Capítulo 20

A finales de la primera semana de enero, Mary compró Fair Acres. Un adusto Emmitt Waithe abrió su oficina de mala gana a última hora del sábado por la tarde para llevar a cabo la transacción, y a las cinco la escritura ya estaba firmada. Lo que hacía Emmitt habitualmente era sacar una botella de whisky allí mismo para hacer un brindis en este tipo de ocasiones legales tan transcendentales, pero no sacó el Wild Turkey de su escritorio.

El lunes la noticia ya se sabía. Ollie y Charles Waithe se pasaron para darle la enhorabuena, pero Percy no apareció. Un reportero del Gazette llamó para pedirle una entrevista. Mary aceptó hacerla, pero solo porque él era un antiguo compañero de clase que había vuelto al pueblo para trabajar para el periódico y estaba desesperado por poner su nombre en un artículo. Quería escribir una columna sobre el papel de la mujer moderna en la sociedad, la política y los negocios desde la perspectiva de una de las dueñas más jóvenes de una de las plantaciones más grandes de Texas, le explicó. Mary no se sintió precisamente moderna cuando vio la fotografía que acompañaba al artículo. No se dio cuenta de lo anticuada que se había quedado hasta que se vio a sí misma, seria, con una blusa de mangas de antebrazo ancho y cuello alto y el pelo recogido hacia atrás en un gran lazo.

Con la compra de Fair Acres, los días de Mary se llenaron desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Además de supervisar los trabajos que se reservaban para los meses de invierno en Somerset, tenía mucho que hacer para conocer la nueva propiedad. En la calesa, salía a visitar a cada uno de los aparceros, para conocer a sus hijos y beber incontables tazas de café en sus humildes chozas, que esperaba poder reemplazar algún día por las cabañas de tres habitaciones y cocina separada que Vernon Toliver había hecho construir para sus aparceros. Inspeccionó sus nuevos campos, vallas, maquinaria, cobertizos de herramientas y la casa de la plantación que Jarvis se encargaba de vaciar antes de partir hacia Europa en febrero.

La aprensión y la fatiga eran sus compañeras inseparables. Se acostaba preocupada y se levantaba igual.

Sus especulaciones sobre Percy la cubrían como una sombra día a día. Aún no había recibido noticias suyas. El último contacto que había tenido con él había sido el día de Navidad, cuando él fue a desearle unas felices fiestas y a preguntarle si quería acompañar a su familia en la cena de celebración. Ella había dicho que no, alegando que se tenía que quedar con su madre. Sassie se opuso a cocinar otra cena de Nochebuena para gente con tan poco apetito como ellas, así que Mary la mandó a pasar el día con su nieta, y a Toby lo mandó a casa de su hermano. Después de eso, Percy y Ollie se fueron a Dallas a hacer de padrinos en la boda de un amigo del ejército, a pesar de las muletas de Ollie. Volvieron para Nochevieja y Mary se enteró de que Percy había llevado a Isabelle Withers, la hija de un banquero, al baile en el club de campo.

Aún confundida por todas las preocupaciones con la plantación, se murió de celos durante días. Isabelle era el tipo de chica con piel de porcelana, rubia y de ojos azules, como una muñeca de Dresde de esas que ella le había dicho a Lucy que le gustaban a Percy. Se acordó de cómo Lucy se había burlado: «Al infierno con Dresde y la porcelana. El tipo de mujer que le gusta a él es la que no parezca que se vaya a romper cada vez que la abrace, que la pueda agarrar y que esté a su altura en la cama…».

Apartó sin piedad esa imagen de su mente, obligándose a pensar en otro tipo de torturas diarias. Percy tenía todo el derecho de ver a otras mujeres. Era un hombre y sentía las necesidades de todo hombre, ¿qué esperaba, que no las fuera a satisfacer? Pero ¿por qué tenía que ser Isabelle, esa estúpida inocentona que sonreía como una tonta? Estaba segura de que a él le había ofendido mucho que ella hubiera comprado Fair Acres. Sabía el tiempo y el compromiso que eso conllevaba, y vería esta última locura como el factor que rompía el trato hecho.

Sabría cómo estaban las cosas entre ellos cuando él viniera a su fiesta.

Era un evento que esperaba, pero a la vez temía. No tenía tiempo para tales tonterías; sin embargo, sería una fiesta de «presentación» de su madre, y agradecía el hecho de que tal ocasión le hubiera dado a Darla el ímpetu para preocuparse por su aspecto.

—Tengo que comer más para tener más carne sobre los huesos —comentaba cuando se servía un segundo plato—. Tengo que hacer ejercicio para dar color a mis mejillas —decía, cuando Mary la veía en el jardín, blandiendo su pala. Y aunque los resultados tardaron un tiempo en hacerse visibles (Sassie le informó de que en muchas ocasiones tenía evidencias de que su madre vomitaba las comidas), su antiguo semblante y aire imperiosos se volvieron a imponer.

—Creo que prefería a tu madre fuera de mi camino y de mis nervios —comentó Sassie tras un día especialmente agotador.

Mary le devolvió una sonrisa comprensiva, emocionada pero a la vez asustada por las exigencias despóticas de su madre hacia los miembros del servicio, ahora que volvía a mandar.

—Muérdete la lengua, Sassie, pero entiendo bien lo que dices.

Sin embargo, disfrutaba enormemente del tierno cariño que Darla, a diferencia de antaño, se esforzaba en demostrarle y le aliviaba saber que ahora Darla tenía un motivo para levantarse por la mañana. Desde su excursión al pueblo, se levantaba al amanecer, se vestía y bajaba para empezar a tejer el hilo color crema y convertirlo en algo cuyo propósito dejaba perplejo a todo aquel que viera el montón cada vez más grande dentro de la cesta junto a su mecedora.

—¿Qué va a ser todo ese hilo, señorita Darla? —le preguntó Sassie.

—Tú no te preocupes, Sassie, hija. Esto va a ser una sorpresa para Mary el día de su vigésimo cumpleaños. Todo se sabrá ese día.

—Yo sé que no quiere que se lo diga, señorita Mary, pero esto no me gusta ni una pizca —le confió Sassie—. Me pone los pelos de punta allí sentada en el salón, meciéndose y sonriéndose a sí misma, con las agujas reluciendo como si tuviera un secreto. Está tramando algo, y si no tiempo al tiempo.

—Simplemente está perdida en el pasado, Sassie, reviviendo algún momento de cuando era joven y hermosa. Déjala que se consuele con los recuerdos. ¿Te has fijado en que las fotos de la familia vuelven a estar en la repisa?

De modo que ella y Sassie y Toby se prepararon para la fiesta. Escribieron y repartieron las invitaciones, organizaron el menú, compraron la comida, limpiaron y ventilaron la casa. Invitaron a los Warwick, Ollie y Abel, algunos vecinos más y Emmitt Waithe y su familia. Mary volvió a sacar del fondo de su armario un vestido de noche de tafetán rojo para ponerse, arriesgándose a que Abel alzara los ojos al techo cuando la viera con él puesto, pero pidió un diseño de terciopelo ámbar de su tienda para su madre.

—¡Diosito! ¡Ay, Diosito! ¿De qué vamos a tener que prescindir para pagar eso? —se quejó Sassie cuando le llevaron el vestido.

—La carne del mes que viene —contestó Mary, subiéndole la caja dorada a su madre para sorprenderla—. Asegúrate de cancelar nuestro pedido, Sassie.

La noche de la fiesta, se puso sin ganas su tafetán rojo pasado de moda. Tenía que ponerse debajo un corsé, aunque los corsés ya estaban anticuados: habían sido reemplazados por los sujetadores, pero Mary no tenía ninguno. Parecía cansada, tensa, pasada de moda y claramente no parecía estar de humor para una fiesta. Al menos tenía bien las manos. Había empezado a usar guantes para trabajar, pero no los que Percy le había regalado por Navidad. Esos los había guardado junto a la nota porque eran demasiado hermosos para usarlos en el campo. Sin embargo… mirándose en el espejo, sabía que no tenía ni una sola oportunidad de ganarle a la Dresde.

—Y ahora deje de fruncir el ceño y apague esas luces de preocupación que le brillan en los ojos, criatura —ordenó Sassie, al entrar en la habitación y pillarla inspeccionándose con una expresión de desespero—. Esta es su noche para aullar y yo quiero escuchar aullidos.

Mary se había ajustado las trenzas del peinado que se había hecho para la fiesta, mientras Sassie se había estado ocupando abajo de los últimos preparativos del refrigerio. El peinado poco hacía para mejorar su aspecto.

—Me temo que no siento ganas de aullar. ¿Has comprobado si mi madre está bien?

—Lo he intentado, señorita Mary pero me dijo que me fuera. No me dejó entrar. Dice que se puede vestir sola y que no quiere que nadie la vea «antes de entrar en escena».

—Me pregunto qué va a hacer con todas esas tiras que tejió.

—Ojalá lo supiera. Todo tiene que ver con su regalo, pero sea lo que sea, me imagino que tendremos que esperar para verlo.

—Os lo vendré a enseñar a ti y a Toby una vez lo haya abierto. Ahora es mejor que vaya a comprobar que está bien.

Bajando hacia el vestíbulo, Mary pensó en todas las horas que su madre, tenaz, se había dedicado a tejer en el salón, en lo que era un claro esfuerzo por pedir perdón. Una simple rosa roja le habría servido igual y ella, por su parte, habría hecho algo creativo con las rosas blanco nieve que salían en los catálogos de semillas para convencerla de que la había perdonado. Su madre solamente había hecho una prenda de ropa en dos ocasiones. La primera, una bufanda, y unas Navidades de hacía mucho tiempo, un par de manoplas. Cuando ella era pequeña, otras madres bordaban batas y gorros, tejían vestidos, chales, jerséis y sombreros para sus hijas, pero Darla prefería muestras de encaje de aguja. Mary se dijo que, fuera lo que fuese el regalo o por poco que le gustara la fiesta, estaría agradecida a su madre por el regalo y por el hecho de que los días de oscuridad habían llegado a su fin.

Llamó a la puerta.

—Mamá, ¿estás bien? ¿No necesitas ayuda para vestirte?

—¡En absoluto! —La respuesta de Darla vino acompañada de una carcajada estridente—. El vestido es fabuloso, cariño. Te va a encantar cómo me queda. Y ahora baja corriendo y prepárate para mi entrada en escena.

Mary se dio la vuelta, decepcionada, ya que quería ser la primera en verla en sus mejores galas nuevas, igual que le había dejado admirarla en todos esos eventos sociales tantas temporadas atrás. Seguía siendo la misma niña en cuanto a que aún le hacía ilusión ver a su madre vestida para una fiesta, pensó para sí misma.

Cuando empezaba a bajar las escaleras, alcanzó a ver la cabeza rubia de Percy, sin sombrero, a través del tragaluz que había sobre la puerta de entrada. Llegaba por el camino de entrada, pronto y solo. El pánico que había conseguido mantener bajo control durante las últimas semanas la envolvió como una ola sísmica y bajó corriendo y aguantando la respiración, abriendo la puerta de par en par antes de que él pudiera alcanzar el badajo de la campana.

Supo enseguida lo que había venido a decirle. Tenía los ojos descoloridos como el cristal y la mandíbula dura como una roca.

—Sé que es pronto, Mary pero tengo que decirte un par de cosas antes de que lleguen los demás. Mi madre y mi padre llegarán más tarde en su coche. He venido caminando para respirar un poco de aire fresco.

Ella sonrió levemente.

—Debes de tener muchas cosas que decirme.

—Me temo que sí.

—¿En el día de mi cumpleaños?

—No queda más remedio.

—Bueno, pues haz el favor de entrar. Madre aún no ha bajado.

—¿Madre? —Frunció el ceño al escuchar la referencia tan poco familiar.

—Yo…, creo que me he acostumbrado a llamarla así a veces… —Se sonrojó mientras él la examinaba con los ojos entrecerrados—. Bueno, deja que te coja el abrigo.

—No es necesario. No voy a quedarme.

Sus palabras fueron un duro golpe.

—Percy, no puedes estar hablando en serio. Es mi cumpleaños.

—No te importa lo más mínimo que sea tu cumpleaños, solo te interesa porque significa que falta un año menos para tomar posesión de Somerset.

—Todo esto tiene que ver con que compré Fair Acres, ¿no es cierto? —Sentía una presión cada vez mayor en el plexo solar, que amenazaba con dejarla sin aliento—. Tú lo ves como mi compromiso definitivo hacia Somerset.

—¿Y no es así?

—Percy… —Mary buscó desesperadamente una explicación convincente—. Comprar Fair Acres no fue elegir entre tú y Somerset. Fue una oportunidad que no podía dejar escapar. Mi decisión no tuvo nada que ver contigo. Yo…, yo tuve muy poco tiempo para decidirme. Ni siquiera pensaba en ti en aquel momento, en cómo nos podía afectar el que la comprara…, cómo pensarías tú que nos afectaría.

—Si así hubiera sido, ¿habría supuesto alguna diferencia? ¿No la habrías comprado de todas maneras?

Se sintió atrapada. ¿Cómo podía hacerle entender que no había tenido elección? Lo miró sin poder decir palabra, con la angustia ardiéndole en el pecho.

—¡Contéstame! —bramó él.

—Sí —soltó ella.

—Eso es lo que pensaba. —Los orificios nasales se le movieron con furor—. Me pregunto qué te habrá costado, además de mí. Dios, Mary… —La miró de arriba abajo y ella se encogió por dentro, imaginándose el aspecto pretencioso que tendría en su tafetán pasado de moda, con la cintura estrecha y los pechos buscando atención sobre el borde de encaje del corpiño. Las cinturas sueltas y los pechos lisos eran lo que estaba de moda en ese momento, cosa a lo que debía de haberse acostumbrado a admirar en Isabelle Withers.

—Se te está empezando a pasar la juventud, y no has disfrutado de ella ni un solo día —dijo Percy, haciendo una mueca despectiva—. Deberías estar asistiendo a fiestas y bailes, vistiéndote con ropas bonitas y coqueteando con los chicos, pero mírate. Estás demacrada, agotada, trabajando dieciocho horas al día como una campesina, y ¿para qué? ¿Para vivir en la pobreza, preocupada constantemente por dónde vas a conseguir la próxima barra de pan? ¿Para llevar una ropa que pasó de moda con los botines de botones? ¿Para orinar en un cubo y leer bajo la luz de una lámpara de queroseno? Has perdido a una madre y a un hermano, y ahora estás a punto de perder a un hombre que te quiere, que te lo podría dar todo, al que vas a renunciar por culpa de una plantación agotadora que te va a romper el corazón y que jamás merecerá tus sacrificios.

—No será siempre así. —Mary extendió sus manos hacia él—. En un par de años…

—¡Claro que siempre será así! ¿A quién intentas engañar? Te aseguraste de ello cuando compraste Fair Acres. ¡Yo no tengo un par de años!

—¿Q… qué me estás diciendo?

Él se giró hacia el otro lado, y su atractiva cara se descompuso. Nunca lo había visto llorar antes. Dio un paso hacia Percy, pero este levantó una mano para detenerla, mientras con la otra se sacaba un pañuelo del interior de su abrigo.

—Te estoy diciendo lo que tú has intentado decirme desde el principio. Yo pensaba que podía engatusarte para que te alejaras de Somerset, pero ahora veo que no puedo. El que compraras Fair Acres me lo ha demostrado. Me alejé de ti para darte tiempo, para que te dieras cuenta de lo mucho que me necesitabas y me querías, pero lo único que hiciste fue llenar ese tiempo de más tierras y más trabajo… como harías siempre que tuviéramos alguna discusión… Ya pueden estar arrancándome las entrañas, que tú simplemente te vas a plantar otra hilera de algodón. —Se enjugó los ojos y la miró de frente—. Pues eso no es lo que yo quiero. Tienes razón con respecto a mí, Mary. Necesito una mujer que me quiera a mí y a nuestros hijos por encima de todo lo demás. No puedo compartirla con otros asuntos que la absorban y que, al final, no quede nada para mí y para nuestra familia. Ahora lo sé, y no me conformaré con menos. Si me lo puedes ofrecer…

La miró con una desesperada esperanza, con una expresión suplicante, y Mary supo que era ahora o nunca. Si lo dejaba marchar, él se iría para siempre.

—Pensaba que me querías…

—Y te quiero. Esa es la gran ironía. Bueno, qué va a ser: ¿yo o Somerset?

Ella se retorció las manos.

—Percy, no me hagas elegir…

—Tienes que hacerlo. ¿Qué va a ser?

Lo miró un buen rato en silencio.

—Ya veo… —dijo él.

Desde el camino de entrada les llegó el sonido de puertas cerrándose y voces. Sassie abrió de par en par la puerta de la cocina al fondo del pasillo; llevaba puesto un delantal blanco y almidonado sobre el vestido negro que se ponía para ir a los funerales.

—Ya vienen —anunció—. Señor Percy, ¿aún lleva puesto el abrigo?

—Yo ya me iba —dijo él—. Dale recuerdos a tu madre, Mary, y… feliz cumpleaños.

Con el ceño fruncido por la sorpresa, Sassie vio cómo Percy giraba sobre sus talones y caminaba hasta la puerta, cerrándola sin volver la vista atrás.

—¿El señor Percy se marcha? ¿No va a volver?

—No —contestó Mary con voz de ultratumba—. El señor Percy no va a volver.