Capítulo 29

 

 

Ian salió a la calle seguido por David y Lidia. Miraron en todas las direcciones mientras sus poderes de brujos se agudizaban.

—Está cerca —dijo Lidia.

—Sí y está solo —sonrió Ian de forma burlona. Sería muy fácil atraparle y hacerle hablar.

—¿Y a qué esperamos? —dijo David sonriendo también.

Los tres brujos invocaron su poder y fueron a por el oscuro.

 

En la habitación de Ana, Bea se dispuso a echar a los hombres. Tenían que arreglar a la novia y ellos solo estorbaban.

—Diego, tú eres el primero que debe irse.

—No quiero dejarla en ese estado.

—La cuidaremos, no te preocupes.

—Las chicas saben lo que hacen —lo animó Hugo colocando un brazo sobre el hombro de Diego, ambos salieron del dormitorio.

Fer permaneció unos segundo más observando a la pelirroja, era una belleza explosiva a la que no podía dejar de mirar.

—¡Lárgate! —gritó Rebeca al tiempo que le guiñaba un ojo de forma coqueta.

Se dio la vuelta y se fue pensando que esa mujer era un sueño.

Una vez solas, Bea y Rebeca se pusieron manos a la obra. Llevaron a su prima hasta al cuarto de baño, la ayudaron a desvestirse y la obligaron a darse una ducha bien fría.

Lo primero que le arreglarían sería el peinado, Bea pidió unas pizzas mientras Rebeca comenzó a secarle el pelo. Comieron y seguidamente maquillaron a Ana, fue bastante costoso poder taparle las ojeras moradas que le había causado el disgusto.

—¡Es la hora del vestido! —bramó Rebeca entusiasmada.

El vestido lo consiguió a última hora gracias a un hechizo inocente, se decía Anabel, que lanzó a la dependienta para que le diera prioridad al arreglo. Tuvo que apañarse con uno del escaparate porque no había tiempo para hacérselo a medida.

Bea se lo pasó por la cabeza y Rebeca comenzó a abrocharle la infinidad de botones que llevaba a la espalda. Era un vestido blanco de seda, su falda sencilla pero voluminosa le daba cuerpo a la prenda. La parte de arriba estaba decorada con encajes y transparencias dándole un toque de fantasía.

—Estás preciosa, Ana —comentó Bea tratando de sacarle una sonrisa.

—Sería bueno que llamaras a Ian y te dijera si ha encontrado a mi padre.

—Ian y los del Consejo son eficientes, seguro que ya lo han rescatado. No te preocupes tanto.

—¡Es mi padre! Tengo derecho a preocuparme.

—Está bien, tranquila. —Miró a Rebeca—. Llama a Ian mientras le coloco el tocado.

—Siempre me toca a mí hablar con ese… ese… arrogante —musitó.

—Te he oído, hazlo y no te quejes —ordenó Bea.

Rebeca buscó «Brujo prepotente» en la agenda de su móvil y pulsó el botón verde.

—¿Pasó algo? —contestó de inmediato.

—Ana no quiere terminar de arreglarse hasta saber cómo van las cosas.

—Todo va bien, ya sabemos dónde está y nos dirigimos allí.

—Vale, no tardéis. —Y colgó sin esperar respuesta.

—¿Y bien? ¿Qué ha dicho? —Ana estaba impaciente por saber.

—Que ya localizaron a tu padre y van por él. Ahora debes acabar de vestirte.

—¿Y si algo sale mal?

—Nada va a salir mal, ten fe.

Sonó el timbre y Juan y Martín aparecieron en el umbral cuando Rebeca abrió. Esta les contó lo que le había pasado a su tío Rubén y rogaron para que nada le sucediera, para que la boda se pudiese realizar felizmente.

 

A las afueras de la ciudad, en una casa ruinosa se libraba una batalla. Los discípulos de Lennox eran muy numerosos, más de lo que Ian había supuesto. Los hechizos volaban de un bando a otro sin control. David y Lidia habían juntado sus poderes para lanzar hechizos más poderosos. A Ian lo había alcanzado un rayo de luz oscura en su pierna derecha, la quemadura le impedía concentrarse.

—¡Ian! ¿Estás bien? —gritó David por encima del estruendo que provocaban los hechizos.

—¡No os separéis! Son muchos —les ordenó.

—¿Y tú? —Lidia se preocupó por Ian, era el más poderoso de los tres pero eso no significaba que fuera invencible.

—¡Puedo aguantar!

Tres le estaban atacando a la vez, su onda protectora logró desviar todos los rayos pero la pierna empezaba a dolerle demasiado, debía de tener una quemadura profunda. Si seguía así se desmayaría y entonces sus enemigos acabarían con él. No podía consentirlo. Sacó fuerzas de donde creyó que no tenía y un gran haz de luz alcanzó a sus atacantes derribando a dos de ellos. Ian cayó de rodillas por el esfuerzo, cosa que aprovechó un tercero para inmovilizarle, se acercó a él y sacó una daga de acero.

—¡Ian! —gritó Lidia separándose de su compañero y corriendo hacía él.

 

Anabel ya había llegado a la iglesia, Diego la esperaba frente al altar acompañado por Hugo y Fer.

—Puedo entrarte si quieres —se ofreció Juan.

—No, esperaré a mi padre —contestó Ana.

Martín y Juan se miraban con preocupación, las dos primas también lo hacían. ¿Por qué tardaban tanto? La última noticia que recibieron fue que ya tenían localizado a tío Rubén, de eso ya hacía varias horas, debían haber llegado.

Llevaban diez minutos de retraso, Diego caminaba de un lado a otro nervioso, si Rubén no aparecía perdería a Ana. No había sido consciente de cuánto deseaba tenerla por esposa hasta este preciso instante.

Fuera de la iglesia Ana se desesperaba. No era posible que no hubiesen regresado ya. ¿Y si descubrieron a los brujos del Consejo antes que pudieran acercase lo suficiente para rescatar a su padre? Le matarían, la amenaza había sido muy clara.

—¿Qué habrá pasado?

—Tranquila, Ana.

—No puedo. Llama a Ian, por favor.

Rebeca sacó su móvil rápidamente, por su prima llamaría a ese estúpido. Fue hasta el botón de las últimas llamadas y pulsó el verde. Se colocó el teléfono en la oreja y… «apagado o fuera de cobertura». No podía ser, cómo se lo decía a su prima ahora.

—¿No lo coge? —preguntó Ana.

Rebeca contestó negando con la cabeza, no era capaz de decirle que no tenía señal.

Tras unos inquietantes minutos, un sentimiento familiar invadió a Anabel, era como… hogareño. Giró en redondo para mirar en todas direcciones pero no vio nada, entonces clavó sus ojos en la esquina de la derecha. Por fin aparecían, ahí estaban. Su padre venía acompañado de David y Lidia, se le veía bastante desaliñado pero vivo, estaba vivo y a su lado.

Cuando llegó hasta ella, Rubén la abrazó fuertemente, le dio dos besos en la cara y sonrió feliz por su hija.

—Estás preciosa.

—Oh papá, estaba tan preocupada.

—Lo sé, pero un novio te espera ahí dentro —dijo señalando la puerta de la iglesia y restando importancia a todo lo ocurrido las últimas horas.

—Quiero que tú me lleves hasta el altar.

—Cariño, ¿has visto cómo voy?

—No me importa.

Rubén le dedicó una ancha sonrisa, la tomó del brazo y juntos caminaron hacia el altar.

Rebeca miró a Lidia y a David con signo interrogante, faltaba uno.

Ian resultó herido, le dejamos en casa de Ana antes de venir aquí.

¿Es grave?

No, fue en la pierna y no podía caminar. Pero se pondrá bien.

Tanto Beatriz como Rebeca soltaron el aire que habían retenido al no ver a Ian con ellos y entraron en la iglesia detrás de la novia.

El alivio que sintió Diego al ver entrar a Ana se diluyó rápidamente para dar paso a los nervios. Iba a casarse, ahora, en este momento y no había avisado ni a sus padres. En cuanto su mujer cumpliese con su misión, le propondría viajar hasta Mallorca y presentarla.

El sacerdote comenzó con el rito católico diciendo las palabras «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». La ceremonia transcurrió de forma normal, ambos leyeron sus votos, intercambiaron los anillos y las arras, el cura les habló sobre la vida que comenzarían juntos y al final llegaron las palabras «marido y mujer», entonces Diego se inclinó y la beso.

Ana notó un hormigueo por todo su cuerpo, un poder inmenso la estaba invadiendo, jamás había vivido algo parecido. Ese poder la hizo sentirse segura de sí misma, más atractiva y deseable para su consorte. Ella, animada por esos sentimientos, intensificó el beso devorando a su pareja, labios y lengua se juntaron y la excitación le fue creciendo por dentro.

—Ejem, ejem —carraspeó el sacerdote que había enrojecido al ver la pasión de la pareja que acaba de casar.

Ana se separó de Diego con un gesto de «¡ahí va!» pero no enrojeció como habría hecho antes de su boda.

Diego, por su parte, estaba totalmente confuso por el asedio de su mujer y el resto de los presentes estallaron en carcajadas.