Capítulo 24

Él la llevó en brazos a la habitación de las cortinas. Ella notó la frescura de las sábanas cuando la tendió sobre la cama. Había planeado seducirla, pensó, y no le importó para nada, más bien se sintió aliviada por el hecho de que pronto iba a estar con el único hombre que podía domar a la bestia que llevaba dentro.

—Percy… —dijo con un hilo de voz—, estoy…

—¿Asustada? —preguntó él, desabrochándole la blusa—. No lo estés.

—Pero no sé qué tengo que hacer…

—No pasa nada. Ya encontraremos el camino juntos.

Y así fue. Horas más tarde, cuando la habitación ya estaba a oscuras, ella permaneció entre sus brazos, junto a su cuerpo reconfortante y le dijo:

—¿Sabes cómo me he sentido?

—No, mi amor —contestó, acariciándole el pelo—. Cuéntame.

—Como mi hogar. Fue como volver a mi hogar.

—Tú eres mi hogar —añadió Percy.

Hacia el amanecer, la cogió de la mano y la sacó fuera, a la ducha que estaba protegida por una cortina de pinos, y ambos permanecieron desnudos de pie bajo el agua, Mary gritando y salpicando mientras Percy se reía a carcajadas. «Esto es el Edén —pensó ella— y nosotros somos Adán y Eva». ¿Alguna vez hubo un hombre y una mujer tan hechos el uno para el otro? Tras un rato, le pasó las manos por el pecho bronceado y le dijo con voz apremiante:

—Percy. —Y él la llevó de vuelta a la cabaña.

Cuando llegó la mañana, Percy preparó un desayuno para dos: bacon, huevos y los melocotones con nata que habían dejado el día antes. Mary comió vorazmente, con muchísimo apetito. Más tarde, cuando se vestían, Percy dijo:

—Al menos tengo una muda para que nadie sospeche nada de esto cuando te lleve a casa de Hoagy pero ¿y tú?

Mary se tocó el cuello de la blusa y se miró la falda de montar marrón.

—Esto es lo que me pongo cada día cuando no sustituyo a nadie en el campo. Hoagy no se dará cuenta de que no me he cambiado.

Resistiéndose a marcharse, miró el lago desde el porche cubierto y Percy se puso detrás de ella, metiéndole la cara entre el pelo.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Lo estaré —dijo ella—, has sido muy considerado.

—Notarás algo de sensibilidad. Te llevaré un bálsamo esta tarde.

—No me encontrarás. Aún no sé qué secciones tengo que inspeccionar.

Sus brazos se tensaron ligeramente.

—Bueno, pues esta noche. ¿Estarás en casa?

—Sí, me aseguraré de ello. Tendré la cena preparada y…, te puedes quedar. Toby no estará. El jueves por la noche se queda en casa de su hermano. Van a pescar.

La agarró con más fuerza y ella notó cómo la sangre le corría con más fuerza.

—Dejaré el coche y vendré caminando —dijo él, con la voz ronca. La giró y la cogió de la barbilla, con el pulgar acariciándole el hoyuelo—. ¿Eres feliz, Mary?

—Más de lo que nunca creí posible —respondió ella. Le tocó la cara a él, maravillada. Le había empezado a salir barba, aunque casi no se le veían los pelos rubios. Tenía un nudo en la garganta. Esto era amor, pensó, no deseo. ¿Cómo podía ser que hubiera tenido tanto miedo a amarlo? Arreglarían sus diferencias. Se necesitaban el uno al otro. Ella sería buena con él. Él jamás se arrepentiría de haberse casado con ella. El deseo creció en su interior, a pesar del punzante dolor poscoital. Si no se marchaba ahora, no lo haría nunca, y tenía que volver con Hoagy. Dio un paso atrás.

—Tenemos que irnos, Percy. Si llego mucho más tarde, Hoagy sospechará algo, y estoy segura de que no le ha dado de comer a Shawnee.

Percy la observó mientras se recogía el pelo.

—¿Crees que podríamos discutir una fecha para la boda esta noche, cariño? Quiero que nos casemos lo antes posible.

Ella bajó las manos. Se volvió hacia él con una expresión de desconsuelo. No se le había ocurrido que él podría querer casarse antes de la recogida del algodón. Una boda no iba a ser posible, no con todos los preparativos que se tendrían que hacer. De ahora en adelante debería pasar cada día, cada hora de trabajo en Somerset.

—Yo…, pensaba que esperaríamos hasta después de la recolección —dijo ella, rogándole con la mirada que no se sintiera herido porque le acababa de aplazar los planes—. Dependen muchísimas cosas de esta recolecta, ya lo sabes. Tenemos que sacar un beneficio. No puede haber retrasos, ni interferencias. Tendré que estar todo el tiempo en la plantación. Yo… pensaba que habías decidido entenderlo.

Él tragó saliva, y ella vio cómo el cuello se le había tensado por la decepción.

—Bueno, pues ¿cuándo crees que sería un buen momento?

—¿A finales de octubre?

—¡A finales de octubre! Falta mucho para eso, Mary.

—Lo sé. —Ella le pasó los brazos detrás del cuello—. Pero llegará. Mientras tanto, mientras seamos discretos, podremos estar juntos. Y te recompensaré por la espera, te lo prometo. Te amo.

Dándose por vencido, Percy la abrazó.

—Está bien —concedió—, pero desearía que fuera mañana. Tengo el presentimiento de que es un error esperar.

—Sería un error no esperar —corrigió Mary—. De este modo, tendremos tiempo de organizar nuestra hermosa boda y todos los preparativos y podremos irnos en un viaje de novios como Dios manda. Nos podremos relajar. Ya lo verás.

Pasó abril, luego mayo, que fue seco y caluroso. Mary empezó a preocuparse. Pero a principios de junio, justo antes de que las cápsulas de algodón soltaran su tesoro blanco, cayó una fina lluvia que mojó las plantas con la cantidad justa de humedad para aliviar su sed. Aunque la providencia seguía velando por ellos, Mary se levantaba cada mañana con una opresión en el pecho. Si ahora no llovía ni ocurría ningún otro desastre, el capítulo final de las grandes adversidades de los Toliver se cerraría.

Prudente en cuanto a su felicidad, no podía resistirse a imaginar la cosecha recogida, la hipoteca casi pagada, el dinero en el banco. Empezaría su matrimonio con Percy desde cero, y mientras él cumpliera su promesa, ella se aseguraría de que él jamás sufriera por Somerset. Haría malabares con su tiempo y su energía; empezaría por contratar a un encargado que le quitara algunas de sus obligaciones. Rastrearía el estado, si fuera necesario, para buscar a un sustituto para Hoagy Carter, que era vago y poco de fiar.

Ya estaban planificando su vida juntos. Iban a vivir en la mansión Toliver. Eso alegraría inmensamente a los señores Warwick, el tener a su hijo y a su nuera y, al final, a todos los pequeños Warwick a un par de casas. Percy tenía planes de instalar electricidad y un teléfono, ¡gracias a Dios!, justo después de la boda; se añadirían cuartos de baño, se modernizaría la cocina y la cochera se convertiría en un garaje. La puesta a punto incluía el jardín de rosas y una mano de pintura en el exterior de la casa. Sassie y Toby seguirían trabajando para ellos, por supuesto, pero contratarían a más personal, y Percy fue firme en su deseo de contratar también a un contable para liberar a Mary de los libros de contabilidad cuando estuviera en casa.

Su máxima preocupación consistía en mantener en secreto sus idas y venidas cuando quedaban, y cuando se acostaban juntos. Mary le habló claramente a Percy sobre la importancia de salvaguardar su reputación del escándalo sexual. La gente podría ver mal el que ella no pagara por el favoritismo de su padre, pero nunca la habían mirado por encima del hombro. ¡Era una Toliver! Sin embargo, su nombre no la salvaría en el caso de que se descubriera que se estaba acostando con un hombre fuera del matrimonio, y desde luego Percy no quería que nadie sospechara que se estaba acostando con su mujer antes de casarse con ella.

Por eso planificaron sus relaciones amorosas y sus refugios con mucho cuidado. Con frecuencia se encontraban en la aislada cabaña de Percy junto al lago. Ni un alma sospechó de las actividades que se estaban llevando a cabo tras aquella tosca puerta de tablones. Con la cosecha a la vuelta de la esquina, Sassie, que había vuelto, asumió que Mary pasaba las noches que no volvía a casa con los Ledbetter. Hoagy pensaba que su ama, tras un día largo y caluroso, volvía con Shawnee a Houston Avenue, con una extraña felicidad, más rellenita, con más carne en los huesos al fin.

Pasaban los jueves por la noche en la mansión de los Toliver cuando tanto Sassie como Toby se iban por la noche, sin darse prácticamente tiempo de acabar la cena sencilla que Mary había preparado antes de subir corriendo a la habitación, quitándose la ropa por el camino. Mary, cuya única ilusión habían sido sus días en Somerset, ahora vivía para las noches con Percy.

Solo podían compartir los domingos, y lo hacían con Ollie y Charles Waithe, que era el cuarto jugador en sus partidas de bridge. Aunque Mary no las aguantaba, estas citas del domingo eran necesarias como subterfugio. Ella estaba segurísima de que, con solo mirarlos a ella y a Percy, los dos sabrían que preferirían estar en otro sitio. Era una agonía estar sentada a la mesa con él, a veces como pareja, a veces como contrincante, sensualmente consciente de cada uno de los movimientos que él hacía, pero sin poder arriesgar ni una sola sonrisa o incluso mirar en su dirección. Las tardes se prolongaban de manera interminable, y siempre sentía un gran alivio cuando oía que el reloj de pie daba la hora en la que ellos se iban.

A pesar de sus objeciones, Percy llegó a entender la necesidad de ser prudente y mantener en secreto durante un tiempo sus intenciones de casarse. Este secreto los protegía de las especulaciones de la gente sobre hasta dónde llegaba su intimidad, cosa que Mary temía que se descubriera. Ambos estuvieron de acuerdo en que no podrían controlar la emoción de Beatrice cuando se enterara de que la boda estaba a la vuelta de la esquina y, por supuesto, tenían que pensar en Ollie.

Habían hablado mucho de Ollie.

—Se lo tenemos que contar pronto, Mary —dijo Percy.

—¿Por qué?

—Porque está enamorado de ti, bella inocentona. Lleva amándote el mismo tiempo que yo.

—Lo sospeché en una ocasión, pero pensé que sus sentimientos habían bajado a nivel de amistad.

—Créeme, no es así. Si yo hubiera pensado que había la menor posibilidad de que tú le correspondieras a su amor, jamás te habría perseguido. Si no fuera por Ollie, ahora mismo estaría enterrado en un cementerio francés.

—Lo sé —respondió Mary, estremeciéndose como siempre hacía cuando pensaba en ello—. ¿Crees que aún tiene esperanzas?

—Conscientemente, no, pero hasta que tengas un anillo en el dedo, una parte de él creerá que existe una oportunidad.

—Dame hasta mediados de agosto, y entonces cómprame un anillo —dijo Mary.