CAPÍTULO 13
La primera y única vez que pisé este cementerio fue en el funeral de mi suegro. Pocos meses atrás. Llovía y el día estaba muy oscuro. Hoy sin embargo es un día extrañamente soleado para enero. Hace frío y un poco de viento, pero ni una nube. Aunque conociendo la climatología de la zona, en cualquier momento podría encapotarse y ponerse a llover. Veo un grupo de personas dirigiéndose hacia la capilla, así que, aunque no reconozco a ninguna, decido seguirlas. Enseguida llegamos hasta donde está el resto. La capilla está rodeada de nichos y algún que otro mausoleo. Granito y mármol. Estatuas y cruces que se superponen creando un espacio lúgubre y agobiante. Hay mucha gente, no un tumulto, pero sí seremos unas setenta personas. Distingo a algunos profesores y alumnos. El cura ya ha empezado la ceremonia. Es algo breve. El funeral ya se debió de celebrar hace días. En primera fila veo a Mauro acompañado de una pareja anciana. Deben de ser los padres de ella. Están encogidos por el peso del dolor. Mauro con un gesto sombrío intenta seguir las palabras del sacerdote. La ceremonia llega a su fin y entre varios, Mauro es uno de ellos, cogen el ataúd en el que va Viruca. El peso de la muerte sobre sus hombros. Solo unos centímetros de madera y tejido separan la piel de Viruca de la de Mauro. Los últimos metros juntos. Con sus pasos marcan el camino del cortejo.
Unos cincuenta metros más adelante nos paramos. Hemos llegado a la tumba en la que será enterrada. Veo la lápida. Alcanzo a leer lo que pone. Elvira Ferreiro Martínez 1983-2015. Y me duele leer esas cifras, o más bien el corto periodo que hay entre ellas. Nadie debería morir tan joven.
Los minutos que tardan en levantar la lápida de piedra e introducir el ataúd se me hacen eternos. Y siento que a todos nos ocurre lo mismo. Oigo los sollozos de los padres. Veo a la jefa de estudios, a varios alumnos de los que creo que soy tutora, y al fondo, acercándose, a Iago, Roi y Nerea. ¿Iago lleva una lata de cerveza en la mano? Roi le sugiere que la tire, o eso interpreto por sus gestos, pero Iago no está por la labor. Solo espero que Mauro no se dé cuenta entre tanta gente de que el alumno viene bebiendo. Siguen acercándose a donde estamos todos. ¿Debería ir hasta allí y decirle que es una falta de respeto innecesaria llevar la lata de cerveza? ¿Pero quién soy yo para hacer semejante cosa? O se lo podría sugerir a alguno de los alumnos, pero no, todavía no tengo la suficiente confianza para hacerlo. Tal vez sea contraproducente y consiga lo contrario de lo que pretendo. Marga, la jefa de estudios, se acaba de dar cuenta también. Niega con la cabeza.
—La madre que lo parió… Lo mato, lo mato y luego lo vuelvo a matar.
El ataúd toca el suelo y los operarios quitan las cuerdas. Cierran la lápida, que sellan con cemento. Ahora sí escuchamos a la madre de Viruca llorar.
—Miña nena… Miña nena…
Iago, un tanto tambaleante, se abre paso entre la gente, sigue con la cerveza en la mano. Roi trata de quitársela y este le empuja, provocando malestar entre la gente. Algunos protestan. ¿Qué hace este crío? ¿Y este imbécil? Mauro lo ve. Y se fija en la cerveza. Sale directo hasta él. Marga, que no se había movido hasta ahora, trata de interponerse en medio de los dos, temiendo lo peor.
—Déjalo estar, Mauro. Que está borracho.
Pero de poco sirve. Mauro coge con furia el brazo de Iago.
—¿Cómo tienes los cojones de presentarte aquí? ¿Y bebiendo? ¿De qué vas? No tienes vergüenza.
—¿No puedo tomarme la última cerveza con la profe? A su salud. Y esta es para ella, su marca favorita —dice Iago, trastabillándose con las palabras. Está borracho y tal vez colocado.
Nos quedamos mudos ante semejante provocación.
Mauro no puede contener una ira que le nace de lo más profundo y arrea al chico un puñetazo en la cara. Se oye un grito de dolor. Los dos gritan, uno al recibir el impacto inesperado, y el otro al sentir que algo se le ha debido quebrar en la mano. Iago con el impacto pierde el equilibrio y cae al suelo. No hace amago de levantarse, solo se encara con el profesor.
—A buenas horas demuestras que tienes huevos —le grita Iago, sujetándose con la mano la mejilla golpeada—. Tarde, muy tarde, gilipollas.
Mauro quiere ir a por él, está enfurecido, fuera de sí. Pero varios hombres le detienen, aunque les cuesta separarlo unos metros de él. Patalea, se revuelve. Grita.
—Déjalo, Mauro. Por favor.
—¡Que se lo lleven de aquí! ¡Que lo mato! ¡Lo mato!
Roi, Nerea y un par de adultos levantan a Iago del suelo. Marga les hace un gesto para que lo alejen de allí. Iago trata de resistirse.
—Deja de hacer el gilipollas, hostia —le grita Roi—. Vámonos.
Nerea y Roi cogen al chico, cada uno por su lado. Y consiguen llevárselo. La gente murmulla inquieta. Sin entender muy bien qué ha pasado.
—¿Quién era ese? ¿Quién era? —pregunta la anciana madre de Viruca.
—Nadie, no era nadie —responde Mauro.
—¿Qué quería de mi hija? —Mauro calla—. ¿Qué quería? —Señala a su yerno—. Tú lo sabes. Tú lo sabes. Tú sabes cosas que no nos cuentas. Si mi hija está ahí enterrada es por tu culpa.
—Venga, Carmiña, vámonos de aquí.
El marido trata de llevársela, abrazándola, pero ella se separa con fuerza.
La anciana se vuelve a enfrentar a su yerno.
—Si no la hubieras abandonado, si hubieras luchado por ella, estaría viva. Pero fuiste un… un medio hombre… Tú, tú… la dejaste morir.
Mauro niega, baja la cabeza. No tiene fuerzas para enfrentarse a su suegra.
—Lo siento, lo siento. Yo también la acabo de perder.
—No. Tú la perdiste hace mucho —responde el suegro.
Marga se acerca a Mauro y le hace un gesto para llevárselo. Él se deja hacer. Los ancianos también se van, pero cogen otra dirección. La gente se empieza a disolver. Yo siento que se va a estar hablando de ese funeral durante días. Seguro que todos se irán haciendo preguntas, igual que yo. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué se ha presentado borracho ese alumno? ¿Por qué la suegra culpa a Mauro de la muerte de Viruca? ¿Por qué Mauro no se ha querido defender?