Capítulo 35

 

 

Hacía demasiado tiempo que los oscuros no daban señales de vida pero sabía que estaban latentes, a la espera o quizá vigilándolas a cierta distancia para no ser detectados. Se sentía muy nerviosa y no era porque la boda fuera mañana sino porque algo malo iba a pasar. La opresión en el pecho se hacía cada vez más fuerte, por primera vez sentía miedo por una persona ajena a su familia. Los oscuros habían atacado a los consortes de sus primas antes de casarse, ¿lo harían también con Ian? Él era mucho más poderoso que ella, eso era un alivio, no obstante rescatando a su tío le hirieron. Ese era el problema de Ian, hacerse el héroe.

—Es normal que estés nerviosa, intenta estar tranquila —la aconsejó Anabel—, todo irá genial.

—No es por la boda, tengo una opresión en el pecho, algo malo va a pasar.

—Estás a escasas horas del «sí, quiero». Los oscuros no podrán con nosotras.

—Estoy asustada.

—Las tres lo estamos, sabes que es nuestra misión, somos las únicas que podemos hacerlo —le recordó Bea.

—Lo sé, nunca antes me había sentido así.

—En cuanto seas una bruja completa te sentirás más segura.

—Eso espero, chicas. —Se quedó pensativa unos segundos—. ¿Ian también será un brujo completo?

—Supongo, ¿no le has preguntado?

—No hemos tenido mucho tiempo para hablar y no se me ha ocurrido.

—Mañana lo averiguaremos.

—Ah, Lidia llamó para informarte de que David y ella han alquilado otro piso.

—Qué suerte, así tendréis intimidad —comentó Ana pensando en que ella y Diego vivían con su padre, al menos por el momento.

—Me encanta el color del vestido —observó Bea.

—No es el típico —corroboró Ana.

Rebeca volvió la vista a su traje de novia que colgaba de la lámpara para que no se arrugara, había sido una suerte encontrarlo en tan poco tiempo. Tenía un corte de sirena, finos tirantes que servían más de adorno que para sujetar el vestido. Dos hileras de pedrería se entrecruzaban a la altura del pecho y su color era plateado.

 

Llegó el viernes, a mediodía se celebraría la boda en el ayuntamiento, más adelante ya lo harían por la iglesia. El peluquero y la maquilladora ya habían acabado su trabajo y solo faltaban Ana y Bea para poner rumbo al ayuntamiento.

Mientras esperaba mirándose en el espejo, su padre entró con un paquete en las manos.

—Tus primas ya lo tienen y este es para ti.

Ella ya sabía lo que era porque Bea y Ana le habían enseñados los suyos. Aun así estaba ansiosa por destaparlo y poseer algo que fue tan importante para su madre, era su legado.

Tomó el paquete y lo abrió con las manos temblorosas. Sacó primero la capa, la sacudió y la abrazó tratando de oler a su madre, de sentirla aunque fuera un poco. Después cogió el medallón y lo acarició como si fuese de porcelana.

—Gracias, papá.

A los pocos minutos llegaron Bea y Hugo junto a Anabel y Diego. Las dos parejas querían llevar a la novia así que tuvieron que echarlo a suertes. Finalmente ganó Bea y se subieron al Toyota que conducía Hugo. En el asiento de atrás acompañándola iban su padre y Juan.

—Vamos bien de tiempo —apuntó el conductor.

A pesar de las palabras de sus primas y de que llegaría a la hora, seguía con ese nudo en el estómago y la presión en su pecho.

Estaban a dos manzanas de su destino cuando una sensación maligna hizo que se erizara todo su cuerpo. Estaban aquí, iban a atacar.

Antes de poder asimilarlo y avisar a Bea, un poder sobrenatural frenó el coche en seco haciendo que se golpeara de forma violenta contra el asiento de delante.

—Vienen por Rebeca —apuntó Beatriz.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Hugo.

Juan y Martín afirmaron estar bien mientras Rebeca se tocaba la frente donde se había llevado el mayor golpe. Por la ventanilla vio como varios hombres se acercaban a ellos mientras movían sus manos formando círculos invisibles.

—¡Hugo, arranca! —gritó su mujer al verlos también.

—¡No puedo, no funciona!

—¡Estrella de la noche haz que arranque el coche! —Rebeca lanzó su conjuro de inmediato.

—Sigue sin funcionar —contestó Hugo—, salgamos del coche.

—El hechizo de los oscuros es muy fuerte, las puertas no se abren —dijo Bea.

Ambas primas comenzaron a recitar sus hechizos juntas y lograr al menos salir de aquella muerte segura.

Una bola de luz comenzó a formarse entre las dos brujas cuando los cristales de las ventanillas estallaron en mil pedazos. La luz desapareció al tiempo que todos los ocupantes del vehículo se cubrían la cabeza. Aun así, Juan y Martín recibieron los trozos de varios cristales en la cara y la sangre comenzó a brotar de sus heridas.

—¡Papá! ¡Tío Juan! —El miedo que sintió Rebeca le impidió volver a intentar hacer magia. ¿Cómo habían llegado hasta esta situación sin haberse dado cuenta?

En cuestión de segundos, una onda de poder impactó contra ellos y provocó que el coche volcara quedando de lado sobre la calzada. Los gritos en el interior cesaron de golpe.

—¡Joder! —exclamó Ian al percibir, de pronto, que su consorte estaba en peligro.

—¿Qué pasa? ¿Te arrepentiste? —bromeó David sin ser consciente de la gravedad de la situación.

—Es Rebeca. ¡Vamos!

Los tres brujos del Consejo, que esperaban en la puerta del ayuntamiento a que llegara la novia, corrieron como si les persiguiese el mismísimo demonio. Ian siguió el instinto que lo llevaba hasta su mujer y avanzaron dos manzanas más hasta que la encontró. Paró en seco mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta.

—¡No! ¡Rebeca! —Las palabras de Ian fueron acompañadas por un rayo de luz azulada que derribó al brujo que acababa de volcar el coche.

Lidia y David hicieron lo propio y se encargaron de los otros dos brujos oscuros. Ian fue rápidamente hacia el vehículo.

—¡Rebeca, Rebeca! —Se subió y tiró de la puerta para abrirla pero estaba encajada.

—Ian, ¿eres tú? —musitó Bea.

—Sí, os sacaré de ahí. ¡Lidia llama a la ambulancia!

Ian movió sus manos formando un círculo de energía invisible que hizo que el coche se enderezara lentamente. Una vez que las cuatro ruedas ya tocaban la calzada, Ian volvió a mover sus manos y esta vez abrió una de las puertas.

—¡Rebeca! —Solo podía pensar en ella.

David estaba junto a su compañero para ayudarle a sacar a los heridos. Lidia ya había avisado a los servicios de emergencias.

Hugo consiguió salir por su propio pie y le dio la mano a su mujer para ayudarla, ambos estaban magullados pero bien.

En la parte de atrás Juan, Martín y Rebeca seguían inconscientes.

—Es mejor que no los muevas hasta que llegue la ambulancia —aconsejó David a Ian que estaba desesperado por saber cómo estaba su consorte.

—Rebeca… —susurró mientras la miraba desconsolado.

Esto no podía estar pasando, al fin había encontrado a su alma gemela, su compañera para toda la vida y no podía perderla. ¿Cómo no había sospechado que algo así podía pasar? Todos daban por hecho que los oscuros atacarían a los hombres, pero en este caso había sido a ella. ¿Sería quizá por qué sabían que él era más fuerte? Había sido demasiado confiado y estas eran las consecuencias.

Al tiempo que oían las sirenas, Juan recuperó la conciencia y salió sin ayuda de nadie. Tenía la cara ensangrentada y cojeaba de un pie. Bea corrió hasta su padre y lo abrazó aliviada de verle bien.

Ian los miraba embobado deseando que hubiera sido Rebeca la que saliese bien y ser él el que corriese a su encuentro y la abrazara.

David colocó su mano en el hombro de su compañero sabiendo lo que estaba pensando en ese momento, tratando de darle ánimos y su apoyo incondicional.