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VIAJEROS

El vuelo 534 de KLM cerró sus puertas puntualmente, a la 1.10 hora local. El avión estaba lleno… dada la hora, lleno de gente cansada que llegaba a tropezones a sus asientos, se ajustaba los cinturones, y aceptaba gustosa mantas de viaje y almohadas. Los pasajeros más experimentados esperaron que el avión se estabilizara para empujar hacia atrás los respaldos de sus asientos y cerrar los ojos, con la esperanza indisimulada de disfrutar de un vuelo tranquilo y también de algo parecido al sueño.

A bordo había cinco hombres de Badrayn: dos en primera clase y tres en business. Todos habían despachado parte del equipaje, quedándose sólo con el de mano. Todos estaban un poco nerviosos y hubieran bebido algo liviano para tranquilizarse —a pesar de la prohibición religiosa—, pero el vuelo había aterrizado en un aeropuerto islamita y no serviría alcohol hasta abandonar el espacio aéreo de la República Islámica Unida. Consideraron la situación como un solo hombre y se atuvieron a las circunstancias. Habían sido instruidos y adecuadamente preparados. Atravesarían el aeropuerto como pasajeros comunes y someterían su equipaje a la inspección de rayos X del personal de seguridad, tan cuidadoso como sus contrapartes occidentales… tal vez más, dado que había relativamente pocos vuelos y la paranoia local superaba con creces a la occidental. En todos los casos, los rayos X revelaron instrumentos para afeitarse, papeles, libros y demás accesorios.

Todos eran hombres educados. Algunos habían asistido a la Universidad Norteamericana de Beirut para graduarse, otros simplemente para conocer al enemigo. Iban prolijamente vestidos, de saco y corbata. Cuarenta minutos después estaban profundamente dormidos.

—¿Entonces qué opina de todo esto? —preguntó Van Damm.

Holtzman agitó un poco su vaso de whisky y observó el movimiento de los cubos de hielo.

—Bajo diferentes circunstancias lo hubiera considerado una conspiración, pero no. Para tratarse de alguien cuya única ambición mani-fiesta es arreglar algunas cosas, Jack está haciendo un montón de locuras e innovaciones.

—La palabra «locura» me parece un poquito fuerte, Bob.

—Para ellos no lo es. Se la pasan diciendo «no es uno de los nuestros» y reaccionan agresivamente a sus iniciativas. Usted mismo tendrá que admitir que sus ideas impositivas son bastante extravagantes, pero bueno, son una excusa para lo que está pasando… El juego es el mismo de siempre. Un par de rumores planteados de determinada manera y ya está. Así se determinan las reglas.

Arnie tuvo que asentir. Era como recoger la basura de las autopistas. Si alguien arrojaba la basura en el recipiente apropiado, todo quedaba limpio y la recolección se hacía en pocos minutos. Si ese mismo alguien arrojaba la basura por la ventanilla de su automóvil en marcha, se tardaba horas en recogerla. La otra parte del conflicto estaba arrojando basura y el presidente debía malgastar su escaso tiempo en cosas inútiles e improductivas en vez de seguir avanzando por el camino. La comparación era desagradable pero adecuada. Frecuentemente la política tenía menos que ver con el trabajo constructivo que con desparramar basura para que otro la recogiera.

—¿Quién filtró la información?

El periodista se encogió de hombros.

—Sólo puedo hacer suposiciones. Alguien de la CIA, probablemente perjudicado por las nuevas medidas. Tendrá que admitir que esa idea de rediseñar el equipo de espías podría pertenecer al hombre de Neanderthal. ¿Cómo piensan recortar el directorio de Inteligencia?

—Lo suficiente para compensar los nuevos agentes de campo. La idea es ahorrar dinero, obtener más información y aumentar la eficacia de los desempeños. Yo no aconsejo al presidente sobre temas de inteligencia —agregó… En eso sí que es un verdadero experto.

—Lo sé. Estaba a punto de publicar mi nota. Iba a llamarlo para pedirle una entrevista con él cuando estalló la burbuja.

—¿Ah, sí? ¿Y…?

—¿Cuál era mi posición? Creo que Ryan es el más contradictorio hijo de puta de todo Washington. En algunas cosas es brillante, pero en otras…

—Prosiga, por favor.

—Me gusta Ryan —admitió Holtzman… Es un hombre honesto… no relativamente honesto, sino realmente honesto. Pensaba contar las cosas tal como eran. ¿Quiere saber qué me molestó?— Hizo una pausa para beber un sorbo de borgoña y titubeó antes de proseguir, pero finalmente dejó salir su enojo… Alguien del Post filtró mi nota, probablemente a Ed Kealty. Y Kealty luego arregló con Donner y Plumber.

—¿Y usaron su nota para colgar a Ryan?

—Eso creo —admitió Holtzman.

Van Damm casi soltó una carcajada. Se contuvo lo más posible, pero era demasiado delicioso para seguir resistiendo.

—Bienvenido a Washington, Bob —dijo por fin.

—Sabe, algunos de nosotros nos tomamos en serio la ética de la profesión —replicó el periodista, bastante molesto… Era una buena nota. Investigué muchísimo para hacerla. Conseguí una buena fuente en la CIA… bueno, en realidad tengo varias, pero conseguí una nueva para esto, alguien que realmente sabe del tema. Tomé lo que me dio, verifiqué todo lo que pude y escribí la nota tratando de diferenciar lo que sabía de lo que creía— aseguró… ¿Y sabe una cosa? Ryan salió muy bien parado. Sí, claro, a veces hace cortocircuito con el sistema, pero hasta donde yo sé jamás ha violado las reglas. Si alguna vez debemos enfrentar una crisis mayor quiero que sea Ryan quien esté sentado en el Despacho Oval. Pero algún hijo de puta robó mi nota, mi información obtenida gracias a mis fuentes, y jugó con ella. Eso no me gusta, Arnie. Mis lectores confían en mí, igual que mi diario, y alguien se cagó en eso. —Apoyó el vaso sobre la mesa… Bueno, sé lo que piensa de mí y…

—No, no lo sabe —interrumpió Van Damm.

—Pero usted siempre…

—Soy el jefe de staff, Bob. Tengo que ser leal a mi jefe y jugar para mi equipo, pero si cree que no respeto a la prensa… debo decirle que es mucho menos inteligente de lo que parece. No siempre podemos ser amigos. A veces somos enemigos, pero los necesitamos tanto como ustedes nos necesitan. Por Dios, si no lo respetara, ¿por qué demonios estaría bebiendo mi whisky?

Podía tratarse de una salida elegante o una declaración sincera, pensó Holtzman, pero Arnie era un jugador demasiado habilidoso para captar la diferencia. Lo más astuto era terminar el trago, cosa que hizo. Era una lástima que su anfitrión eligiera un whisky barato para acompañar sus camisas L-L-Bean. Arnie tampoco sabía vestirse. O tal vez formara parte de su mística. El juego político era tan intrincado que a veces parecía un cruce entre metafísica clásica y ciencia experimental. Uno jamás podía descifrarlo del todo y descubrir una parte solía equivaler a ignorar la otra, igualmente importante y decisiva. Bueno, por eso era el mejor juego de la ciudad.

—De acuerdo, Arnie. Acepto.

—Muy inteligente de su parte. —Van Damm sonrió y volvió a llenarle el vaso… ¿Entonces por qué me llamó?

—Casi me da vergüenza decirlo. —Otra pausa… No quiero participar del ahorcamiento público de un hombre inocente.

—Ya lo ha hecho antes —objetó Arnie.

—Tal vez, pero eran políticos y conocían las reglas. No sé… es como si me preguntara por qué no abuso de niños. Creo que Ryan merece una oportunidad.

—Y está furioso porque perdió su nota y el Pulitzer que…

—Ya tengo dos —le recordó Holtzman. De otro modo el editor mismo le hubiera robado la nota, porque la política interna del Washington Post estaba tan viciada como la del resto de la ciudad.

—¿Entonces?

—Entonces necesito saber todo sobre Colombia. Necesito saber cómo murió Jimmy Cutter.

—Dios santo, Bob, no sabe por lo que tuvo que pasar hoy nuestro embajador en Colombia.

—Gran idioma para las invectivas… el español. —Sonrisa de periodista.

—Esa historia no puede saberse, Bob. Imposible.

—Esa historia se sabrá. Todo es cuestión de quién la cuente. Eso determinará cómo. Arnie, soy capaz de escribir sensatamente, ¿no?

Y, como suele suceder en Washington en ocasiones como ésa, todo el mundo quedó atrapado por las circunstancias. Holtzman quería escribir la nota. Si lo hacía correctamente, tal vez lograra resucitar su nota original y ponerse en carrera para otro Pulitzer —premio todavía importante para él a pesar de las negativas—, y Arnie lo sabía. Además, el que le había vendido su nota a Kealty tendría que retirarse del Post antes de que Holtzman averiguara su nombre y echara a perder su carrera con un par de rumores bien colocados. Arnie estaba atrapado por su deber de proteger al presidente. Y la única manera de hacerlo era violar la ley y traicionar la confianza de su presidente. Tenía que haber una manera más fácil de ganarse la vida, pensó el jefe de staff. Podría haber hecho esperar a Holtzman, pero hubiera sido una solución temporaria y evidentemente teatral y ambos estaban viejos para eso.

—Sin anotadores, sin grabador. Sin alusiones. Funcionario jerárquico, ni siquiera funcionario administrativo jerárquico. —Prometió Bob.

—También puedo decirle con quién confirmarlo.

—¿Todos lo saben?

—Mucho mejor que yo —le aseguró Van Damm… Demonios, acabo de enterarme de lo más importante.

Holtzman enarcó una ceja con suspicacia.

—Es gracioso. ¿Quién sabe realmente la verdad sobre esto?

—Ni siquiera el presidente la sabe. No creo que nadie la sepa.

Holtzman bebió otro trago. Sería el último. Igual que a los cirujanos, no le parecía bien mezclar el alcohol con el trabajo.

El vuelo 534 aterrizó en Estambul a las 2.55 hora local, después de 1.270 millas y tres horas quince minutos de viaje. Los pasajeros estaban semidormidos. Las azafatas los habían despertado treinta minutos antes para que pusieran sus asientos en la posición correcta. El aterrizaje fue suave. Algunos levantaron las persianas plásticas para comprobar que habían llegado a otra anónima pista con luces blancas y azules… como todas las del mundo. Los que bajaban se pusieron de pie en el momento indicado para salir a la noche turca. Los pasajeros restantes volvieron a reclinar los asientos para dormitar un poco durante los cuarenta y cinco minutos de espera hasta que el avión despegara a las 3.40 hora local para la segunda mitad del vuelo.

El 601 de Lufthansa era semejante al Boeing de KLM en tamaño y capacidad. También tenía cinco hombres de Badrayn a bordo. Despegó a las 2.55, hora local, con destino directo a Frankfurt. La partida fue rutinaria en todos los aspectos.

—No puede ser cierto, Arnie.

—Lo es. No me enteré de lo más importante hasta esta semana.

—¿Estás seguro de todo? —preguntó Holtzman.

—Las piezas encajan perfectamente. —Volvió a encogerse de hombros… No diré que me haya gustado enterarme. Creo que de todos modos habríamos ganado la elección pero, Dios santo, el tipo abandonó antes. Retrocedió ante una elección presidencial pero tal vez ése haya sido el acto político más valiente y generoso del siglo. Creo que sí.

—¿Fowler lo sabe?

—No se lo dije. Tal vez debiera.

—Espere un momento. ¿Recuerda la nota de Liz Elliot sobre Ryan y cómo…?

—Sí, todo encaja con lo que sé ahora. Jack fue personalmente a rescatar a esos soldados. El tipo que viajaba junto a él en el helicóptero murió y desde entonces se ha ocupado de su familia. Pero Liz pagó por eso. Voló en pedacitos la noche que estalló la bomba en Denver.

—¿Y Jack realmente…? Es una historia absolutamente desconocida. Fowler estuvo a punto de lanzar un misil contra Irán… Ryan se lo impidió, ¿no? Fue él. —Holtzman miró el vaso y decidió beber otro trago… ¿Cómo?

—Se metió en la Línea Caliente —replicó Arnie… Interrumpió al presidente y habló directamente con Narmonov, persuadiéndolo de retroceder un poco. Fowler ordenó al Servicio Secreto que lo arrestara pero cuando llegaron al Pentágono todo estaba en calma. Gracias a Dios, la estrategia de Ryan funcionó.

Holtzman tardó unos minutos en digerir la información, pero nuevamente las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección. Fowler había renunciado dos días después, quebrado, pero con el suficiente honor de reconocer que su derecho moral a gobernar el país había caducado cuando ordenó disparar un arma nuclear contra una ciudad inocente. Y Ryan también había sido afectado por el evento, lo suficiente para abandonar inmediatamente el servicio de gobierno… hasta que Roger Durling volvió a convocarlo.

—Ryan ha violado todas las reglas existentes. Parecería que le gusta hacerlo. —Era un comentario injusto, ¿no?

—Si no lo hubiera hecho, tal vez no estaríamos aquí ahora. —Arnie se sirvió otro whisky. Holtzman rechazó el ofrecimiento… ¿Se da cuenta, Bob? Si usted contara esta historia la nación resultaría perjudicada.

—¿Pero entonces por qué Fowler recomendó a Ryan a Roger Durling? —preguntó el periodista… No podía soportarlo y…

—Cualesquiera sean sus fallas, y tiene muchas, Bob Fowler es un político honesto. Por eso. No, en lo personal no le gusta Ryan, tal vez sea una cuestión de química, no sé, pero Ryan lo salvó y él le dijo a Roger que Ryan era… ¿qué? Ah, sí. —Un buen hombre en medio de la tormenta… Eso era— recordó Arnie.

—Lástima que no sepa nada de política.

—Aprende muy rápido. Tal vez lo sorprenda.

—Se tragará al gobierno en cuanto pueda. No puedo… quiero decir, personalmente me gusta Ryan, pero sus políticas…

—Cada vez que creo haberlo comprendido salta con algo nuevo y me veo obligado a recordar que no tiene agenda política que respetar —dijo Van Damm— Simplemente hace su trabajo. Le doy material para que lea y actúa en consecuencia. Escucha lo que le dicen: hace buenas preguntas y siempre presta atención a las respuestas, pero toma sus propias decisiones, como si supiera qué está bien y qué está mal… y lo peor es que casi siempre acierta. ¡Me ha envuelto, Bob, también a mí! Pero no, no se trata de eso. A veces no estoy seguro de qué se trata, Bob.

—Es un «outsider» hecho y derecho —observó Holtzman— Pero…

El jefe de staff asintió.

—Sí, pero lo están tratando como si fuera un «insider», con una agenda oculta y están jugando juegos de «insiders» como si pudieran hacerlo con él, pero no es posible.

—Entonces la clave con él es no dar nada por sentado… qué hijo de puta —concluyó Bob—. Odia la presidencia, ¿verdad?

—La mayor parte del tiempo. Tendría que haber estado cuando habló en el Medio Oeste. Ahí sí que estuvo bien. La gente lo amaba y él amaba a la gente… Allí sí que salió lo mejor de él. ¿Nada por sentado? Nada. Como dicen en el golf, lo más difícil es pegarle recto a la pelota, ¿no? Todos buscan las curvas. No hay muchas.

Holtzman sonrió burlonamente.

—Entonces, ¿cuál es el ángulo si no hay ángulo?

—Bob, solamente trato de controlar a los medios, ¿recuerda? Maldita sea. No sé cómo podría escribir esto, excepto mencionar los hechos… es decir, hacer exactamente lo que se supone que debe hacer un buen periodista.

Holtzman sabía cómo defenderse. Había pasado toda su vida profesional en Washington.

—También se supone que todos los políticos deberían ser como Ryan, pero no lo son.

—Yo sí —le espetó Van Damm.

—¿Cómo voy a decirles eso a mis lectores? ¿Quién va a creerme?

—¿Acaso no es ése el problema? —suspiró Van Damm—. He estado en política toda mi vida y creo que los conozco a todos. Demonios, claro que los conozco a todos. Soy uno de los mejores en lo mío y todos lo saben. Y de golpe aparece este tipo en el Despacho Oval y dice que el emperador está desnudo y tiene razón y nadie sabe qué carajo hacer… excepto decir que está equivocado. El sistema no está preparado para tipos como Ryan. El sistema sólo está preparado para sí mismo.

—Y el sistema destruirá a todo el que sea diferente. —Holtzman disfrutó pensando que si Hans Christian Andersen hubiera ambientado «Las ropas del emperador» en Washington, el niño que había dicho la verdad habría sido asesinado en el acto por una multitud furiosa de «insiders».

—Al menos lo intentará —coincidió Arnie.

—¿Y qué podemos hacer al respecto?

—Usted fue el que dijo que no quería participar del colgamiento de un hombre inocente, ¿recuerda?

—¿A dónde nos lleva eso?

—Tal vez a hablar de la turba desbocada —sugirió Arnie—, o de la corte corrupta del emperador.

El próximo en salir fue el 774 de Austrian Airlines. El procedimiento se había vuelto rutina y todo encajaba perfectamente dentro de los parámetros técnicos. Las latas de crema de afeitar habían sido llenadas cuarenta minutos antes del despegue. El hecho de que la Casa de los Monos estuviera cerca del aeropuerto ayudaba, igual que la hora del día. Además, que la gente tuviera que correr los últimos cien metros para abordar el avión no era raro en ninguna parte del mundo, particularmente en esa clase de vuelos. La —sopa— era introducida en el fondo de la lata y cubierta por una válvula plástica invisible para los rayos X. El nitrógeno se colocaba sobre un receptáculo aislado ubicado en el centro de la lata. El proceso era limpio y seguro. Las latas estaban frías, por supuesto, pero eso no implicaba ningún peligro. Aunque el nitrógeno es un importante elemento en los explosivos, es en sí mismo totalmente inerte, claro e inodoro. Tampoco reaccionaría químicamente con los contenidos de las latas.

El proceso de llenado estaba a cargo de los médicos del ejército, que se negaban a trabajar sin sus trajes protectores. Intentar persuadirlos para que se los quitaran hubiera sido totalmente improcedente, y por eso el director accedía a sus temores. Faltaban dos grupos de cinco para terminar. Moudi sabía que podrían haber preparado todas las latas al mismo tiempo, pero no querían correr riesgos innecesarios. Ese pensamiento lo dejó helado. ¿No correrían riesgos innecesarios? Claro.

Daryaei no durmió esa noche, algo inusual en él. Aunque con el paso de los años cada vez necesitaba dormir menos, conciliar el sueño nunca le había resultado difícil. En una noche realmente calma, si el viento era propicio, podía oír los motores de los aviones al despegar… un sonido distante, casi como una cascada, pensaba a veces, o como un terremoto. Algún sonido fundamental de la naturaleza, distante y ominoso. Y ahora estaba allí, tratando de escucharlo y preguntándose si lo habría oído en realidad o todo era cosa de su imaginación.

¿Se habría apresurado demasiado? Era un anciano en un país donde muchos morían jóvenes. Recordaba las enfermedades de su juventud. Posteriormente había conocido las causas científicas, principalmente agua contaminada y pésima higiene, porque Irán había sido un país retrógrado durante casi toda su vida a pesar de su larga historia de civilización y poder. Luego había resucitado gracias al petróleo y las inmensas riquezas que lo acompañaban. Mohammad Reza Pahlevi, Shahanshah, palabra que significaba ¡Rey de reyes!, había empezado a levantar el país, cometiendo el gravísimo error de avanzar demasiado rápido y ganarse demasiados enemigos. En la época negra de Irán, como en todas las épocas, el poder secular había recurrido a los religiosos islamitas, y al liberar a los campesinos el sha los había ofendido demasiado, transformando en sus enemigos a aquellos cuyo poder era espiritual y a quienes la gente común acudía en busca de orden en medio del caos originado por el cambio. No obstante, el sha había triunfado, pero no del todo, y no del todo era la maldición que el mundo reservaba a los grandes.

Pero ahora… el asesinato del líder iraquí, el infortunio que había golpeado a Estados Unidos… esos acontecimientos debían ser una señal, ¿verdad? Los había analizado cuidadosamente. Ahora Irán e Irak eran uno solo. Esa había sido su búsqueda de décadas… y virtualmente en el mismo instante Estados Unidos había quedado baldado. No sólo Badrayn lo decía. Tenía expertos en Estados Unidos que conocían al dedillo el funcionamiento del gobierno norteamericano. Conocía a Ryan habiéndolo visto sólo una vez, había visto sus ojos, escuchado sus palabras calmas pero vacías. Conocía al hombre que sería su principal adversario. Sabía que, según las leyes de su país, Ryan no podía elegir su propio reemplazante. Había llegado el momento de actuar o lamentarse para siempre.

No, no sería recordado como otro Mohammad Reza Pahlevi. Aunque no anhelaba las trampas del poder, disfrutaba el hecho de poseerlo. Antes de morir lideraría el Islam. En un mes tendría el petróleo del Golfo Pérsico y las llaves de La Meca: poder secular y poder espiritual. A partir de allí su influencia se expandiría en todas direcciones. En pocos años su país sería una superpotencia en todo sentido y él dejaría a sus sucesores un legado tal como el mundo no había visto desde Alejandro, pero con la ventaja de estar fundado en las palabras de Dios. Para alcanzar ese objetivo, para unir el Islam, para cumplir la Voluntad de Alá y las palabras del profeta Mahoma haría lo que fuera necesario… Y si eso significaba moverse rápido, se movería rápido. Esencialmente el proceso era simple, constaba de tres simples pasos, y el tercero y más difícil ya había sido implementado y nadie podría detenerlo, aunque los planes de Badrayn fracasaran estrepitosamente.

¿Se estaría moviendo demasiado rápido? La pregunta atravesó su mente por última vez. No, se estaba moviendo con decisión, con sorpresa, con cálculo, con frialdad, con temeridad. Y así lo juzgaría la historia.

—¿Volar de noche es tan especial? —preguntó Jack.

—Para ellos sí —replicó Robby. Le agradaba pasar sus informes al presidente cómodamente sentado en el Despacho Oval, trago de por medio— Siempre han sido más parsimoniosos con los equipos que con la gente. Los helicópteros —franceses en este caso— cuestan dinero y es la primera vez que realizan estas operaciones nocturnas. Tal vez estén pensando en vérselas con todos esos submarinos holandeses que compró la República China el año pasado. También registramos muchas operaciones combinadas con la Fuerza Aérea.

—¿En conclusión?

—Se están preparando para algo. —El director de Operaciones del Pentágono cerró su libro de informes… Señor, nosotros…

—Robby —dijo Ryan, mirándolo por encima de los anteojos para leer que Cathy acababa de recetarle—, si no empiezas a llamarme Jack cuando estamos solos volverás al grado de alférez por decreto presidencial.

—No estamos solos —objetó el almirante Jackson, señalando con la barbilla a Andrea Price.

—Andrea no cuenta… oh, mierda, quise decir… —Ryan se ruborizó.

—El presidente tiene razón, almirante, yo no cuento —dijo ella, conteniendo la risa… Señor presidente, hace semanas que espero oírle decir eso.

Jack clavó la vista en la mesa y sacudió la cabeza.

—Esto no es vida. Mi mejor amigo me llama «señor» y yo soy descortés con una dama.

—Jack, eres mi comandante en jefe —aclaró Robby, sonriendo ante la incomodidad de su amigo—. Y yo soy un pobre marinero.

Lo primero estaba primero, pensó el presidente.

—¿Agente Price?

—¿Sí, señor?

—Sírvase un trago y tome asiento.

—Señor, estoy de servicio y las reglas…

—Que sea liviano entonces, pero es una orden de su presidente. ¡Obedézcala!

Price titubeó un poco, pero luego decidió que POTUS estaba intentando demostrar algo. Se sirvió una generosa medida de whisky en el vaso Old Fashioned, a la que agregó una buena cantidad de hielo y Evian. Luego se sentó junto al J-3. Su esposa Sissy estaba en la planta alta con la familia Ryan.

—Vayamos a lo práctico —prosiguió Ryan en tono de broma—. El presidente necesita relajarse un poco y le resulta más fácil si las damas no están de pie como soldados y su mejor amigo lo llama por su nombre de vez en cuando. ¿Estamos de acuerdo?

—Ajá —dijo Robby sin dejar de sonreír, pero percibiendo la lógica y la desesperación del momento— Sí, Jack, ahora todos estamos relajados… y lo disfrutaremos. —Miró a Price—. Usted está aquí para dispararme si me porto mal, ¿no?

—Directo a la cabeza —confirmó ella.

—Personalmente prefiero los misiles. Son más seguros —agregó Jackson.

—Sin embargo, una noche le alcanzó con un revólver. Al menos eso me dijo el Jefe. A propósito, gracias.

—¿Por qué?

—Por salvarle la vida. Nos agrada cuidar al Jefe, aunque se tome demasiada confianza con el personal contratado.

Jack agregó un poco de hielo a su bebida. Qué notable, pensó. Por primera vez había una atmósfera genuinamente relajada en su despacho, al punto tal que dos personas podían bromear acerca de él, frente a él, como si fuera un ser humano en vez de POTUS.

—Creo que esto es muchísimo mejor. —El presidente levantó la vista—. Robby, esta chica tiene más experiencia que nosotros dos juntos, ha oído toda clase de cosas. Tiene una maestría, es inteligente… pero supuestamente debo tratarla como a una guerrera feroz.

—Bueno, demonios, yo sólo soy un combatiente con una rodilla en mal estado.

—Y yo todavía no sé qué demonios se supone que soy. ¿Andrea?

—¿Sí, señor presidente? —Jack sabía que sería inútil pedirle que lo llamara por su nombre.

—China. ¿Qué piensa de China?

—Creo que no soy experta en el tema pero, ya que lo pregunta, no sé.

—Es lo suficientemente experta —observó Robby con un gruñido—. Los caballos y los caballeros del rey tampoco saben demasiado. Están llegando los submarinos adicionales —le dijo al presidente—. Mancuso los quiere en la línea norte-sur entre las dos armadas. Yo estuve de acuerdo, y el secretario autorizó la operación.

—¿Cómo se conduce Bretano?

—Sabe que no sabe, Jack. Escucha nuestros consejos, hace buenas preguntas y presta atención. Quiere salir al campo la semana próxima para educarse un poco observando a nuestros muchachos. A nivel gerencial sabe manejarse asombrosamente bien, pero está revoleando un hacha muy pesada… mejor dicho, pronto la revoleará. He visto su plan para reducir la burocracia. Caramba —concluyó el almirante Jackson, poniendo los ojos en blanco.

—¿Tienes problemas con eso?

—De ninguna manera. Tendríamos que haberlo hecho hace cincuenta años. Señorita Price, soy un auténtico soldado —explicó—. Me gustan los uniformes grasientos y el olor del combustible. Pero los tipos de los escritorios nos persiguen como perritos y nos muerden los tobillos a cada rato. Bretano adora a los ingenieros y hacedores y odia a los burócratas y contadores ociosos. Me gusta.

—Volvamos a China —dijo Ryan.

—Bueno, desconocemos las intenciones de China comunista. La CIA no aporta demasiado. Las señales de inteligencia son insignificantes. Estado dice que el gobierno chino dice «¿Cuál es el problema?». Eso es todo. La armada taiwanesa es lo suficientemente poderosa para manejar la amenaza, si la hubiera, a menos que queden inconscientes. Eso no sucederá. Tienen ojos brillantes y colas peludas y saben cómo defenderse. Mucho sonido y mucha furia… nada que yo pueda descifrar por el momento.

—¿Y el Golfo?

—Bueno, nuestra gente en Israel informa que están vigilando de cerca, pero imagino que no tienen nada concreto en cuanto a inteligencia. Sus fuentes probablemente se evaporaron con los generales que huyeron a Sudán… A propósito, recibí un fax de Sean Magruder.

—¿Quién es? —preguntó Ryan.

—Es un coronel del ejército, importante figura del Décimo de Caballería en el Negev. Lo conocí el año pasado; es un tipo para prestarle atención. Nuestro buen amigo Avi ben Jakob opina que Daryaei es —el hombre más peligroso del mundo… Magruder creyó conveniente que lo supiéramos.

—¿Y?

—Y necesitamos vigilarlo de cerca. Probablemente esté a años luz de lograrlo, pero Daryaei tiene ambiciones imperiales. Los sauditas se están equivocando. Tendríamos que mandar gente, no demasiada, sí la suficiente para que el otro bando sepa que estamos en el juego.

—Ya lo hablé con Ali. Su gobierno quiere enfriar las cosas.

—Mala señal —observó Jackson.

—Coincido. —POTUS asintió… Nos ocuparemos de eso.

—¿En qué estado se encuentra el ejército saudita? —preguntó Price.

—No tan bien como debiera. Después de la guerra del Golfo las Fuerzas Armadas se unieron a la Guardia Nacional y compraron equipos como si compraran una flota de Mercedes Benz a un mayorista. Por un tiempo se divirtieron jugando a los soldaditos, pero luego descubrieron que había que mantener los equipos. Contrataron gente para mantenerlos, como los barones y caballeros del medioevo. Sólo que no es lo mismo —agregó Jackson— Y ya no se entrenan. Oh, seguro, dan vueltas con sus tanques y practican tiro, el M1 es un lindo tanque para dispararle, se especializan en eso, pero las unidades no se entrenan. Barones y caballeros. Su tradición es un grupo de hombres a caballo persiguiendo a otros hombres a caballo… uno contra uno, como en las películas. Pero la guerra no es así. La guerra implica un gran equipo trabajando en conjunto. Su cultura y su historia van contra ese modelo y todavía no tuvieron oportunidad de aprender. En fin, no son tan buenos como creen ser. Si la RIU une sus ejércitos y avanza hacia el sur los sauditas perderán… como en la guerra.

—¿Cómo podríamos arreglarlo? —preguntó Ryan.

—Para empezar tendríamos que mandar gente y hacer venir aquí a los sauditas, al NTC, para tomar un curso acelerado de realidad. Ya lo hablé con Mary Diggs y…

—¿Mary?

—El general Marion Diggs. Lo de Mary tiene que ver con el uniforme —le explicó Jackson a Price—. Me gustaría traer un batallón saudita y hacer que la FuOp los revuelque varias semanas en la arena hasta que capten el mensaje. Así aprendió nuestra gente. Así aprendieron los israelíes. Y así tendrán que aprender los sauditas, maldita sea. Diggs está de acuerdo. Perfecto. Danos dos o tres años, tal vez menos, y los pondremos en forma… excepto en cuanto a política —agregó.

POTUS asintió.

—Sí, los isrealíes deben estar nerviosos y los sauditas nunca han querido tener un ejército demasiado fuerte por razones domésticas.

—Podrías contarles la historia de los tres cerditos. Tal vez no pegue con su cultura, pero el gran lobo malo se mudó al lado de ellos y sería mejor que empezaran a prestar atención.

—Entendido, Robby. Lo hablaré con Adler y Vasco. —Ryan miró su reloj. Otro día de quince horas. Le hubiera gustado beber otro trago pero, tal como estaban las cosas, tendría suerte si lograba dormir seis horas. No quería despertarse con un dolor de cabeza más fuerte de lo necesario. Dejó su vaso sobre la mesa y se puso de pie. Los otros dos lo siguieron.

—SWORDSMAN rumbo a la residencia —informó Price por radio. Un minuto después estaban en el ascensor.

—Que nadie note que bebió un poco —bromeó Ryan.

—¿Qué vamos a hacer con usted? —le preguntó Price al techo. La puerta del ascensor se abrió.

Jack salió primero, quitándose la chaqueta. Odiaba llevarla puesta todo el tiempo.

—Bueno, ahora ya sabe —le dijo Robby a Price, quien se dio vuelta para mirarlo directamente a los ojos.

—Sí. —Hacía tiempo que sabía, pero cada vez aprendía más y más sobre SWORDSMAN.

—Cuídelo bien, Price. Quiero recuperar a mi viejo amigo… cuando logre escapar de este sitio.

Los caprichos del viento hicieron que el vuelo de Lufthansa fuera el primero en llegar a la terminal internacional de Frankfurt, Alemania. Para los viajeros fue como un embudo invertido. La salida del avión era la parte más angosta y al entrar a la boca se desparramaron según sus destinos, buscando las puertas correspondientes en los monitores. Las esperas durarían de una a tres horas y sus equipajes serían transferidos automáticamente de un avión a otro… los changarines alemanes tenían una eficacia del 99.9 en el cumplimiento de su tarea, porcentaje notable tratándose de cualquier empresa humana. Los empleados de aduana no les prestaron demasiada atención dado que ninguno de ellos pasaría en Europa más tiempo del necesario. Evitaron cuidadosamente el contacto visual, incluso cuando tres de ellos entraron a la cafetería y pidieron, los tres, café sin cafeína. Los otros dos entraron al baño de hombres por razones obvias y se miraron al espejo. Todos se habían afeitado antes de partir, pero uno de ellos, de barba singularmente tupida, vio que ya le estaba creciendo. ¿Tal vez debería afeitarse otra vez? No, mejor no, pensó, sonriéndole al espejo. Recogió su equipaje de mano y fue al salón de primera clase a esperar el vuelo a Dallas-Forth Worth.

—¿Fue largo el día? —preguntó Jack. Todos se habían ido, sólo quedaba la patrulla nocturna rondando por el pasillo.

—Sí. Mañana haremos una gran recorrida con Bernie. Pasado mañana tendré que operar. —Cathy se puso el camisón, tan cansada como su marido.

—¿Alguna novedad?

—No. Pero almorcé con Pierre Alexandre. Es el nuevo profesor asociado que trabaja con Ralph Forster, ex militar, muy inteligente.

—¿Enfermedades infecciosas? —Jack recordaba conocerlo de alguna parte… ¿SIDA y esas cosas?

—Sí.

—Desagradable trabajo —observó Ryan, metiéndose en la cama.

—Hubo un mini estallido de Ébola en Zaire —dijo Cathy, metiéndose del otro lado… Dos muertos. Luego aparecieron otros dos casos en Sudán, pero aparentemente está controlado.

—¿Es tan horrible como dice la gente? —Jack apagó la luz.

—Ochenta por ciento de mortalidad… Sí, es tan horrible. —Acomodó el edredón y se acurrucó junto a él… Pero no hablemos más de eso. Sissy dice que dará un concierto dentro de dos semanas en el Kennedy Center. La Quinta de Beethoven, dirigida por Fritz Bayerlein, ¿te das cuenta? ¿Crees que conseguiremos entradas?— Pudo sentir la sonrisa de su esposa en la oscuridad.

—Creo que conozco al dueño del teatro. Veré qué puedo hacer. —Un beso. El día había terminado.

—Hasta mañana, Jeff. —Price fue hacia la derecha a buscar su auto. Raman fue hacia la izquierda a buscar el suyo.

Ese trabajo podía entorpecerle la mente a cualquiera, pensó Aref Raman. La mecánica, las horas, la vigilancia, la espera, el no hacer nada… pero siempre estar listo.

Mmm. ¿Por qué quejarse? Era la historia de su vida adulta. Se dirigió al norte, esperó que abrieran el portón de seguridad y avanzó en dirección noroeste. Las calles vacías facilitaban la marcha. Cuando llegó a su casa, cabeceaba agotado por su trabajo en la Casa Blanca.

Abrió la puerta, desconectó la alarma, recogió el correo y le echó un vistazo. Una cuenta y un montón de basura ofreciéndole la gran oportunidad de su vida para comprar cosas que no necesitaba. Colgó su chaqueta, se quitó la pistolera y fue a la cocina. La lucecita del contestador titilaba suavemente. Había un mensaje.

—Señor Sloan —dijo una voz desde la máquina. La voz le resultaba familiar aunque la había escuchado sólo una vez en su vida—, habla el señor Alahad. Acaba de llegar su alfombra. Está lista para enviársela.