Capítulo 51
Durante los años siguientes pudo escuchar muchas discusiones bajo la ventana de la cocina sobre su visita anual de dos semanas a Howbutker.
—William, ¿te puedes creer la carta de tu tía? ¡Cómo se atreve esa mujer a pedirnos que le enviemos a Rachel durante todo el verano! ¿Cómo puede ser tan egoísta? ¡Casi no veo a mi hija ahora y ella nos está pidiendo que le dejemos a Rachel durante todas sus vacaciones!
—No todas sus vacaciones, Alice. Solo el mes de agosto. La tía Mary tiene casi setenta años. ¿Por qué no podemos complacer a una anciana? No va a vivir para siempre.
—Vivirá lo suficiente para robarme a mi niña. Está abriendo una brecha entre nosotras dos, William. Yo estoy tan cansada de oír tía Mary esto, tía Mary lo otro. Nunca habla de mí con semejante tono de adoración.
Bajo la ventana, Rachel escuchaba, su conciencia se retorcía de arrepentimiento. No, no lo hacía nunca, tenía que admitirlo. Notó la herida en la voz de su madre y se juró que le demostraría más amor y agradecimiento. «Pero ¡ay, por favor, papá!, déjame ir en agosto con la tía Mary y el tío Ollie».
La discusión terminó con un compromiso que, a pesar de serlo, dejó a su madre con los labios fruncidos mientras se alejaba el coche familiar llevando a Rachel a Howbutker para pasar el mes solicitado. Era el decimocuarto verano de Rachel. El acuerdo, planteado por su madre, era que podría pasar este agosto con los «parientes de papá», pero al verano siguiente toda la familia haría un viaje «sin Howbutker, sin Somerset y sin tía Mary».
Fue durante su decimocuarto verano cuando Rachel puso los ojos por primera vez en Matt Warwick. Había oído hablar con frecuencia del nieto del señor Percy, pero siempre estaba visitando a su abuela en Atlanta durante las dos semanas que ella permanecía en la ciudad. La madre de Matt había muerto de cáncer cuando él tenía catorce años, y a su padre lo habían matado antes de eso, durante la guerra. Recordaba que sentía pena por el muchacho que se había quedado huérfano, pero consideraba que tenía suerte de vivir en Howbutker y de que lo cuidase un anciano tan maravilloso como el señor Percy.
Su padre decía que el señor Percy era inmensamente rico —un magnate de la madera— con grandes propiedades madereras por todo el país y Canadá. Matt estaba aprendiendo el negocio de la familia y navegando por él como un velero en medio de la brisa del océano, un poco como ella, pensó. Se suponía que era guapo, atractivo y sencillo, y ella estaba ansiosa por ver la razón de tanto elogio.
Se conocieron en la fiesta del decimonoveno cumpleaños de Matt. Rachel había estrenado un vestido para la ocasión, seleccionado bajo el ojo infalible del tío Ollie. Era un vestido de piqué blanco con un escote ondulado y dobladillo, y complementado con una gran faja verde. Rachel nunca había tenido un vestido igual. Se sentía muy señora y muy adulta con sus primeras medias y tacones medianos, con el cabello peinado de forma especial para la ocasión, formando una cascada con margaritas blancas y lazos verdes.
La tía Mary y el tío Ollie estaban esperando al pie de las escaleras cuando bajó, y la miraron con orgullo y afecto. Rachel les devolvió una sonrisa radiante, pasando por encima de la culpa constante ante el recuerdo de la acusación de su madre:
—Crees que te has vuelto demasiado buena para nosotros, Rachel.
—¡No, mamá, eso no es verdad!
—No me digas que no prefieres estar con tus tíos ricos en esa gran mansión que vivir con tu madre y tu padre en nuestra pequeña casa, o que no te parece mejor ese pueblo estirado de Howbutker que Kermit.
—¡Ay, mamá, lo has entendido todo al revés! Me gustan los dos sitios.
No pudo convencer a su madre de que sus sentimientos por el tío Ollie y la tía Mary no disminuían en nada el amor que sentía por ella. El tío Ollie era el hombre más dulce que había conocido y la hacía sentir especial, mientras que la tía Mary comprendía y apreciaba su amor por la tierra de una forma que su madre no haría jamás. Y en cuanto a la mansión en Houston Avenue…, desde el momento en que la vio, sintió que había regresado a un lugar que conocía de antes, un sitio que parecía que la había estado esperando. Las rosas y las madreselvas, el estanque de los peces y el cenador, la casa con su elegante y amplia escalinata, y las habitaciones silenciosas y lujosas…, todo le parecía más familiar —mucho más suyo— que su hogar en Kermit y su habitación al lado de la de su hermano de seis años. Y sentía que había estado conectada a Howbutker toda su vida, aunque no sabía por qué. Las calles de Howbutker empedradas en rojo, la arquitectura de inspiración sureña, y una mezcla de residentes blancos y negros eran tan diferentes de su ciudad natal de Kermit como el agua y la arena. Cuando mencionó este extraño fenómeno a su padre, él le contestó:
—Has llegado a casa, Rachel. Esta casa y este pueblo son el lugar de nacimiento de tu linaje.
No podía evitarlo, pensaba mientras descendía por la escalera. «Este también es mi hogar, y tía Mary y tío Ollie son los abuelos que nunca tuve. Pertenezco a este lugar».
El tío Ollie le ofreció el brazo.
—Es como mirarte a ti, corderita, cuando tenías catorce años.
—No recuerdo que fuera tan encantadora —replicó Mary con una voz suave.
—Eso es porque nunca te diste cuenta —recalcó el tío Ollie.
La fiesta se celebraba en los terrenos del enorme hogar ancestral del señor Percy: Warwick Hall. Se trataba de un acto importante al que habían invitado a todo el mundo que conocía y tenía amistad con Matt: viejos y jóvenes, ricos y pobres, blancos y negros. Cuando llegaron, los acompañaron a través del césped cubierto por carpas y refrigerado con ventiladores gigantes hasta Percy Warwick y Amos Hines, que se encontraban de pie junto a un joven vestido con un esmoquin blanco. «Así que ese es Matt Warwick», pensó Rachel con curiosidad, preparada para sentirse decepcionada. Hasta que llegó ella, el nieto del señor Percy había sido el único niño en las vidas de la tía Mary y del tío Ollie. Sería comprensible que lo hubieran visto a través de un cristal de color de rosa.
Pero no habían exagerado. Matt era tan alto como su abuelo, con la misma constitución atlética, aunque su rostro igual de bello estaba construido de una forma algo menos equilibrada.
Tenía el mismo porte relajado y agradable, siempre con una sonrisa, como el señor Percy, pero también existían diferencias que despertaban su curiosidad, como a quién atribuir sus ojos de color azul claro y la espesa mata de cabello castaño claro. Desde luego, no procedían de su abuelo de ojos grises y cabello rubio plateado. Ella no sabía nada de sus padres y no conocía a su abuela, que vivía muy lejos, en Atlanta. Solo supo que cuando le cogió la mano, un temblor le recorrió el cuerpo y algo estalló en su interior como una flor de algodón que se abriera de repente bajo el sol matinal.
Primero abrazó a Amos, al que consideraba una especie de Abraham Lincoln, su presidente favorito, y después al señor Percy, que se la quedó mirando de forma extraña. El tío Ollie se aclaró la voz y la empujó hacia Matt en un intento obvio de alejarla de la paralizante atención de su abuelo.
—Matt, muchacho, esta es la sobrina nieta de Mary, Rachel Toliver —anunció de forma innecesaria—. Siempre pasa con nosotros las dos semanas que estás con tu abuela en Atlanta, así que los dos habéis ido y venido en trenes que van en dirección opuesta, por decirlo de alguna manera.
Por alguna razón, fue un comentario desafortunado. El tío Ollie se sonrojó inmediatamente y, a pesar de lo embelesada que estaba con Matt, ella se dio cuenta del intercambio de miradas entre la tía Mary y el señor Percy y la ligera pérdida de color por debajo de sus bronceados veraniegos. En ese momento, Matt sonrió y le dio la mano.
—Bueno, dentro de unos pocos años tendré que asegurarme de que esté en el tren correcto.
Sencillamente, él era demasiado sincero para ella y ella demasiado inexperta para manejar el asalto de su atractiva sonrisa y el fogonazo de aprecio masculino en sus ojos azules. Rachel retiró la mano y bajó la mirada, volviendo a su adolescencia, a sus catorce años, demasiado cohibida para preocuparse de si él pensaba que era patosa e inmadura, y desde luego no estaba preparada para un vestido que realzaba su figura y los tacones altos.
—El abuelo no exageraba cuando me dijo que eras el vivo retrato de tu tía abuela. —Matt siguió adelante, como si no se hubiera dado cuenta—. ¿Cómo lo llevas siendo tan bella?
—Tan bien como tú llevas ser tan guapo como tu abuelo —replicó, sorprendiéndose a sí misma. Sonaba impertinente, pero pretendía que fuera un cumplido. Para su alivio, el grupo se rio y Matt pareció impresionado. Él le pasó la punta de un dedo por el hoyuelo en su barbilla y ella se sintió ungida, como si un príncipe la hubiera tocado con su espada en el hombro.
—¡Touché! —replicó—, pero diría que tienes un trabajo más duro que el mío. Ha sido un placer conocerte por fin, Rachel Toliver. Disfruta de la fiesta. —Sonrió y se alejó para unirse a un grupo de compañeros de clase en la Universidad de Texas, entre ellos un grupo de alumnas sofisticadas, y Rachel sintió como si el sol hubiera desaparecido del cielo.
Hablaron de nuevo, brevemente, junto a la mesa del ponche.
—¿Cuándo vuelves a casa? —preguntó.
Ella parpadeó. ¿A casa? Pero si estaba en casa.
—Mañana, me temo.
—¿Por qué lo temes?
—Porque…, no quiero irme.
—¿No la echas de menos? —preguntó.
—Sí. Echo de menos a mi familia, pero…, también a la tía Mary y al tío Ollie, cuando no estoy aquí.
Él le ofreció su agradable sonrisa y le pasó una taza de ponche.
—Bueno, no pienses en ello como en un problema. Piensa en lo afortunada que eres al tener dos lugares a los que puedas llamar hogar.
Tenía que recordar planteárselo así a su madre, pensó, maravillada ante su sabiduría.
De camino hacia Houston Avenue, la tía Mary preguntó de forma casual:
—¿Qué te ha parecido Matt Warwick?
Ella contestó sin tener que pensar la repuesta.
—Sensacional —dijo—. Simplemente, sensacional.
La tía Mary apretó los labios y no hizo ningún comentario.