CAPÍTULO 22

No está en clase. Llevo veinte minutos con los alumnos de segundo B. Solo falta él, Roi. Cada vez que oigo un ruido en el pasillo giro la cabeza hacia la puerta, esperando que entre. Pero nada. Nunca es él. Llevaba media noche ensayando lo que le iba a decir y que ahora no esté con todos sus compañeros me frustra muchísimo. Podría hablar con Iago o Nerea, pero estoy tan convencida de que ha sido Roi el culpable que me resisto a cambiar de idea. Consigo acabar la hora a duras penas. Los chavales empiezan a salir y antes de que Nerea se vaya me interpongo en su camino.

—¿Sabes por qué no ha venido Roi?

—Ni idea.

—¿Ha faltado a otras clases? ¿Te ha dicho si está enfermo?

—Hoy no ha venido. Pero no sé más.

—¿Es habitual que falte?

—No.

Nerea está incómoda. Quiero suponer que se debe a que se siente una traidora hablando conmigo de su amigo. Espero que no sea porque sabe algo de todo lo que Roi, o tal vez ella, o tal vez Iago, o tal vez los tres me están haciendo. Estoy perdiendo la cabeza. He centrado mi objetivo en Roi porque estoy convencida de que ha tenido que ser él, ya que fue Roi quien me desafió al entrar en mi perfil de Facebook, pero no descarto la posibilidad de estarme equivocando. Aunque no quiero levantar la liebre a lo tonto. Mejor me mantengo centrada en mi objetivo. En el que he decidido que es mi objetivo, o sea, Roi.

—¿Lo puedes llamar por teléfono?

—¿Ahora?

—Por favor.

—¿Y te vas a tomar siempre este interés cada vez que falte un alumno?

—¿Lo llamas? ¿O llamo yo a sus padres y les pregunto qué le ocurre? Después le tendrás que explicar tú a Roi por qué no impediste que los llamara.

—Vale, vale… Sí que le pones empeño.

Nerea saca su móvil y busca el número de su amigo en la agenda. El tono de llamada se repite unas cuantas veces pero acaba saltando el contestador.

—Nada. ¿Quieres que le deje algún mensaje?

—No hace falta. Gracias.

—¿Me puedo ir?

Asiento y me aparto de la puerta para permitir que se vaya.

—Nerea…

Se da la vuelta.

—¿Qué?

—Si hablas con él… dile que está jugando con fuego y que aún está a tiempo de pararlo todo, que yo no soy rencorosa.

Me mira como si no entendiera nada de lo que hablo. No sé si es la mejor actriz del mundo o si realmente le pilla de nuevas. En caso de que sí sepa de qué va todo, el mensaje también sirve para ella. Aún estáis a tiempo de pararlo. Aún podemos empezar de cero.

—Lo que tú digas, tía. ¿Me voy o vas a seguir con esta rallada?

Le hago un gesto para que se vaya. Me dirijo al despacho de tutorías. Quiero apuntar el teléfono y la dirección de Roi. Sería un disparate presentarme en su casa. No quiero tener que darle explicaciones a sus padres, ni que él se entere de que he hablado con ellos. No quiero provocarle. Porque seguro que lo ve como una provocación. Tengo que tratar este asunto con inteligencia, delicadeza, pero también de manera urgente. Necesito desactivarlo cuanto antes. Leo la dirección. Ni me suena la calle. La busco en internet en uno de los mapas del pueblo. Está al norte, ahí hay una urbanización de las que se conocían como «casas baratas». No sé ahora qué nombre se les da. Aunque yo no he estado conozco su fama. Todo el pueblo la conoce. El minimarket de la droga, la llaman Germán y sus amigos a modo de broma. Porque no llega a supermercado, sería demasiado pretencioso, ya que no deja de ser media calle en la que se trafica. O se traficaba. No sé si en estos años habrá cambiado mucho. No es una urbanización que forme parte del recorrido turístico del pueblo, pero tampoco es demasiado peligrosa. Podría ir hasta allí, aunque no sé si mi presencia llamará la atención. Tendría que buscar una excusa, otro posible destino por si alguien me ve. No quiero que sepan que he ido a casa de Roi, pero tampoco que crean que he ido a pillar costo o cocaína. ¿Qué me puedo inventar? Piensa, Raquel… Lo más probable es que a esta hora los padres estén trabajando, tal vez podría presentarme allí sin más. Si abre Roi, todo bien, si abre otra persona siempre me puedo inventar que estoy haciendo alguna encuesta para la Xunta o algo similar. No es la mejor de las ideas, pero puede funcionar.

Tengo un par de clases más; tan pronto acabe me acerco. Aunque tal vez lo más sensato sería esperar a mañana, a ver si se presenta en clase. Pero me resisto a esperar tanto. Necesito que borre el mensaje de Facebook ya. Aunque he denunciado la usurpación del perfil, no sé cuándo lo desactivarán y temo que Germán entre antes de que ocurra. Es verdad que no suele meterse a diario, y no hay riesgo de que Simón hable con él. Después de que se enterara de lo nuestro, o de una mínima parte, Germán rompió toda relación con él. Supongo que solo tenía dos opciones: o romper conmigo o con su amigo del alma. Y optó por lo segundo. Así que yo no solo me sentí mal por todo lo que le había hecho y todo lo que le ocultaba, también porque le había obligado a renunciar a su mejor amigo. De un plumazo mi marido tenía que vivir con una esposa infiel, tenía que aprender a perdonarme y encima le despojaba de uno de los pilares de su vida.

Al finalizar las clases, me meto en el coche. Arranco. Aún no sé qué voy a hacer. Si acercarme hasta la urbanización de Roi o volver directamente a casa. Dudo. En el siguiente cruce he de decidirme, hacia la derecha, voy a casa hacia la izquierda, a la urbanización. Cojo a la izquierda.

La urbanización, que nunca debió de ser bonita, ahora es cochambrosa. Las casas parecen semiabandonadas, todas las fachadas necesitarían una buena reforma. Hay desconchones, manchas de moho y humedad, las farolas están oxidadas, las calles hace mucho que no se asfaltan y todo son socavones. Y pienso que siempre acaban pagando el pato los mismos en épocas de crisis, creemos que nos afecta a todos por igual pero es mentira. Localizo el portal y consigo aparcar a poca distancia. No hay mucha gente por la calle. Mejor. Al llegar al portal veo que la puerta está abierta y decido subir sin llamar. Es un quinto y el ascensor no funciona.

Voy ensayando mi discurso mientras subo. Al llegar al tercero me arrepiento de estar ahí. Es un disparate. Date la vuelta, Raquel, date la vuelta y ya mañana decides.

Pero mis piernas no me obedecen, y ahí sigo, subiendo escalones. Llego al quinto. Busco la puerta E. Poso mi dedo en el timbre. Tardo dos segundos en decidirme, pero lo acabo pulsando. ¿Ha sonado? Vuelvo a intentarlo. Yo creo que no suena. Golpeo con mis nudillos la puerta. Espero un momento, nadie se acerca. Vuelvo a golpear. Y nada. Frustración. Aunque tal vez sea lo mejor. Hago un último intento con igual resultado. Me vuelvo por donde he venido. Al bajar por las escaleras me lo topo subiendo. A él, a Roi. Se lleva una sorpresa. No me esperaba.

—¿Tú? ¿Qué haces aquí?

—¿Tú qué crees?

—¿Qué quieres? ¿Venías a hablar con mis padres?

—No. Es mejor no meterlos a ellos en medio. ¿No te parece?

—¿En medio de qué?

—Vamos a hablar a algún lado.

—Pero… ¿por qué? Yo no tengo nada que hablar contigo. Solo he faltado un día a clase.

—A ver, Roi, creo que no eres consciente de una cosa, lo que estás haciendo conmigo es un delito tipificado por la ley. Podría ir directamente a la Guardia Civil para pedir que te detuvieran.

—¿Por faltar a clase? —Sonríe cínico—. Tú te medicas…

—¡Por faltar a clase, no! ¡Sabes perfectamente de lo que estoy hablando!

En ese momento sube una señora mayor cargada con dos bolsas de la compra. Nos mira con extrañeza.

—Buenas tardes, doña Pilar, ¿la ayudo?

—Gracias, hijo, pero no hace falta, tú sigue ahí discutiendo con la novia…

Nos callamos hasta que la señora entra en casa. Yo cojo a Roi del brazo.

—Vamos a hablar a algún lado. Tu casa, mi coche, donde sea, pero fuera de aquí.

—En mi casa no.

—Pues vamos.

Comienzo a bajar las escaleras. Roi me sigue.

—Yo lo flipo contigo, de verdad que sí.

Salimos del portal. Me meto en el coche y le abro la puerta. Él duda.

—¿Te quieres montar de una vez?

—Vale, vale…

Abre la puerta y se acomoda en el asiento. Las gafas se le han mojado y, al entrar en el coche, las gotas de lluvia provocan que se le empañen los cristales. Se las quita para limpiarlas. Yo arranco.

—¿Adónde vamos?

—No sé, ¿sabes de algún sitio donde podamos hablar sin que nos vean?

—Tira por allí —me dice, señalando uno de los desvíos—. Da al monte.

Ninguno de los dos dice nada mientras conduzco. Yo estoy tratando de serenarme y elegir bien las palabras. Él ya parece más sereno. Como si no le importara demasiado ir de copiloto en el coche de su profesora de lengua y literatura. Que no nos vea nadie, que no quiero tener que dar explicaciones, ni que se piensen lo que no es. Podría decir que lo he traído a su casa, que se encontraba mal… pero no va a colar.

Aparco en un desvío en el que hay un mirador para ver todo el pueblo. A estas horas no hay nadie. Y con el día que hace a nadie se le ocurriría pararse a contemplar las vistas. Apago el motor. No salimos del coche. Me mira interrogante.

—Saca tu móvil —le digo.

—¿Para qué?

—No quiero que te dé por grabar esta conversación. Porque a lo mejor digo un par de cosas feas de las que prefiero que no quede constancia.

—Tú has visto muchas películas… Saca tú el tuyo primero, no te digo.

—Es mi coche y aquí mando yo. No tengo por qué sacar nada.

—Pues si tú no lo sacas…

—Vale, vale.

Cojo el móvil del bolsillo de mis pantalones y lo pongo en el salpicadero. Roi hace lo mismo.

—¿Y ahora qué? ¿Me desnudo para que veas que no llevo ningún micrófono?

—No tiene gracia, no tiene ni puta gracia. Me estás jodiendo la vida y lo tienes que parar. Yo no te he hecho nada para que me hagas esto. Tienes que pararlo ya. Si lo haces, yo prometo olvidarme de todo.

—¿Que parar el qué?

—Querías demostrar tu teoría, bien, lo has hecho. Me queda claro. Lo admito. Tú ganas.

—¿Pero qué teoría? —me lo pregunta con toda la calma del mundo. Es como si nada de esto fuera con él.

—La teoría de que todos tenemos puntos flacos, débiles y que solo se necesita que alguien los conozca para joderte. Entendido. Tenías razón. Ahora, páralo. Borra el estado de Facebook, borra el perfil y deshazte de todo lo que has robado de mi nube. Si no lo haces, de verdad que voy a ser implacable. Tal vez me jodas mi matrimonio, pero yo no voy a parar hasta que te meta en la cárcel o hasta que te joda la vida. Te lo juro.

—A ver… lo de la cárcel va a ser que no, porque soy menor. Y ahora eso de la nube me lo vas a tener que explicar porque no te sigo.

—Roi, no cuela. Igual que entraste en mi Facebook, entraste en mi nube. Y has accedido a todo.

—No —dice calmado. Qué estoico, el cabrón.

—Sí, entraste. Lo sé.

—Que no. Que una cosa es entrar en un perfil privado de Facebook, que lo hace un niño de dos años, y otra que te hackee tu clave de iCloud.

—Me vas a decir que no sabes hacerlo.

—Pues hombre, si me empeñara mucho, a lo mejor conseguía colarme. Pero con mucho esfuerzo. Y, francamente, dudo que encontrara algo allí que mereciera tanto trabajo.

Respiro. Esto no está saliendo como esperaba. Me imaginaba a un Roi chulito, vanagloriándose de su hazaña, exhibiendo su poder, riéndose en mi cara, disfrutando de mi desesperación, pero no tenía previsto esto, que negara la mayoría, que tuviera esta actitud casi de niño bueno, si no fuera por sus sonrisas cínicas, si no fuera por su dominio absoluto del momento. ¿Qué hago?

—No eres consciente de lo grave que es esto. Estás violando mi privacidad. Es un delito y te estoy dando la oportunidad de que lo pares, de que rectifiques. Mi siguiente paso es denunciarte, y no solo en el instituto. Que, por supuesto, también. Pero esto acaba en juicio, Roi.

—Tía, que ya lo has dicho, pero por mucho que lo repitas, no va a ser verdad. Yo no he hecho nada.

—¿Y entonces quién, eh? ¿Nerea? ¿Iago? Estáis los tres compinchados, ¿no? A lo mejor no has robado tú la clave, pero tú le diste la idea a ellos…

—A Nerea se le va la fuerza por la boca. Y es demasiado lista como para meterse en una movida así. Y con Iago… mira, después de… de lo del otro día en el cementerio, paso de él.

—¿O sea que lo ha podido hacer Iago?

—Yo solo te digo que yo no he sido.

—Vale, pues habla con Iago, dile que lo borre. Dile que…

—Te estoy diciendo que ya no me hablo con él.

—Y yo te estoy diciendo que como mañana siga ese estado en mi perfil, ¡paso a la acción! ¡Os denuncio! ¡Consigo que os expulsen para siempre! ¡Y olvidaos de la universidad y de vuestro futuro!

Se queda en silencio. Él no ha perdido ni un momento la calma. He sido yo la que se ha alterado desde el principio, la que ha actuado completamente fuera de sí. Hasta en esto me está ganando la partida. Un puto niñato. Un puto alumno ha sacado lo peor de mí.

—¿Y te puedo preguntar qué han puesto en ese estado que te tiene así de jodida?

—Nada.

—Vamos, que han dado en el clavo, ¿no? Donde más dolía.

—¿Qué quieres? Dime qué quieres. Además de demostrar que tenías razón. ¿Qué más quieres? Hablémoslo.

—Quiero que me lleves a casa. Ya. O mira, ya voy yo a patas, no pasa nada.

Va a salir y yo de forma casi instantánea bloqueo el pestillo. Me mira asombrado.

—Tía, tú estás fatal. Abre.

—Te llevo.

Arranco. Vamos en silencio todo el camino. Llegamos hasta su edificio. Esta vez no aparco el coche, simplemente paro enfrente de su portal.

—Vete. Habla con quien sea y para esto. Hazlo. Por vuestro bien.

—Y yo te digo que yo no tengo nada que ver. Conmigo has pinchado en hueso.

Sale del coche. Cierra la puerta de un portazo. Pero antes de meterse en el portal se acerca a mi ventanilla. Me hace un gesto para que la baje. Lo hago.

—Solo te digo una cosa. Si vas a hablar con Iago, y quieres meterle miedo, espero que te lo curres mejor. Que ese no es como yo. Él es un mal bicho.