Capítulo 38
Estaban reunidos en el salón de casa de Bea y Hugo. El momento había llegado y debían tener un plan de actuación.
Fer se paseaba sin decir una sola palabra, Lidia y David estaban sentados en el sofá prestando atención a cada palabra que se decía.
Ian cogió una mochila, y sacó tres dagas cuya empuñadura era plateada con una gema roja en el centro. Se acercó primero a Hugo y le entregó una, la única contestación que recibió de su parte fue un ademán con la cabeza. Después se acercó a Fernando y le entregó otra, este agrandó los ojos y miró a su hermano, como no le dijo nada él también calló. Por último fue hasta Diego y le dio la otra.
—¿Qué se supone que voy a hacer con esto? —No pudo evitar la pregunta.
—Habrá que proteger a las chicas mientras hacen el hechizo, los discípulos de Lennox no se quedarán quietos.
—No sé si podré hacerlo.
—Cuando veas que ataquen a tu esposa, veremos qué eres capaz de hacer.
Ian tenía razón, si alguien trataba de hacer daño a Ana, sería capaz de cualquier cosa, incluso de usar esa maldita daga.
—Nosotras estaremos en el centro del claro del bosque —explicó Beatriz—, tendremos que estar muy juntas para unir nuestros poderes.
—Hugo, Fernando y Diego se colocarán en este lado—. Ian indicó en un plano improvisado que había hecho esa misma mañana—. Lidia, tú estarás al otro lado y David un poco más a la izquierda. Yo me pondré justos detrás de ellas, así las tendremos rodeadas para que ningún brujo oscuro se acerque lo más mínimo.
Todos los presentes asintieron con la cabeza menos Diego, su semblante era de total preocupación. Jamás se había enfrentado a nada parecido y en lo único que podía pensar era en no perder a Anabel.
—¿Diego, estás bien? —preguntó su mujer al ver la cara que ponía.
—Estaba pensando en la visión que tuvo Hugo en la que veía a Lennox atacar, eso significa que no vais a conseguir reforzar el hechizo.
Hugo escuchó el comentario de Diego y agachó la cabeza, había estado pensando lo mismo pero no había querido decir nada. No era el momento de infundir inseguridad en las chicas. Las visiones siempre se cumplían pero nunca abarcaban todo lo que ocurría, así que tenían una oportunidad.
Ian agrandó los ojos en cuanto escuchó aquello, nadie le había comentado aquella visión.
—¿Por qué no se me informó?
—Pase lo que pase, ellas deben cumplir su misión. Hace unos meses me negué a que Bea participara pero ahora sé y entiendo que debe ser así —explicó Hugo.
—Pues yo sigo sin estar de acuerdo —protestó Diego agitando la daga que llevaba en la mano—. Anabel no irá.
—Cariño, ya hemos hablado de esto —trató de tranquilizarlo su mujer.
—He cambiado de opinión.
—Lo siento, Diego, pero debemos hacerlo.
Dio un resoplido de frustración, sabía que su mujer tenía razón. Y él más que nadie debería saber que a un brujo malvado había que pararle los pies. No le quedaba más que rezar para que todo saliese bien.
—Hugo, cuéntame que has visto en las visiones —quiso saber Ian.
—En una vi a Lennox capturar rayos del cielo, en otra vi a Bea… —Esa visión no la quería recordar.
—¡Qué!
—Tranquilo Hugo. —Bea le pasó la mano por el brazo para sosegarlo pues recordaba lo que había visto—. No me va a pasar nada. Y a lo verás.
—Estaré justo detrás de vosotras, os cubriré las espaldas —apuntó Ian adivinando más o menos lo que habría visto. Él tampoco estaba dispuesto a perder a Rebeca.
—También tuve una visión que no os he contado.
Todos los ojos recayeron sobre Hugo esperando una explicación.
—¿Por qué no lo hiciste?—reclamó Ana
—Es que se apareció tu tía y lo olvidé, Bea lo sabía.
—Vaya, qué poco te importamos.
—Lo siento, la contaremos ahora.
—Pues suéltalo ya —exigió Rebeca.
—Ya voy. —Hugo se llenó los pulmones de aire antes de hablar—. Nuestras mujeres alzan las manos invocando sus poderes cuando las atacan pero alguien se interpone, no puedo verle la cara.
—Estad preparados para cuando eso suceda y llevad todos mucho cuidado —los avisó Ian.
—Nosotras también estaremos atentas —apremió Rebeca.
—Mejor no, vosotras ocupaos del hechizo que debéis realizar que nosotros nos encargaremos de los oscuros —indicó Ian.
—¿Seremos capaces de invocar a la Luz Divina? —A Ana le asaltaron las dudas.
—Debimos haber practicado.
—Bea, acuérdate de que lo intentamos dos veces —le recordó Rebeca mirando a Diego de soslayo.
—¿Eso hacíais aquella noche? —preguntó el aludido.
—Sí, después ya no tuvimos tiempo de volver a intentarlo.
—Sois brujas completas, por supuesto que podréis —las animó Ian.
—Y tú, ¿por qué no tienes un hechizo personal para hacer magia como nosotras? —quiso saber su mujer que hacía tiempo que se lo preguntaba.
Ian sonrió de medio lado, conociéndola quizá no le gustase la respuesta pero se la daría de igual modo.
—Lejos de querer parecer arrogante, soy muy poderoso, no lo necesito, me basta con pensar en un hechizo.
—Nosotras, aun habiéndonos casado, necesitamos nuestro hechizo para invocar la magia —se lamentó Ana.
—Pero ahora con invocarlo es suficiente, ya no necesitamos usar todas las palabras de un conjuro —anotó Rebeca—. Somos más rápidas.
—Eso es verdad —corroboró Bea.
—Sí, pero lo de Ian mola más —insistió Ana.
Todos rieron y las miradas de las brujas pasaron a Lidia y David.
—¿Vosotros tenéis hechizos propios o sois tan poderosos como Ian?
—Sí que tenemos —contestaron al unísono.
—Al final tienes motivos para ser tan arrogante y prepotente —bromeó Rebeca pasándole la mano por el pelo de forma cariñosa.
—Ya estabas tardando en decírmelo —respondió dándole un sonoro beso.
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Aquella noche cenaron algo rápido y Rebeca fue hasta el dormitorio para vestirse adecuadamente al ritual. Se puso un pantalón negro y una blusa del mismo color con transparencias en las mangas y el escote. Después se enfundó unas botas de tacón bajo, se colgó el medallón de su madre e Ian la ayudó con la capa.
—Estás increíble —dijo él con voz y mirada seductora.
—Al acabar esto me puedo poner la capa para ti, solo la capa —sonrió de forma traviesa.
—Dejemos este juego o llegaremos tarde —sugirió al notar como sus pantalones empezaban a apretarle.
En poco más de media hora cruzaron la ciudad y llegaron a los límites del bosque. Aparcaron el coche al lado del Toyota de Bea. Ana y Diego habían sido los primeros en llegar seguidos por Lidia y David.
Una vez todos reunidos se adentraron en el bosque unos doscientos metros hasta llegar al claro, cada uno llevaba su propia linterna pues estaba nublado y la luna llena quedaba totalmente oculta.
Las primas se colocaron en el centro y se cubrieron la cabeza con el capuchón. Acariciaron el medallón y seguidamente alzaron las manos al cielo. El resto del grupo se posicionó en los lugares acordados.
—Luz de la mañana.
—Lucero de la tarde.
—Estrella de la noche.
Ian puso en alerta todos sus sentidos, recordó la visión de Hugo y miró a su derecha, izquierda y detrás de él. Volvió la vista hacia las chicas, seguían recitando sus hechizos. De pronto, un escalofrío puso su piel de gallina. Ya estaban aquí, los oscuros habían llegado.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un rayo de luz, que provenía de entre los árboles, fue directo hacia las brujas. Ian lanzó un haz de energía mientras corría y se colocaba en la trayectoria, su defensa debilitó el rayo pero no lo detuvo e impactó sobre él.