Capítulo 21
Las dos primas y Hugo vieron incrédulos cómo Anabel y Diego venían cogidos de la mano.
«Sed amables.»
—Lo somos —contestó Hugo a la madre de Ana.
—¿Qué? —preguntaron ambas chicas.
—Sofía quiere que seamos amables con Diego.
—Qué falta de confianza, es el consorte de nuestra querida prima —protestó Rebeca.
—Tal vez recuerde vuestro primer encuentro.
—Eso es agua pasada —dijo su mujer sonriendo.
Una vez Ana y su acompañante llegaron hasta el círculo de velas. Bea tomó la palabra.
—Ven y siéntate con nosotras.
Diego miró a Ana indeciso. Por el momento había aceptado fiarse de ella, ¿pero eso implicaba también confiar en las otras brujas?
Sabiendo lo que pensaba, Ana asintió con la cabeza. Se sentó primero y tiró de él para que se colocara a su lado.
—Habíamos venido aquí con la intención de invocar a la energía, Ana había estado necesitada de positividad esta última semana —comenzó diciendo Bea—. Pero ahora que tenemos un invitado, me gustaría cambiar de idea y tratar de hacer algo por él.
La cara que puso Diego fue todo un poema, pensó Bea.
—Tranquilo —susurró Ana.
—Vais a lanzarme algún conjuro, ¿verdad?
—Claro que no —se rio—. Ana nos ha contado lo que le ocurrió a tu hermano. Entiendo que estés muy dolido y desconfíes de nosotras, pero te aseguro que podemos ayudarte.
—¿Cómo?
—Te sientes culpable de su muerte por no haberlo podido evitar y también te sientes enfadado porque tomara esa decisión y te abandonara.
—¿También haces de psicóloga?
—No, las tres hemos perdido a nuestras madres siendo unas niñas, no es difícil para nosotras entenderte.
Aquello tenía mucho sentido, pensó Diego. ¿En verdad estaba enfadado con su hermano y se sentía culpable de su muerte? De lo último estaba seguro, de lo primero nunca lo había pensado pero quizá la bruja Bea tenía razón.
—Está bien. Acepto que me ayudéis, si es que es eso lo que vais a hacer.
—¡Estupendo! —exclamó Bea con entusiasmo y miró a su marido—. Hugo te voy a necesitar.
—¿Vas a hacer lo que creo que vas a hacer? —preguntó Ana con los ojos como platos al imaginar lo que estaba pensado su prima.
—¿Qué es lo que va a hacer? —Diego se estaba poniendo nervioso.
—Llamaremos a alguien —intervino Rebeca con toda naturalidad.
—¿A quién? —Diego miraba a todos los integrantes del grupo sin entender nada.
—¿Cómo se llama tu hermano? —indagó Bea.
—Javier. —De pronto la idea le vino a la cabeza y de un salto se puso en pie—. ¿Vais a invocar a los muertos?
—A los muertos no, solo a tu hermano. Normalmente necesitamos una Ouija pero con Hugo aquí no nos hará falta.
—No estoy seguro de querer hacer esto.
—Ven Diego. —Ana volvió a cogerle la mano y tiró de él para que volviera a sentarse a su lado—. Estate tranquilo, lo hicimos una vez.
—¿Una vez? Qué consuelo.
—Una vez que funcionara, en las otras ocasiones intentamos hablar con nuestras madres pero no fue posible.
—Silencio chicos —ordenó Bea—. Empecemos.
Las velas estaban encendidas en el centro del círculo que habían formado uniendo sus manos. Las tres brujas cerraron los ojos y comenzaron la invocación cada una con su hechizo.
—Luz de la mañana tráenos a Javier.
—Lucero de la tarde llama a Javier.
—Estrella de la noche que venga Javier.
Una y otra vez las chicas llamaron al hermano de Diego. La letanía se hacía monótona y cada vez más rápida. De pronto, las llamas de las velas crecieron sobremanera, tanto que su calor llegó hasta ellos, entonces abrieron los ojos.
Diego apretaba la mano de Ana y la de Hugo sin ser consciente. El corazón le latía a mil y ya se estaba arrepintiendo de haber aceptado aquello.
—Javier, ¿estás con nosotros? —preguntó Bea.
«Qué hago aquí.»
—Está confuso —dijo Hugo.
—Te hemos llamado porque tu hermano te necesita.
«Diego, mi amado hermano.»
Hugo repitió las palabras del difunto y Diego no pudo reprimir las lágrimas.
—Él se culpa de tu muerte.
«Oh, cuánto ha sufrido. Solo esa bruja tuvo la culpa, nunca él.»
Nuevamente Hugo repitió lo que Javier dijo.
—Diego está enfadado contigo por haberle dejado solo.
«Lo siento mucho, hermano. No era dueño de mis actos. Yo jamás te habría dejado, lo sabes.»
Tras escuchar las palabras de Javier por boca de Hugo, Diego se derrumbó y Ana lo sostuvo en sus brazos. Le acarició el rostro y peinó sus cabellos con los dedos en un gesto tierno y cariñoso.
—Debes perdonarle —sugirió Ana.
—Lo siento Javier, perdóname por haberme enfadado contigo. Te echo tanto de menos.
«Yo también Diego pero debía marcharme, tal vez no de esa forma, pero debía hacerlo. Ese era mi destino y también para que tú cumplieras el tuyo.»
Hugo transmitió el mensaje.
—¿Qué destino?
«Muy pronto lo sabrás. Me voy feliz de ver que estás en buenas manos.»
Tras repetir el mensaje para que todos lo escucharan, Javier se marchó.
—Muy pronto sabré qué cosa.
—Los fantasmas no dan mucha información cuando no quieren. La mayoría de veces hay que unir las piezas para entender algo —explicó Hugo.
—Eso de que estoy en buenas manos, ¿te lo has inventado para que me fíe de vosotros?
—¡Por supuesto que no! Jamás mentiría sobre mensajes del más allá. Cuando no hago lo que quieren no me dejan vivir en paz.
Diego dudó durante unos segundos y después decidió creerle sin saber muy bien por qué. Había sentido la presencia de su hermano, había olido su loción y además, algo en su interior se removió de una forma que no podía explicar. Hugo decía la verdad y llegar a esa conclusión le dio un poco de paz a su alma angustiada.
—¿Qué os parece si nos bañamos bajo los rayos de la luna y pedimos energía al universo? —sugirió Beatriz para romper la tensión.
—¡Me apunto! —exclamó Rebeca entusiasmada mientras se quitaba la camiseta.
—Chicas yo estoy muy cansada y tengo un poco de frío, prefiero irme a casa.
—Vamos Ana, nos vendrá bien.
—De verdad que no me apetece. Siento cortaros el rollo.
—Bueno, no importa, otro día nos bañaremos. —Rebeca volvió a ponerse la camiseta.
—Ana, yo puedo llevarte a casa y así tus primas pueden quedarse a pedirle… lo que sea al universo.
—Ni te creas que te voy a dejar a solas ella —saltó Rebeca.
—Estará perfectamente conmigo —replicó Diego.
Bea miró a Hugo y este asintió con la cabeza. Después, miró a Anabel que se la veía bastante indecisa y por último se dirigió a Diego.
—¿Nos prometes que la dejarás sana y salva en su casa?
—Sí, lo prometo.
—No hace falta que te molestes —intervino Ana.
—Me gustaría hablar contigo.
Ana pasó la vista por sus primas y Hugo, todos le daban el visto bueno a que se fuera aunque a Rebeca no la veía muy convencida.
—Está bien.
Ambos se despidieron del grupo con un simple gesto de su mano y se fueron hasta el todoterreno de Diego.
Tardaron veinte minutos en llegar a su destino, minutos que habían pasado en completo silencio. Ana los había aprovechado para cerrar los ojos y descansar.
Mientras Diego conducía había mirado a su acompañante de reojo. La oyó suspirar y la vio apoyarse en el reposacabezas y… ¿dormirse? ¿Tanto confiaba en él como para haberse dormido a su lado? No quiso despertarla, pero ahora que habían llegado al adosado donde vivía con su padre, no tenía otro remedio. Así también podría decirle… ¿qué era realmente lo que iba a decirle?
Paró el vehículo y se inclinó sobre Ana. Tenía los labios rosados entreabiertos, sus largas y oscuras pestañas descansaban plácidamente. Su respiración acompasada le indicaba que estaba muy tranquila. Diego se inclinó todavía más, colocó un bucle detrás de su oreja y acarició su mejilla, entonces, sin poder remediarlo tomó su boca. La besó de forma tierna y dulce como jamás había besado a nadie. Ana respondió a su beso de la misma forma, abrió los ojos y, lejos de apartarlo de un empujón, cogió su cara con las manos para que no se separase de ella.
Pasaron largos minutos saboreándose, deleitándose en las nuevas sensaciones que ambos estaban experimentando. Digo había colocado su mano en uno de los pechos de Ana y lo acariciaba con suavidad por encima de la tela.
La excitación llegó a un punto en el que o paraba o la hacía suya. Se decidió por lo primero, necesitaba tiempo para saber qué significaban esos sentimientos y estar completamente seguro de que Ana no le había embrujado, esa posibilidad la veía cada vez más lejos, sin embargo no podía evitar que se cruzase por su cabeza.
—Ana… —murmuró.
Ella se separó de él unos centímetros, contempló sus ojos castaños fijamente y pudo descubrir que tenía pequeñas motas verdes, brillaban como el lucero de la tarde. Era maravilloso perderse en ellos. Levantó una mano y peinó su cabello corto y ligeramente ensortijado con sus dedos.
—Diego… —respondió ella.
—Será mejor que bajemos.
—¿Qué era lo que querías decirme?
—Eh… casi lo olvido. Gracias.
—¿Por qué?
—Gracias por permitirme hablar con mi hermano por última vez.
—Ha sido idea de Bea.
—Pero si no es por ti no lo hubiese hecho. Da las gracias también a tus primas y a Hugo.
—¿Amigos? —preguntó risueña mientras le tendía la mano.
Diego se la tomó y la atrajo hacia él de un tirón. La beso intensamente, recorriendo con su lengua cada centímetro de su boca.
A ella le pilló por sorpresa y permaneció lánguida mientras se dejaba besar. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo que necesitaba apoyarse en un hombre, ser querida por un hombre.
—Amigos no, lo siento.
—¿Entonces?
—No sé exactamente lo que somos, solo sé que no quiero ser tu amigo.
—No tenemos que decidirlo ahora.
—Gracias por comprenderme.
—Yo también me siento rara con todo esto. Nunca había sentido nada parecido.
—Me da miedo. —Dicho esto apartó la mirada de ella, como si se avergonzara de sentirse así.
—No lo tengas. —Posó sus dedos en el mentón de Diego y alzó su rostro para que la mirase—. Por favor, no me tengas miedo.
Aquel ruego rompió el corazón de Diego. En realidad no tenía miedo de ella sino de lo que sentía por ella. Su vida no podía volver a ser la que era, ya no. Si Ana no le correspondía ¿qué sería de él? Seguramente no tenían nada en común, si ella le aceptaba ¿podrían alcanzar la felicidad?
Todo eso era a lo que tenía miedo pero era muy difícil abrir su corazón por completo, todavía no.
—Puedes quedarte tranquila.
Diego salió de su Audi A5 y acompañó a Ana hasta la puerta de su casa, la esperó a que entrara y regresó al coche para volver al hotel donde se alojaba.