Capítulo 19
Ya en casa, Mary se dirigía al estudio para volver a revisar sus cálculos y paró de repente cuando oyó que su madre la llamaba desde el salón.
—Mary ¿eres tú? Ven aquí.
Incrédula, Mary se acercó a la puerta entreabierta para encontrarse a su madre sentada en su mecedora preferida, ante la ventana, completamente vestida y con Sassie vigilándola desde el sofá. La mirada de consternación que le lanzó Sassie le recordó a Mary que eran las cuatro, mucho más tarde de la hora a la que había prometido volver a casa para relevarla y permitirle ir al mercado, una tarea que esperaba ansiosamente, ya que era la única forma que tenía de salir de la casa y cambiar de escenario.
—Sassie ha estado esperándote para preparar la cena —la reprendió Darla, y su ceño fruncido le recordó a Mary las muchas veces que la habían reñido de niña. En aquellos tiempos le había molestado. Ahora agradeció el reproche de su madre como si fuera un indicio de que volvía a la normalidad. Darla miró de manera crítica su blusa y su falda de montar, que ella había decidido ponerse para ir a Fair Acres antes de dirigirse a la plantación—. Imagino que esa no es la ropa que te sueles poner para ir a trabajar. ¿Dónde has estado?
—Yo…, tenía unos asuntos de los que me tenía que ocupar en el pueblo. Siento llegar tarde. Sassie, te recompensaré. Puedes ir al pueblo por la mañana. Yo me ocuparé de la comida de mediodía, tú puedes tomarte tu tiempo. ¡Mamá, qué bueno es verte abajo!
—Ya puedes marcharte, Sassie —le dijo Darla con un gesto que indicaba desdén—. Y asegúrate de no quemar el pan de maíz.
—Sí, señora —le contestó el ama de llaves, lanzándole a Mary una mirada sufrida al salir de la habitación.
Mary acercó una silla a la mecedora de su madre. Llevaba puestas sus gafas, y tenía el periódico Howbutker Gazette sobre el regazo. Habían pasado más de cuatro años desde la última vez que había leído un periódico. En la luz tenue del atardecer, a Mary le chocó de nuevo la trágica pérdida de la gran belleza que una vez tuvo su madre. Había sido una de las primeras de entre sus contemporáneas en usar colorete, pero ahora solo le servía para acentuar sus mejillas hundidas. El pelo, que antes había sido espeso y brillante, ahora había perdido su brillo y abundancia. Caía como una masa, despeinado sobre sus hombros con tan poco cuerpo que Mary podía verle los huesos bajo el chal.
—Me imagino que pensarás que han cambiado muchas cosas en el pueblo desde la última vez que leíste el Gazette —le dijo Mary suavemente.
—Pero ¡si es como entrar en un mundo nuevo! —Darla volvió sobre una página y se la enseñó a Mary—. Por favor, ¿puedes mirar la ropa que hay en los anuncios de Abel? ¡Faldas hasta las pantorrillas! ¿Y me estás diciendo que Howbutker tiene un cine?
—Va mucha gente, o eso dicen —dijo Mary sonriendo—. Yo aún no he estado allí. ¿Te gustaría ir una noche?
—Todavía no. Tengo que ahorrar mi energía. —Su madre puso el periódico a un lado y se quitó las gafas—. ¿Has hablado con Beatrice?
Mary hizo una mueca de disgusto.
—Mamá, lo siento. Se me olvidó completamente. Lo haré esta noche.
—No te molestes. —Darla se tapó sus hombros delgados con el chal. He cambiado de idea: ya no quiero verla. No necesito su ayuda para organizar la fiesta. Quiero que sea una sorpresa tanto para ella como para los demás, como para ti misma. Pero tengo un objetivo prioritario.
Mary sintió una punzada de aprensión.
—¿Aún estás pensando en ayudar a Toby en el jardín?
—Sí, bueno, está eso. Sin duda, a Toby le puede venir bien una mano extra. El terreno y los jardines están hechos un desastre. Hoy me he dado una pequeña vuelta. Tendré que sacar mi viejo sombrero de jardín y mi mono. No quiero broncearme tanto como tú. Estoy segura de que aún no te estás protegiendo del sol. No te mereces la tez que tienes, con lo poco que la cuidas… —Se calló de repente, viendo que Mary sonreía—. ¿Qué te hace tanta gracia?
—Tú. —La sonrisa de Mary se hizo aún más amplia—. Es bueno tenerte quisquillosa de nuevo.
—Nunca me escuchaste, no sé ni para qué me molesté.
—Porque me querías, supongo —soltó Mary.
Parecía que su madre había oído la inflexión esperanzada en su tono de voz. Se le suavizó la cara, y le dio a Mary una palmadita en la mano.
—Sí, porque te quería —le dijo—, y no debes olvidarlo nunca. Y ahora, mi objetivo es el siguiente. Quiero tejerte algo por tu cumpleaños y debo empezar de inmediato. Voy a necesitar todo mi tiempo para trabajar en ello, así que me tendrás que llevar al pueblo a comprar el hilo. Hay suficiente dinero para que pueda comprar un par de madejas de hilo, ¿verdad?
—Sí, madre. Tienes una cuenta de banco por separado en la que te he ido metiendo tu veinte por ciento mensual.
Nada más haberlo dicho, se arrepintió de haber mencionado la cantidad que se ponía a un lado de los beneficios que se sacaban, por miedo a exacerbar el resentimiento de su madre hacia su padre y hacia el testamento, pero la expresión de Darla siguió siendo de preocupación.
—Pero no quiero molestarme en ir al banco. ¿No podrías dejarme el dinero y el mes que viene deducir el coste de mi compra de la cantidad que vayas a depositar?
Aliviada, Mary dijo:
—Claro que puedo, pero no tienes por qué hacerme nada, mamá. Que estés levantada y haciendo cosas es más de lo que podría haber deseado. Ese es regalo suficiente.
—No, no lo es —le discutió Darla con una sonrisa y acarició la mejilla de su hija—. Ha pasado mucho tiempo desde que le hice algo a mi corderita con mis propias manos. Lo que tengo en mente es algo por lo que me recordarás siempre.
—Te tendré a ti, mamá —dijo Mary.
—No siempre, cariño. El tiempo no es tan amable. —Apartó la mano—. Me gustaría empezar lo antes posible. ¿Estarás libre mañana por la tarde para llevarme al pueblo en la calesa para hacer unas compritas? Evitaremos ir a la tienda de Abel. Estoy segura de que no tiene nada allí que yo me pueda permitir. —Frunció su pálido ceño al ver que Mary se estremecía—. ¿Qué te sucede? ¿Te causo alguna molestia?
—No, por supuesto que no. —Mary forzó una sonrisa. Ya le había prometido la mañana a Sassie, y si llevaba a su madre al pueblo por la tarde perdería un día entero en la plantación. Tenía programado que se limpiaran las acequias de canalización al día siguiente, pero sus equipos tendrían que empezar sin su supervisión. Era más importante que su madre saliera de casa—. Disfrutaremos de un maravilloso día entero juntas —le dijo—, y cuando regresemos de nuestra salida, nos quitaremos el frío con una buena taza de chocolate caliente, igual que hacíamos siempre al volver de la compra.
—Eso estará muy bien —respondió Darla, y devolvió la hoja a su lugar de una manera brusca, lo cual sugirió a Mary que a Darla no le había gustado remover los recuerdos de tiempos pasados, sino que prefería dejarlos bajo las hojas de antaño. Eran demasiado dolorosos. De ahora en adelante, solo haría referencias al futuro.
Más tarde, en la cocina, Mary le preguntó a Sassie por el paseo que su madre había dado por el terreno.
—¿Fue al jardín de rosas?
—¡Ajá! —respondió Sassie.
—¿Crees que se acuerda de la última vez que lo visitó?
—No me diga que no se acuerda de que llevó allí una palanca. Toby dice que fue delante de casa de los Lancaster y después siguió sin decir nada. Se lo digo: está tramando algo, la mujer esa.
—¡Por el amor de Dios, Sassie! —protestó Mary de forma cortante—. ¿Qué esperabas que dijera? ¿Lo mucho que lo siente y lo terriblemente humillada que está? Ten un poco de compasión, después de todo lo que ha pasado la mujer.
—Lo intentaré por usted, señorita Mary —dijo Sassie.
Al día siguiente, a la hora acordada, Darla ya estaba vestida para su primera aparición en el pueblo desde que había salido de la oficina de Emmitt Waithe. La moda había dado un giro de ciento ochenta grados desde los días en que se llevaba su gran sombrero de nido de pájaro y armazón modificado. Mary sintió pena y vergüenza cuando la vio bajar las escaleras poniéndose sus guantes largos, suntuosamente inconsciente de lo patética que era su vestimenta pasada de moda.
Al entrar en Main Street con la calesa, Darla exclamó:
—¡Dios mío! ¡Mira todos estos coches sin caballos! Pero si casi han tomado la plaza del Juzgado.
—Un día de estos tendremos un automóvil, mamá.
—No mientras yo viva, corderita —dijo Darla.
Darla hizo sus compras en Woolworth’s. Para alivio de Mary, casi no había más clientes en la tienda, y Darla tuvo al dependiente para ella sola. Juntos cogieron rollos de madejas de hilo de color crema, que amontonaron sobre el mostrador. No queriendo dejar a su madre fuera de su vista, Mary esperó ansiosa a una distancia desde la que no podía oír la conversación que estaban manteniendo, entre susurros. En un momento dado, Darla le dio una orden.
—Ahora, Mary, gira la cabeza. No puedo, de ninguna manera, dejar que veas mi próxima compra.
Mary obedeció y, a continuación, Darla le hizo una rápida consulta al dependiente. Oyó el sonido de algo que desenrollaban de un carrete, un tijeretazo y el sonido del papel al envolver el paquete.
—¡Hala! —dijo su madre, satisfecha—. Ya puedes darte la vuelta.
Su madre tenía un color sonrosado y se sonreía a sí misma mientras traqueteaban de vuelta a Houston Avenue en la calesa. A Mary le recorrió una alegría por la felicidad que se reflejaba en su cara, y le preguntó:
—¿Feliz mamá?
Darla volvió su rostro brillante hacia su hija.
—Hace tiempo que no estaba así de feliz, corderita mía —contestó.
Mary dio un golpecito en el lomo de Shawnee con las riendas. Tendría que escribir a Miles para contarle la noticia de la resurrección de su madre; que Darla Toliver, finalmente, había regresado de la muerte a casa.