Capítulo 16

 

 

Se encontraba en la parte trasera de un coche con la cabeza tapada con una capucha y las manos atadas. Sentía que había recuperado todas sus fuerzas. Ahora tendría que volver por Bea. No sabía cuánto tardarían en llegar las chicas con la ayuda. Tenía que ir hasta ella, no la podía dejar sola.

Levantó las manos y las metió bajo la capucha hasta llegar a su boca. Mordió el nudo de sus cuerdas. En cuestión de segundos logró aflojarlo. Tiró de sus manos y se liberó. Rápidamente se quitó la capucha de la cabeza y miró por la ventanilla. No iban muy rápido, pensó. Sin tiempo para vacilaciones, abrió la puerta y saltó del coche.

Los matorrales que crecían a ambos lados de la carretera amortiguaron un poco su caída. La mayor parte del golpe se lo llevó su hombro derecho. No obstante, ignoró el dolor y se levantó. Seguramente sus captores darían marcha atrás y regresarían por él. Debía estar preparado.

De pie en la cuneta, observó cómo el vehículo en el que iba paró a varios metros de él. Uno de los brujos bajó y cerró la puerta trasera del coche. En la distancia, Hugo pudo ver como sonreía malévolamente. Después, regresó al coche y observó cómo daba media vuelta y se dirigía a él a gran velocidad. Hugo no supo si correr o esperar a que acabasen con su vida. De todos modos  no había donde esconderse en aquel lugar.

Cuando pensó que ya todo acabaría, el coche giró a pocos centímetros de atropellarle. Pudo escuchar las carcajadas de los brujos cuando pasaron por su lado y siguieron su camino por donde habían venido. Hugo soltó el aire que no sabía que había estado reteniendo. Todavía estaba vivo.

Olvidando el dolor de su hombro y el temor de que regresaran por él, Hugo echó a correr por la carretera. Recordó que había girado a la derecha y también a la izquierda. Debía de haber un par de cruces no muy lejos. Después tendría que ir todo recto. Esperaba no equivocarse.

«¡Corre, corre!»

—Es lo que estoy haciendo.

Recorrió lo que le parecieron cuarenta kilómetros cuando llegó a una intersección. Paró y miró en todas direcciones. Estaba exhausto y jadeante. Le dolía el hombro y el costado y además estaba muerto de sed.

No estaba seguro de si primero había girado a la izquierda y luego a la derecha o viceversa. Había estado demasiado aturdido y ahora no lo recordaba con claridad. ¡Maldita sea!

—Bien podrías aparecer ahora y decirme qué dirección debo seguir.

«No te hará falta.»

—¡Por supuesto que me hace falta!

El espíritu de Elena estuvo frente a él lo que dura un parpadeo. ¡Joder!

De pronto, escuchó la bocina de un coche a su espalda. Hugo se apartó para dejarle pasar. Pero el vehículo paró a su lado.

—¿Vas a alguna parte? —preguntó una voz femenina muy familiar.

—Anabel. —Después miró a la mujer que conducía—. Rebeca —susurró Hugo a punto de derrumbarse del alivio.

—Le cogí el coche a mi padre, vamos sube. No hay tiempo que perder.

Hugo subió a la parte trasera del vehículo, se recostó en el asiento y se dio el privilegio de descansar.

—No recuerdo por qué carretera la llevaron.

—Nosotras sí. —Ana le sonrió—. No te preocupes, la rescataremos.

Rebeca lo miró por el retrovisor.

—No tienes buen aspecto, ¿te sientes bien?

—Sí —tragó con dificultad—. ¿Por casualidad tenéis agua? Estoy deshidratado.

Ana rebuscó en su bolso y sacó la botellita que siempre llevaba con ella. Se giró en su asiento y se la dio a Hugo. Lo miró con detenimiento mientras se bebía toda su agua. Parecía que lo había atropellado un autobús, pensó.

 

Pasado un rato, Rebeca se salió de la carretera y paró el coche detrás de un cartel publicitario.

—A partir de aquí iremos andando, no conviene alertarlos.

Anduvieron por un campo de maíz que les vino de perlas porque les permitía acercarse a la casa sin ser vistos por los oscuros. También debían retener la magia para no ser captadas por los brujos.

—Ya se ve la casa —dijo Ana.

Hugo se incorporó un poco para poder verla. Dada su altura tuvo que caminar agachado entre el maíz.

Era una casa de campo vieja, casi en ruinas.

—¿Recuerdas dónde la tenían? —le preguntó Rebeca a Hugo.

—Era una habitación cerrada, sin ventanas.

—No sabes si era un sótano o…

—No lo creo, esas viejas casas no tienen sótano. Podría ser una despensa.

—De acuerdo, entonces entraremos por la parte de atrás que seguramente es la que da a la cocina.

—Espero que no te equivoques.

Rodearon la casa al tiempo que observaban las ventanas y las paredes por si había algún agujero por el que poder entrar.

De una cosa estaba seguro, habían tres brujos en el interior. Veía el coche desde el que se había lanzado, estaba parado en la entrada. Necesitaban un plan.

«Corre, corre.»

—Ya vamos —contestó Hugo con exasperación.

—¿Qué? —Ana le miró entrecerrando los ojos.

—Elena se desespera.

—Si no nos va a ayudar, deshazte de ella. No necesitamos distracciones.

«Corre, corre.»

—Tranquila Elena, estamos decidiendo por donde entrar.

«La puerta de atrás.»

—La puerta de atrás.

Tanto Rebeca como Ana le miraron abriendo mucho los ojos.

«La izquierda.»

—La izquierda —repitió él.

«Corre, corre», el espíritu de Elena desapareció.

Hugo se volvió hacia las chicas.

—Elena nos pide que entremos por la puerta de atrás y giremos a la izquierda. Habrá tres brujos allí. El maestro y dos más. —Respiró hondo—. Tenemos que ir ya. Creo que Bea corre grave peligro.

—De acuerdo —dijo Rebeca—, nosotras entraremos primero, nos encargaremos de los brujos mientras tú buscas a Bea y la sacas.

—Vale, vamos allá.

 

Toda la habitación estaba hechizada. No había forma de salir. Bea se sentó en un rincón a esperar. Acababa de escuchar a los dos brujos que ya habían regresado. ¿Qué habrían hecho con Hugo? Confiaba en que el maestro hubiera cumplido con su promesa y le hubiese dejado en libertad.

«Dios mío que Hugo esté bien, que no le hayan hecho ningún daño», rogó, «y que pronto lleguen mis primas, por favor».

No estaría tranquila hasta que viera a Hugo con sus propios ojos y comprobara que estaba sano y salvo.

En esos momentos el maestro brujo entró de nuevo. Ella se puso en pie inmediatamente y se preparó para lo que fuera.

—Llegó el momento.

El brujo se quitó la capucha y le mostró su rostro. Bajo la escasa luz de la pequeña habitación, advirtió una tez muy pálida. Nariz aguileña y mentón pronunciado. Su sonrisa era malévola y sus ojos… sus ojos tenían un color extraño. Mientras la miraba fijamente se estaban volviendo amarillos. Antes de darse cuenta, le tenía a escasos centímetros y agarrándola del cuello.

—¡En nombre de las tinieblas, dame tu poder!

—¡No! —gritó ella—. ¡No me dejaré!

—Si te resistes será doloroso para ti.

—No me importa.

—A mí tampoco.

—No te lo haré fácil.

Bea tenía los parpados apretados. Necesitaba concentrarse, esconder sus poderes. No tenía ninguna intención de dárselos sin más. Lucharía hasta el final por muy dolorosa que fuese la lucha.

En cuestión de segundos comenzó a sentir un tremendo dolor en la cabeza. Era como si le estuviesen agujereando el cerebro. Ella apretó los dientes resistiendo, sin embargo la realidad le sobrevino. Si seguía así, la vencería, no podría resistir mucho más.

Rebeca y Anabel echaron la puerta abajo con solo un golpe de poder. Hugo entró detrás de ellas. Dos brujos custodiaban una habitación a la izquierda. Ambos se prepararon para luchar.

—¡Lucero de la tarde ilumina la oscuridad!

—¡Estrella de la noche, combate las sombras!

Las dos brujas unieron sus manos, sus poderes chocaron y formaron un círculo poderoso que sin pensárselo dos veces lanzaron contra los oscuros.

Mientras ellas entretenían a los centinelas, Hugo corrió hacia la habitación. El hechizo parecía haber desaparecido. Trató de girar el pomo, pero estaba cerrada.

De pronto escuchó gritos, los gritos de Bea. No sabía de dónde sacó las fuerzas, pero lo hizo. Con su hombro bueno golpeó la puerta. Ésta, gruñó un par de veces hasta que consiguió echarla abajo. No sentía dolor solo rabia, furia.

Entonces vio al brujo cogiendo del cuello a su amada Bea. El rostro de ella era de puro dolor. La estaba matando, pensó.

Sin ser consciente de lo que hacía, Hugo corrió hacia ellos, pasó su brazo por encima del brujo y rodeó su cuello sujetándolo por detrás.

—¡Suéltala hijo de perra!

El brujo había estado tan concentrado tratando de quitarle el poder a Bea, que no advirtió ninguna presencia. La sorpresa lo hizo soltar a su presa de inmediato. Bea cayó inconsciente al suelo.

Hugo tiró de él hacia atrás ahogándolo con su antebrazo. Pero entonces, el brujo se revolvió y logró zafarse de él. Puso sus manos en dirección a Hugo y una onda expansiva lo hizo caer de espaldas.

El brujo se preparaba para lanzar otra onda cuando Anabel y Rebeca entraron.

Viendo que su plan se había ido al carajo, lanzó su poder hacia la pared que tenía detrás de él y como si lo persiguiera el diablo, huyó por el boquete.