CAPÍTULO 31
Tere y yo aguardamos la respuesta mirando con ansia el móvil. Pero durante unos minutos no se recibe ninguna contestación. Después de media hora el teléfono sigue igual. Así que lo mejor que se me ocurre es guardarlo en el bolsillo y bajar a por algo para cenar. Mientras aguardo en la cola de los pollos asados, cualquier sonido de móvil me tiene alerta. Creo que en menos de veinte minutos he mirado unas diez veces el teléfono. ¿Por qué no contesta? ¿No le habrá llegado? ¿Se habrá deshecho del móvil? ¿O estará buscando la manera de librarse de mi amenaza con un contraataque brutal? Empiezo a arrepentirme de haber lanzado la primera piedra. Temo que las consecuencias de ese mensaje sean irreversibles. Espero que no me estalle en mitad de la cara. Porque con mi suerte todo es posible.
Vuelvo a casa con dos pollos asados, unas croquetas y una porción de ensaladilla.
—¿Quieres que nos pongamos como focas? —pregunta Tere.
—Lo que sobre para desayunar.
—¿Pollo y ensaladilla para el desayuno? Tú estás fatal.
Suena el pitido de un mensaje. Noto como si se me parara el corazón. Saco el móvil de Viruca. Miro a Tere como queriendo consultar si debería abrirlo.
—¿A qué esperas? Dale.
Abro el WhatsApp y ahí está la respuesta. Corta, lacónica: «Haz lo que quieras». No era la contestación que esperaba. Y eso me cabrea.
—¿Cómo que haga lo que quiera? ¿Le da igual si llevo esto a la Guardia Civil? ¿De verdad? ¿De verdad? —Miro a Tere buscando una solución—. ¿Qué hago?
—Mándale otro mensaje. Diciendo que vas en serio.
Dudo. De pronto toda esta idea, toda mi iniciativa me parece un completo desatino. ¿Quién me manda tratar de jugar al mismo juego?
—No sé…
Y en ese momento vuelvo a recibir otro WhatsApp: «No sabes ni quién soy. ¿O has reconocido esto?».
El siguiente mensaje es una foto de su polla. Y el siguiente casi al instante: «¿Te gusta? A Viruca le encantaba. Las profes de literatura sabéis apreciar lo bueno».
Emito un chillido. Suelto el móvil como si me quemara.
—¡Sabe quién soy! ¡Sabe que soy yo!
—¿Cómo va a saberlo?
Le indico la parte del mensaje donde habla de las profes de literatura.
—Lo sabe. ¡Y tiene razón, yo ni siquiera sé quién es él! No sé si Roi, si Iago. Hasta podría ser Nerea.
—Con esa tranca no creo.
—Pero a lo mejor ha robado las fotos de internet y está jugando conmigo. Joder. Joder.
—Lleva el móvil a la policía, Raquel. Es lo más sensato.
—Tengo que averiguar de quién es ese número.
Me voy hasta la mochila donde tengo el portátil. Lo abro. Busco el listado de los alumnos, sus fichas. Y repaso uno a uno todos los números de teléfono. Pero, por supuesto, ninguno coincide con el que busco. Ninguno. Si Viruca tenía un móvil distinto para sus aventuras, es probable que el alumno que esté detrás haya hecho lo mismo. ¿Se puede permitir un alumno dos teléfonos móviles? Bueno, si ha sido capaz de hackearme el móvil para acceder a mi nube, está claro que tiene dinero para equipo, no es tan difícil que pueda tener dos móviles. Eso debería darme un indicio de que el que está detrás de esto maneja dinero. Y Roi no lo maneja. ¿Será verdad que es Iago el que está tratando de asustarme?
Tomo una decisión. Cojo el móvil de Viruca y lo apago.
—¿Y así es como piensas solucionarlo? ¿Apagándolo?
—Es lo mejor. Es mejor que piense que no me da miedo, que no voy a seguir comunicándome con él. Y que tal vez lleve esto a la Guardia Civil. Y que se dé cuenta de que está en mis manos. Que no me asusta su actitud chula y sobrada. Que yo tengo las riendas.
—¿Y según tú, va a deducir todo esto por el hecho de que hayas apagado el móvil?
—¿No?
—Pues no creo, Raquel, la verdad.
—Por ahora lo dejo apagado. Y cuando llegue a una conclusión a lo largo del finde, ya actuaré en consecuencia. Ahora mejor nos olvidamos de todo esto. Vamos a cenar.
—Actuar en consecuencia, qué bien hablas.
—¿Te estás burlando de mí precisamente en un momento como este?
—Que no, que no. Cenemos, venga.
A mí me cuesta tragar el pollo y apenas le encuentro sabor a la ensaladilla ni a las croquetas. No tengo hambre, pero trato de disimular, trato de engañarme a mí misma, porque mi intención es que nada de esto me afecte y demostrar que nadie va a poder alterar mi estado de ánimo y mi apetito.
—¿Sabes que he vuelto a quedar con el camarero?
—¿Con el de los piercings? —pregunto—. ¿Y?
—Bueno, le gustaba más esta casa que la mía. Yo creo que se quedó un poco decepcionado cuando se dio cuenta de que yo no manejaba la pasta que se había hecho a la idea. ¿Me dejas que lo invite aquí otra vez?
—¿Hoy?
—O mañana. Que tampoco quiero ser insensible con lo tuyo.
—Haz lo que quieras.