apenas puede creer lo que acaba de descubrir

apenas puede creer lo que acaba de descubrir

Ocho de la mañana: el bar de la Pepi está en silencio (los clientes se toman su café, se beben su coñac, se comen su churrito: se sumergen en los terribles pensamientos de antes de trabajar) hasta que un hombre que lee el periódico en la esquina de la barra dice: joder, el Asesino de la Moneda se ha vuelto a cargar a una tía: el doctor Maximiliano Luminaria (delante de la taza ya vacía de un café solo) levanta la cabeza de Juerga en Montecariño (la novela que se está leyendo) y pregunta al tipo ese: ¿de cuándo es ese periódico?: el hombre (que se llama Tomás Minguela) le contesta que de hoy, joder, que es El País de hoy: el doctor Maximiliano Luminaria deja la novela (abierta por la página por la que va) encima de la mesa, se levanta, camina hacia el final de la barra y coge uno de los periódicos del día que tienen ahí para los clientes: efectivamente: es una de las noticias de portada: Tomás Minguela ya está leyendo el artículo y lo va comentando en alto, para todo el bar: ese hijo de puta se ha cepillado a una puta rumana de la Casa de Campo: escuchad esto: le ha cortado la cabeza y las manos y ha enterrado el cuerpo al lado de un camino: (se ríe) dicen que el cadáver lo ha desenterrado el perrito de un niño que es retrasado mental: no me jodas: vaya asesinato más cutre: Max Luminaria se lleva el periódico a la mesa y se lee el artículo muy despacio (las letras que forman las palabras que forman las frases que forman los párrafos que forman el artículo): lee la entrevista a los agentes de policía y mira las fotografías (en blanco y negro) que muestran parte del cadáver, parte del lugar en el que se cometió el asesinato y (en la arena del suelo) una moneda de veinte duros: Max Luminaria ha roto a sudar: levanta la cabeza y mira la pared de enfrente: su primer impulso es el de coger el teléfono y llamar al periódico: pero se contiene: lo que está claro es que tiene que salir del bar de la Pepi cuanto antes: le tiemblan las manos y la boca: deja el dinero encima de la mesa: la Pepi le pregunta: doctor, ¿no le parece raro que el Asesino de la Moneda haya matado a alguien en la Casa de Campo?: Max Luminaria no vuelve del todo la cabeza para contestar: mucho, muy raro: el Asesino de la Moneda siempre actúa en Carabanchel: no me extrañaría que ese crimen chapucero haya sido obra de un imitador: y sale a la calle: camina a toda velocidad: no responde a los vecinos que lo saludan: a veces se tropieza con la gente: piensa: una puta: una rumana: la Casa de Campo: ¿cómo pueden relacionar mi nombre con esa basura?: ¿es que después de todos estos años no han aprendido nada del Asesino de la Moneda?: por un instante tiene que pararse y recordar adónde va: en qué día estamos: qué hora es: ah, sí, está yendo a trabajar: respira hondo: procura tranquilizarse antes de entrar en el hospital: es imposible: piensa: ¿cómo un ciudadano decente puede quedarse de brazos cruzados ante semejante humillación?: se pasa un momento por su despacho, se cambia de ropa y va a ver al paciente al que operó hace unos días: ¿cómo se encuentra hoy?: a Marcelo Saravia le sorprende el tono apremiante (casi agresivo) e impersonal del doctor: dice: he pasado mala noche: cuando se me pasa el efecto de los calmantes, el dolor de la espalda se me hace insoportable: el doctor Maximiliano Luminaria lo mira, dice que sí con la cabeza, pero se nota que está ausente, que está pensando en otra cosa: se oye la televisión en la habitación: es el telediario: dan la noticia del último crimen del Asesino de la Moneda: Marcelo Saravia escucha atentamente (al fin y al cabo, es la primera vez que un cadáver suyo sale en la televisión): sin embargo, hay algo que consigue llamarle la atención todavía más: al doctor (que mira la pantalla) se le acelera la respiración: aprieta los puños: cierra la mandíbula como si fueran unas tenazas: apaga el televisor de golpe: se da media vuelta (¿furioso?): le pone la mano en la frente a Marcelo Saravia (una mano de mármol, helada, húmeda): dice, de repente: me extraña que ese hombre matara a una prostituta de esa manera: le quita la mano de la frente: no le dice si tiene o si no tiene fiebre: se va: da un portazo: Marcelo Saravia (coge el mando a distancia) vuelve a encender el televisor: «(…) todos sus crímenes los había cometido en el barrio madrileño de Carabanchel y destacaba con la precisión con que cortaba a sus víctimas»: Marcelo Saravia vuelve la cabeza hacia la puerta de la habitación (por donde acaba de salir el doctor Maximiliano Luminaria): por un momento se olvida de todos sus dolores: apenas se puede creer lo que acaba de descubrir. Jesús Garrido (propietario de una pequeña tienda de alimentación) dice que es el vecino de Carabanchel que más atracos ha sufrido en toda la historia del barrio y que esa es una razón más que suficiente para que sea nombrado el jefe de la patrulla vecinal: los vecinos que acudieron a la reunión en el bar de la Pepi no están de acuerdo: la opinión mayoritaria es que el jefe (a los vecinos más jóvenes no les gusta que se use la palabra jefe) debería ser Ángel Maldonado (el padre de la niña a la que atropellaron con un coche robado). Rottweiler: pit bull: dogo argentino: staffordshire: presa canario: tosa inu: bull terrier: bully kutta. Mientras un grupo de vecinos de Carabanchel se organiza (si es posible) para formar una patrulla vecinal, otro grupo de vecinos decide salir a protestar contra el poblado de la Jauja: se dan cita delante de la ermita del Santo: nueve de la noche: son más o menos ochenta personas: llevan pancartas y altavoces y se han inventado y aprendido de memoria varias frases, varios pareados y hasta un par de canciones: han avisado a la policía y a los medios locales: las ochenta personas (el grupo infunde valor y resolución a sus propios miembros) remontan la cuesta que bordea el parque de San Isidro (ya han empezado a gritar, a cantar, a levantar las pancartas): los yonquis (desde las sombras del parque) los miran con ojos vagos y alucinados, como si aquella imagen fuera producto del consumo de heroína: llegan a la gasolinera y se acercan a la misma entrada de la Jauja: allí es donde más gritan: allí es donde el miedo individual se transforma en temeridad y audacia colectivas: los gitanos van saliendo de sus chabolas y se van acercando a los manifestantes: ni la policía ni los periodistas han aparecido: los gitanos de la Jauja (como respuesta a la manifestación) queman contenedores de basura y les mean y los escupen y les tiran piedras: hay cinco heridos entre los manifestantes: al cabo de veinte minutos regresa la paz (mejor, el silencio) al poblado de la Jauja. Concepción Ortíguez: sábado y domingo: visitas de sus hijos y sus nietos: imposible establecer una rutina. Ángel Maldonado (en una reunión posterior en el bar de la Pepi: después de habérselo pensado y de haberlo consultado con su mujer) acepta convertirse en el jefe (o como los más jóvenes lo quieran llamar) de la patrulla vecinal: pero hay una condición indispensable: la patrulla vecinal no debe generar violencia: la patrulla vecinal no debe portar armas: la patrulla vecinal no debe hacer daño a nadie: la patrulla vecinal debe ayudar y colaborar con la policía. Ejemplares de más de treinta kilos: perímetro torácico entre sesenta y noventa centímetros: cabeza voluminosa y cuello corto: fuerte musculatura: mandíbula grande y boca profunda: ejemplares que hayan mordido a personas o a otros animales: ejemplares adiestrados para el ataque. Al bar de la Pepi (nada más terminar su jornada laboral) entran (todavía con el uniforme) dos vigilantes del metro: Luis (sin que le pidan nada) les pone dos sol y sombras a cada uno: los demás clientes los miran: esperan a que dejen de beber compulsivamente: saben que (más que a beber) los vigilantes del metro han venido a hablar, es decir, a desahogarse: dicen: es un trabajo sin sentido en el que, además, te juegas el pellejo: hablan de la «mala gente»: se refieren a las pandillas de gitanos que saltan los tornos de la entrada (¿les vas a pedir el billete a esos?): de los skinheads que van pegando gritos y rompiendo papeleras (¿qué les dices a esos?): de los enfrentamientos (las noches de derbi) entre los ultras del Atleti y los ultras del Madrid. Marcelo Saravia estuvo veintidós días ingresado en el Hospital Central de Carabanchel: lo habían sometido a cuatro operaciones y le habían colocado varios clavos en algunos huesos: salía por la puerta del hospital con ayuda de dos muletas, y con la ayuda de dos muletas llegó a su casa (de donde únicamente salía para ir a rehabilitación: unas sesiones tan duras que no había día que no chillara, llorara y blasfemara de dolor): después (encerrado en su habitación) extendía encima de la cama toda la información que (durante todos estos años) había recopilado del Asesino de la Moneda y le daba miedo tenerlo tan claro, le daba miedo (y a la vez lo excitaba) estar cada día más convencido de que el Asesino de la Moneda era el doctor Maximiliano Luminaria.

Te quiero porque me das de comer
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