Agradecimientos

Este es mi décimo libro, pero, en muchos sentidos, es como si fuese el primero: la sensación es tan emocionante como aterradora. He contraído una enorme deuda de gratitud con Jennifer Weis, por haber viajado en compañía de Addie desde el trayecto inicial en tren hasta Nairobi y a través de las diversas revisiones; con Mollie Traver y el resto del equipo de St. Martin’s por guiarme en la transformación del manuscrito de una simple idea a un libro; y con mi agente, Joe Veltre, por agitar sin parar los pompones y animarme cuando saqué a colación la idea de abandonar mis espías napoleónicos y volcarme en otro siglo y otro continente.

Este libro no sería una realidad de no ser por mi amiga Christina Bost-Seaton, que me prestó su ejemplar de The Bolter y desencadenó sin querer una serie de «y si…». Gracias también a Susan Pedersen por contratarme, hace ya años, como estudiante ayudante para dar clases sobre el segundo imperio británico y enseñarme que la Kenia del siglo XX es algo más que lo que aparece en Memorias de África, y a la maravillosa Deanna Raybourn, por compartir conmigo con tanta generosidad toda su información sobre Kenia y no echarme nada por encima cuando descubrimos que ambas estábamos escribiendo libros no solo situados en el mismo escenario, sino también en el mismo año.

Abrazos y todo mi agradecimiento para Liz Mellyn, que pasó horas paseando conmigo a orillas del Arno la primavera pasada mientras me replanteaba la naturaleza de la relación entre Addie y Bea, y también a Alison Pace, por nuestros Jueves de Escritura, donde consumimos mucho café y escribimos muy poco. A veces, basta con comentar el libro con alguien. (O, como mi hermana pequeña prefiere decir, comentárselo «a» alguien.)

Mi mayor agradecimiento es para mi familia, por criarme a base de una dieta de reposiciones de Masterpiece Theatre y clásicos británicos, por apoyarme absolutamente en todo y por no parecerse en nada a la familia de Clemmie. Gracias, mamá, papá, Spencer y Brooke, por ser como sois y por estar siempre ahí. Y por último, pero no por ello menos importante, gracias a James, a quien le toca aguantar páginas y páginas de manuscritos mientras descansa en el sofá, personas imaginarias acompañándole en la cena y ediciones y correcciones en vez de la planificación de la boda. Te quiero mucho más de lo que puedo expresar en palabras.