CAPÍTULO 25

Por más que me haga la fuerte, no consigo quitarme el miedo cada vez que entro a clase, esperando algo malo que no llega a pasar. ¿Seguirán teniendo en su poder toda la información de mi nube? Y lo mismo me ocurre cuando llego a casa. Siempre tengo la sensación de que Germán va a decirme que lo sabe, que se ha enterado de todo mi pasado con Simón, que me deja. Tengo pesadillas horribles por las noches. Simón aparece en muchas. Follamos. Tengo unos sueños eróticos que hasta a mí me ruborizan y que se acaban transformando en verdaderas monstruosidades. Así que paso de la excitación más absoluta al terror más atávico. Mi subconsciente está podrido. ¿Cómo podemos albergar semejantes atrocidades ahí dentro? ¿Cómo puede ser que sin las riendas de lo racional que atan corto lo inconsciente todo se vaya de madre de esa forma? Me despierto malhumorada, muy afectada. Germán quiere saber qué me ocurre. Empieza a preocuparse por que me despierte de ese humor cada mañana.

—¿Has vuelto a soñar con tu madre?

—Sí.

Le miento. Estoy mintiendo a mi marido sobre mis pesadillas. No creo que sea demasiado grave. Puedo vivir con ello. Pero me incomoda. Yo ya no quiero que haya más mentiras en nuestro matrimonio, quiero dejar toda esta mierda atrás. Quiero un nuevo comienzo. Tengo que perdonarme, tengo que superar lo que ha pasado, tengo que conseguir que no me afecte nada de esto. No puede ser que ahora sea yo, o mejor dicho, esa parte de mí que no controlo la que me esté boicoteando con esas pesadillas que condicionan mi humor el resto del día. Odio que me ocurra. Odio que sean tan vívidas y tan crueles que sigan estando vivas en mí una vez despierta.

—Quela, a ver si va a ser que le estás dando vueltas a lo del piso. Aún estamos a tiempo de pararlo.

—No, no es eso.

Decido contarle parte de la verdad. Solo una parte. Porque, como buena mentirosa que fui, sé que las mentiras son mucho más efectivas si se esparcen con un poco de verdad. Y le digo que unos alumnos en clase me lo están poniendo algo difícil y me quieren meter un poco de miedo. Para que acabe como Viruca, muerta.

—¿Qué? ¿Pero por qué?

—Supongo que se creen que soy una presa fácil.

A Germán le cambia la cara.

—¿Pero desde cuándo está ocurriendo?

—Que no te preocupes, Germán, que fue una tontería, los primeros días. Ahora ya está la cosa más relajada —miento.

—A ver, Raquel, una tontería no, la otra profesora se quitó la vida. Si vuelve a pasar algo me lo cuentas, ¿vale? Que esto es serio. Y que aquí vas a estar hasta final de curso. Te lo tienes que ganar, o, no sé… vamos, que no puedes dejar que te hagan la vida difícil.

Le digo que está todo controlado y que si la cosa siguiera, lo hablaría con la jefatura de estudios y listo.

—¿No les has comentado nada todavía?

—Tampoco ha pasado nada grave. Y mira, este finde me voy a Coruña, me aireo un poco y seguro que dejo de darle vueltas. Y así empiezo de una vez con todos los trámites del piso. Buscar la mejor agencia, limpiar un poco, alquilar un guardamuebles para dejar las cosas de valor…

—¿Este finde? ¿Y no puede ser el siguiente? Es que tenemos una boda en O Muíño y quedé en ayudar a mi hermano.

—Quédate. Si yo prefiero ir sola. Así me doy una noche de chicas.

—¿Y vas a poder tú con todo?

—Pienso obligar a Tere a que me ayude, no te preocupes. Y seguro que puedo sobornar a un par de amigos más.

Tengo muchas ganas de dejar durante dos días largos Novariz. El viernes me levanto de mejor humor sabiendo que en pocas horas estaré rumbo a Coruña. Solo tengo dos horas de clase, comeré algo ligerito y cogeré la carretera. Les he pedido a los chavales que me entreguen hoy uno de los comentarios de texto que les puse el lunes. Después de la hoja con el monigote del ahorcado que me encontré la vez pasada, no ardo en deseos de recoger los trabajos. Pero no voy a dejar de hacerlo por miedo a encontrarme con algo que no me guste. Un alto porcentaje de los alumnos no me entregan nada. Me ponen excusas, no he tenido tiempo, se me olvidó, lo dejé en la otra carpeta, no sé dónde lo he metido, es que todos nos ponéis mogollón de deberes y no hay manera de llegar… Los chavales ahora vendrán equipados con móviles de última generación, con iPads con conexión 4G, pero las excusas siguen siendo las de toda la vida. Las mismas que poníamos nosotros de estudiantes. ¿Serán conscientes de que no hace tanto que yo estaba sentada de ese lado? Salgo de clase sin echarle un vistazo a los trabajos. No quiero que nada me amargue el finde. Y cuando estoy a punto de coger el coche veo a Mauro acercándose. Tiene buen aspecto. Dibuja una media sonrisa en su cara. La misma sonrisa del primer día que le conocí. Una sonrisa que se abre paso a través de la tristeza.

—Hola. ¿Has encontrado algo en casa de Viruca? ¿Algo de Iago?

Le miro. Tengo ganas de preguntarle sobre su estado financiero. ¿Es verdad que está arruinado? ¿Es verdad que eso fue lo que le distanció de su mujer y que eso la llevó a entrar en un estado depresivo?

—¿Has encontrado algo? —repite.

—Por ahora no —le digo—. La verdad es que me hice una copia de lo que había en su ordenador, pero no he tenido mucho tiempo… Algo he mirado, pero no he encontrado nada. No hay ni rastro de Iago. Aunque no sé si él es el problema, Mauro.

—¿Por qué lo dices?

—Esta semana me la han jugado y no ha sido él. Estoy convencida. Ha sido Roi.

—¿Qué ha pasado?

No me apetece nada contárselo, pero si no se lo digo es capaz de estar llamándome por teléfono a lo largo del sábado y del domingo. Así que le pongo al día de una manera concisa.

—Qué hijos de puta. Así son. ¿Y por qué estás tan convencida de que es Roi el que está detrás?

—Porque no tuvo ningún problema en admitir delante de todos y con una actitud chulesca que había entrado en mi Facebook. Por eso tuvo que entrar él en mi iCloud, en la nube. —Pero es verdad que hay algo que me ronda en la cabeza y no me acaba de cuadrar y tengo que admitirlo—. Aunque cuando me enfrenté a él, no lo reconoció. Se hizo el sorprendido. Me imaginaba encontrarlo beligerante, orgulloso de la hazaña. Pero no, se hizo el sorprendido a las mil maravillas.

—Ahí lo tienes. Eso es porque seguramente no fue él, sino Iago.

—No sé… Yo creo que es cosa de los dos, o de los tres, con Nerea. Están jugando conmigo.

—¿Ha ido a más? ¿Han hecho algo más?

—¿Aparte de hacerse pasar por mí y sacar una historia de mi pasado que me puede destrozar la vida? No. No han hecho nada más. Creo que ya no tienen más con qué atacar. —Aunque lo digo con la boca pequeña, deseando que sea verdad más que otra cosa—. Borraron mi perfil, tal como le pedí a Roi.

—No te fíes. No te fíes ni un pelo.

Abro la puerta del coche, para poner fin a la conversación, echo mi carpeta con los trabajos al asiento de atrás. Algunos de los papeles vuelan por el asiento. Veo algo.

—Mierda…

—¿Qué pasa?

Me arrepiento al momento de haber soltado esa exclamación.

—Nada, nada.

Mauro mira hacia los asientos de atrás y ve lo que yo he visto. En la esquina de un folio en blanco está dibujado el monigote del ahorcado, pero ahora con más detalle, y se han añadido dos letras al nombre. RAQ_EL.

Y esta vez sí que me estremezco porque pienso que si cuando solo había tres letras fueron capaces de llegar así de lejos, ¿qué me espera ahora que ya casi me han colgado del todo, ahora que ya casi han completado mi nombre?

Debería denunciarlos, pero me temo que sería como intentar apagar un fuego con gasolina. Lo tomarían como una provocación y podrían utilizar todo lo que tienen en mi contra. No puedo permitir que Germán se entere de nada. Tengo que encontrar otra manera de hacerlo. Tengo que ser más inteligente que ellos.

—Tienes que pararlos antes de que acabes como Viruca. Tienes o tenemos que conseguir pruebas de lo que te están haciendo, de lo que le hicieron a ella y…

—A ver, Mauro, tranquilo, no voy a permitir que me pase nada. De verdad que no.

Subo al coche y arranco. Durante los primeros kilómetros siento como una nube negra acechándome, oprimiéndome el pecho, rondando a mi lado, pero mientras me voy alejando de Novariz, mi ánimo va cambiando. Voy a olvidarme por dos días de todo esto. Me esperan mi ciudad, mis amigos. Pienso acelerar lo del piso, pero también voy a emborracharme. Sí, sin duda voy a agarrarme un buen pedo. Esa perspectiva hace que vea la vida de otra manera. Casi me pone de buen humor. Cuanto más me alejo, cuantos más kilómetros pongo entre mi coche y Novariz mejor me siento. Solo necesitaba un poco de distancia para poner las cosas en perspectiva. Y darles la importancia justa.

Pongo la música a todo volumen. Qué ganas de volver a la ciudad, de pasar dos días fuera de todo esto. Olvidarme de los alumnos, de las amenazas, del acoso, de la opresión de ese instituto… Abro la ventanilla. Hace frío pero quiero sentir el viento en mi cara. Aunque es verdad que el monigote del ahorcado sigue estando ahí detrás entre los papeles. Con mi nombre. No puedo olvidarlo. Y se me ocurre que la mejor manera de que no me afecte es deshacerme de ese papel. Así que en la siguiente estación de servicio que veo me desvío. Freno y rebusco entre los papeles del asiento de atrás. Cuando lo encuentro rompo con decisión la hoja en dos. Salgo del coche, busco una papelera y tiro los dos pedazos de papel. A la mierda. Fin del problema.

Vuelvo al coche. Arranco y me pongo en camino. Cuando llevo unos kilómetros me doy cuenta de algo. ¿Pero cómo puedo ser tan imbécil? ¿Acabo de tirar una de las pruebas que incriminan a mis acosadores? ¿Cómo me van a creer si necesito contarle a alguien más lo que me están haciendo? Decido dar la vuelta en el primer desvío que vea para recuperar el papel. Soy gilipollas.

He perdido más de media hora en volver a recuperar el papel. Meter la mano en la papelera no ha sido nada agradable. He visto cómo dos personas me miraban, pensarían que soy una mendiga necesitada de comida. Consigo recuperar el papel. Aunque está manchado de kétchup. Qué asco. Trato de limpiarlo con un Kleenex y lo meto en la guantera. Ahí se queda.

Dos horas después estoy entrando en Coruña. A pesar del retraso, a pesar del cielo encapotado, trato de sonreír. Tengo que sacudirme del todo las preocupaciones y pensar en lo mucho que me apetece estar aquí.

Me encuentro con mi amiga y damos un paseo largo por el centro. Si no fuera por el día de frío y viento, bajaría hasta la playa del Orzán, me descalzaría y mojaría los pies en el agua. Pero si en verano ya está fría, ahora mismo debe estar congelada. Me quedo mejor con las ganas.

Cuando le cuento a Tere lo contenta que estoy de volver a verla, de volver a pasear por la plaza de María Pita, por el puerto, por el castillo de San Antón, por las calles de Montealto, mi amiga me mira divertida.

—Si has echado de menos hasta Montealto, lo tuyo es grave.

—Vamos a tomarnos unos vinos. Muchos. Y luego te invito a cenar. Y luego duermes conmigo en casa de mi madre, que yo no quiero dormir ahí sola, o mejor me invitas a la tuya. Vamos a beber mucho. Prométeme que vamos a beber mucho.

—Eso, tú emborráchate, que va a ser la única manera de que sigas adelante con este disparate.

—¿Qué disparate? ¿Entramos aquí?

Señalo uno de los bares de la zona de los vinos. Es uno de las decenas que han abierto los últimos años. Ya no hay ni un solo bajo en todas estas calles que no tenga un bar o un restaurante. Y todos los nuevos tienen un aspecto similar, entre lo enxebre, lo cosmopolita y lo industrial.

—Contéstame, Tere. ¿A qué disparate te refieres?

—¿Pero tú has visto lo feliz y aliviada que estás de volver aquí? ¿De verdad te estás planteando en serio la idea de vender el piso de tu madre?

—Si tú eras la primera en decirme que lo vendiera.

—Pero no así. No deprisa y corriendo. Y no por las razones equivocadas.

—¿Razones equivocadas?

—Tú no quieres vivir en Novariz. Nunca has querido. ¿Y ahora estás dispuesta a meter toda la herencia de tu madre en ese pueblo?

—Es una buena inversión. Y Germán lo necesita.

—¿Te lo pidió él?

Un camarero con cuatro piercings y dos dilataciones en las orejas nos sirve el tercer ribeiro. Nos han puesto un poco de zorza para picar. Pero yo la aparto, quiero dejar sitio en mi estómago para la cena y como empecemos a picar se me van a ir las ganas luego de comer. Tere la ataca sin compasión.

—No, claro que no me lo pidió él. Nunca me lo pediría. Se lo ofrecí yo.

—Se te ha ido la pinza del todo. Te sientes tan culpable y tienes tanto miedo de que descubra lo que pasó que estás dispuesta a sacrificar el piso. Es una locura, Raquel.

—¿Por qué? Eso es lo que se hace en un matrimonio. Se comparte.

—Piénsalo, Raquel. ¿De verdad quieres hipotecar así tu futuro? ¿De verdad quieres renunciar a lo único que tu madre te dejó? ¿A la seguridad que te da este piso e invertirlo todo en un negocio que ni a ti te gusta, ni le gusta a él?

—¿Y qué hago? ¿Para qué mierdas quiero esta seguridad si no lo tengo a él? Es él quien me da esa seguridad. Esto solo son unas paredes.

—No puedes echar por la borda la herencia de tu madre porque un chaval te ha dado un susto. Porque eso es lo que ha pasado. ¿Vas a dejar que un crío decida tu vida?

—¡Es que no es así! —lo digo con tanto ímpetu y apoyo con tanta fuerza la copa en la mesa que la rompo. El vino y los cristales se derraman por todas partes—. Mierda.

El camarero de los piercings acude veloz con bayeta y escoba para limpiarlo todo. Yo trato de ayudarle cogiendo un par de cristales con los dedos. Pero el chico insiste en que lo deje, ya se ocupa él.

—Raquel, ¿y si sale mal? ¿Y si el negocio no va y lo acabáis perdiendo todo?

—¿Pero por qué te tienes que poner en lo peor?

—Porque si no lo haces tú, alguien tendrá que hacerlo. ¿Tú crees que si eso ocurre se lo vas a poder perdonar? Como se interponga también la mierda del dinero en vuestro matrimonio…

—Tere, nuestro matrimonio es sólido. Que algunas nos casamos para toda la vida.

Tere se queda muda. Noto la decepción infinita en su rostro. Se lo podía esperar de otros, pero de mí no. Esa puñalada no es propia de mí.

—Perdone usted, doña matrimonio perfecto, perdone usted porque otras hayamos fracasado en el nuestro. Pero precisamente te lo digo porque sé lo fácil que es que todo se vaya a la mierda. Claro que a lo mejor el tuyo está a prueba de balas. A lo mejor el tuyo es tan sólido, pero tan sólido, que ante la amenaza de un chaval eres capaz de mearte en las bragas y venir corriendo a dilapidar la herencia de tu madre.

Tere saca veinte euros de su cartera, los deja encima de la mesa y se va. Yo me quedo sin saber muy bien qué hacer. ¿Me acaba de dejar sola en el bar? El camarero me lanza una mirada de conmiseración.

—Joder con tu novia, qué carácter.

—¡No es mi novia! —¿Por qué cree este imbécil con las orejas perforadas que somos novias?—. ¿Con veinte euros llega?

—Y sobra.

—Pues hala, para ti lo que sobre. —Para que te hagas un par de perforaciones más en las orejas, pienso.

Salgo de allí para buscar a Tere, no puedo dejar que se vaya así. No voy a perder a una amiga por una discusión acalorada. Era lo que me faltaba.

—¡Tere! ¡Tere!

—Déjame.

Tere sigue caminando, no se para ni un poquito. Yo apuro el paso. La alcanzo.

—Tere —la cojo del brazo—, perdona.

—Que no me toques, déjame.

—Tere… que van a pensar todos los Cantones que somos novias.

—¿Por qué van a pensar semejante estupidez?

—El camarero ya lo piensa.

—¿El de los piercings?

—Ese mismo.

—Ese es gilipollas. —Y se ríe—. Solo un gilipollas puede pensar algo así y agujerearse las orejas de todos los tamaños posibles.

Sonrío. Me pongo a su nivel.

—Y el caso es que sin tanta alhaja colgando sería mono.

—¿Tú crees que el camarero querrá tema con dos bolleras? Eso a los tíos les pone, ¿no?

—¡Yo qué sé!

Me río, sobre todo por el alivio de que no se haya enfadado. O de que le haya durado tan poco.

—¿Volvemos y nos ofrecemos? —dice Tere entre risas.

—Ya si eso vuelves tú por la noche.

—Seguro que le ponías más tú.

Sonrío. No me merezco una amiga como Tere. Pero no se lo digo, que si no se aprovecha y me lleva a cenar a un restaurante de tres estrellas Michelín.

—Venga, vamos a cenar. Y no hablamos más de este asunto. ¿Vale?

—Vale. Pero dormimos en casa de tu madre. Y me dejas a mí la cama de matrimonio, que a lo mejor me subo al camarero.

—Serás capaz.

Pues ha sido capaz. Se ha subido al chico. Después de la cena hemos ido a tomar unas caipiroskas —«Ya verás qué bien las preparan aquí»— y después de la tercera, ya con una curda de cuidado, Tere se empeñó en ir a ver al camarero. A mí me pareció tan disparatado que me hizo gracia y allí nos presentamos. Mi amiga solo ha necesitado dos chupitos para dejarse seducir, o para seducirlo, no sé muy bien cómo ha sido, el alcohol me nubla el recuerdo. Creo que ha utilizado su táctica del ex. Que es a la que acude últimamente. Es una técnica muy sencilla pero la mar de eficaz. Cuando quiere ligar con alguien se acerca se presenta, y enseguida le suelta que le recuerda a su ex, le toca el brazo y le dice: «Ah, no, pero tú estás mucho más fuerte, y tu sonrisa es mucho más bonita, y ya le gustaría a él tener tu pelo y esos abdominales… Y mira, tú hasta sabes hablar. Ya le gustaría a mi ex llegarte a la suela del zapato». Y no necesita más, todos suelen caer. Con este creo que también ha funcionado, aunque el camarero también me miraba a mí. Se había quedado pillado con la idea del trío, me temo. Así que he tenido que insistir varias veces en que no éramos pareja y que no se hiciera ilusiones, que como mucho tendría sexo con una. O sea, con Tere.

Les he dejado la cama de mi madre. «Me lo prometiste, Raquel». Y yo me he ido a dormir a mi antiguo cuarto. Mi madre tuvo el buen juicio de quitar toda la decoración adolescente que había colgada por las paredes tan pronto me marché de casa. Y aunque en su momento me pareció una traición, la señal de que se quería librar de mí cuanto antes, ahora agradezco que lo hiciera. No soportaría tener que dormir escuchando los gemidos y el traqueteo rítmico de Tere y el camarero, y a la vez verme obligada a observar los pósters de NSYNC que inundaban las paredes. Cómo me gustaba Justin Timberlake, era una fanática. Y lo mucho que se rio Germán cuando descubrió uno de los CD de la boy band en la estantería.

No me voy a poner nostálgica, no voy a caer en el viejo truco de rememorar los mejores momentos con Germán. Todas las noches robadas en esta habitación. Ni cómo nos conocimos, ni ese primer año glorioso. Pero sería también absurdo negar lo mucho que lo echo de menos esta noche. Imaginarme más noches así, sin él… No, prefiero no hacerlo. Y desde luego no quiero vivirlas. No lo voy a permitir. No voy a dejar que ocurra. Voy a luchar con uñas y dientes por seguir durmiendo todas las noches a su lado.

Qué frágil soy por la noche. Qué frágil, qué débil y qué miedosa. Qué poco me gusto por la noche. Ojalá coja el sueño de una vez.

Por la mañana, en la cocina, me encuentro al camarero en calzoncillos rebuscando entre los cajones. Es chocante la imagen de un chico casi desnudo por la casa de mi madre. Hace tanto que nadie se paseaba así. El último fue Germán y ya hace años de eso, mi madre aún vivía. Y pienso que es una buena manera de exorcizar este piso. De quitarle la pena. Nada mejor que la belleza y la vida para sacudir los malos recuerdos. Sonrío.

—¿No tenéis nada de desayuno? —pregunta.

—Es que no vivimos aquí.

—¿No jodas? Si ya decía yo que no parecía la típica casa de dos bollos.

—¿Y según tú, cómo es una casa de una pareja de lesbianas?

—Ah, no sé, no he estado nunca en ninguna. Pero me la imagino, más… no sé… ¿con estampado de cuadros?

Tere entra en ese momento, solo cubierta por un tanga y un sujetador deportivo.

—¿De verdad te tiraste a eso? —pregunto señalando al camarero y fingiendo desprecio.

—Casi me arranca este piercing —dice el chico, apuntando a uno de sus aros—. Tu novia es una fiera. Y me encanta el rollito liberal que os traéis.

—¡Que no somos novias! —protesto.

—Que ya lo sé, que me estoy quedando contigo —contesta—. Venga, vestíos, que os invito a desayunar por el puerto. ¿O queréis que suba mejor unos cruasanes?

—Lo mejor va a ser que te vayas, que tampoco es cuestión de que te encariñes —le suelta Tere.

—Qué fuerte. Eso lo hace un tío y le cae la del pulpo, pero en vosotras queda hasta gracioso, ¿no? Pues que sepáis que nosotros también tenemos sentimientos.

—Que sí, y cuando os pinchan también sangráis, que sí. Que todos hemos leído a Shakespeare. Bueno, tú seguro que no.

—Oye, que tengo un doctorado en humanidades.

—Y has acabado de camarero. Así está el país. Hala, adiós. Ya si eso nos mandamos luego un WhatsApp.

Tere acompaña al camarero de los piercings fuera de la cocina. Los oigo hablar.

—¿Y mi ropa?

—En la habitación estará, digo yo. No cierres dando un portazo, que estos pisos antiguos se resienten.

Tere vuelve a entrar. La observo entre la admiración y el asombro.

—Lo tuyo es muy fuerte.

—Es majo. A pesar de los piercings. Bueno, ¿entonces qué? ¿Hemos reflexionado o sigues con la idea loca de vender el piso? —No sé muy bien qué contestar—. ¿No me digas que quieres perder este refugio de lujo? Reconoce que te ha venido de maravilla pasar la noche aquí y encontrarte a un tío medio en bolas por la cocina. ¿De verdad quieres renunciar a eso?

—Me encanta estar aquí contigo, me encanta este fin de semana fuera de Novariz, pero he echado de menos a Germán durmiendo a mi lado.

—Bueno, pues busca la manera de no perderle sin tener que vender el piso. Alguna se te ocurrirá.

—Tere, voy a ponerlo a la venta. —Se calla—. No quiere decir que lo vaya a vender ya. Pero por lo menos veo cómo está el mercado.

—Bueno, mientras sea solo eso…

—Y tú hoy me ayudas a seleccionar qué va al guardamuebles y qué no, ¿vale? Y si te portas bien, a lo mejor te regalo el abrigo ese que te gusta de mi madre.

—¿De verdad?

—De la buena.

Durante varias horas nos empleamos a fondo en organizar las cosas que se pueden quedar en la casa y las que es mejor que se vayan fuera. Menos mal que tengo a Teresa al lado y unas cuantas cervezas para sobrellevarlo, porque para mí es demasiado doloroso enfrentarme con tantos recuerdos de mi madre. Justo después de que muriera cerré la casa y procuré alejarme lo más posible de allí. Aunque no cambiara de ciudad, hice todo lo posible por no pensar ni en este piso ni en ella. Creía que así podría superar su pérdida de una manera menos traumática. Me equivoqué de lleno. Ahora lo sé.

Las cervezas han empezado a hacer efecto. Sobre todo en Tere, que está a punto de tener un rapto de sinceridad de esos suyos, que son tan lúcidos como peligrosos.

—¿Puedo decirte una cosa?

—¿Me va a doler?

—Creo que tienes tanto miedo de perder a Germán que estás dispuesta a lo que sea. ¿Y sabes por qué te pasa eso? Porque temes que si lo pierdes te ocurra lo mismo que cuando perdiste a tu madre.

Me revuelvo incómoda. No es el mejor momento ni lugar. O tal vez sí, tal vez no hay mejor momento ni lugar que aquí, en su piso y rodeada de sus cosas, y por eso no quiero escucharla. No quiero estar de acuerdo con ella.

—¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Qué tendrá que ver la muerte de mi madre con mi matrimonio con Germán?

—Mucho.

Raquel da un trago a su cerveza, que le sirve para hacer una pausa melodramática.

—Temes enloquecer si lo pierdes. Como te pasó con tu madre. ¿Pero sabes qué, Raquel? Eres más fuerte de lo que crees.

—Ya sé que soy fuerte.

—No, no lo sabes. Pero lo acabarás sabiendo. Estoy convencida de ello.