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Madrid, sierra Noroeste. La Caña Vieja

—No debes preocuparte por nada. Creo que Adela sólo quiere protegerte, aunque es cierto que depende de cómo o desde qué ángulo se mire su actitud es reprobable. En realidad está claro que la intención del asesino es perjudicarte. Quizá sea una casualidad; no tiene por qué guardar relación con tus investigaciones en el monasterio, tampoco con la muerte del agustino en El Escorial. Es posible que sólo sea un desquiciado que necesita notoriedad. Ya sabes cómo está el mundo: no hay valores y la gente busca sucedáneos. Insisto en que no te preocupes, todo volverá a la normalidad. Debes tener en cuenta que tú tienes tanta culpa como tu mujer; ambos decidisteis no hablar de la obra con la policía. No debes responsabilizarla a ella de todo. Además, tú también estás mintiendo.

—Lo sé, eso lo tengo claro —respondió Abelardo—, pero comienzo a no soportar más la situación. No sé qué me está pasando. Sé que yo no he hecho nada, que no soy el responsable de los asesinatos, ni de que sigan cometiéndose. Lo sé, pero me siento manipulado por ella; siento su obsesión sobre mi espalda, sobre mi cabeza, está en todos mis pensamientos. Creo que me oculta algo. La veo capaz de todo. Nunca antes había actuado así. Por otro lado, no he conseguido encontrar la carta que le iba a enviar al agustino. Creo que, desgraciadamente, estaba dentro del ejemplar que me falta. Eso es lo que más me preocupa, que esto no sea un simple intento de notoriedad de un loco. Me preocupa porque no pienso dar marcha atrás. Nunca lo haré. Tomé una decisión y, de ser necesario, me llevaré el secreto de la Cofradía a la tumba.

—Sabes que en tu decisión no me he metido ni lo haré nunca. Tienes mi apoyo. Es lógico que estés así. Ten en cuenta que en las situaciones extremas es donde las personas damos a conocer nuestro verdadero carácter. Cuando se somete a alguien a una situación de gran dificultad, surgen patologías que estaban ocultas. Con la psique sucede lo mismo que con el cuerpo. Con esto no estoy tratando de justificar la conducta de Adela, entiéndeme, pero quizá sencillamente no sabías cómo era realmente, hasta dónde era capaz de llegar para proteger lo suyo. Lo que ha sucedido es del todo inusual, por lo tanto no podías prever cómo iba a reaccionar tu esposa en una situación así, porque nunca te habías planteado vivir algo tan extremo. Creo que su comportamiento es normal. No tiene nada de psicótico. Incluso me atrevo a afirmar que es vulgar. Tampoco da muestras de saber nada de nuestra relación ni de lo que ocultas sobre el monasterio; creo que es ajena a todo a excepción de las muertes de Teresa y Eugenia. Sólo sabe que el asesino siguió el argumento de tu novela para matarlas. Si hubiera visto la carta, no habría podido guardar silencio, habría sido incapaz de hacerlo; no, no lo creo. Lo que estáis haciendo es normal. La gente paga por el silencio; esto, dado como está el mundo, se ha convertido en una necesidad. La especulación sobre cualquier hecho puede conducir a la ruina, aunque el hecho no tenga importancia, los comentarios se la dan. Todos tenemos cosas que ocultar y la gravedad de las mismas no sólo la imputan los valores morales de cada uno, lo hace la sociedad, los medios de comunicación. Hasta el más tonto se considera docto en los actos ajenos; hasta el más inepto dicta sentencia sin saber ni de qué va el tema. Los alcances de las noticias hoy en día marcan el futuro de muchas personas. Estamos en manos de la información y de la ciencia; ésos son los grandes colosos que dominan la voluntad del pueblo, que te dan y te quitan todo de un sopapo. La reacción de Adela es de lo más consecuente; se adelanta a lo que va a suceder, y quizá sea la postura más inteligente. Ella no es la única que hace este tipo de cosas. Sin ir más lejos en política se hacen todos los días. Todos sabemos las aberraciones que pueden llegar a cometer los políticos por mantener un cargo, por ganar unas elecciones. Entre esto y lo que os está sucediendo a vosotros, no creas que hay mucha diferencia. Entre asesinar a un centenar de personas con un rifle o dejar que otros cientos mueran lentamente de hambre, no hay diferencia; en los dos casos se está matando a seres humanos de forma premeditada. Sin embargo, la sociedad se sensibiliza más con la masacre cometida por un loco que con los muertos que causa a diario la hambruna en un país, mientras los vertederos de residuos orgánicos de los países subdesarrollados no dan abasto. La ceguera moral está al orden del día. Con todo esto lo único que quiero demostrarte es que la conciencia social funciona de forma aleatoria y que defenderse de ello no es un delito. Sólo quiero que tengas claro que si nos ponemos a depurar responsabilidades no dejaríamos títere con cabeza.

—No estoy hablando de responsabilidades. Estoy hablando de tener escrúpulos. No es que piense que no los tengo, es que creo que los estoy perdiendo, y eso me asusta, me asusta mucho. Además, desconfío de Adela. Creo que puede tener algo que ver con la desaparición de esa copia en la buhardilla; creo que sabe que tú y yo nos vemos… Bueno, que me estoy viendo con alguien. Y ahora la sé capaz de todo. Es capaz de haber contratado a alguien para que cometa los crímenes; es capaz de intentar deshacerse de mí. He llegado a pensar que tiene un amante, que sabe lo que yo estoy ocultando, que conoce el valor de mi silencio. No me encaja. En todo esto hay una pieza que no encaja —dijo Abelardo.

—¿Crees que Constantino es el asesino?

—Eso es lo más terrible. Creo que él no es el asesino, que no tiene ni idea de la existencia de la obra, ni de que los crímenes son una reproducción de una obra de ficción, una réplica exacta de las descripciones de mi novela. Creo que es una víctima más. Pero sí es posible que conozca nuestra relación. Teresa pudo comentarle que nos veíamos, olvidando su promesa de guardar silencio. Por otro lado, sólo ella y Adela podían entrar en la buhardilla y coger la copia, así que si Constantino es inocente y no conoce mi novela, como creo, ¿quién es el asesino y cómo ha podido conseguir la copia de Epitafio?, ¿quién se la ha dado? Eso es lo que me preocupa. Sé que tienes razón en todo lo que has dicho; la opinión pública ya me condenó, me trató como a un asesino, pero yo no he matado a nadie. Y mientras tanto el asesino anda suelto y seguirá matando… y puede que todas esas muertes sólo me tengan a mí como objetivo. Creo que el único fin de ese criminal es hacerse con la información; que en realidad dice la verdad, y eso es lo que me aterra, que no puedo darle lo que quiere, que nunca lo haré, pase lo que pase.

—Entiendo, estás asustado. Piensas que Adela está tendiéndote una trampa, que ella sabe quién es el asesino; pero yo creo que eso es imposible. Si lo supiera, no tendría por qué haberse arriesgado hasta el punto de ocultar pruebas a la policía. Es demasiado inteligente, y eso sería un gran error; sería absurdo. No, no lo creo; ella no tiene nada que ver con el asesino, desconoce sus verdaderos motivos.

—En esta historia todo parece bastante absurdo. Tú lo sabes mejor que yo.

—Tienes que mantener la calma. Las cosas seguirán desencadenándose con tu intervención o sin ella. Hay que esperar. No queda otra opción. Lo que no creo conveniente es que desconfíes de Adela; ello sólo puede llevaros a una crisis grave en vuestro matrimonio, y tal como va todo, desde luego es lo que menos te interesa. Y no debes sentirte culpable por lo que le pueda suceder a Constantino. Piensa que su comportamiento no ha sido nada decente. Te ha acusado directamente de los homicidios, eso no debes olvidarlo. Por su manera de comportarse, parece un paranoico. No parece ser el clásico loco agresivo que pueda llegar a empuñar un arma, pero sí puede ser de ese tipo de personas que acosan hasta la saciedad. Lo cierto es que las pruebas que tiene la policía científica le inculpan directamente a él de los asesinatos. En caso de que él no sea el autor material de los crímenes, el homicida le está utilizando como a un conejillo de Indias.

—Todo eso ya lo he sopesado, pero no me hace sentir mejor. Creo que todo esto llegará a salpicarnos. Sigo teniendo remordimientos. Sé que lo que hemos hecho no está bien, no lo está por mi parte. Soy un egoísta, igual que Adela, un miserable egoísta, un hipócrita y un cobarde, como ella repite constantemente.

—Eso no es cierto, y lo sabes. Olvida nuestra relación; no tiene nada que ver con lo que ha sucedido. No debes desvirtuar los acontecimientos, y lo estás haciendo. Es peligroso, muy peligroso que pierdas el control y además es absurdo. Esto acabará tarde o temprano. Si la policía no da con el asesino, lo haré yo. Te doy mi palabra de que lo encontraré…