoración alguna. Le dije: «Quiero que me lo cuente todo tal y como surja en su cabeza, pero prométame que se olvidará usted de lo siguiente: del sentido del ridículo; de lo que tenga o no relación con la enfermedad; de la vergüenza al referirse a detalles concretos; de lo desagradable que le resulte contar ciertas cosas, y de si yo puedo o no enfadarme. ¿De acuerdo? Tiene que considerar estos cinco puntos y no olvidarlos durante el tratamiento.»
Reiko asintió con gestos y palabras. En su respuesta pude captar su voluntad y decisión para confiar en mí, y ese aspecto me tranquilizó. Tan sólo una sombra de duda asomó a mi mente por el hecho de que tal vez ella se comportara de la misma forma en su relación con el guapo muchacho en la que ella admitía no sentir nada. Olvidé mi duda y proseguí:
«Imagínese un paisaje. En él se distinguen un campo de arroz y algunos huertos. Por encima de la colina se puede divisar un bosque y dos o tres casas. Por el cielo vuela un hermoso milano.
»Quiero que me describa lo que usted ve tal y como se lo imagina. Aunque en su mente aparezca un depósito de excrementos para abonar la tierra, debe contármelo. Haga lo mismo si ve un avión de guerra en lugar de un milano. Si realmente lo que usted ve es una mujer con abrigo de visón, que no armoniza con el paisaje, comuníquemelo de inmediato. El paciente debe asumir su papel de informador y comunicador. No debe deformar con sus juicios ni interpretaciones personales lo que pueda ver, ¿de acuerdo?»
Reiko asintió de nuevo y se sentó en el diván como si estuviera a punto de sufrir una intervención quirúrgica. Cerró los ojos. Yo atisbé su cara desde la parte superior de su cabeza, y pude ver sus bonitas y largas pestañas reflejadas en las mejillas. Su cara me pareció la de una santa. Pronto empezó su relato:
«Veo un almacén grande. Voy a entrar en él. Se trata del almacén que está en la casa de Shun-chan, ambos muy antiguos. Shun-chan es mi primo, mi prometido. Él dice que me enseñará una cosa, como si de algo de vital importancia para mí se tratara. Yo debo entrar en el almacén, pero no lo hago por temor y me marcho de allí sin saber qué es lo que debería haber visto. No sé qué es lo que me aterroriza. Vuelvo a aparecer, esta vez fabricando objetos de papel azul. Corto y corto con unas tijeras que suenan: “chas-chas”. Me veo como la niña que fui, mañosa y luciendo un peinado corto y redondeado. Continúo en mi tarea de cortar y cortar el papel azul de origami. Ahora es cuando me doy cuenta de que el papel se une al cielo y ambos se convierten en un mismo elemento. Yo estiro y estiro para cortar de nuevo pero, desgraciadamente, el cielo se rompe y ocurre algo horrible…»
Reiko dijo estas últimas palabras gritando y, al mismo tiempo, se cubrió el rostro con ambas manos.
«¿Qué te da tanto miedo? Cuéntamelo todo; si lo haces, desaparecerá tu temor.»
«Veo un toro.»
«¿Un toro? —repliqué yo—. ¿Pasa por allí?»
«El toro echa a correr y se lanza precipitadamente sobre mí levantando una enorme masa de polvo con su increíble fuerza.
»Sus dos cuernos… ¡No!, no son cuernos, se trata de algo obsceno, ¡eso es! No son cuernos. Tienen la forma del pene masculino. Sin embargo, sin llegar a hacerme daño, llega un momento en el que, de pronto, desaparece. Sin apenas darme cuenta, soy una estudiante de instituto. Mis amigas empiezan a hablar del tema, y yo no puedo creer nada de lo que oigo. Les digo que, si hiciera tal cosa, mi cuerpo se fraccionaría, y tendrían que llevarme rápidamente al hospital. Ellas se ríen de mí.
»También, en el mismo paisaje, hay una mujer cuya parte inferior está hecha de hierro. Ella seduce a los hombres y posteriormente los mata apretando vigorosamente con sus muslos. No estoy segura de dónde viene; tal vez de un cuento infantil occidental. Yo me encargo de sacar brillo a la ya mencionada parte asesina.
»Es mi deber; igual que si lustrara unos zapatos. Dicen que es una vergüenza llevar llenos de polvo el coche y los zapatos. Sería lo mismo que con dichas extremidades. Las unto de aceite… eso es; hay que sacar brillo a la magnífica arma. Todo eso no tiene lugar en mi ciudad. La ciudad que ahora veo me resulta desconocida.
»Aparece ahora un despacho de profesores de una academia de costura; discuto con la profesora solterona y me marcho de allí, adonde yo solía acudir como alumna… ¡Claro!, ya lo voy entendiendo todo. Las tijeras, la costura… ¡la parte inferior de la mujer son unas tijeras! En un principio estaban oxidadas, por lo que hube de emplear aceite para poderlas utilizar de nuevo. Mi tía fue quien me habló del aceite, pero yo no supe encontrar por mí misma el adecuado, y ella me dio uno de importación para el cabello. ¡Lo sabía!; mi tía tenía un amante a escondidas de mi tío. Un verano…»
Llegada a este punto, Reiko permaneció por unos instantes en silencio y con la mirada hacia el techo.
«¿Ve algo más?»
«Empieza a distinguirse una noche de verano… ¡no!; no se ve nada.»
Reiko se puso a llorar cubriéndose el rostro con las manos. Francamente, debo admitir que aquella primera sesión basada en el método de asociación de ideas libres fue un auténtico fracaso. En apariencia, ella confiaba en mi aire tranquilo, pero, a decir verdad, oponía una fuerte resistencia. Además, para sustituir sus omisiones utilizó, haciendo un abuso de ellos, toda una serie de símbolos sexuales. Eso complicó el asunto. En ello vi su capacidad de artificio e improvisación, mesuradas inteligentemente. Intuí que sabía demasiadas cosas sobre el psicoanálisis.
Después de aquel intento de comenzar a tratarla, quedamos para nuestra próxima hora de visita y también para que me enviara una carta explicándome todo cuanto pudiese sobre el paisaje, todo aquello que no podía o no se había atrevido a contar delante de mí.