22

El martes por la mañana, Neal decidió tomarse un gran y contundente desayuno. Escogió una mesa del comedor que le daba una buena perspectiva de la puerta y se dedicó a devorar el Times junto a dos huevos fritos, cereales, tostadas, beicon, salchichas y una jarra de café. Se lo tomó con mucha calma, pero nadie se le unió.

A continuación salió a dar un paseo. El día era abrasador, un auténtico infierno, pero si querían jugar, él estaba dispuesto. Nadie se le pegó en la puerta del hotel, ciertamente no el tipo de la noche anterior, aunque sería típico de Amigos revelarle una sombra para luego ponerle otra completamente distinta. Y simplemente no estaba preparado para tener compañía en aquel asunto… todavía no.

Giró a la derecha por Piccadilly y adoptó un ritmo candente hasta llegar a la estación de metro de Green Park. Compró un billete de veinte peniques en la máquina y bajó las escaleras, cambió de opinión y volvió a salir a la calle. Paseó Queen’s Lane abajo, poco a poco y relajadamente; se detuvo junto a un carrito y compró un helado, se acordó de Allie, dio media vuelta y volvió a entrar en la estación de metro. Pero ahora aceleró el ritmo, rápido y brusco, de modo que si alguien le estaba siguiendo tuviera que sudar de lo lindo. Tomó el metro hasta Leicester Square, subió las escaleras mecánicas hasta la calle, volvió a bajar por las escaleras hasta el andén y tomó un tren de la línea Northern hasta Tottenham Court Road, donde se bajó del vagón, transbordó a la línea Central y continuó hasta Bond Street, donde cambió a la línea Jubilee para regresar a Green Park.

Para entonces estaba convencido de que Levine le había quitado a su hombre de encima y se hallaba empapado en sudor y cubierto de mugre, pero se sentía bien, como si estuviese trabajando otra vez, como si estuviera en la forma digna de un detective de primera clase. Se estaba estimulando; autoconvenciéndose; asumiendo su papel encubierto, profundamente encubierto.

Neal podía ver desde la terraza del restaurante el muelle en el que se alquilaban los botes para el Serpentine. Sorbió café con hielo y esperó. Aún faltaba más de una hora para que llegase Colin. Tiempo de sobra para inspeccionar el terreno, tiempo de sobra para estar preparado si alguien pretendía jugársela. Neal Carey no pensaba dejar nada al azar.

—No sé nadar, machote —advirtió Colin mientras subía precavidamente al pequeño bote de remos.

—Yo te salvaré —respondió Neal.

Observó a Allie, Crisp y Vanessa subir a otro bote. Neal estaba pasándoselo bien, y dar un paseo por el lago artificial de Hyde Park no era una mala manera de pasar una tarde sudorosa. Además disfrutaba viendo la incomodidad de Colin.

Remaron hacia el centro del Serpentine y después dejaron el bote a la deriva. Neal puso su chaqueta sobre la quilla del bote y se tumbó encima. Se estaba gloriosamente fresco allí abajo. Dejó a Colin sentado bajo el calor. En la distancia pudo oír a Crisp y a Vanessa cantando a pleno pulmón… una canción que no reconoció, pero que, supuso, era una carnicería de una pieza de Gilbert y Sullivan.

—Entonces, ¿de qué se trata, machote?

Con cuidado, Neal, colega, pensó este. El momento de la verdad.

—Mi cliente ha venido aquí para comprar un libro.

—Espero que estés de coña.

—Es un libro valorado en veinte mil libras. Ahora sí que me he ganado tu atención, ¿verdad, Colin?

—¿Qué libro puede valer veinte mil libras? —preguntó Colin con suspicacia.

—El Pickle.

Neal le contó toda la historia. Lo de Smollett, la primera y la segunda edición, lady Vane, el viaje a Italia, los volúmenes perdidos. Cuando hubo terminado, Colin dijo:

—¿Y qué?

—Que nuestro cliente, el tipo de cuya seguridad me encargo, acaba de comprarlo por diez mil libras.

—Diez no son veinte, chaval.

—Y sé de alguien que lo comprará por veinte, Colin, guapo.

Y ya te he pescado, pensó Neal. Colin solo era una silueta en aquel momento, pero la silueta se inclinaba hacia delante, escuchando con atención.

—¿Y puedes hacerte con ese libro?

—Con tu ayuda.

—Soy todo oídos.

—¡Joder!

El bote se balanceó repentinamente. Neal vio una cabeza asomando del agua. Después la cabeza se alzó por encima del costado del bote.

—Alice, por los clavos de Cristo…

—Me apetecía nadar.

Allie se aupó hasta subir al bote.

—Me sentía sola —dijo—. Te echaba de menos. Además, mira lo que están haciendo esos gilipollas.

Los gilipollas, Crisp y Vanessa, estaban chocando su bote de remos contra cualquier otra embarcación que se les pusiera a tiro. En aquel momento estaban persiguiendo con ganas a un par de turistas japoneses. Los guardas de seguridad del muelle ya se estaban subiendo a un bote.

—Vuélvete con ellos, cielo. Neal y yo estamos hablando de negocios.

—Deja que se quede. Todo depende de ella.

—¿Qué pasa conmigo?

—Quiero que te tires a un pavo.

—¿Cuánto?

—Cinco mil libras.

—¿Qué pasa, es repulsivo o algo así?

Consiguieron dejar atrás por los pelos a los seguratas acuáticos, que habían pillado a Crisp y a Vanessa y querían hacerse con toda la pandilla. En cualquier caso, la pareja de japoneses había abandonado su embarcación y necesitaba ser rescatada, una operación bastante complicada y bilingüe que ganó para Neal y su equipo el tiempo necesario para remar hasta la orilla, dejar el bote entre unos arbustos y salir corriendo hasta Rotten Row. Detuvieron un taxi en Alexandra Gate.

—Al puente de Westminster —le dijo Neal al taxista.

—No pienso tirarme a nadie en el puente de Westminster —dijo Allie.

—Diez mil —dijo Colin.

—Cinco y todavía quedan detalles por hablar.

—No pienso tirarme a nadie en el puente de Westminster.

—Diez o ya te puedes olvidar.

—Olvidar ¿qué?

—¿A qué parte del puente de Westminster? —preguntó el taxista.

—A ninguna —dijo Allie.

—Junto al Embankment está bien.

Neal pagó al taxista y empezó a cruzar la pasarela para peatones del puente. La vista del Támesis era una de sus favoritas. Podía ser el mejor lugar desde el que contemplar Londres, pensó, y se detuvo a medio camino para admirar la ciudad. A su izquierda tenía una vista de postal de la torre del Big Ben y el Parlamento. A su derecha se extendía el Victoria Embankment. Justo delante de él tenía a Colin.

—Lo dejamos en siete.

Neal le dio la espalda y se asomó a la barandilla.

—El jueves por la noche, la esposa de Goldman irá a un concierto en el Albert Hall. Goldman no quiere ir, dice que odia esas cosas y que quiere ver la nueva peli de James Bond en el Odeon. Pero lo que de verdad quiere es echar un polvo. Y me refiero a un buen polvo. Quiere que se lo organice. Le he dicho que vale, que ya lo tengo arreglado. Utilizará mi cuarto, por si acaso su parienta se aburre y vuelve antes de hora.

—¿Qué…?

—Calla y escucha. Goldman guarda los libros en un maletín en su habitación. Mientras él se lo pasa en grande en mi cuarto, mi labor será quedarme en el suyo… protegiendo el maletín.

—Sabrán que ha sido cosa tuya.

—Y que lo digas. La agencia enviará a sus matones. De hecho, sé de buena tinta a quién enviarán. A un tipo llamado Levine. Muy grande, muy duro. Tendré que desaparecer una temporada. ¿Serás capaz de manejarlo?

—Claro.

—¿Aunque las cosas se pongan feas?

—Más feo me pondré yo.

Neal se inclinó aún más sobre la barandilla, fingiendo que se lo pensaba. Dejando que Colin viese cómo se le iban escurriendo miles de libras entre los dedos.

—No sé, Colin. Estaría corriendo un gran riesgo…

—Hazlo.

Neal se volvió y apoyó la espalda contra la barandilla. Se tomó su tiempo, mirando los barcos y barcazas que recorrían el río bajo sus pies. Estudió el puente de Waterloo como si pensara comprarlo. Paseó la mirada entre Colin y Allie, de Colin a Allie, y vuelta a empezar. Allie no podía estar menos interesada. Colin vendería a Alice a los gitanos a cambio de la oportunidad de conseguir cinco mil libras. Neal sabía un par de cosas sobre timos. Una de las principales es que uno nunca intenta convencer a nadie para que acepte el timo; dejas que sean ellos quienes intenten convencerte a ti. Siguió interpretando el papel de virgen reticente un momento más.

—De acuerdo —dijo al fin—. Pero vamos a necesitar ciertos preparativos.

—Una vez más —dijo Neal.

Un suspiro colectivo inundó el piso de Colin. Ya llevaban tres horas con ello y lo habían repasado varias docenas de veces y el puto Neal había prohibido el consumo de alcohol, hachís, pastillas y jaco durante la sesión de planificación.

—Vamos —repitió.

Crisp recitó:

—Colin y yo esperamos a la puerta del hotel…

—Y…

—Y yo intento vestirme como un ser humano. Neal nos indica quién es la esposa cuando salga por la puerta. Colin y yo la seguimos y nos pegamos a ella como con cola.

—Bien, ¿por qué?

—Antes no has preguntado por qué —gimoteó Crisp.

—Dime por qué y podrás tomarte una pinta.

Cuatro manos se alzaron al instante. Neal acalló sus voces y miró a Crisp.

—¿Sí?

—Porque si la tipa se aburre en el concierto, cosa que personalmente me parece inimaginable, puede que decida volver antes de tiempo al hotel y eso jodería todo el plan.

—Correcto.

Neal oyó ecos de Joe Graham diciéndole que siempre rellenara sus mentiras con cantidad de detalles. Tienes que mantener a Crisp y a Colin alejados durante un rato, de modo que dales una misión y haz que se concentren en ella.

Neal sacó una botella de su mochila y tentó a Crisp con ella.

—¿Qué harías en ese caso?

—Buscar una cabina y llamarte.

—¿Adonde?

—A la habitación de Goldman.

—¿Cuándo?

Crisp sonrió orgulloso.

—De inmediato.

Neal le lanzó la botella y miró a Colin.

—Mientras tanto yo me pego a la tía y busco un modo de retrasarla.

—Pero…

—No le hago daño.

Neal alzó las cejas.

—Ni el más mínimo.

Neal miró a Allie, que estaba realizando un esfuerzo muy logrado por parecer indiferente. Colin le arrebató el libro que tenía entre las manos, abrió la ventana y lanzó el libro a la calle. Allie alzó los ojos al cielo.

—Yo me visto toda elegante —dijo mirando fijamente a Neal—, como una damita… y espero en el bar.

—Donde…

—Donde me tomaré una copa, solo una, mientras espero a que Neal venga a buscarme. Neal me presenta a Don Maravilloso y se marcha. Yo me lo tiro hasta dejarlo KO y me tomo mi tiempo para hacerlo. Me aseguro de que dure. Después cobro mi dinero y regreso directamente aquí.

—Qué más…

—Me corto un poco con el jaco.

—¿Cuánto?

—Un chute al día.

Neal le ofreció una cerveza. Ella le ofreció el dedo corazón.

—¿Colin? —preguntó Neal.

—Nosotros esperamos una hora frente al Albert Hall. Si ella no sale, vamos a la estación de metro de Covent Garden. Te buscamos. Si llevas la chaqueta quitada, es que la hemos cagado y salimos pitando. Si la llevas puesta, te seguimos hasta la calle. Paramos un taxi a la par que tú. Te seguimos hasta la casa del comprador. Esperamos fuera. Tú sales, y más te vale que salgas, con dos bolsas. Una con nuestro dinero, otra con el tuyo. Nos das el nuestro y sigues camino en tu taxi. Nosotros esperamos en el nuestro cinco minutos para no saber dónde escondes tu parte del botín como el cabrón desconfiado que eres. Después nos reunimos aquí. Te ocultamos hasta que sea seguro.

—Vanessa.

—Yo espero aquí junto al teléfono por si hubiera mensajes. Sexista y aburrido.

—¿Preguntas?

No había ninguna. Lo habían repasado tantas veces durante las dos últimas noches que no querían arriesgarse a que Neal les obligara a hacerlo de nuevo.

—De acuerdo.

Neal se levantó y se estiró. Los demás se retiraron a disfrutar de sus respectivas drogas predilectas. Colin abrió dos cervezas y le pasó una a Neal. Vanessa y Crisp encendieron una pipa de hachís y pusieron la tele. Allie se metió en el cuarto de baño.

—Es una yonqui —dijo Neal.

—No lo es.

—¿Cuántas veces al día se mete ya?

—Dos o tres. Pero dosis pequeñas, machote.

—Espero que no en los brazos. Como Goldman vea pinchazos puede que se le quiten las ganas.

—Este cerdito fue al mercado, este cerdito se quedó en casa. Este cerdito gritó oink-oink-oink…

—¿No te preocupa? Estás enamorado de ella, ¿no?

—Ya lo superará.

—Ya.

Neal salió al balcón. Colin le siguió.

—Cinco ahora —dijo Neal—. Mil al mes durante los dos siguientes meses, suponiendo que aún siga de una pieza.

—Hecho.

Ah, Colin, pensó Neal. Has accedido demasiado rápido. ¿Qué estás tramando?

—Mañana llevaré a Alice de tiendas —dijo Neal—. Le compraré algo sugerente.

—Bien pensado, Neal, muchacho.

Sí, Neal, pensó Colin, ve de compras, que yo haré lo mismo.