Capítulo 37

 

 

Rebeca había descubierto que la vida de casada no estaba nada mal. Su recién estrenado marido no era tan serio y soso como había supuesto. Prepotente, sí, un poco. Arrogante, también pero era extremadamente cariñoso. Casi todas las noches hacían el amor, era atento y considerado, apenas le daba ocasiones para meterse con él aunque cuando se presentaba una oportunidad la aprovechaba.

Había tenido que cambiar algunos nombres de su agenda de contactos del móvil, el número de Fernando lo guardó como «Fer», el de David como «David Consejo» y para fastidiar a Ian guardó su número como «Mi Arrogante Marido».

Aquella noche habían ido a cenar a un restaurante cerca del piso donde vivían. Ian era un hombre callado aunque en los últimos días lo había visto reír a carcajadas en varias ocasiones, pero hoy volvía a estar serio.

—¿En qué piensas? —soltó ella en cuanto acabó su última cucharada de helado.

—En que no voy a volver al Consejo cuando todo acabe.

—¿Por qué? ¿Crees que no te lo van a permitir?

—No es por eso. —Ian jugueteó con la cucharita del café—. Es cierto que enfrenté a mi padre y al Consejo para venir a ayudaros, pero cuando sepan que eres mi consorte lo entenderán. Solo existe una pareja para cada brujo o bruja.

—Entonces, ¿crees que te perdonarán?

—Sí, tú me atrajiste hasta aquí, ahora sé que fuiste tú.

Rebeca agachó la mirada y sonrió tímidamente. Cada noche desde que supo que debía encontrar a su consorte lo había estado llamando. Él soltó la cucharita para tomar su mano y ambos se miraron.

—Si piensas así, ¿por qué dices que no puedes volver? —A Rebeca le vino de pronto la duda.

—Yo no he dicho que no pueda sino que no lo voy a hacer.

—No te entiendo. ¿Es mucho pedir que me lo expliques?

—Buscaré un trabajo y me quedaré contigo.

—¡No puedes hacer eso! Tienes un trabajo importante en el Consejo.

Ian le había contado a Rebeca cuál había sido su trabajo en el Consejo hasta ahora. Siempre ocurría algún accidente entre brujos, o peleas que ellos debían lidiar bajo las leyes de los brujos. Su padre era viudo desde hacía diez años y había tomado el relevo de Lennox como Brujo Supremo, aspiraba a que Ian le sucediese cuando él ya no pudiese. Por ese motivo nunca le puso las cosas fáciles y siempre le exigía más de lo que daba. En parte envidiaba a los padres de ellas por ser tan comprensivos y tolerantes.

No tenía hermanos y David había sido desde siempre su mejor amigo, Lidia se unió después, fue bastante extraño porque era muy joven en comparación con ellos, pero ambos la adoptaron como hermana pequeña al quedarse huérfana por culpa de un accidente de coche.

—No voy a renunciar a estar a tu lado cada día y no puedo pedirte que…

—Que renuncie yo a mi vida. —Ella acabó la frase por él.

—No voy a hacerlo, Rebeca. Estás muy unida a tu familia, tienes trabajo y una vida hecha.

—Yo te seguiría allá donde fueras.

—¿Tu padre y tus primas?

—Con la tecnología de hoy en día, estaremos siempre en contacto. Tú eres lo más importante.

—¿De veras?

—Sí, a lo único que no estaría dispuesta a renunciar sería a ti. —Tomó aire y lo soltó poco a poco—. Tu papel en el Consejo es demasiado importante, tienes un futuro allí y puedes ayudar a otras brujas. Yo, sin embargo, soy secretaria puedo buscar empleo en… ¿Dónde está el Consejo?

—En Pontevedra —contestó con el corazón henchido por aquella declaración.

—Galicia, «terra de meigas».

—No podía ser de otra forma, el Consejo está instalado allí desde hace siglos.

—Iré contigo.

—¿Estás segura?

—Por supuesto.

Ian llevó la mano de ella hasta sus labios, la besó y sonrió con los ojos brillantes de amor. Había tenido mucha suerte al tocarle como pareja la mujer que tenía enfrente.

—Haré todo lo que esté en mis manos para que jamás te arrepientas de esta decisión.

—Te amo Ian.

Salieron del restaurante y caminaron hasta su casa cogidos de la mano. Subieron al piso, se quitaron las chaquetas y en ese momento el sonido de una notificación en el móvil de Ian le hizo volverse para cogerlo ya que todavía lo tenía en el bolsillo de la cazadora.

—Es un correo electrónico del Consejo.

—¿Es importante?

—Seguramente, no suelen mandarme correos por nimiedades.

Ian pulsó encima y abrió el mensaje, seguidamente se puso a leerlo. Rebeca le vio que asentía con la cabeza sin decir una palabra.

—¿Y bien?

—No te lo vas a creer.

—Mira que te gusta hacerte el interesante.

—Eres una impaciente. —Se acercó a ella y la besó rápidamente en los labios—. Han atrapado a la bruja que mató al hermano de Diego.

—¡Eso es fantástico! Esa hija de su madre no volverá a hacer daño a nadie.

—La tienen retenida pero necesitan el testimonio de Diego para condenarla.

—Según nos dijo Hugo, estamos a un par de días de reforzar el hechizo, supongo que podrán esperar hasta que cumplamos con nuestra misión.

—Les informaré ahora mismo.

—Yo voy a llamar a Ana, esto es una gran noticia.

Rebeca revolvió en su bolso hasta encontrar su móvil, lo sacó y buscó en nombre de su prima.

—Hola Rebe —contestó al tercer toque—. Son las once de la noche, ¿sucede algo?

—Ana, tengo una gran noticia para Diego.

—¿Para Diego?

—Sí, el Consejo atrapó a la bruja asesina.

Rebeca le contó los pocos detalles que sabía y lo que debían hacer. En cuanto Anabel colgó el teléfono fue a la cama donde la esperaba su consorte, se lanzó sobre él sobresaltándolo.

—¡Ana! Estás loca, casi me matas de un susto.

Entre risas le explicó por qué estaban tan contenta. Se alegraba enormemente porque al fin se haría justicia con el hermano de Diego.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó incrédulo pues nunca había imaginado poder atraparla.

—Pues claro. Rebeca no me habría llamado si no fuera cierto.

Diego hizo una mueca que Ana no supo identificar. No podía decir que estuviese contento pero sí aliviado.

—Por fin todo va a acabar —consiguió decir.

—Así es, pagará por lo que hizo. —Ana acarició la cara de su marido imaginando que estaba triste por recordar a su hermano.

—He sido un idiota durante mucho tiempo.

—Estabas dolido y enfadado con la vida, era normal que quisieses que alguien pagara por tu pérdida.

Diego abrazó a su esposa y la besó con intensidad, sus manos fueron hasta la camiseta para quitársela y después las bajó hacia sus pantalones. Ella se dejó desnudar mientras la pasión la iba invadiendo cada vez con más fuerza.

Aquella noche Diego le hizo el amor con la tranquilidad y el alivio de haberse quitado un gran peso de encima. Sabiendo que junto a Ana su felicidad podría volver a ser completa.