Capítulo 39
El grito que escapó de la garganta de Hugo alertó a las brujas que cesaron en su hechizo y se giraron para descubrir a Ian en el suelo.
Rebeca agrandó los ojos y corrió hasta su consorte.
—¡Ian! ¡No!
En ese instante se desató el caos, comenzaron a aparecer los discípulos de Lennox de todas partes, decenas de brujos oscuros. Los anteriores encontronazos no eran nada comparado con esto. Diego empuñó su arma y se defendió como nunca había imaginado. Hugo hizo lo mismo utilizando los puños y las piernas también.
Fer se quedó paralizado, no daba crédito a lo que veía. Había intentado prepararse psicológicamente para esta batalla mágica pero su imaginación se había quedado corta con lo que estaba viendo en la realidad. Advirtió que al otro lado Lidia peleaba con tres brujos así que agarró fuertemente su daga y corrió a ayudarla.
Los hechizos volaban como haces de luz de un lado al otro del claro.
—Luz de la mañana.
—Lucero de la tarde.
Faltaba Rebeca para poder invocar la Luz Divina de nuevo, así pues las dos primas se dedicaron a defenderse de los oscuros. Mientras tanto, la pelirroja tomaba a su consorte en brazos. Localizó la herida, era una intensa quemadura en su hombro izquierdo.
—¡Ian, despierta! —lo zarandeó ligeramente—. La herida está en tu hombro, te pondrás bien—. Posó sus manos sobre él y al fin abrió los ojos.
—Rebeca, no hay tiempo que perder —jadeó al tiempo que trataba de incorporarse—. Debéis reuniros otra vez y volver a intentarlo.
—Tienes razón, se acaba el tiempo.
—Ve con tus primas, yo te cubro.
—¿Pero estás bien?
—Recuerda que soy el más poderoso —sonrió para darle tranquilidad.
Le devolvió la sonrisa y buscó con la mirada a sus compañeras de infancia y conjuros. Las vio luchando a unos metros de ella.
—¡Bea! ¡Ana! —gritó sus nombres.
Ambas se giraron mientras seguían lanzando hechizos a un lado y a otro para evitar que se acercasen. Rebeca se reunió con ellas.
—¿Cómo está Ian? —se interesó Beatriz.
—Se pondrá bien, debemos reagruparnos.
—Son muchos, no podremos —dijo Ana angustiada al tiempo que varias ondas de energía despedían a los oscuros hacia atrás.
—Si no lo hacemos, Lennox quedará libre.
Ana fue alcanzada en una pierna, el terrible dolor la hizo caer de rodillas. Rebeca se agachó rápidamente para ayudarla.
—Estrella de la noche. —El brujo que venía por su prima voló hacia atrás golpeándose con el tronco de un árbol. Le dio la mano a Ana—. Aguanta, tenemos que aguantar.
Fernando también fue herido, le vieron caer al suelo pero nadie pudo acercarse, todos estaban demasiado ocupados defendiendo sus propias vidas.
—¡Estamos perdiendo! —bramó Ian—. ¡No podemos permitirlo!
De pronto, una intensa luz roja apareció sobre ellos. Vieron como los oscuros retrocedían lentamente. Las brujas como hipnotizadas miraban hacia arriba. Todo ocurría demasiado aprisa, no tuvieron tiempo para pensar qué estaba pasando cuando un destello cegó sus ojos y una onda expansiva las tiró hacia atrás.
Frente al claro, de pie sobre una roca se hallaba Lennox. Vestía una túnica negra, un capuchón ocultaba parte de su rostro. Sus ojos resaltaban en la oscuridad, amarillos, brillantes, sus labios eran morados y su tez blanquecina.
—Al fin libre —gruñó.
—No por mucho tiempo —replicó Bea levantándose y animando a sus primas.
Envalentonada, Bea caminaba hacia el centro del claro seguida por Ana y Rebeca, mientras Lennox levantó sus manos con las palmas abiertas, la oscuridad se transformó en luz cuando decenas de relámpagos iluminaron el firmamento. Lennox los atrapó con ambas manos y se los lanzó a las chicas.
Bea recibió uno de ellos en el pecho y se desplomó ante los atónitos ojos de su consorte.
«Lanza la daga.»
El espíritu de Elena apareció junto a Hugo y este obedeció sin vacilar. La daga voló atravesando el claro y clavándose en una de las manos del brujo con ojos amarillos antes de que rematara a su mujer.
Ana y Rebeca se inclinaron sobre su prima, intentaron reanimarla. David, Lidia e Ian las rodearon para protegerlas, el malvado brujo había sido liberado pero eso no significaba que no pudieran encerrarlo de nuevo.
—Bea, es el momento. Lennox está herido —la animó Rebeca para que se levantara.
Lennox se arrancó la daga de la mano y se la lanzó a Hugo que estaba distraído mirando a su esposa.
Fernando, un poco recuperado, advirtió el peligro y se arrojó sobre su hermano. Los dos cayeron al suelo pasando el arma a escasos centímetros de sus cabezas.
Ayudada por sus primas, Bea logró ponerse en pie. Las tres unieron sus manos formando un círculo y comenzaron de nuevo su invocación.
—Luz de la mañana.
—Lucero de la tarde.
—Estrella de la noche.
«Entretened a Lennox.»
El espectro de Sofía también apareció. Hugo buscó a Ian con la mirada, lo encontró luchando a base de magia y puños cerca de las chicas.
—¡Ian! —lo llamó mientras corría hacia él.
—¡Estoy un poco ocupado!
—Hay que entretener a Lennox, ellas ya están preparadas.
Ian miró de reojo, las vio formando un círculo y una luz brillante y azulada comenzaba a aparecer en medio. Levantó una mano y pudo conjurar una onda de energía que derribó a su contrincante.
—Bien, vamos por él —contestó Ian—. ¡Lidia, David! Cubrid a las chicas.
Ian y Hugo se pusieron entre Lennox y las brujas. Fer y Diego vieron lo que sus compañeros trataban de hacer y se unieron a ellos.
Lennox sonrió malévolamente alzando las manos y atrapando los relámpagos que iluminaban el cielo.
Los discípulos, temiendo por su maestro, corrieron a defenderlo. Ian fue el primero en atacar a Lennox con un haz de magia pero el brujo lo detuvo con una sola mano.
A sus espaldas, las primas seguían con su ritual, una luz azulada había comenzado a aparecer entre ellas y cada vez se hacía más grande y más intensa.
—Te invocamos Luz Divina para que atrapes a la oscuridad por toda la eternidad.
La luz se transformó en una esfera gigante que se alzaba por encima de sus cabezas. Lennox agrandó los ojos al verlo y gritó a sus discípulos:
—¡Matadlas!
La desesperación del brujo le hizo perder la concentración y uno de los ataques de Ian impactó contra él haciéndolo caer de espaldas. Diego aprovechó que estaba en el suelo para acercarse y asestarle un fuerte golpe en la cara con la empuñadura de la daga.
David y Lidia se encargaron de que ningún oscuro se acercase a las chicas, luchaban hasta casi desfallecer.
Las primas movieron sus manos y la esfera se dirigió hacia el malvado que seguía aturdido en el suelo.
—Luz Divina atrapa el mal por siempre jamás.
—¡No! —gritó Lennox cubriéndose la cara con las manos al tiempo que la esfera bajaba sobre él quedando atrapado en su interior.
Seguidamente se elevó unos cinco metros, giró sobre su eje y desapareció encarcelando al brujo en otra dimensión.
Los discípulos oscuros que quedaban en pie huyeron despavoridos al ver derrotado a su maestro. Las brujas, agotadas, dejaron caer sus brazos a los lados. Bea, que había abusado de sus fuerzas, cerró los ojos y se desplomó.
—¡Bea! —Hugo corrió hasta ella, la tomó en sus brazos y acarició su rostro—. Cariño, ya todo acabó. No me dejes —suplicó con lágrimas en sus ojos.