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Nunca había esperado con tanta ansiedad la llegada de un paciente. La siguiente visita de Reiko era nuestro cuarto encuentro, la tercera sesión. Desde aquel día de otoño en que la vi por primera vez había transcurrido un mes. Había un ambiente desolado, propio de principios de invierno, el cual fluctuaba en la atmósfera matutina, sobre los blanquecinos neones colgados de las desnudas ramas de los árboles alineados a lo largo de la calle.
En el período en el que la gente no tiene nada que hacer mi consulta, extrañamente, está poco frecuentada; sin embargo, en el período en que la actividad laboral es más intensa acuden a ella multitud de personas. Desconozco la razón, mas no creo que el factor clave sea el hecho de que la consulta se encuentre localizada en una de las zonas del centro de la ciudad, llena de bancos y de oficinas, como es Hibiya. Por ejemplo, durante el verano la consulta está casi desierta, pero desde finales de esa estación hasta concluir el año, vive en un constante ir y venir de pacientes. A continuación, a principios de año, reaparece la tranquilidad, pero al llegar de nuevo la primavera, quizá debido a los exámenes de admisión para la universidad, y a la presentación del balance anual de los ministerios y de las sociedades, los pacientes vuelven a aumentar considerablemente.
Durante el verano acuden, en su mayoría, pacientes con alucinaciones auditivas y visuales, a causa de haber sido espectadores de demasiados partidos de baseball transmitidos por la noche en la televisión. Llegan con el cerebro congestionado a consecuencia de las ondas radiofónicas y dicen oír continuamente un silbato en sus oídos. La verdad es que empiezo a no entender ni a soportar su discurso, dado que se pasan toda la sesión hablándome de baseball.
Hace poco me visitó un paciente particularmente especial, se trataba de un empresario de la empresa privada que provenía de una pequeña ciudad americana. Un señor mayor, de 67 años, de gran estatura y cabellos blancos que llegó hasta mí con una carta de presentación de un amigo psicoanalista, al cual conocí durante mi estancia en aquel continente. Fue mi amigo y colega quien le sugirió un viaje a Japón.
Él, con su análisis, había descubierto que aquel anciano, de convicciones rigurosamente puritanas, no había mantenido jamás otra relación que con su propia mujer y que, al llegar a aquel momento de su vida, se había convertido en víctima de una frustración que no le permitía ni tan sólo concentrarse en el trabajo. Su prescripción era muy simple —aunque bastante desconsiderada ante nuestras costumbres japonesas—; el analista le había aconsejado viajar solo hasta aquí con el pretexto de los negocios y, una vez en Japón, divertirse con cualquier mujer que se le antojase.
En ese caso, no se trataba en absoluto de neurosis, es más, el mismo paciente lo sabía bien. Este último había utilizado a su psicoanalista como consultor de cuestiones personales, el cual, por dignidad profesional, las había mantenido en secreto. De esta manera creo que dicho señor había intentado establecer la misma relación conmigo, ya que en su primera visita insistió en que aceptase una retribución altísima y lo acompañase en su gira nocturna por Tokyo. No siendo del todo partidario de este tipo de asuntos, aquella vez, para poder quitármelo de encima, me vi obligado a fiarme de un colega que conoce sobradamente la vida nocturna.
Mas este caso fue una tontería, no tiene nada que ver, por ejemplo, con otro caso muy difícil, sucedido recientemente. Se trataba de una actriz cinematográfica convertida en una neurótica a consecuencia de haber perdido su popularidad. Aun siendo muy famosa, no puedo revelar su identidad. Ella adoptaba siempre ante mí un aire irritado y la primera vez me dijo:
«Si vengo a la luz del sol a un lugar como éste (se refería “a un lugar como éste” como si de una taberna se tratase), ¿qué pensará la gente de mí? Usted, doctor, ya me entiende, ¿verdad? Es esta misma la razón por la que acudo a usted. Puede que piense que he venido para curarme, pero ¿necesita sanar una persona perfectamente normal?»
Lo que intentaba decir creo que podía ser lo siguiente: ella estaba segura de no sufrir ninguna alteración física o psíquica, pero aun así, tratándose de un barrio tan céntrico, si alguien la viese entrar en la consulta de un psicoanalista, rápidamente la gente lo hubiera sabido y habrían chismorreado acerca de su neurosis. A consecuencia de ello, su valor como actriz se vería afectado negativamente. Todo ello debía ser entendido por su productor, quien la trataba desconsideradamente, sin valorar la perla que tenía entre sus manos. Deseaba el arrepentimiento de éste, mostrándole la misma perla en el suelo y rota en mil pedazos.
En realidad, confiaba en mi terapia en función de su venganza personal.
Según esta lógica, había algún aspecto que no encajaba, ya que en su actitud se revelaba una gran contradicción, ¿por qué hablaba de venir a la luz del sol a mi consulta si, cuando llegaba, antes de entrar en la sala de terapia, no se sacaba nunca sus gafas oscuras y miraba a su alrededor investigando?
No pude afirmarlo con toda seguridad hasta después de dos o tres sesiones, pero al fin descubrí en la paciente los síntomas de «desarmonía interior» o de «escisión afectivo-conceptual», con grandes posibilidades de tratarse de esquizofrenia. Si imaginamos todos y cada uno de los personajes interpretados por ella a lo largo de su carrera, veremos que constituyen un triste epílogo para su existencia, habiendo visto que los síntomas de su enfermedad son ineludibles. Paradójicamente, el hecho de que ella estuviese perdiendo popularidad, podía servir de ayuda para su imagen y para la cura en sí.
Akemi mostró casi de inmediato un interés particular hacia este caso. No entendí el motivo de su fascinación por una bella actriz cinematográfica víctima de una atroz esquizofrenia. Acudió a propósito a una reventa de libros usados, para comprar un montón de revistas dedicadas al cine durante el último año, divirtiéndose al revisar y comparar todas las fotografías de la actriz en sus películas como protagonista.
«La gente no puede imaginar que se trate de una esquizofrénica, si realmente lo supiesen, ¡quién sabe lo que llegarían a escribir!»
«Sí, pero no puedes ser tú quien les proporcione dicha exclusiva a los periódicos semanales.»
A Akemi le gustaba especialmente una foto que pertenecía a un melodrama, en la cual un atractivo partenaire la estrechaba entre sus brazos y estaba a punto de besarla.
Decía: «Si supiese que esta mujer está loca, ¿qué pensaría mientras la abraza?»
El hecho que parecía fascinar con más intensidad a Akemi era que en todo Tokyo no hubiera nadie más que conociese aquella trágica situación.
Yo estaba disgustado a causa de su actitud, pero al menos durante el tiempo en que su imaginación estuvo ocupada con las vicisitudes referentes a la actriz, no me molestó en absoluto con el tema de Reiko. No obstante, pensándolo bien, no era que Akemi hiciese muchos comentarios sarcásticos acerca de Reiko, sino que más bien la nombraba a menudo por el hecho de estar pensando en ella. Todo eso me ponía sumamente nervioso y me daba la sensación de que estaba hablando mal de la otra mujer.
Me sentía feliz, dado que el análisis de Reiko se acercaba cada vez con más exactitud a la raíz del problema, y esperaba que en la próxima visita Reiko apareciese con rostro sereno, sin ni siquiera la sombra de un pequeño tic. Dentro de mí nació la esperanza de que los resultados de dicho análisis me llevasen a un inesperado descubrimiento en mis estudios. Todo ello me empujaba a que cada tarde me dedicase con especial esmero a la lectura de los tests referentes al caso. Akemi observaba burlonamente los efectos de mi decisión. Pensé en utilizar el caso de Reiko como material para un ensayo y por ello tomaba cuidadosamente mis apuntes. También le recomendé a mi ayudante, Kodama, dedicar una escrupulosa atención al informe. Todo ello, ante los ojos de Akemi, no representaba más que un tratamiento particular.
«Todo esto es inútil. Todos tus esfuerzos desaparecerán como una burbuja de jabón», me decía en tono provocativo. Dado que no tengo un carácter amante de los conflictos le respondía con una débil ironía:
«¿Sabes?, creo que tú, últimamente, tienes más necesidad de análisis que ella.»
«¿Por qué no me analizas ahora?, puede que resulte divertido, aunque descubriríamos aspectos no demasiado placenteros. ¿Por qué no presentas a la academia un estudio acerca de mí?», acabó diciéndome con cruel sarcasmo femenino, aun no viviendo ni siquiera juntos.
Como resultado de las lecturas de este período, empecé a acercarme poco a poco a la daseinsanalise, un método de indagación de la psicopatología iniciada por el suizo Binswanger, profundamente influido por la filosofía existencialista de Heidegger. Se trata de una especie de intento al margen del método freudiano tradicional, que indaga mecánicamente en el espíritu humano a través de conceptos de estricta definición psicoanalítica, y busca una imagen humana del paciente más concreta y existencial. A esta escuela pertenece el psiquiatra Medard Boss, de Zurich, quien, gracias a un profundo conocimiento filosófico, ha obtenido unos espléndidos trabajos sobre el ser humano, basado en una vasta experiencia clínica.
Afirma que, para explicar las diversas perversiones sexuales, no basta con descubrir simplemente la· herida causada en la psique durante la infancia; aunque las perversiones asuman la forma de equivocación o del acto fallido, deben ser consideradas iguales al acto sexual normal de los seres normales. Representan la esperanza de descubrir «la posibilidad de la existencia del amor en el interior del mundo», a través de la particular experiencia de la fusión erótica y de alcanzar a cualquier precio «el amor en su totalidad». Esta teoría, que en Japón no está del todo aceptada, encierra en ella alguna cosa que responde bien a las dudas que en ese período ocupaban mi mente. En cierto sentido, existían puntos comunes entre ella y la de la escuela neofreudiana americana.
La frigidez de Reiko no puede considerarse del mismo modo que una perversión sexual, puesto que está perfectamente claro que ella, consciente o inconscientemente, afronta los problemas de la vida utilizando como arma su frigidez. No sería suficiente considerar esta perturbación simplemente por su lado negativo, es decir, por la cara del rechazo. Debemos considerar también el lado positivo, según el cual en el fondo de su corazón, ella intenta siempre alcanzar con su arma «el amor en su totalidad».
Mas ¿la búsqueda del amor en su totalidad significaba el hecho de recuperar al hermano desaparecido? No creía que se tratase tan sólo de esto. Los seres humanos, desde nuestra complejidad y frente al objetivo que deseamos alcanzar, tendemos a fabricarnos toda una serie de obstáculos. Si consideramos la frigidez de Reiko como un obstáculo que ella misma ha creado, su finalidad podría ser el jardín florido del perfecto goce sexual, que el noventa y nueve por ciento de las mujeres no conoce por completo, el paraíso del placer total. Si fuese de esta manera, su frigidez no sería otra cosa que el resultado de su exasperado idealismo.
Pensando continuamente en todo ello, todas las noches leía y releía los apuntes tomados acerca del análisis de Reiko, controlando cualquier punto y evitando, así, la posibilidad de haber pasado por alto algo importante. Me acordé de la figura del joven primo segundo, el prometido «tan odiado», responsable del robo infantil de su virginidad y de su prolongada estancia en Tokyo, sin haber estado aún examinada. Imaginaba unas cuantas cosas referidas a esta persona, pero no acababa de forjarme una fiel imagen de ella. Pensé que en la próxima sesión podríamos analizar más a fondo la relación que existía tras el odio a través de él mismo y del hermano desaparecido.
Entendí, más tarde, que con aquella intuición podía haber dado en el blanco.