52
En el despacho de Víctor había ordenadores de todos los tipos: dos de gran capacidad con sistema operativo Linux, un reluciente Apple Macintosh y otros cuatro pecés de caja beis.
En un monitor se veía una foto de Quantrill, en otro una de Sorenson y en un tercero, la de Allison.
Groote estaba de pie delante de la de Sorenson, mirando fijamente el rostro del hombre.
—No he encontrado a tu hija, Dennis, y me estoy topando con muchos muros al preguntar por casas seguras del gobierno. Esos lugares son secretos muy bien guardados. Voy a tener que aproximarme a esto de un modo menos directo, y eso llevará tiempo.
—Si la matan porque Dodd esté muerto…
—Lo dudo. La muerte de Dodd los paralizará, tendrán que reagruparse. Tienes que mantener la esperanza —dijo Víctor.
Groote se sentó y escondió su cara destrozada entre las manos, luego volvió a levantarse.
—¿Eso qué me supone? ¿Un día, dos? Incluso si consigo recuperar el Frost no tengo ni idea de cómo contactar con la persona para la que trabajaba Dodd, sea quien sea.
—Caballeros, os he recargado las pistolas. Usad esta información para tener claro que no hay forma de seguir adelante, o bien optad por pasar desapercibidos y acudir enseguida a la policía.
—No —dijo Miles y Groote negó con la cabeza.
Víctor hizo un gesto hacia la cabeza de Sorenson en la pantalla.
—Erik Sorenson. Antes de que estuviera en el Pentágono, sirvió en el servicio extranjero, en Pekín. Antes de eso, en el ejército. Ahora ya no trabaja para el gobierno, al menos no con una nómina que se admita en público, no encuentro nada sobre él, ni familia, ni pasado académico, nada de nada, esos archivos están sellados. Es un nómada burocrático. Normalmente, un funcionario del gobierno se afianza en un puesto y se aferra a él.
—O es una patata caliente que va de un lado a otro porque causa problemas —dijo Miles.
—Tengo contactos en los archivos del ejército y en Defensa intentando averiguar más, pero de momento nada, solo el comentario de un amigo del Pentágono, que me ha dicho literalmente que Sorenson era un bala perdida, un loco difícil de tratar. Lo siento, no tengo contactos en Asuntos Exteriores, no puedo entrar por ahí.
—De acuerdo. Quantrill.
—Puedo decirte que es un espía corporativo —dijo Groote.
—Más que eso —dijo Víctor—. Un millonario que consiguió su fortuna en Internet y la movió antes de que explotara la burbuja. Es propietario de una consultoría que fue acusada una vez de espionaje corporativo, pero los cargos fueron retirados. Huele a compensación. Está además relacionado con varias compañías dueñas de otras que a su vez poseen hospitales especializados, tanto aquí como en el extranjero. Por si fuera poco, tiene contactos con la administración de veteranos.
—Si está experimentando ilegalmente con fármacos en un hospital, ¿podría estar haciéndolo en otros? —preguntó Groote—. Quizás Dodd y él hicieron un trato para arrebatarle el Frost a Sorenson y Amanda está en uno de esos hospitales.
—Puedo comprobarlo, pero no creo que Dodd y Quantrill llegaran a entenderse antes de que Dodd muriera —dijo Víctor—. Respecto a los experimentos, estoy casi seguro de que si ha probado el Frost en un hospital puede haberlo hecho también en otros. Su único escándalo sanitario se produjo en un hospital de veteranos de Mineápolis, se le acusó de probar medicinas contra el cáncer no aprobadas. Dos médicos y un funcionario fueron acusados. Otro médico se libró por falta de pruebas. Ese doctor dimitió del hospital de veteranos y se fue a trabajar a un hospital de la compañía en Florida. Aparte de eso, Quantrill se mantiene en la sombra.
—Como Sorenson.
—¿Se te ha pasado por la cabeza que Sorenson va en tu busca con tanto empeño como tú en la suya? Ya sabrá que su estratagema en Yosemite ha fallado. Le beneficia el hecho de que el gobierno está dispuesto a mentir para encubrir la implicación de Dodd. Si te coge la policía, sales en las noticias. Es más difícil eliminar a alguien que tiene la atención del público.
—A no ser que pueda llegar hasta Amanda y ella termine muerta si nosotros hablamos —dijo Groote.
—Incluso así. Si hacemos esto público, el gobierno nos acallará o nos desacreditará. También es posible que al hablar mandemos el Frost al purgatorio farmacéutico —dijo Miles—. Toda esta movida acabaría con la aceptación pública de la investigación, la retrasaría años. No, tengo que conseguir la fórmula y dársela a una compañía que la desarrolle de manera responsable. —Miles miraba fijamente la foto de Sorenson en la pantalla del ordenador. Algo le rondaba la cabeza. Los hechos no acababan de encajarle bien, lo cual era lógico, pero no podía saber a ciencia cierta qué lo perturbaba.
—Has hecho mucho, tío, gracias —dijo Groote. Se puso en pie.
Víctor rodó hacia Groote.
—¿Podrías disculparnos, Dennis? Me gustaría hablar en privado con Miles. Gracias.
Groote salió de la habitación sin mediar palabra.
Víctor esperó hasta que oyó a Groote volver al patio de atrás y cerrar la puerta de cristales.
—No puedes confiar en él.
—Lo sé, pero lo necesito. No puedo pelear solo contra Sorenson.
—Groote es un exagente del FBI. Tiene una empresa de seguridad privada. Ya sabes que no le interesa demasiado cumplir las leyes.
—A pesar de sus aristas cortantes sigue teniendo ese aire de federal. Es la única cosa que nos otorga esperanza de que al final obre con decencia.
—Puede que necesite el Frost más que tú y que yo —dijo Víctor—. Otro asunto… sé que estás enfadado con Nathan por no haberte dicho la verdad sobre Dodd. Pero has de saber la verdadera historia de Nathan. Un poco de peloteo y la promesa de diez horas gratis de trabajo de base de datos me han llevado a conseguir sus archivos del Departamento de Defensa.
Miles alzó una mano.
—No me lo digas, no me importa.
Víctor se incorporó hacia delante y le dio unos golpecitos en la rodilla con su brazo protésico.
—Me pediste que te ayudara, con los ojos bien abiertos. Yo te pido que escuches, con las orejas bien abiertas.
—Dime.
—Cleopatra —le dijo Víctor a uno de los ordenadores—, reproduce el archivo de vídeo de Ruiz.
Activado por el software de reconocimiento de voz, el ordenador comenzó a reproducir un vídeo. Nathan aparecía en primer plano delante de la cámara, nervioso, limpio, con el pelo húmedo, la nariz rota y el rostro magullado y vendado.
La cinta comenzaba con el entrevistado identificándose, dando la fecha y su localización en una base militar en Kuwait.
—Sargento Ruiz, quiero hablarle sobre los sucesos del dos de abril.
—Sí, señor. —Nathan se pasó un dedo por el labio inferior, se recompuso un poco y se sentó derecho—. Sí, señor.
El entrevistador resumió la aproximación realizada por la unidad de artillería de Nathan junto con el resto de las fuerzas americanas que avanzaban hacia Bagdad. Nathan confirmó cada punto.
—Y luego, después de haber disparado sus misiles, esperó a recibir nuevas instrucciones.
—Sí, señor.
—Y ejecutó una comprobación operativa para ver si todos los sistemas estaban funcionando adecuadamente.
Nathan asintió.
—Sí, señor, como siempre.
—¿Y los resultados?
—Todo iba bien. —Nathan tragó saliva.
—¿Funcionaba la baliza infrarroja que les identificaba como tropas americanas? —dijo el entrevistador.
Nathan asintió.
—Necesito una respuesta verbal, por favor.
—Señor, sí, señor, las luciérnagas, la baliza infrarroja, funcionaba. —La voz se le quebró al final.
—Entonces se apartó de su puesto.
—Señor, sí, señor, pero solo unos metros.
—Y en su ausencia la baliza falló.
—Sí, señor —dijo Nathan manteniendo esta vez la calma—. Eso supongo. El repuesto también falló.
—¿Y cuánto tiempo estuvo alejado del equipo?
—Solo unos minutos, señor, luego regresé.
—No notó que las luciérnagas no funcionaban.
Silencio.
—¿Ha oído la pregunta, sargento?
—Señor, sí, señor, la he oído. No me di cuenta de que la baliza fallaba.
—¿Solo le presta atención al equipo durante las comprobaciones operativas, sargento Ruiz?
—Señor, no, señor.
—Pero usted no se dio cuenta de que la baliza fallaba y la alarma apropiada también.
Cuatro segundos de silencio. Entonces la impasible rectitud militar de Nathan se convirtió en puro dolor. Luchó con todas sus fuerzas para recuperar la expresión calmada de su rostro.
—Señor, sí, señor, pero…
—¿Pero qué?
—En el campo de batalla, señor, pasan cosas inesperadas. No sé por qué falló el sistema. Simplemente ocurrió.
—Aun así, seguía usted siendo el responsable de su reparación.
—Eso es cierto… señor. —Nathan tragó saliva, el sudor se le acumuló en su frente magullada y golpeada.
—¿Cuántos minutos pasaron antes de que les alcanzara el fuego amigo?
—Nueve minutos desde el lanzamiento de nuestro último misil, señor.
—Nueve minutos en los que no advirtió que la baliza no funcionaba.
—Señor, sí, señor.
—Nueve minutos que tuvo para salvar a su compañía. —Un horrible y espeso silencio. Nathan parpadeó varias veces a la cámara. El interrogador invisible continuó—. De acuerdo con el capitán Cariotis, durante estos nueve minutos estuvo hablando y riendo con sus amigos, disfrutando del éxito de la misión. Pensó que su trabajo de esa noche había terminado después de lanzar todos los misiles satisfactoriamente.
—Señor, sí, señor. —Nathan cerró los ojos y respiró profundamente—. Señor, sí, señor. —Se le formaron lágrimas en los ojos—. Sin embargo el control de fuego podría haberle confirmado al piloto, señor, que éramos tropas americanas… no entiendo cómo solamente yo…
—Usted estaba allí mismo, en la escena del suceso, con una baliza rota. Podría haberse dado cuenta. Podría haberlo arreglado. Pudo alertar a control de fuego de que había un problema.
—Joder —dijo Miles—, le culparon de todo ese accidente. —Se le secó la boca al pensar en la pesadilla que tuvo Nathan en casa de Blaine, allá en Santa Fe, en la que gritaba que lo había arreglado, que lo había arreglado.
—Cleopatra, pausa el vídeo —le dijo Víctor al ordenador, y la cara de Nathan se congeló en la pantalla—. Sin el dispositivo infrarrojo, un piloto americano pensó que la compañía de Nathan pertenecía a las fuerzas republicanas. Si un piloto recibe una confirmación negativa de control de fuego después de ver misiles despegando en la oscuridad, dispara. Y entonces es cuando los cuerpos de los soldados americanos acaban esparcidos por el desierto. Fuego amigo.
—Oh, vaya —dijo Miles—. Pobres muchachos.
—Sí —dijo Nathan detrás de él, de pie en la puerta abierta—. Esos pobres muchachos que yo maté.
Miles se puso en pie.
—Nathan, tú eres tan víctima como ellos. Lo siento mucho, tío.
—No me juzgues —dijo Nathan—. Quiero servir. Quiero proteger. No soy un torturador como Groote. No soy un tarado como tú, Miles.
—Fue un accidente —dijo Víctor—. Suceden a menudo en tiempos de guerra.
—Pensé que erais mis amigos, estúpido de mí —dijo Nathan. Se limpió la nariz con el dorso de la mano—. Me voy de este puto sitio.
—Nathan, no tienes nada de lo que avergonzarte, entendemos lo que debes de haber pasado, por qué ayudaste a Dodd. Quédate con nosotros.
—¡Quita ese vídeo! —Nathan lanzó una pierna hacia el monitor—. Seguro que eres un espía, Miles, uno mucho mejor que yo. Ningún secreto está a salvo contigo. —Se alejó ruidosamente del despacho, cruzó la casa, salió por la puerta principal. Miles lo persiguió y lo agarró del brazo cuando estaba en el límite del césped del jardín y pisando la acera.
—Puedes ayudarnos a encontrar a Sorenson…
Una pistola presionó la cabeza de Miles.
—Suéltame, Miles, deja que me vaya.
—No lo haré. Vas a tener que dispararme.
—¡Por favor, Miles! ¡Por favor!
—No vas a escapar. Deja que te ayudemos.
—Estás lleno de mierda. Me soltaste el discurso de que teníamos que permanecer juntos. Nos quieres dejar aquí a mí y a Celeste para irte con Groote, un puto animal que… me torturó.
—Nathan…
—Cállate. Calla esa maldita boca de hipócrita, Miles. Me hizo daño, joder, pero no le dije tu puto nombre durante horas porque pensé que era lo correcto. Quería hacer el bien. Ser fuerte de nuevo. —Comenzó a llorar.
—Nathan, por Dios, lo siento.
—Perdí a todos los amigos que tenía en el ejército. A todos. Pensé que lo entenderías, ya que tú perdiste a tu amigo de Florida. Pensé… no importa lo que pensé. —Apartó a Miles, le apuntó de nuevo con la pistola—. Solo quieres que me quede porque temes que llame a la policía y les diga dónde estáis tú y Celeste. Que me haga el héroe otra vez. No te preocupes. Te trataré mejor de lo que me has tratado a mí. —Caminó de espaldas por el tranquilo vecindario.
—Esto es una locura, no tienes dinero, no tienes coche.
—Mantendré la boca cerrada respecto a ti y a Celeste. A no ser que me sigas. Entonces hablaré hasta que me duela la garganta, ¿lo pillas? —Nathan bajó el arma y se alejó.
Miles salió a la calle para seguirle y Nathan volvió a levantar el arma.
Miles lo siguió con la mirada hasta que se perdió en la oscuridad y volvió a la casa.
—Lo siento, Miles —dijo Víctor.
—Volverá en diez minutos o en diez horas, cuando se calme —dijo Miles—. Y ni siquiera estoy seguro de si esa arma que lleva está cargada. Piensa que lo odio. No es así, pero no comprende bien en qué consiste la confianza.
—¿Crees que conocía tus planes?
—Supongo que sospechaba que yo quería que él y Celeste se quedaran aquí contigo. Pudo oír mi conversación con Groote en el coche, pensamos que estaba dormido.
—¿Irá a la policía?
—No lo sé.
—Bueno, la única ley que he roto es la de acoger fugitivos y si no he puesto la tele, no podía saber que erais fugitivos.
—Lo siento.
—Tú y Groote tenéis que iros. Para estar seguros.
—¿Se puede quedar Celeste? No puedo someterla a más peligros. Ya ha pasado demasiado con esto.
—Será mejor que te vayas mientras duerme, si no, va a luchar con uñas y dientes.
Los rostros conectados al Frost seguían congelados en las pantallas de los ordenadores, salvo en el ordenador más a la izquierda, donde estaba puesta la página web de Víctor. Tenía colgada en ella una encuesta sobre una pregunta puramente hipotética: «Si pudieras olvidar el peor momento de tu vida, ¿lo harías?».
El noventa y cuatro por ciento daba una respuesta afirmativa. Ese era el poder del Frost, su promesa.
Entonces, si consigo el Frost, ¿podré encontrar a Nathan y ayudarlo?
Miles observó a Celeste durmiendo, perdida en la pesadez de sus propios sueños. Extrajo la confesión del bolsillo, la dejó abierta junto a la lámpara. Se agachó y le dio un beso en la cabeza.
—Vamos —dijo Miles. Groote se levantó de su silla en el patio. Pensó que era mejor no mencionar que Nathan se había ido, Groote querría cazarle.
—Quizás podamos conseguir un vuelo tardío para Austin.
—En realidad tengo otra idea —dijo Groote—. Allison robó la lista de compradores de Quantrill. Disponer de ella sería una fuente de información muy valiosa.
Miles entendió a lo que se refería.
—Si le sonsacamos detalles sobre la subasta a un comprador, podríamos acercarnos mucho a Sorenson sin que se diera cuenta.
—Y podemos obtener esa lista hoy mismo —dijo Groote—. No le tienes miedo a las alarmas ni a los hombres con pistolas, ¿verdad, señor espía?