12
Neal regresó de Connecticut a un apartamento vacío. No le sorprendió, a pesar de que últimamente Diane había estado durmiendo allí la mayor parte de las noches.
Habían tenido una de aquellas rápidas pero intensas peleas la mañana que se había marchado para encontrarse con Graham en el tren. Diane no podía comprender que hubiera nada tan urgente como para saltarse un examen o que nada pudiera ser tan confidencial como para que no pudiera contarle ni adonde iba ni qué iba a hacer. Neal había querido decirle que él tampoco lo entendía, pero las reglas indicaban que mantuviese la boca cerrada.
—¿Tengo permitido saber cuánto tiempo estarás ausente? —había preguntado Diane.
—Te lo diría si lo supiera.
—Vaya, gracias.
—¿Cómo vas con tus estudios?
—Genial.
Neal no lo dudaba. Sabía que Diane era más inteligente que él y además trabajaba más duramente. Era la estrella de todas las clases y seminarios, y tan insegura que era la única que no se daba cuenta.
Se habían conocido en el seminario de literatura comparada del siglo XVIII que daba Boskin, justo un par de semanas después del caso Halperin. Neal había estado leyendo y bebiendo, más bebiendo que leyendo, cuando consiguieron forzar una conversación en el pasillo. Él la llevó a tomar un café y ella se lo llevó a la cama, explicando en algún momento entre medias que tenía tiempo para una relación pero no para el cortejo. Neal descubrió que su oscuro pelo paje, los sombreros y chalecos y las ropas holgadas que solía vestir ocultaban un cuerpo bastante femenino. Hacía el amor igual que estudiaba, con una fiera concentración y atención a los detalles, y se quedaba tan profundamente dormida que ninguna de las pesadillas que Neal estaba teniendo entonces consiguió despertarla.
Así que ahora la llamó a su habitación en el colegio mayor de Barnard. Respondió al cuarto tono.
—¿Sí?
—Hola.
—Te perdiste un examen de narices.
Mejor ir al grano.
—Tengo que marcharme una temporada.
Neal pudo percibir la furia de Diane a través del teléfono.
—¿Más secretitos?
—Sí.
—Me acuesto contigo, ¿lo sabes?
—Lo sé.
—Entonces, ¿cuándo me llegará el turno de conocerte? ¿Cuándo veré a la otra mitad? ¿Qué hay que sea tan malo? ¿Qué tienen de especial tus secretos? —preguntó, y luego añadió con una risita—: Eh, Neal, si me enseñas los tuyos, te enseñaré los míos.
Neal notó que se le tensaba el pecho. Dolía.
—Si lo hago, me dejarás.
—Te dejaré si no lo haces.
Aquello dolió mucho más. No tenía nada que decir.
—Además —añadió Diane—, no soy yo la que te está dejando, eres tú el que se va.
—¿Puedo ir a verte?
—¿Todo entero o solo una parte de ti?
Solo una parte. Y que te jodan.
—Supongo que te veré cuando vuelva —dijo Neal.
—Quizá.
Diane colgó.
Buen trabajo, Neal, pensó él. Bueno, probablemente sea lo mejor. Has convertido la autocompasión en un arte; esto te dará la oportunidad de crear otra obra maestra.
Miró el reloj. Eran las 23.30. Llamó a Levine a casa.
—Hola, espero haberte despertado.
—No exactamente.
—¿Y has respondido al teléfono? ¿Qué tal está tu mujercita? ¿Sigue poniéndose encima?
—¿Qué quieres?
—Necesitaré un piso franco.
—¿Qué tiene de malo un hotel?
—Huéspedes. Necesitaré un piso franco.
Neal pudo oír la voz de Janet de fondo. Un delicado gemido que había mejorado con la edad.
—Veré qué puedo hacer —dijo Ed—. ¿Qué más?
—Efectivo.
—Trae recibos.
—Cuando Allie se fugó las veces anteriores, ¿fuiste tú el encargado de ir a buscarla?
La pausa fue un instante demasiado larga.
—¿De qué cojones estás hablando?
Buen intento, mentiroso saco de mierda.
—De nada. Oye, vuelve a lo que estabas haciendo.
Levine colgó bruscamente el auricular.
¿Cómo es que esta noche todo el mundo me deja colgado?
Neal llamó a Graham.
—¡Papá!
—Hijo…
—¿Has encontrado algo?
—Nada de nada.
—¿Y en la mesa de Ed?
—Cero. Si alguna vez nos hemos encargado de buscar a Allie Chase, ahí no hay nada que lo demuestre.
—Bueno… gracias por el esfuerzo.
—Siempre es un placer. ¿Cuándo te marchas?
—Mañana. Pasado. Dependerá de lo que tarde Ed en conseguirme un par de cosas.
—¿Te importa si me vuelvo a la cama?
—Dulces sueños —dijo Neal colgando rápidamente, solo para variar.
Rebuscó en la nevera hasta que encontró una cerveza oculta al fondo. La abrió y se bebió la mitad de un trago. A lo mejor si se presentaba en el cuarto de Diane y mostraba su dulce y triste cara, ella le dejaría entrar. Se terminó la cerveza y se metió en la cama.
El teléfono lo despertó temprano.
—Despierta, gilipollas —dijo Levine.
—¿Qué es lo que quieres?
—Nada —dijo Ed. Y colgó.
El timbre de la puerta sonó a eso del mediodía. Neal estaba preparando café. Café solo, fuerte, de resaca. La clase de café pensado para devolverte la vida a las puntas de los dedos. No le entusiasmó oír el timbre. A lo mejor era Diane, pero lo más probable era que no lo fuese. Se planteó ignorarlo hasta que volvió a sonar de nuevo, en plan metralleta, como si alguien se estuviera recostando sobre el botón.
Joe Graham se estaba recostando sobre el botón.
—Despierta, dormilón —dijo cuando Neal abrió la puerta.
No esperó a que le invitase a entrar, sino que pasó por su lado, olfateó el café y fue a coger una taza de la encimera. La examinó meticulosamente.
—¿Está limpia?
—La he lavado yo mismo.
—Me arriesgaré.
Graham se sirvió un café, encontró leche y azúcar y se puso una buena cantidad de cada. Después sirvió una segunda taza —solo, sin azúcar— y la dejó sobre la encimera. Alzó su taza como para brindar.
—Bon voyage.
—¿Sabes algo que yo no sepa?
Neal le dio un sorbo al café y volvió a creer en la posibilidad de un Dios supremo y misericordioso.
—Sé muchas cosas que tú ignoras, hijo, respecto a todo, pero también sé que te marchas esta noche a las ocho en punto —dijo Graham. Extrajo un billete de avión del bolsillo de su chaqueta y se lo lanzó a Neal—. Sé que un tipo llamado Simon Keyes, que, ojo al dato, es guía de safaris, te estará esperando en el aeropuerto. Va a pasar fuera la mayor parte del verano. Puedes usar su apartamento para desintoxicar a la chica.
—¿Un guía de safaris? Esto empieza a ser demasiado extravagante, Graham.
Neal se sirvió una segunda taza de café.
—Llevó de caza al Hombre una vez. Es amigo de la familia, por decirlo de alguna manera. Adivina qué más sé.
—La decencia no me permite…
—Se supone que tienes que haber traído a la chica de vuelta el uno de agosto.
—¿A alguna hora en particular?
—En serio.
—En serio.
Graham frotó su mano de goma contra la de verdad, como hacía siempre que estaba preocupado.
—Este café no es demasiado espantoso. Me sorprendes. Tampoco quieren que la traigas mucho antes del primero de agosto.
—¿Los niños deben ser vistos, pero no oídos?
—Algo por el estilo.
Ya, algo por el estilo, pensó Neal. John Chase camina por una fina línea y piensa que es el único que lo sabe. Quiere recuperar a Allie el tiempo justo y necesario para que interprete su papel en «Los Walton van a Washington», pero no lo suficiente como para empezar a cantar «La niñita de papá». Debe de estar muy desesperado por ser vice para correr semejante riesgo.
—¿A qué día estamos, veintiocho de mayo?
—Veintinueve.
—Veintinueve. Eso me da unas nueve semanas para encontrarla, rescatarla, desintoxicarla y persuadirla para que regrese, ¿y esa gente encima exige puntualidad británica? Pues vaya. ¿Y qué pasa si no lo consigo?
La mano de goma estaba ahora muy ocupada, frotando y refrotando. A Graham tampoco le gustaba aquel asunto.
—Si no puedes traerla en la fecha establecida… olvídalo —dijo.
—¿Que lo olvide?
Graham se encogió de hombros. Fue un gesto elocuente, la respuesta a un koan zen.
—Ya, vale —dijo Neal—. Lo pillo.
Allie tiene su utilidad durante un par de días, siempre y cuando sean los días adecuados. De otro modo, déjala donde está.
—Apesta, ¿verdad? —dijo Graham, sacándole lustre a la mano de goma.
—Como una huelga de recogida de basuras en julio.
—¿Verdad?
Graham se sirvió otra taza. Neal comprendió que no había terminado de darle noticias.
—¿Qué más sabes? —preguntó Neal.
—El rollo ese de tu posgrado. Podrás seguir con ello. —Graham removió el azúcar con sumo cuidado—. En otoño.
Podría ser peor, pensó Neal. Podrían haberme expulsado y punto. Pero la mano de goma volvió a la carga. Había más, y sabía lo que era.
—Si traigo a Allie antes del primero de agosto.
Graham frunció el ceño y asintió.
El sonido de una sola mano aplaudiendo.