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Sylvia entrega la hoja de examen con gesto ausente. No cruza la mirada con el profesor, que, sentado, agrupa los folios sobre la mesa. Vuelve a su pupitre y recoge las cosas. No siente la mirada de don Octavio clavada en su espalda, sorprendido al recibir la hoja en blanco. Al final del pasillo algunos compañeros se han agrupado para comentar las preguntas. Sylvia se une a ellos, pero no participa de la conversación. A la salida se reúnen en los bancos de un parque cercano. Alguien le ha comprado unas cervezas a un chino. Resulta agradable relajarse bajo el sol.

Algunos hablan de vacaciones en Semana Santa. Un grupo quiere irse de acampada, al menos un par de días. Otro cuenta que su padre le obliga a ir al pueblo para la procesión, yo lo hago por él, por él y por mi abuelo, pero no veas qué coñazo. Habría que verte con el capirote, bromea otro. ¿Y por seguir la tradición tú también obligarás a tu hijo? Supongo que le coges cariño, es un rito, dice sin demasiada pasión.

Sylvia estuvo el fin de semana en casa de su madre. Lo pasó bien. Le sirvió para alejarse de los problemas de Ariel, para no sentirse tan dependiente. Se encontraba a gusto con Santiago, Pilar reía con sus bromas, se relajaba cuando estaba con él. Durante la comida en los bajos de Casa Hermógenes, cuando Sylvia dijo que este curso no lo llevaba muy bien, él añadió eso será porque te has dedicado a cosas más interesantes. Creo que sí, dijo Sylvia. Su madre trató de sonsacarle sobre el chico con el que salía. Sylvia respondió con evasivas. Cambió el juego de lado, como le había mostrado Ariel que se hacía en el fútbol, cuando te presionan en un lado del campo lo mejor es lanzar la pelota al lado opuesto, obligas a la defensa a abanicarse en la otra dirección. El que se ha echado novia es papá, dijo Sylvia. Ya se la ha presentado a los abuelos. Sylvia trató de analizar si aquello causaba alguna impresión en Pilar, pero no notó nada, más bien un suspiro relajado.

La noche anterior había dormido con la abuela. Aurora se había empeñado en que se tumbara junto a ella. Hace mucho tiempo que no siento calorcito a mi lado. Ese calor. Sylvia, sin moverse para no dañar a la abuela o incomodarla, recordó cuando necesitaba el calor de su madre, siendo niña. Corría a su dormitorio si sufría pesadillas, a veces Pilar se encogía a su lado en la cama, al acostarla, apretaban las caras, se traspasaban un calor que quizá fuera el mismo calor al que se refería la abuela.

El sábado por la tarde fueron a pasear por los puentes, cerca del río. Visitaron el Pilar y la Aljafería, luego habían cenado en un restaurante cercano, Casa Emilio, donde apenas habían podido charlar porque en el salón contiguo tenía lugar una tertulia literaria y se escuchaban gritos y golpes continuos sobre las mesas. El grupo de borrachos habituales amenazaba a gritos al camarero con llamar a un Telepizza. Uno de ellos entonó una copla, me lo dijeron mil veces pero nunca quise prestar atención. La voz desoladoramente desafinada se extendió por los salones del restaurante. Al principio Sylvia y Pilar escucharon con una sonrisa burlona. Pero era tal el desamparo de quien la cantaba que terminaron por emocionarse.

Caminaron de vuelta a casa, Pilar también detestaba esa concentración de gente empeñada en divertirse como si fuera un oficio, y no veas cómo se pone el centro aquí también. Se refugiaron en el sofá y miraron un programa del corazón donde todos gritaban como si hablaran de algo vital para la humanidad aunque en ese momento sólo se referían a la fístula anal de uno de los participantes en un concurso de supervivencia en una isla del Caribe. Pilar se fue a dormir pronto, Sylvia aún se quedó un rato más. En la tele apareció una mujer rubia, insignificante al lado de sus labios y pechos operados. Después de la publicidad nos va a contar la larga lista de futbolistas que han pasado por su cama, anunció el presentador con entusiasmo. Así que no nos fallen, estamos de vuelta en tres minutos.

Sylvia tuvo un pálpito que se confirmó tras los diez minutos de publicidad, cuando la mujer de la televisión dejó caer que entre otros futbolistas famosos había follado con un argentino que juega en un equipo madrileño y tiene nombre de detergente. Sylvia mandó un mensaje a Ariel al móvil. Pon la tele. Apenas unos segundos después Ariel la llamó. ¿De verdad te has follado a ese adefesio? Ariel se estremeció, ¿lo ha dicho? Ha dado pistas. No jodas, yo le pongo una denuncia, esto es increíble. Podrías elegir mejor, la verdad, le dijo ella. Pero si es mentira, fue una liada de mi hermano Charlie, la subió a la habitación del hotel, acabábamos de llegar. Aún no me conocías, ¿no? Pues claro, le respondió Ariel. Sylvia le preguntó ¿y desde que me conoces te has follado a muchas tías? No digas bobadas. No, no, si no me importa, hombre, preferiría que no tuvieran la pinta de putones de esta desgraciada. ¿Pero es que cualquiera puede salir en la tele para decir lo que se le pasa por la cabeza?, protestaba Ariel. La gente es así, le dijo Sylvia con desgana.

Durante el paseo junto al Ebro, Pilar le contó a Sylvia que habían iniciado los trámites para adoptar. A Santiago le haría ilusión tener un hijo, dice que le da envidia de mí, cuando te ve. Sylvia no esperaba que su madre quisiera de nuevo enredarse en la vida familiar. ¿Y quieres meterte otra vez en el lío ese? Pilar se rió con ganas, el lío ese eres tú ahora y me encanta, ¿por qué no vivirlo otra vez? ¿A ti no te gustaría? Sylvia se limitó a contestar, a mí no me tiene que gustar, es a ti.

¿Y si las cosas no te van bien con Santiago? ¿Por qué no iban a ir bien? Pues porque a veces no van bien. Pero cuando estás con alguien no puedes pensar que a lo mejor eso no va a ir bien, tienes que apostar por que todo va a salir bien, confiar, si no… Pilar no terminó la frase.

Sylvia tuvo envidia de la actitud de su madre. En su relación con Ariel siempre había tenido diseñado un plan alternativo en caso de catástrofe. Un plan de fuga, una línea de evacuación como la que señalan las azafatas de vuelo con gestos automáticos. Aunque la mayoría de las veces, cuando la tragedia sucede, nadie alcanza la puerta de salida o está cegada, cerrada a cal y canto. En su relación con Ariel había algo que le decía todo esto que vives se habrá acabado mañana y no podrás llorar por ello ni contárselo a nadie. Jamás se había engañado. Por eso su madre, con una dolorosa derrota a cuestas, era ejemplar en su manera de encarar la nueva vida. Tener un hermanito puede estar bien, se vio obligada a decir. Y logró una sonrisa de Pilar.

Mai le había propuesto a Sylvia irse de vacaciones juntas. Vente conmigo a Barcelona, así conoces la ciudad. ¿A la casa ocupada? No, no, nos buscamos un hotelito y si Mateo quiere salir con nosotras algún día muy bien, pero paso de estar esclavizada. Entonces, ¿por qué vas a la ciudad donde está él?, mejor sería que fuéramos a otro lado. Ya. Mai se quedó sin palabras. Luego dijo es que tú no conoces Barcelona, es una pasada, nada que ver con Madrid.

Sylvia y Ariel habían hecho planes para irse a algún lado durante los tres días de Semana Santa. Pero todo dependía de la situación en el club. Los días de lesión habían sido agotadores. Cuando no jugamos, somos como inútiles, le había explicado a Sylvia. Ahora comprendo a esos jugadores profesionales que cuando se retiraban venían a vernos entrenar al campo, querían charlar con nosotros, necesitaban mantener un contacto, formaban equipos de exjugadores y aún competían entre ellos, como si nada hubiera cambiado. Se convertían en fijos de los cafés para rememorar anécdotas. Aún firmaban algún autógrafo o alguien les preguntaba por el partido siguiente como si ellos supieran mejor que nadie el secreto, y, por supuesto, aceptaban participar en las tertulias, en los comentarios que llenaban las radios y la televisión. Los futbolistas sin fútbol, los llamaba el Dragón, una raza peligrosa, como los cantantes sin canciones o como los hombres de negocios sin negocio. Relojes parados.

Esa confesada inutilidad para la vida civil conmovía a Sylvia. También la aterrorizaba. No quería ser una víctima de eso, no quería convertirse en la sombra de alguien así. La sombra de una sombra. Por eso quizá, cuando Ariel baja al gimnasio, ella prefiere quedarse con sus apuntes o la novela que le regaló Santiago.

Cuando el profesor de matemáticas repartió las preguntas del examen, Sylvia comprendió el resultado de un mal curso, de la dejadez, de la falta de concentración. Sintió terror a quedarse sin nada, sin Ariel, pero también sin ella misma. Por eso prolonga ese rato en el banco de la calle con sus amigos de clase. Se ofrece a acompañar a los que van a reponer las cervezas y comprar más bolsas de cortezas a la tienda de la esquina. Disfruta de pronto al pagar al chino que suma a velocidad endiablada y reparte luego la mercancía entre los demás. Por eso, aunque su móvil suena en la mochila para anunciar la llegada de un nuevo mensaje, no corre a leerlo.

Sólo un rato después, camino de casa, lo mira, «¿hacemos algo juntos?». Todo, querría responderle ella, pero no lo hace porque sabe que no es posible. A veces lo dice en broma, tengo celos del balón, de que mi novio en lugar de tenerme a mí en su cabeza tenga una pelota de cuero con dibujitos futuristas.

En casa no hay nadie. Se come unas lonchas de jamón de york que alcanza del fondo de la nevera. Le da pereza cocinar. Se tumba en su cuarto y escucha música. Luego contesta el mensaje. En una hora pasará Ariel a recogerla y se sentirá de nuevo otra persona, lejana a esa pereza adolescente que ahora la mantiene con la vista clavada en el techo y la voz que repite el estribillo de una canción que se sabe de memoria.