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—¿Le han dado, señor? —preguntó el guardia.

—No, falló por poco —dijo Sorenson. Había sentido el calor cuando la bala le rozó a un milímetro del tobillo.

—Creo que le acerté a uno —dijo el guardia, boqueando para recuperar el aliento—. Por la ventana, le di, deberíamos…

—Deberías haber apuntado a las ruedas. —Él también vació demasiado pronto el cargador y estaba furioso consigo mismo—. ¿Está conectado el sistema de la alarma con la policía?

—Claro que no —dijo el guardia—. Tenemos orden de no avisar a la policía. Nunca. El señor Quantrill no los quiere por aquí.

Tenía sentido no llamar a la policía. Sorenson no deseaba visitas inoportunas, todo un detalle de los directivos del hospital, pues servía perfectamente a sus propósitos. Se alejó de los guardias sin más explicaciones y se dirigió hacia su coche.

—Eh, señor, espere un segundo, maldita sea.

Uno de los guardias lo sujetó por el brazo y Sorenson se paró inmediatamente, hizo un movimiento para liberar su brazo y le propinó un codazo en la cara al guardia. La nariz de este se rompió con un escalofriante chasquido, y el hombre se desplomó aullando.

Sorenson echó un vistazo al otro empleado, quien enarboló su pistola.

—Tu cargador está vacío, como el mío.

Agarró por la garganta al guardia de la nariz rota.

—Es un gran chico, pero puedo romperle el cuello con una fuerte torsión antes de que des un paso. Así que tira tu arma, yo me iré de aquí en mi coche y tú podrás llevar a tu amigo al médico.

El guardia de la pistola miró dentro de los ojos de Sorenson. Dejó lentamente su arma en el suelo, la apartó con una patada sin que tuviesen que decírselo.

Sorenson mantuvo bien sujeto por el cuello al guardia hasta que encontró su automóvil, solo entonces lo empujó con desprecio contra el asfalto.

Ahora Groote sabía que era su enemigo. Nathan seguía siendo una amenaza y estaba con Miles Kendrick, quien a pesar de estar mentalmente enfermo tenía la habilidad y los cojones suficientes para pelear.

Sorenson pisó a fondo el acelerador y se alejó al amparo de la noche. Desconocía el destino del coche de Kendrick.

Tenía que encontrarlo a él y a Ruiz. Ya. O si eso fallaba, tenderles una trampa. Una que no pudieran ver venir.