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Una cámara le miraba desde los alerones del porche de Celeste Brent. Groote arrugó la cara. Llevaba unas gafas de sol y una gorra sobre la cara para esquivar el tempranero sol de aquella mañana de viernes, pero no le gustaba que su imagen se viera en ningún sitio. Arrancó la cámara de su soporte y destrozó las lentes con la suela de sus botas.

Al estirar la mano para coger la cámara sintió dolor en el brazo. Maldita sea, le dolía todo el cuerpo. El brazo izquierdo le ardía, la cabeza le palpitaba, tenía vendada la nariz rota. Parecía haber sufrido un accidente de coche.

El Frost había desaparecido. Sorenson lo había traicionado, todo ese rollo de los tratos era para nada, el tipo solo quería una oportunidad para matar a Nathan Ruiz, cualquiera que fuera su oscura razón. Nathan Ruiz y Michael Raymond se habían esfumado. Hurley estaba en paradero desconocido. Un federal llamado Pitts le pisaba los talones. La vida no le trataba bien.

Si pensaba en Amanda podía seguir adelante.

Probó primero a pulsar el botón del timbre. No hubo respuesta. Llamó con los nudillos. Esperó. Si Celeste era una reclusa psiquiátrica puede que no respondiera a la puerta.

Introdujo una ganzúa en la cerradura, la removió y los pestillos se liberaron. La puerta se abrió. No sonó ninguna alarma. Entró, cerrando a su espalda. Dejó las luces apagadas.

Casi se tropieza con un cuerpo desmadejado en el suelo, el de Hurley.

—Imbécil —dijo por lo bajo. Con una mueca de dolor, se sacó un arma, tomada prestada de un guardia fuera de servicio del hospital. Registró el lugar. La casa estaba vacía.

Examinó a Hurley sin llegar a tocarlo, no hacía falta hacerlo para ver que el hombre estaba muerto. Aquel tipo era un grano en el culo, pero podría haber ayudado a Amanda.

—Te dije que tenía que haber venido contigo —le recriminó al cadáver.

Siguió registrando el resto de la casa. Allí no había nadie.

Si las cámaras grababan continuamente, podrían contarle la historia de lo sucedido. Encontró un ordenador en el dormitorio, junto a él había un enorme disco duro externo y varios cables de vídeo que provenían de las paredes. Lo encendió. No requería palabra clave para iniciarse. No le sorprendió, aparte de Celeste Brent nadie usaba ese sistema. Examinó el disco externo. Las imágenes se quedaban guardadas en formato digital durante unos días y luego se borraban automáticamente y vuelta a empezar. Accedió a los archivos de vídeo, comenzando por los de ayer. La cámara se activaba por sensores de movimiento, los fotogramas se guardaban cuando alguien se acercaba a la puerta.

Apareció una señora mayor, una especie de matrona que probablemente era la persona encargada de cuidar de Celeste. Llegaba, entraba con una bolsa de recados, salía. Entonces aparecía Michael Raymond sosteniendo una nota.

«Sé el secreto de Allison.» Madre de Dios. A Groote se le revolvió el estómago. Le dio para delante al vídeo. Michael espera y luego entra. Nada. Entonces llega Hurley, espera, entra. Nada otra vez. Después sale Michael junto a una mujer muy asustada y desorientada que camina con paso titubeante hasta salirse del encuadre. Maldita sea. No se veía ningún coche, matrícula o pista de ningún tipo.

Volvió a los archivos de vídeo del martes, el día que murió Allison. Le dio hacia delante hasta que Allison apareció en la puerta. Volvió a darle para delante hasta que se fue. Nada más.

Celeste Brent estaba compinchada con Allison Vance, al igual que Michael Raymond.

«Sé el secreto de Allison.»

Cinco palabras que helaban la sangre.

Tenía que imaginarse dónde habrían ido, pues según el contador de tiempo que aparecía en la cinta, fueron directamente al hospital desde la casa. Pero lo primero era Hurley. No podía dejar allí el cuerpo. Celeste Brent era una celebridad trasnochada, pero seguía siendo un nombre reconocible para mucha gente, un cuerpo encontrado en su casa llamaría la atención de todo el país. La cuidadora podría volver mañana, la muerte de Hurley podría ser un problema mayor que su desaparición.

Separó los componentes del sistema informático. Quizás habría información útil en los discos duros que ayudara a descubrir dónde habían huido Miles y Celeste. Acarreó los discos duros hasta el coche alquilado y los colocó en el asiento trasero. Ahora tocaba meter a Hurley en el maletero y luego llevarlo al desierto.

Cerró la puerta y allí, al otro lado del bajo muro de adobe que separaba el jardín de la carretera de tierra, vio a DeShawn Pitts.

—Hola —dijo Groote. Calma. Tienes que salir de aquí hablando, tío, tienes que hacerlo, por tu hija.

—¿Qué le ha pasado, señor Groote?

—Un accidente en el hospital. Fue culpa mía. Me resbalé y me caí por las escaleras.

—¿Está bien?

—Sí. ¿Cómo sabía que estaría aquí? —Disfrazó su voz con un deje jocoso.

—Aparqué cerca del hospital. Quería ver al doctor Hurley para tener una charla con él, pero lo he visto a usted salir con la cara destrozada. Sentí curiosidad. Lo he seguido.

Este tipo albergaba demasiadas sospechas. Eso entristeció a Groote.

—¿Es su casa? —preguntó Pitts.

—Ojalá. No, es de una paciente del doctor Hurley.

—Ese coche ahí aparcado es del doctor Hurley. Es la misma matrícula, la he comprobado. ¿Es normal que pase la noche con sus pacientes?

—No, pero el de anoche era un caso especial.

—Me da la impresión de que Hurley me está evitando. ¿Está aquí o no?

Groote tanteó las opciones; vida o muerte.

—Tengo que insistir, señor Groote. El doctor Hurley debería salir a hablar conmigo al menos cinco minutos.

Groote se decidió, aunque no le gustaba la idea. Cerró la puerta del coche e intentó parecer avergonzado bajo los vendajes.

—Hurley habló con la persona que usted busca, fue él quien le llamó desde el hospital. Ha estado llamando a todos los pacientes de la doctora Allison Vance, está llevando a cabo una especie de persecución ambulatoria.

—Excelente.

Groote señaló la casa con la cabeza.

—¿Por qué no entra y hablamos?