un paseo por la zona del canódromo
un paseo por la zona del canódromo
Marcelo Saravia llegó al banco a las nueve de la mañana: pidió hablar con el director de la sucursal y le dijo que reconocía que no era más que un pobre mierda, pero que aun siendo un pobre mierda creía (aunque un juez hubiera dicho lo contrario) que tenía derecho a ver a su hija: el director de la sucursal (Isidoro Villatobas) no dijo nada: se limitó a llamar a los de seguridad y a cerciorarse de que lo sacaban a la calle: Marcelo Saravia entonces esperó unas cuantas horas y fue al I. B. Sebastián Oller: vio cómo Susana Coelho recogía a su hija (¿se parecería a él?) y entonces las siguió: no fueron directamente a casa: hacía buen tiempo y fueron a dar un paseo: Marcelo Saravia las seguía de lejos pero sin perderlas de vista: se metieron en una cafetería: Marcelo Saravia esperó diez minutos y entró: vio a su mujer sentada con su hija en una mesa grande (para seis): la cafetería (por lo demás) estaba vacía: Marcelo Saravia se acercó a ellas con las manos en alto: (antes de que Susana Coelho pudiera ponerse a gritar) Marcelo Saravia le dijo que no se preocupara, por favor, que no iba a hacerles daño, que solamente quería ver de cerca a su hija: Susana Coelho se mantuvo muy serena y (con la voz templada) le dijo que hiciera el favor de irse de allí y que las dejara en paz: Marcelo Saravia se metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta (por un momento se le heló la sangre a Susana Coelho) y puso un montón de dinero encima de la mesa: le dijo: mira, me sobra el dinero, en un mes gano mucho más de lo que gana ese banquero en un año: Susana Coelho abrazó a su hija (la sentó en su regazo) y dijo: llévate ese dinero: no quiero saber de dónde ha salido: Marcelo Saravia insistió: solamente quiero ver a mi hija de vez en cuando: y Susana: le diré al dueño que llame a la policía: Marcelo Saravia (entonces) se dio media vuelta y caminó hacia la puerta del local: a medio camino se detuvo y se giró: preguntó: ¿cómo se llama mi hija?: pero Susana Coelho no contestó: estaba echando monedas en el teléfono del bar: Marcelo Saravia se frotó los ojos al salir a la calle: solo le faltaba ahora que lo vieran llorar. Un hombre desconocido (un sudamericano) entra en el bar de la Pepi y se dirige directamente a la esquina de la barra en la que el marica Antonio Trigo se está tomando su café con leche de siempre: apenas hablan más de veinte segundos: parece que el sudamericano le enseña una foto: después sale del local. El yonqui que conducía (el coche de César Ugarte) no sabía cambiar de marcha: iba en primera por la M-30 y el coche hacía un ruido terrible, como si el motor estuviera a punto de saltar por los aires: César Ugarte (aun a riesgo de que lo rajaran como a un cerdo) le pidió por favor que cambiara a segunda o a tercera porque así se iba a joder el coche, que, además, era de su padre: al cabo de unos minutos el yonqui que conducía se detuvo en la cuneta y le dijo a César Ugarte que se pusiera él al volante: le dijo: conduce despacio, ve por sitios tranquilos y no hagas tonterías, porque te estoy apuntando con una pistola, ¿entendido? Maximiliano Luminaria (¿por qué no?) se da un paseo (antes de entrar a trabajar en el hospital) por el barrio del canódromo: el hombre de la descarga eléctrica tenía razón: varias cámaras de televisión han sido instaladas en lo más alto de las farolas y de los semáforos: también se da cuenta de que hay más cámaras en los árboles, en los postes de la luz y en las fachadas de algunas casas, y que esas cámaras enfocan sobre todo a lugares apartados y poco iluminados, a lugares donde se supone que hay más posibilidades de cometer un asesinato o de dejar un cadáver. El bar de la Pepi también tiene un futbolín: es un futbolín de los de siempre: de esos en los que da gusto jugar: dos defensas, cinco medios y tres delanteros: los pies son un único taco de hierro: se juega sin media ni hueco y el que pierde paga (si un equipo se queda a cero no tiene que pasar por debajo del futbolín: eso son gilipolleces que no se sabe de dónde salieron): David y Fernando juegan bastante bien y la verdad es que por el bar de la Pepi pasa muy poca gente que los pueda ganar: David tiene muy buenos reflejos con el portero y Fernando tiene un latiguillo rapidísimo, como un calambre, casi imposible de defender: y si alguna vez pierden, tampoco pasa nada porque saben bien cómo hacer (disimuladamente) que la máquina eche las bolas sin necesidad de meter dinero. El Pirata estaba haciendo sentadillas (bien sujetos los riñones y un compañero por detrás ayudándolo a cargar la barra, a hacer las repeticiones, a volver a poner la barra en los soportes) cuando se escucharon unos gritos en la puerta del gimnasio y entraron en la sala de pesas varios agentes de policía: los resultados de esta operación aparecieron al cabo de unos días en uno de los periódicos locales: Correo de Carabanchel: «La Policía Municipal ha inspeccionado varios locales dedicados a la cultura del cuerpo y ha retirado más de mil complementos alimenticios, entre anabolizantes, potenciadores musculares y otras sustancias, que pueden producir daños en la salud: las muestras se han entregado a la Agencia Española del Medicamento para sus análisis y posteriores trámites por vía penal o administrativa: se han registrado algunos gimnasios donde personal no autorizado administraba estas sustancias por vía hipodérmica sin usar ni el material ni las condiciones higiénico-sanitarias exigidas, con el fin de prevenir posibles delitos contra la salud pública: concretamente, en el gimnasio Siglo se localizaron varios envases sin ningún tipo de etiquetado o marca comercial de referencia, ni el tipo de sustancia contenida o su supuesto uso: también se detuvo a un hombre de nacionalidad yugoslava que llevaba un bote de 100 ml de anabolizantes de uso en animales, así como una bolsa de plástico con jeringuillas usadas, algodones manchados, ampollas y cajas de medicamentos».