Capítulo 15

 

 

Su vida se estaba convirtiendo en un infierno, pensó Bea. La idea de buscarse un nuevo consorte había sido pésima, una auténtica estupidez, ella ya lo sabía. Hugo era el único hombre al que amaría y él también la amaba ella. Si había salido por ahí a buscarse otro, había sido solamente por despecho, por venganza o simplemente esperaba hacerle recapacitar.

Tenía que reconocer que el día en que se habían encontrado en el cine, Hugo parecía bastante desesperado. Ella pensó que ya tenía la batalla ganada y él se presentaría en su casa al día siguiente como mucho. Sin embargo, no había sido así.

Esta táctica había sido un error, no funcionaba. ¿Qué podría hacer para convencer a Hugo de que le propusiese matrimonio? Debía salir a buscarle, iría a su casa y hablaría con él. Tal vez en esta ocasión tuviese más suerte que en las anteriores.

Bea miró su reloj de pulsera, las seis. En dos horas Hugo saldría de trabajar, tenía tiempo de darse una ducha y ponerse guapa. O más bien… sexy, que viera lo que se estaba perdiendo. Aquello podía convertirse en un arma de doble filo pero tenía que intentarlo. Ese hombre era un cabezota.

 

Había aparcado su todoterreno a una calle de la casa de Hugo. Iba caminando por la acera, cuando sintió el mal. Todos sus sentidos de bruja se pusieron en alerta. Estaba en algún lado, muy cerca de ella. Observó a su derecha, a su izquierda y a su espalda. Nada, no había nadie pero sabía que estaba allí.

Cuando dio media vuelta para continuar andando, lo encontró parado frente a ella. Iba vestido con una toga negra y una capucha le tapaba parcialmente el rostro. El brujo alzó un poco la cabeza y pudo ver sus ojos. Unos ojos negros, malévolos. Unos ojos que ya había visto con anterioridad. Era el hombre que la miró en el cine hacía semanas.

Estaba a punto de atacarle con uno de sus hechizos cuando el brujo habló.

—Tu vida a cambio de la suya. Tú eliges —propuso con una sonrisa triunfal.

Casi se le para el corazón al escuchar esas palabras. Sabía perfectamente lo que significaban. Los discípulos de Lennox tenían a Hugo en su poder y la querían a ella.

«Luz de la mañana envía tu poder para que mis primas me ayuden a vencer.»

Bea esperaba que su hechizo silencioso llegase lo antes posible hasta sus primas. Las necesitaba para salvar a Hugo. Esperaba también que recordasen cómo seguir su rastro. Eran unas brujas algo novatas en su lucha con los seres oscuros pero habían estudiado mucho el Libro de los Hechizos. Era el momento de poner en práctica toda esa teoría.

—De acuerdo —respondió ella—. Suéltalo.

—Ven conmigo.

—Antes garantízame que le dejarás libre.

—¡Que un rayo caído del cielo atraviese mi corazón, si mi palabra te causa traición! —juró el encapuchado con las manos alzadas al cielo.

Bea sabía que el hechizo del brujo oscuro se cumpliría si la traicionaba. Sin embargo, no podía fiarse del todo. No se debía confiar en la palabra de ningún oscuro porque existían formas de engañar un juramento. No obstante, decidió ir, no tenía otra alternativa. Confiaba en que sus primas no tardarían en llegar hasta ella y entre las tres lograrían vencer.

Alzando la cabeza, dio un paso firme hacia delante. El oscuro supo que iría con ella y sonrió con malvada satisfacción.

Antes de que Bea pudiese advertir lo que iba a pasar,  alguien se acercó por detrás y le colocó una capucha negra en la cabeza. La sujetaron por los brazos y sin ninguna ceremonia, la empujaron dentro de un vehículo.

Ella podría haber luchado, podría haberse resistido pero no lo hizo. Necesitaba saber de Hugo, tenía que asegurarse de que estaba bien, de que lo liberarían. Debía dejarse llevar donde fuese y esperar que sus primas la rescatasen, no le quedaba ninguna otra opción.

 

La luz tenue de la habitación en donde se encontraba, le permitió ver cuando los oscuros le quitaron la capucha. Sus pupilas se contrajeron mientas escuchaba el ruido de la cerradura de la puerta.

Nada más girarse le descubrió. Hugo estaba atado y amordazado a una silla. Tenía la cabeza apoyada en su hombro y no parecía estar consciente.

Bea corrió rápidamente a su lado y le quitó la mordaza de la boca.

—¡Hugo despierta!

No hubo respuesta por parte de él. Ni siquiera se movió.

—Hugo por favor, dime que estás bien. —La voz de Bea sonaba desesperada.

Él seguía sin reaccionar. Entonces investigó sus ataduras con la esperanza de soltarlo. Cadenas. No iba a poder hacerlo de la forma tradicional.

—Luz de la mañana rompe estas cadenas y libera a este hombre de su condena.

El eslabón que mantenía atado a Hugo se abrió dejando sus manos y sus pies libres. Bea tomó su cara entre sus manos y lo besó con ímpetu. Concentró toda su energía en su beso y a través de él le pasó su fuerza.

Lentamente Hugo abrió los ojos. Se sentía completamente dolorido. La espalda, los brazos, las piernas… levantó la cabeza para ver a Bea frente a él. Le sonreía.

—¿Me has rescatado?

—Siento decirte que no.

—Te han atrapado.

—Me prometieron que te liberarían.

—¿Insinúas que te has dejado coger?

—Me lo juró bajo un hechizo, sospechaba que podía engañarme pero qué otra opción me quedaba.

—Esta no.

—Debía intentarlo.

—Pareces tan lista y de pronto, cometes esta tontería.

Bea se incorporó dando un fuerte resoplido. Miró a su alrededor. Se encontraban en una habitación sin ventanas. Tampoco había ninguna clase de mobiliario, salvo la silla en donde Hugo había estado encadenado.

Dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Se encontraba a unos diez centímetros de distancia cuando sintió el poder de la magia oscura. La puerta estaba hechizada. No podría abrirla ella sola, tendría que esperar a sus primas. Bea cerró los ojos y volvió a llamarlas en la distancia.

—¿Crees que podrás abrirla? —le preguntó Hugo.

—No, hay un hechizo sobre ella, sin mis primas sería imposible.

—Genial. No deberías haber venido sin un plan bien trazado.

Bea le miró con los ojos enfurecidos. Cómo se atrevía a echarle la culpa.

—No tuve tiempo de trazar ningún plan. Fui a tu casa para hablar contigo y me encontré con uno de los oscuros allí. Dijo que te soltaría si me entregaba.

—Y le creíste…

—¡Qué más podía hacer! Casi me muero de la preocupación cuando descubrí que te tenían en su poder. En lo único que podía pensar era en salvarte. En que debía hacer algo.

—Oh. —Hugo se quedó boquiabierto ante esas palabras.

—Utilicé un hechizo para llamar a Rebeca y Ana. No tardarán, seguro que ya están en camino.

—Y cómo…

Hugo no pudo acabar su pregunta, pues la puerta se abrió y tres brujos ataviados con túnicas negras entraron.

Uno de ellos señaló a Hugo con el dedo mientras ordenaba:

—Lleváoslo y liberadlo.

—Sí, maestro.

Los dos brujos se encaminaron hacia él y le cogieron por los brazos. Lo levantaron bruscamente de la silla y se disponían a arrastrarlo hacia fuera mientras él oponía resistencia. Así que iban a cumplir su palabra después de todo.

—Esperad un momento. No me iré sin ella.

Hugo retorció su cuerpo y se zafó de su agarre. Le asestó un puñetazo en la mandíbula de uno de los captores que cayó de espaldas al suelo.

Se preparaba para volver a atacar cuando, al que llamaban maestro, alzó la mano mientras decía unas extrañas palabras. Inmediatamente después, Hugo se agarraba el cuello con las manos e intentaba respirar. Cayó de rodillas, ahogándose.

—¡Ya basta! Tendrás que cumplir tu promesa si no quieres que me asegure de que un rayo atraviese tu condenado cuerpo.

El brujo soltó una carcajada y liberó a Hugo.

—Sacadlo de aquí. Rápido, antes de que se recupere o de que me arrepienta.

—Sí, maestro.

—Podía no haber cumplido mi promesa, pero lo he hecho —comentó a Bea.

Ella observó como los dos brujos arrastraban a Hugo por los brazos y lo sacaban de la habitación. Las lágrimas amenazaron con aparecer pero luchó por controlarlas. Alzó el mentón y lo encaró.

—¿Qué quieres de mí?

—Tu poder.

—Deberías haber esperado a que me casara y habrías obtenido mucho más.

—¿Crees que soy estúpido? Nunca me arriesgaría a que tú o tus primas obtengáis todo vuestro poder y seáis brujas completas.

—¿También quieres a mis primas? Si una de nosotras falta, ya no podremos reforzar el hechizo que mantiene encerrado a Lennox. —Bea dio un paso adelante—. Ya me tienes a mí, no las necesitas a ellas.

—Que nobleza de tu parte —se burló el maestro—. Primero te sacrificas por tu consorte y ahora quieres hacerlo por tus primas.

—Haz conmigo lo que quieras, pero déjalas en paz.

—Lo siento, pero no puedo complacerte. Quiero todos vuestros poderes.

—Pensé que deseabas liberar al Brujo Supremo.

—Y lo deseo, pero necesito ser muy poderoso para cuando eso ocurra. Quiero ser la mano derecha de Lennox.

—¡Maldito!

—Te equivocas brujita, todavía no estoy maldito.