Capítulo 13
Hugo salía del trabajo pensando en la noche anterior. Bea le pertenecía en cuerpo y alma, se había enamorado como nunca había imaginado.
Llevaba días pensando en hacer algo para impedir el desastroso desenlace que tendría lugar en menos de un año. En estos momentos estaba convencido de que tenía que impedirlo a como diera lugar. No podía vivir sin Bea.
Tenerla entre sus brazos, piel con piel. El roce de sus labios, de su lengua. Y lo que había sentido al poseerla. Sabía a ciencia cierta que nunca estaría con otra mujer que no fuera Bea. Y era su deber mantenerla a salvo.
«No puedes hacer eso.»
Elena hizo su fantasmal aparición a su derecha mientras caminaba para coger su Suzuki.
—Claro que puedo —contestó suavemente.
«Ella tiene que cumplir con su deber. Las tres deben hacerlo.»
—Que lo hagan otras brujas.
«Es un hechizo de sangre, nadie más que ellas pueden hacerlo.»
—No me importa. He tenido una visión y no quiero que se cumpla.
«Tus visiones siempre se cumplen. No vas a poder impedirlo.»
—Lo haré aunque tenga que atarla a una silla.
«Le harás daño.»
—La ataré con cuidado.
«No me refiero a eso. Vas a romperle el corazón.»
—Yo la amo y no estoy dispuesto a perderla.
«No viste la escena completa.»
Tras aquellas palabras, Elena desapareció de su lado y Hugo no pudo preguntarle, no obstante el pensamiento de no perderla seguía en su mente y un grito de desesperación escapó de sus labios.
—¡No voy a perderla! ¡Me has oído!
Se montó en la moto furioso con Elena, consigo mismo, con el destino… Enroscó el puño a fondo y se marchó a toda velocidad.
No fue a su nueva casa, tampoco fue a casa de Bea.
Tras varios minutos a gran velocidad, salió de la ciudad y se dirigió al bosque. Paró la moto junto a la carretera y se adentró en él.
Anduvo un rato hasta que paró justo en el lugar que había visto en sus visiones. La roca de más de dos metros de altura se alzaba frente a él. Desde allí, según su primera visión, el brujo de ojos amarillos atacaría a las chicas pero todo se desvaneció antes de saber si las mataba o no. Días después tuvo otra en la que Bea yacía en sus brazos, todavía podía sentir el peso de su cuerpo.
Hugo se dio la vuelta y observó el lugar. Su mirada se quedó fija en el lugar exacto donde él abrazaba a Bea. Allí moriría. Tal vez sus primas se salvaran, pero ella no. Tenía que impedirlo. Pero, ¿cómo?
De pronto, le vino una idea a la mente. Quizá no fuera la mejor del mundo pero le serviría. Sabía que Bea no se lo tomaría demasiado bien al principio, pero después que entendiera sus motivos, se le pasaría, su amor era demasiado grande.
Regresó a la carretera, se subió a la Suzuki y se fue directo a su casa, tenía que ver cómo darle forma a su idea. Qué palabras utilizar para que ella comprendiera sus motivos para tomar aquella decisión.
Se pasó el día entero pensando en Bea y en cómo enfrentarse a ella. Eran las ocho de la tarde cuando llegó a su casa. Todavía conservaba la llave, así que no tuvo que llamar, entró directamente.
—Mira quien se digna en aparecer —espetó Bea fríamente desde el salón.
—Me gustaría hablar contigo.
—Así que pasamos una noche maravillosa, al menos maravillosa para mí, y desapareces.
—Solo ha sido un día.
—Bueno, no puedes culparme por acostumbrarme a verte a diario. Al menos podías haber llamado.
De acuerdo, pensó Hugo. En parte ella tenía razón y lo mejor era no contradecirla en estos momentos. No después del plan que tenía en marcha, plan que ella tendría que aceptar.
—Por qué no te compenso y te invito a cenar.
Bea hizo ademán de pensárselo y después asintió con la cabeza.
—Vale. Pero tendrá que ser un buen restaurante para que te perdone.
—No hay problema. —Beatriz ya se había dado la vuelta para arreglarse cuando él la cogió por el brazo y la atrajo hacia sí—. Por cierto, también fue una noche maravillosa para mí, la mejor de mi vida. —Selló sus palabras con un apasionado beso que la dejó sin respiración y con las piernas temblando.
Después, ya noche, ella yacía entre los brazos de Hugo completamente saciada. Tenía la mejilla apoyada en su torso y con la mano encima de su estómago iba dibujando círculos alrededor de su ombligo.
Un rayo de luna entró por la ventana e iluminó su rostro haciéndolo parecer de porcelana. Él le pasó un dedo por su mejilla, se inclinó y le besó la frente.
—¿Sabes? —comenzó a decir Hugo—. No deberías enfrentarte a ese brujo malvado.
Ella se incorporó rápidamente golpeándole el mentón en el proceso. Le miró a los ojos incrédula.
—Es mi deber.
—Hay más brujas por ahí, sueltas por el mundo. Podría hacerlo otra.
—¡No! Debemos ser nosotras, es un hechizo familiar y nadie más puede reforzarlo.
—Otra bruja encontraría el modo. Estoy seguro.
—Es nuestra misión y no vamos a fallar.
Hugo empezaba a impacientarse, Bea no entraba en razón.
—Supongo que también era misión de tu madre y murió. Yo no voy a dejarte morir.
—Entonces, lo que tienes que hacer es acompañarme una vez estemos casados. Nos podrás ayudar.
—No voy a casarme contigo.
Si las palabras que Hugo le había dicho antes la habían dejado incrédula, las de ahora la dejaron conmocionada. No podía creer lo que estaba diciendo. ¿No la amaba después de todo? Su corazón, frágil como el cristal, se rompió en pedacitos minúsculos. Hugo solo la quería en su cama, nada más. ¿Acaso no era su consorte? ¿Se había equivocado?
—Eso quiere decir que lo que hemos tenido no significa nada para ti.
—No, no he querido decir eso. ¿Cómo se te ocurre?
—Solo me querías para pasar un rato en la cama.
—No, claro que no. —Hugo empezó a alarmarse, ella lo estaba malinterpretando todo.
—¿Entonces?
—Yo te amo Bea. Te amo más de lo que puedas imaginar.
—¿Te sientes presionado? ¿Es eso? No hace falta que nos casemos ya, podemos esperar unos meses. No quiero que te agobies.
—No quiero perderte. Solo de pensarlo me pongo enfermo.
Esas palabras recompusieron su corazón por unos momentos destrozado. Bea le dedicó una sonrisa dulce mientras le acariciaba la mejilla.
—No vas a perderme. Y no pienses en esas cosas o no disfrutaremos el tiempo que estamos juntos.—Se acercó a él y le besó suavemente en los labios—. Cuando nos casemos…
Hugo la cogió entre sus brazos cortándole la respiración por la sorpresa. Se apoderó de sus labios en un beso en el que puso toda su pasión, toda su desesperación y por supuesto su amor y su alma.
—No voy a casarme contigo —susurró contra su boca.
Cuando ella fue consciente de lo que Hugo le había dicho, se aparató de él nuevamente y lo miró con los ojos como platos.
—Dices que me amas, que no quieres perderme y sin embargo no deseas casarte conmigo, no lo entiendo.
—No quiero que te enfrentes al Brujo Supremo.
—¿Y qué tiene eso…? —Las palabras murieron en su boca cuando al fin comprendió el motivo de Hugo—. No puedes hacerme esto.
—Si no me caso contigo, no obtendrás la totalidad de tu poder y no podrás enfrentarte a ese malvado brujo.
—¡Pero tengo que hacerlo! Ya te lo he explicado.
—Tu madre murió allí.
—¿Y mis primas? No lo lograrán sin mí.
—Sus futuros consortes no deberían dejarlas ir.
—¡Tú no eres nadie para decirnos lo que debemos o no hacer!
—Yo soy…
—¡No! —lo interrumpió ella para que no dijese la palabra que sabía emplearía—. No eres nadie.
Su voz sonó tan fría que heló la sangre de Hugo. Estaba enfadada, pensó él, muy enfadada de hecho. Se le pasaría. Su destino era estar juntos, cuando al fin comprendiera, le perdonaría.
Bea comenzó a vestirse a toda prisa. Intentó no llorar, él no se merecía ni una sola de sus lágrimas. Sabía cuál era su misión desde un principio. Incluso desde antes de estar juntos. No tenía ningún derecho a prohibirle nada. Y si no quería casarse con ella, pues muy bien, se buscaría otro consorte.
—¿A dónde vas?
—A mi casa y no quiero que vuelvas por allí.
—Bea sé que estas enfadada…
—No estoy enfadada, estoy furiosa. Me has hecho perder un tiempo precioso.
—No te entiendo.
—Tengo poco tiempo para buscar un consorte, uno que quiera casarse conmigo, por supuesto y he perdido mi tiempo pensando que eras tú. —Ella, que ya se había vestido por completo, se dirigía a la puerta—. Ahora tendré que seguir buscando y rápido.
—¿Pero qué tonterías estás diciendo? —Hugo también se había vestido y fue tras ella—. Yo soy tu consorte, el único que vas a tener.
—Está claro que no, si lo fueras te casarías conmigo.
—Y lo haré, pero no ahora. Cuando la batalla acabe.
—Cuando esa batalla acabe, es posible que estemos muertos o dominados por el hechizo de Lennox.
—Hay otras brujas…
—¡Y dale con otras brujas! No sigas por ahí Hugo.
—Tienes que entenderme. Te amo por encima de todo.
—No quiero escucharte más. Esta conversación se ha acabado.
Y con esas últimas palabras se marchó dejando a Hugo completamente abatido.