Capítulo 23

 

 

Tras conocer a los brujos enviados por el Consejo, las chicas se volvieron a encerrar en casa de Bea. Analizaron toda la información que les habían dado. En verdad había sido muy valiosa. Conocer mejor a su enemigo y sus seguidores podría ayudarlas a la hora de enfrentarse a ellos.

—Hola chicas, ¿qué alboroto lleváis? —saludó Hugo que recién llegaba del trabajo.

—No te vas a creer lo que nos ha pasado —le dijo Bea y le contó el encuentro con los tres brujos, la existencia de un Consejo de Brujos y todo lo demás.

—Nunca los he visto en mis visiones.

—Quizá no aparecieron en tu campo visual.

—Tal vez, ¿estáis seguras de que son de fiar?

—Yo no —contestó Rebeca de manera tajante.

—No hagas caso de Rebeca, tuvo discrepancias con uno de ellos —replicó Bea.

—Ahora mismo sería genial que Elena o Sofía aparecieran —comentó Hugo mirando a todas partes por si acaso los espíritus le obedecían, aunque lo dudaba pues siempre hacían lo que querían.

—¿Ha habido suerte?

—No.

—Cuando menos te lo esperes seguro que aparece.

«Escúchalos.»

Hugo escuchó la voz de Sofía a su espalda y se giró rápidamente.

—Al fin apareces. ¿A quiénes hay que escuchar?

—¿Es mi madre? —preguntó Anabel.

—Sí.

«Escúchalos.»

—Podrías especificar un poco más —comentó al espíritu sabiendo que no le haría ningún caso.

—¿Qué está diciendo? —quiso saber Ana.

—Ha dicho «escúchalos», y nada más.

—Seguramente se refiere a los brujos que acabamos de conocer.

—¿Tú crees?

—Puede ser aunque ya les hemos escuchado. Quizá quiere que les presentemos más atención —intervino Bea.

«Confiad en ellos.»

—Estás hablando de los brujos de esta tarde ¿verdad?

«Confiad en ellos, os ayudarán.»

—De acuerdo, lo haremos.

Sin más, el fantasma de Sofía desapareció ante sus ojos.

—¿Y bien? ¿Qué ha dicho? —Ana estaba ansiosa por saber en qué estaba de acuerdo.

—Quiere que confiemos en esos brujos, que nos van a ayudar.

—Entonces no estábamos equivocadas al aceptar hablar con ellos.

—Hemos hecho bien —corroboró Bea.

—Yo no estoy tan segura. —Rebeca insistía en su desconfianza.

—Vamos Rebe, si mi madre ha mandado ese mensaje debemos creerlo.

—Nuestras madres murieron porque ese Consejo las abandonó.

—De los errores del pasado se aprende. Con ellos de nuestro lado, nuestra victoria está asegurada.

—Ana tiene razón y solo tendrás que soportarlos unos meses. —Bea trató de convencerla.

—Es a ese Ian a quien no aguanto.

—Le verás de vez en cuando, tampoco vas a casarte con él —sonrió Ana.

—Ni en un millón de años.

 

Tras convencer a Rebeca para que aceptara la ayuda de los tres brujos enviados, se marchó a casa. El sol ya se estaba poniendo y el rugido de las tripas le recordó que no había comido nada en toda la tarde.

Su casa estaba a solo cuatro manzanas de la de Bea y Hugo así que en pocos minutos llegó. Antes de cruzar la última calle lo sintió, Diego había vuelto. Se giró para buscarle con la mirada, pensando que estaría escondido en alguna esquina como las otras veces, pero no, estaba de pie frente a ella.

—Te estaba esperando.

—Hola Diego —sonrió.

—¿Estabas con tus primas?

—Sí, nos ha pasado algo increíble.

—¿Acaso hay algo increíble para vosotras?

—No empieces, por favor —dijo al tiempo que se le borraba la sonrisa de su rostro.

Con aquella pregunta mató la ilusión que había sentido al encontrarle allí y querer contarle lo que había sucedido.

Diego advirtió como una sombra cubría el brillo de sus ojos. Maldita sea, se dijo. ¿Por qué había dicho esa estupidez? Quería volver a ver ese brillo y esa sonrisa.

—Lo siento, me cuesta aceptarlo.

—Tal vez nunca lo hagas.

—Yo… después de cómo me habéis ayudado, quiero creer en ti, en tus primas y en lo que hacéis.

—¿Crees que algún día lo conseguirás? Porque si no es así es mejor que te vayas y no vuelvas. —Ana sabía que aquello era imposible pero pensó que si le presionaba quizá cediera.

—No puedo alejarme de ti. Lo he intentado y no puedo.

—Y por eso piensas que te he embrujado.

—Lo pensaba.

—¿Seguro? Pues piensa en esto: si yo te lanzase un hechizo para que estuvieses conmigo, lo estarías sin cuestionarte el por qué. No me harías preguntas, solo me amarías sin más y no me tendrías en este estado de frustración.

Eso tenía sentido, pensó Diego. Era un estúpido, Ana le estaba diciendo la verdad, era una bruja buena que solo ayudaba a la gente de vez en cuando. Le estaba haciendo daño con sus dudas y él deseaba verla feliz, hacerla feliz.

—Ana… quiero verte sonreír.

Aquella frase le sacó una sonrisa pero triste, no llegaba hasta sus ojos.

—Solo te pediré una cosa, confía en mí.

—De acuerdo, lo haré. —Ambos se quedaron mirándose largos minutos. Tratando de leer en la mirada del otro, de entender algo, una pista de lo que debían hacer.

—Tengo hambre, ¿quieres entrar? Creo que mi padre iba a hacer pizza —lo invitó.

—¿Y si paseamos y te invito yo a esa pizza?

—Está bien. Espera que le diga a mi padre que cenaré fuera.

Diego asintió y se apoyó en una farola mientras la veía cruzar la calle y entrar en su casa. ¿Quién le iba a decir un año atrás que se enamoraría de una bruja? Era impensable pero había sucedido. Si la atacaba solo conseguiría hacerle daño y hacérselo a él mismo. Como en todas las comunidades hay gente buena y mala y tenía que aceptar que su hermano topó con una bruja mala y él con la buena.

Una brisa fresca azotó su cara, cerró los ojos y un aroma a flores de azahar le hizo inhalar profundamente queriendo más de ese perfume. Al volver a abrirlos descubrió que Ana ya había salido y se acercaba a pasos tranquilos hacia él. La brisa volvía y el aroma se hacía más intenso. Era el aroma particular de ella. Puede que Ana no le lanzase ningún hechizo pero sin duda lo tenía hechizado. La deseaba, la amaba.

—Ya estoy lista —dijo una vez llegó hasta él.

—¿Qué colonia usas?

—La que me suelen regalar por mi cumpleaños, no soy delicada. Hoy ni siquiera me eché. —Al ver su cara de confusión añadió—: ¿Pasa algo?

—No, es que… cuando estoy cerca de ti huelo a flores y hoy me di cuenta que eras tú.

—¿Ah, sí? —soltó extrañada. —¿Y a qué flor huelo?

—Azahar.

Ella no pudo más que soltar una carcajada. No estaba segura de lo que eso significaba pero tendría que ver con que él fuera su consorte. Jamás nadie le había olido a nada y mucho menos a flores. Iba a tener que contárselo pronto antes de que pasaran más cosas raras y Diego sospechase lo que no era.

—Vamos. —Ana le ofreció la mano y Diego la tomó sin vacilar.

—Te has reído de mí.

—No, es que… eres el primer hombre que me dice algo así.

A Diego le costaba creer que nadie le hubiese dicho lo bien que olía. Seguramente le habrían soltado piropos mucho mejores.

Caminaron en silencio durante varias manzanas hasta que llegaron a la pizzería. Diego soltó la mano de Ana para adelantarse y abrir la puerta, después con un gesto caballeroso la invitó a pasar primero. Ella no pudo dejar de sonreír en su interior, los hombres que les abren la puerta a las mujeres estaban en peligro de extinción.

Se sentaron en una de mesas en el centro del local, Ana pidió una de tres quesos y Diego de barbacoa. Mientras esperaba, quiso volver al tema que ella había intentado sacar y él había cortado con una impertinencia.

—¿Qué es eso tan increíble que os ha pasado?

Ana abrió mucho los ojos por la sorpresa, no esperaba que le interesase nada de lo que le había pasado si tenía que ver con sus primas brujas.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí. —Al verla dudar soltó—: Antes, he sido un idiota, discúlpame.

—No, no eres un idiota. —Ella se apiadó de él—. Entiendo que sea difícil para ti. Yo he vivido toda la vida con la magia, para mí es lo más normal del mundo y una parte muy importante de mi vida.

—Lo sé.

—Me gustaría compartir contigo mi mundo, mi magia… si tú quieres.

—Por supuesto que quiero y si vuelvo a decirte idioteces como la de antes, por favor, dame una patada en el culo.

Ana rio a carcajadas tras aquella declaración.

—Te tomo la palabra.

—Entonces, ¿me lo cuentas?

—Voy. Estábamos en casa de Bea y Hugo cuando hemos advertido que había tres personas observando la casa.

—¿Eran esos oscuros que os quieren hacer daño?

—No, eran tres brujos enviados por el Consejo de Brujos. Ha sido increíble porque hasta esta mañana no sabíamos que existía un consejo.

—Ha debido de impactaros, ¿qué querían?

—Ellos están al corriente del hechizo que debemos reforzar y quieren ayudarnos.

—¿Crees que son de confianza? —A Diego no le hizo ninguna gracia la aparición de unos desconocidos que bien podrían ser como la bruja que mató a su hermano.

—Sí, no he sentido nada oscuro en ellos y Bea tampoco. Además, nos hablaron de nuestras madres.

Ana le contó sobre su madre y sus tías y como estos brujos no deseaban que la historia se repitiera. Diego sintió que la sangre se le helaba, en ningún momento creyó que ella pudiera morir y pensar en esa posibilidad lo enfermaba.

—¿Es imprescindible que luches contra ese brujo?

—Solo nosotras podemos reforzar el hechizo.

—Pero si esos brujos que han aparecido van a ayudaros, podrían hacerlo ellos sin que tú te involucres.

—Te estás comportando como Hugo —sonrió tras decir aquel pensamiento en voz alta. Por un lado le alegraba inmensamente que quisiera protegerla pero por el otro temía lo que pudiera hacer.

—Hugo tampoco quiere que tu prima se enfrente a esos oscuros, ¿verdad?

—Sí, pero ya ha comprendido que es nuestro deber.

—Es difícil aceptar que la persona que amas… —Diego calló al instante, no había querido pronunciar esa palabra.

—¿Me amas? —Conociendo que era su consorte sabía que tarde o temprano le confesaría su amor, pero lo que ella más ansiaba era su confianza.

—Bueno… yo… quizá me he precipitado un poco. Es demasiado pronto para sentir algo tan fuerte. —A pesar de la negativa que indicaban sus palabras, ese sentimiento intenso y fuerte se había clavado en su alma.

—Y si yo te dijera que las brujas tenemos a alguien destinado para nosotras y cuando lo conocemos ninguno de los dos puede volver a estar con otra persona diferente, ¿me creerías?

—Mucha gente cree en el destino y las almas gemelas.

—Esto es distinto. Cuando se conocen, por más que lo intenten, no podrán volver a separarse.

—¿Brujería?

—No, es parte de nuestra naturaleza.

—A ver si te entiendo, ¿me estás diciendo que tú y yo estamos destinados? ¿Es esa fuerza la que me atrae a ti aunque no quiera?

—Sí.