11

Ese mismo día, Ryuichi me invitó a tomar una copa con él como prueba de su respeto hacia mí. Yo le respondí con una negativa, pero frente a su insistencia no tuve más remedio que aceptar su invitación. Fuimos a un pequeño restaurante cerca de la clínica, después de las siete, hora acostumbrada de cierre. Poco a poco y por efecto del alcohol, Ryuichi confesó los motivos de su enfado, hecho que me emocionó por la sinceridad que encerraba. No cabía la menor duda de que tras aquel aspecto simple, se encerraba una gran capacidad de autoanálisis. Su enfado no provenía, tan sólo, de sus posibles celos por aquello de la mujer fría que parece reaccionar apasionadamente frente a las caricias de su médico.

Tras aquella sana apariencia se encontraba un orgullo destrozado. Era uno de tantos jóvenes que da la máxima importancia a su propia virilidad.

A continuación me referiré a la conversación que tuve con Ryuichi, la cual hizo nacer entre nosotros una simpatía mutua. Para los dos, Reiko era un enigma de mujer. Para Ryuichi, aquel enigma podía encerrar un cierto sentido de diversión, pero para mí, como psicoanalista, no quería decir otra cosa que humillación.

A pesar de mis precauciones, empecé a dudar de mi talento y capacidad profesional, aquélla era la primera vez que me ocurría algo parecido. En su libro La terapia centrada en el paciente, C. R. Rogers trata, detalladamente, de la orientación y la actitud del analista. En él se explica que el cliente encuentra en el médico su propia sustitución del yo, en un sentido técnico y operativo. La relación con un psiquiatra amable y cordial facilita la confesión; con todo el respeto y la tolerancia que admite el hecho de confesar cualquier pecado. El analista debe convertirse en el sustituto de la culpa del paciente.

Esta circunstancia me hizo reflexionar sobre mi conciencia. No sabía si se habían apoderado de mis sentimientos impuros, como la fría objetividad o la curiosidad académica. Realmente, ¿Reiko, me llegó tal vez del cielo para fomentar la duda en mi competencia como psiquiatra?

Claro está que llegados a este punto entramos en el terreno de la moral religiosa, que poco tiene de ciencia y que no debe ser tratada por un científico. Normalmente, los problemas más difíciles que los pacientes nos presentan animan nuestro trabajo, pero no era así en el caso de Reiko, quien contribuía a afectar, raramente, mi estado de ánimo.

En mi profesión, existe una gran contradicción, que consiste en tratar racionalmente lo absolutamente indefinible e impalpable: la mente humana. El campo más claro de la medicina está en la cirugía, donde el médico, con su técnica, extrae el foco de la enfermedad con instrumentos especializados.

Por lo que a la psiquiatría se refiere, la mente aparece como paciente y a su vez como instrumento. De esta forma, la distancia entre persona sana o enferma, entre normalidad y anormalidad, es muy relativa. Debo pedir disculpas por haberme desviado del tema, por ello debo volver a Ryuichi.

A medida que iba bebiendo fue perdiendo el control de sí mismo. Yo estaba completamente seguro de que él amaba a Reiko y de que ella también le amaba a él, pero ésta no podía manifestar ese amor por medio de su cuerpo. Aunque si he de ser sincero, por lo que se refiere al primer punto, me quedan algunas dudas como psiquiatra, ¿Reiko estaba realmente enamorada?

Los problemas físicos aumentaron el deseo y el enamoramiento del muchacho hacia ella, atraído y fascinado por aquella mujer. Me dijo que nunca había sentido nada semejante y que era como si le hubiesen empujado hacia un abismo. En aquellas palabras, tal y como él las había pronunciado, se desvelaba una realidad sumamente extraña.

Vuelvo a repetir que yo no tengo ningún interés por las historias personales, pero se me despertó ante aquel personaje aparecido de pronto, una mañana, en mi consulta. A medida que fui escuchando su versión, me convencí de que la frigidez de Reiko y demás intentos maliciosos eran consecuencia del silencio de Ryuichi con respecto a cualquier propuesta matrimonial, motivado por el hecho de que ella no fuese ya virgen. De algún modo, si mi suposición fuese cierta, mañana mismo Reiko y Ryuichi se casarían y ella se convertiría en un ser perfectamente normal en cuanto al sexo. Sin embargo, tampoco podía estar seguro de esto. Llegado este punto, se entremezclaron, por una parte mis sentimientos personales y, por la otra, mi sentido del deber como psicoanalista. El dilema era que por un lado quería verlos casados y por el otro no deseaba en absoluto su unión. En fin, yo no podía hacer otra cosa que no fuera convencer a Ryuichi para que dejase a Reiko continuar con el tratamiento.