Capítulo 11
—Eso he oído —dijo Percy en tono cortante—. Hola, Gitana —se dirigió a ella con una voz mucho más suave, y la atrajo hacia sus brazos—. ¡Bienvenida a casa!
Por algún motivo, la familiaridad del apodo odiado le sonó a música celestial. Agradecida, levantó la cara para aceptar el beso que él le iba a dar en la mejilla.
—Me alegro mucho de verte —dijo ella de forma sincera—. ¿Has venido en lugar de Miles?
Él llevaba puesto un traje color crema y una corbata de nudo ancho, y nunca antes lo había visto tan atractivo, tan repleto de juventud y de vigor varonil.
—Está en casa, asegurándose de tenerlo todo listo para tu llegada. No se fiaba de encargárselo a nadie más, lo quería hacer él mismo, así que aproveché la oportunidad para ser el primero en darte la bienvenida de vuelta a casa.
Aunque Mary sabía que todo era una mentira para que la escuchara la señora Draper, que había aguzado el oído, estaba tan agradecida por sus palabras como si fueran verdad. Algo debía de haber pasado en casa. Su madre se estaría comportando mal, pensándose mejor el que su hija volviera a casa, y Miles se habría visto obligado a quedarse para ocuparse de la situación. Probablemente habría llamado a Percy a la oficina del aserradero —él no se habría arreglado tanto solamente por ella— y habría dejado de hacer lo que estaba haciendo para ir corriendo a la estación.
—¡Qué amable de tu parte! —exclamó Mary, lanzándole a Percy una mirada que desvelaba que había entendido la verdad, pero que agradecía la mentira.
Con su brazo aún alrededor de su cintura, Percy se volvió hacia la señora Draper.
—Si nos disculpa ahora, será mejor que lleve a nuestra niña a casa. Su madre está esperando ansiosa su llegada.
—¿De veras? —dijo la señora Draper por lo bajo—. Qué cambio más positivo. Estoy segura de que Mary será precisamente lo que el médico le recomendó.
—Sin duda. Que tenga un buen viaje, señora Draper.
—Vaya, muchas gracias Percy. —Con la mano de nuevo sobre el camafeo, parpadeó de esa manera insípida que Percy inspiraba en la mayoría de las mujeres.
—Gracias por salvarme —dijo ella, cuando la señora Draper ya no alcanzaba a oírlos—, vaya una mujer más espantosa.
—Es de lo peor —asintió Percy, cogiéndola del brazo—. Siento no haber estado aquí para evitar que te molestara.
—Bueno, de hecho, fui yo quien se acercó a ella. No pareció reconocerme.
—Ya veo por qué.
—¿Qué quieres decir?
Percy se paró y dijo, fingiendo estar sorprendido:
—¡Vaya, Mary Toliver, no me digas que estás buscando que, precisamente yo, te haga un cumplido!
Estiró el cuello. Sintió cómo retrocedía a su antigua posición de defensa hasta que lo miró a los ojos. En ellos vio regocijo, pero no burla. Su expresión era de admiración, incluso de orgullo. Ella se rio un poco.
—Aunque me muera de curiosidad por lo que podría sacarte, jamás me pillarás con una caña de pescar en tu estanque, Percy Warwick. —Siguieron caminando—. Así que dime qué estaba insinuando esa mujer horrible cuando dijo que mi madre se encuentra en una situación desesperada. ¿Es mamá la razón por la que has venido tú en lugar de Miles?
La cogió con fuerza de las manos, como si quisiera prevenir que ella se tambaleara cuando le diera la respuesta.
—Tu madre tiene un problema con la bebida, Mary. Se ha vuelto…, adicta al alcohol.
—¿Cómo? —Mary se paró de golpe, quedándose inmóvil—. ¿Me estás diciendo que mamá es… alcohólica?
—Me temo que sí.
—Pero ¿cómo? ¿De dónde sacó las bebidas alcohólicas?
—Tu padre tenía bastantes en vuestro sótano por si acaso lo prohibían. Ella lo encontró y, antes de que Miles o Sassie descubrieran lo que estaba haciendo, ya era demasiado tarde.
El horror la había paralizado. Su madre… ¿una alcohólica? Había oído que a la gente que era adicta a la botella se le llamaba «borrachuza»; era una palabra asquerosa que describía a gente sin fuerza de voluntad.
—Y todo el mundo lo sabe menos yo —dijo ella—. El pueblo entero, por lo visto.
La expresión de Percy cambió. La fulminó con la mirada.
—¿Esa es tu máxima preocupación, que el nombre de los Toliver sea mancillado?
«¡Claro que no!», quería gritar Mary, herida por la insinuación. Le preocupaba su madre. Esta última vergüenza pública la mantendría encerrada en su habitación para siempre. Lo soltó del brazo. Nada había cambiado en su ausencia, desde luego no entre ellos. Absolutamente todo estaba igual.
—Se me tendría que haber comunicado.
—Miles no quería que lo supieras. ¿Qué habría arreglado?
—Podría haber vuelto a casa. Al fin y al cabo, ¿de qué ha servido que me fuera?
—Merecía la pena probar, Mary; un pequeño sacrificio por tu parte, ¿no crees?
¿De qué servía refutarlo? Él ya se había formado una opinión sobre ella. Angustiada, abrió su bolso bordado y dijo, con los modales que le habían enseñado en Bellington:
—Aquí están mis talones de equipaje. Hay cuatro piezas, si fueras tan amable de recogerlas. Están dentro de la estación.
Percy le cogió suavemente la mano que le ofrecía.
—Siento que esta no sea la vuelta a casa que esperabas, Gitana.
—Estoy aprendiendo a no desear lo que no puedo controlar —dijo ella, levantando la barbilla, armándose de valor para no echarse a llorar. Él no juzgaba a nadie más que a ella.
Le quitó los billetes de entre los dedos y se llevó el dorso de su mano enguantada a los labios, mirándola fijamente a los ojos.
—Desde luego espero ser una excepción a esa política.
De repente, a Mary se le cortó la respiración y retiró la mano.
—La única excepción a esa política es la esperanza de que la gente a la que quiero no me malinterprete. Y ahora, ¿cómo vamos a llegar a casa?
Percy hizo un gesto con la cabeza, como si no se pudiera razonar con ella.
—Tengo un Pierce-Arrow un aparato rojo y amarillo. Está aparcado bajo los árboles que hay en las caballerizas. Espérame allí en la sombra.
El coche brillante, de suelo bajo y descapotable, resaltaba en el área de estacionamiento como un purasangre entre mulas. Mary permaneció de pie en el lado del pasajero, desconsolada, casi sin percatarse de su elegancia. La emoción de su vuelta a casa se había evaporado, y ahora no quería ni pensar en el primer momento en el que viera a su madre y el encuentro que esperaba tener con Miles. Qué idiota había sido al esperar ansiosamente que lo viera desde la ventanilla de su compartimento cuando el tren entrara humeante en la estación. Se había imaginado volver a casa con él en la calesa, cotilleando sobre las cosas del pueblo y poniéndose al día con la plantación. Incluso había medio esperado que su madre se alegraría de verla y que podían volver a ser una familia antes de que Miles se marchara a la guerra.
—¿Mi madre ha recibido atención médica? —preguntó, mientras Percy metía su equipaje en el asiento trasero del coche—. ¿Ha respondido al tratamiento?
—El doctor Goddard la ha estado visitando, pero sus conocimientos en esa área son limitados. Ha recomendado abstinencia total, que Miles y Sassie han estado imponiendo.
—¡Dios mío! —dijo Mary imaginándose la odisea—. ¿Se está recuperando?
—No de la necesidad de beber alcohol, pero al menos ahora ya está limpia. Miles ha tenido que vigilarla como un águila para asegurarse de que no pusiera las manos sobre una botella. Él y Sassie se turnan, y mi madre los releva cuando se lo piden. En ocasiones, para que puedan descansar o para que Miles vaya a la plantación, la han tenido que atar a la cama. Lo siento, Mary. Te estoy contando esto para prepararte. Tienes que ser fuerte para lo que te vas a encontrar.
Una presión que le hizo sentirse enferma se le extendió bajo el esternón.
—Pero dime que han tirado todas las botellas de alcohol.
—Todo lo que no se bebió o escondió. Todavía hay botellas escondidas dentro y alrededor de la casa. —Él abrió la portezuela del lado del pasajero—. Tengo un equipo de carretera, si te quieres cubrir la ropa y el sombrero. También gafas protectoras. Yo solo me pongo las gafas. El polvo de la carretera es terrible en esta época del año.
—Hace demasiado calor. Además, quiero ver la campiña.
—Intentaré ir a menos de cincuenta por hora.
Se subieron y Percy arrancó el motor. Mary escuchó fascinada cómo rugía bajo la larga y reluciente capota.
Anteriormente, solo se había montado en un coche sin caballos en una sola ocasión; en el Rolls-Royce de Richard Bentwood, que había importado de Inglaterra.
—Por el amor de Dios, espero que Miles no se haya gastado dinero comprando uno de estos —comentó con desagrado al partir, mientras los que esperaban en el andén los miraban con gran admiración.
Percy soltó una risita.
—No, ya conoces a Miles. Él piensa que los automóviles son otro ejemplo de la degeneración causada por el capitalismo. —Giró en la carretera hacia Howbutker—. Por cierto, decía en serio lo de bienvenida a casa.
—No es propio de ti decir eso, considerando que en menos de un mes te irás durante Dios sabe cuánto tiempo. —No añadió «tal vez para siempre», con el corazón en un puño por el temor de la familia—. ¡Mi hermano y sus causas! Os ha obligado a ir a ti y a Ollie, ¿verdad?
—Ollie pensó que alguien debería ir para cuidarlo, Gitana. Si no, conseguirá que se lo carguen.
—Y donde van Miles y Ollie, vas tú, para cuidarlos a ambos.
—Más o menos.
La tristeza, el desperdicio de todo era demasiado para ella. Su furia hacia Miles aumentó como el mal sabor de boca tras haber comido pescado en mal estado. ¿Cómo les podía hacer esto a sus mejores amigos y sus familias? ¿Cómo podía abandonar a su madre en esta nueva lucha y abandonar sus responsabilidades en la plantación? Pero nunca podría confiar su indignación a Percy. Él no estaba dispuesto a escuchar ni una sola palabra mala sobre Miles.
—¿Qué se supone que pasará con esta cosa cuando te marches a Europa? —preguntó ella.
—O lo venderé o se lo daré a mi padre para que me lo guarde hasta que vuelva. Mi madre se niega a montarse en él, pero a mi padre no le importará llevarlo a dar una vuelta para mantener las juntas engrasadas.
De repente los ojos le ardieron, y se vio obligada a ver la campiña más de cerca. Tras un instante, dijo:
—Dáselo a tu padre para que te lo guarde.
Sintió cómo él volvía la cabeza, sorprendido.
—Vale —dijo él—, se lo daré a mi padre para que me lo guarde.
Condujeron un rato en silencio; Mary mantuvo la atención desviada hacia su lado de la carretera. La época del cornejo ya había pasado, pero las glicinias trepadoras aún estaban en todo su esplendor, con sus flores lavanda colgando de los enrejados y de las ramas de los árboles. Allá en Somerset los campos de algodón estaban en flor; con sus flores de todos los colores de las puestas de sol de East Texas en pleno verano.
Mary se concentró en esa imagen. Lo único que le quedaba era Somerset, que la esperaba. La tierra sería suya para que la cuidara año tras año, cosecha tras cosecha hasta el día en que muriera. Como le había dicho Miles, nunca la abandonaría. Podía haber una plaga del gorgojo del algodón, sequía e inundaciones. En el tiempo que tardaran en correr a buscar refugio, el granizo podía destruir una cosecha de gran valor; sin embargo, las tierras seguirían allí cuando la devastación hubiera pasado. Siempre había esperanza con las tierras. No así, en muchas ocasiones, con la gente.
Percy dijo:
—Me imagino que lo primero en tu lista será ir a Somerset.
Era extraño cómo podía leerle el pensamiento.
—Sí —respondió ella, escuetamente. Él había hecho que sonara como si tal visita fuera el colmo de la incorrección.
—Bueno, antes de que reprendas a Miles por la forma en que ha dirigido el sitio, deberías saber un par de cosas.
—¿Ah, sí? —Arqueó una ceja. No había nada que Percy pudiera decir que mitigara la mala administración de lo que era su sustento.
—Recuerda que tu hermano tiene la última palabra en cuanto a la plantación hasta que tú tengas veintiún años.
—No necesito que me lo recuerdes.
—Pero sí debes recordar que, si a tu hermano se le mete en la cabeza, puede cambiar el carácter de la plantación para que ya no sea el Somerset que tú quieres conservar. Tenlo presente.
Mary se quedó paralizada en su asiento y lo miró fijamente, estupefacta.
—¿Qué quieres decir?
—Hay otras maneras de que la tierra pueda producir beneficios además de algodón, Gitana.
—Percy, ¿de qué estás hablando? ¿Qué ha hecho Miles? ¿Qué se propone hacer? —Pronunció esto con enfado, mientras las palabras eran entrecortadas por el viento alrededor del Pierce-Arrow descapotable, que se desplazaba rápidamente. Se dio cuenta que estaban gritando. Para poder tener una conversación en uno de esos trastos había que gritar.
—¿Quieres escuchar, tontita, antes de sacar conclusiones precipitadas sobre Miles? Te estoy diciendo lo que no ha hecho, todo por su hermana pequeña.
—Dime —prosiguió ella, respirando profundamente.
—Podría haber plantado caña de azúcar en vuestras hectáreas. Un cultivador de Nueva Orleans fue a verlo justo después de que tú te marcharas a la escuela y le hizo una oferta muy buena. Rechazó la oferta, como la que le hizo mi propio padre. Papá quería arrendar la plantación y cultivar madera durante diez años.
Mary no podía ni hablar. Sentía cómo los ojos se le salían las órbitas. Tragando saliva con dificultad, dijo:
—La tierra jamás se podría recuperar si hiciera eso.
—¿Sería una tragedia tan grande, Mary? —La mano de Percy se apartó del volante y buscó la suya—. De todos modos, el algodón ya está muerto. Las fibras sintéticas son el futuro. Otros parajes empiezan a competir por los mercados mundiales que Texas ha monopolizado durante tanto tiempo. Y, por si fuera poco, el gorgojo del algodón acaba de destruir el Cinturón Algodonero del Sur.
—Percy… Percy… —Mary apartó la mano de forma brusca—. ¡Calla! ¿Me oyes? ¡Cállate! No tienes ni idea de lo que estás diciendo. ¡Dios mío!, ¿a qué he vuelto?
Percy no dijo nada, con los ojos puestos en la carretera. Tras un momento, susurró sin mirarla:
—Lo siento, Mary. Créeme, lo siento de veras.
—Y deberías —le recriminó ella—. Por el hecho de que tu padre se aprovechara de la situación y le ofreciera a Miles, al ingenuo vulnerable Miles, la oportunidad de cultivar madera. Una cosa sí te prometo, Percy Warwick, ¡habrá un día en que la temperatura esté bajo cero el cuatro de julio en Howbutker, Texas, antes de que un solo pino Warwick eche raíces en tierra Toliver! —Estaba tan enfadada que temblaba.
Habían llegado a un punto de la carretera que permitía cambiar de sentido. Percy se fue hacia ese lugar, levantando el polvo y haciendo parar el Pierce-Arrow entre chirridos. Asustada, Mary extendió el brazo para agarrar la manija de la portezuela, buscando escapar, pero Percy la agarró de la muñeca que tenía libre al mismo tiempo que se arrancaba las gafas. Mary nunca lo había visto enfadado, y el verlo así le hizo perder el habla. Se acordaba de Beatrice explicándole a su madre lo enfadado que era capaz de ponerse: «No suele perder los estribos, pero cuando lo hace da miedo. La boca se le cierra como una trampilla de acero y sus ojos pierden el color. ¡Y es tan fuerte! Dios mío, podría partirte en dos como a un palillo. Gracias a Dios que mi hijo nunca se enfada si no es por un buen motivo».
Un buen motivo…
—No te atrevas a malinterpretar el intento de mi padre por ayudar a tu familia como si hubiera querido sacar un beneficio para los Warwick —dijo, entre dientes, con los ojos como carámbanos de hielo sobre su cara roja de la rabia—. Si eso crees, eres más terca de lo que pensaba.
—Debería saber que no podía hacerle tal propuesta a mis espaldas —respondió Mary luchando por desprenderse del dolor que le producía el agarre de Percy—. Él sabe lo que significaba el algodón para mi padre. ¡Por eso me dejó Somerset a mí y no a Miles!
—Tal vez papá no se toma la obsesión de tu padre como tuya. Tal vez piensa que, como eres una mujer querrás más aparte de una plantación arrasada por el gorgojo: un sistema de servidumbre pasado de moda al que tendrás que dedicar tu vida entera. Tal vez piense que, como te vas a casar conmigo, en Somerset, de todos modos, se trabajará la madera.
Se quedó boquiabierta.
—¿Cómo?
—Ya lo has oído.
—¿Yo casarme contigo? —Lo miró fijamente, estupefacta—. ¿Trabajar la madera en Somerset? Estás de broma, ¿verdad?
—¿A ti te parece que estoy de broma?
Intentó tocarla. Ella estaba tan escandalizada por lo absurdas que eran sus suposiciones que aún tenía la boca abierta cuando él la cubrió con la suya. Opuso resistencia y lo empujó, farfulló y chilló, pero no sirvió de nada. La mujer que llevaba dentro, que había traicionado a la niña casta que había soportado las insinuaciones de Richard, apareció como la adulta que era bajo el ataque de Percy. Su cuerpo se encendió y los sentidos le ardían. La precaución y el decoro escaparon a sus restricciones y se rindió a la necesidad que tenía de él, aceptando en la medida en que sus ropas se lo permitieron, que él la poseyera. Finalmente, el tiempo y el presente regresaron y ella permaneció entre sus brazos agotada y acalorada, consciente de que su traje de viaje estaba arrugado, su pelo despeinado, los labios le escocían y su sombrero estaba tirado en el suelo lleno de polvo.
—¡Dios, ten piedad! —dijo, demasiado débil para mover la cabeza del hombro de él.
—Y ahora, después de esto, dime que no debemos estar el uno con el otro.
Era imposible discutirlo. Se había sentido tan unida a él como una paca de algodón cuando se había sentado en este artilugio, y ahora, los dos tenían claro que los cables estaban cortados y las energías de ella fluían descontroladamente. Pero esto jamás podría acabar bien.
—No importa —repuso—. No puedo…, no me casaré contigo. Lo digo en serio, Percy.
—Bueno, ya veremos cuáles son tus sentimientos cuando vuelva de Europa, una vez hayas tenido la responsabilidad de supervisar una plantación de cinco mil hectáreas, luchando contra el gorgojo del algodón, cuidando a un par de cientos de familias que comparten sus cosechas de algodón, y asegurándote de que tu supervisor permanece sobrio. Eso sin mencionar que tendrás que cuidar a tu madre y vivir de modo precario. Ojalá fuera justo para ti casarnos antes de que me fuera, pero —la besó en la frente, dejando que la insinuación quedara entre ellos— al menos tendrás a mi madre y a mi padre para cuidar de ti hasta que vuelva.
—¡Qué atrevimiento! —se burló Mary encontrando la fuerza de voluntad para zafarse de sus brazos—. ¿Y qué pasará si, cuando vuelvas, siento lo mismo con respecto a nosotros que ahora?
—No lo sentirás. —Él sonrió, no con la satisfacción de Richard Bentwood, sino con la tranquila e inquebrantable seguridad de que la conocía.
De alguna manera, ella consiguió volver a su lado del coche y se arregló el vestido.
—Quítatelo de la cabeza, Percy Warwick. Eso no va a ocurrir. Buscó su sombrero y vio que había aterrizado en el campo, donde una vaca se lo estaba comiendo felizmente como almuerzo.
—Ocurrirá —replicó él, poniendo el motor en marcha. Mary no podía ni mirarlo mientras regresaban a la carretera. Ahora había un nuevo enemigo en su interior, muchísimo más dañino que el gorgojo del algodón, más mortífero que el granizo, las inundaciones o la sequía, más aterrador que un cártel de banqueros de Boston esperando para ejecutar la hipoteca de Somerset. Ahora entendía qué era lo que había detrás de la hostilidad que había sentido hacia él durante los últimos años. Tenía el poder de hacer que ella lo amara. Podría convencerla de hacer lo que él quisiera. Casarse con él implicaría combinar sus intereses, expandir los terrenos maderables de Warwick a costa de Somerset. La identidad de los Warwick la absorbería, perdería la distinción especial asociada a los Toliver. Sus hijos serían criados como unos Warwick, y el linaje Toliver perecería. Miles no era un Toliver, sino el hijo de su madre, un Henley, un visionario sin fuerza de voluntad. Ella era la única verdadera Toliver que quedaba. Ella sería la que tendría a los hijos que mantendrían el linaje, pero solo si se casaba con un hombre que compartiera su compromiso. Y Percy Warwick no era ese hombre.
—Nos iría mejor a los dos —dijo ella, mirando fijamente al frente— no ponernos nunca más en una posición como esta.
—No te prometo nada, Gitana —contestó él.
En la puerta de su casa, ella le extendió la mano de manera formal.
—Gracias por recibirme en la estación, Percy. No hace falta que entres.
Percy ignoró su mano y la agarró por la cintura.
—Ahora no te preocupes por lo que hemos discutido —le dijo—. Este tema puede esperar a mi regreso.
Ella levantó la cabeza para mirarlo directamente a los ojos.
—Deseo que regreses con todas mis fuerzas, Percy pero no a mí.
—Tiene que ser a ti. No puede haber nadie más. Y ahora no te pases con Miles. Ha sido como un cordero entre lobos este año. Si hay algo que ha aprendido es que no es un granjero. Ha provocado desastres, como estoy seguro de que le harás saber, pero el hombre lo ha hecho lo mejor que ha podido.
Mary asintió con la cabeza, para hacerle saber que lo había entendido.
—Esa es mi niña —le dijo, y la acercó a él para besarla suavemente en los labios. Ella se tensó, sintiendo cómo la invadía la pasión, una traición a sí misma que él le hizo saber que había percibido, con una mirada—. Te veré más tarde —añadió, bajando las escaleras para irse.
Oyó cómo detrás de ella se abría la puerta y Sassie le daba la bienvenida, pero transcurrieron un buen par de segundos antes de que pudiera quitarle la vista de encima, a su paso seguro de sí mismo, caminando hacia el Pierce-Arrow.