El mar
Mi abuela fue también la que me llevó a conocer el mar. Una de sus hijas había logrado encontrar un marido fijo y éste trabajaba en Gibara, el puerto de mar más cercano a donde nosotros vivíamos. Por primera vez tomé un ómnibus; creo que para mi abuela, con sus sesenta años, era también la primera vez que cogía una guagua. Nos fuimos a Gibara. Mi abuela y el resto de mi familia desconocían el mar, a pesar de que no vivían a más de treinta o cuarenta kilómetros de él. Recuerdo a mi tía Coralina llegar llorando un día a la casa de mi abuela y decir: «¿Ustedes saben lo que es que ya tengo cuarenta años y nunca he visto el mar? Ahorita me voy a morir de vieja y nunca lo voy a ver». Desde entonces, yo no hacía más que pensar en el mar.
«El mar se traga a un hombre todos los días», decía mi abuela. Y yo sentí entonces una necesidad irresistible de llegar al mar.
¡Qué decir de cuando por primera vez me vi junto al mar! Sería imposible describir ese instante; hay sólo una palabra: el mar.