En México[73]
9 de enero de 1937
En la cálida mañana tropical el buque tanque entró en el puerto de Tampico. Ignorábamos lo que nos esperaba. Nuestros pasaportes y revólveres seguían bajo custodia del policía fascista, quien, dentro de las aguas territoriales mexicanas, mantenía el régimen creado por el gobierno «socialista» noruego. Advertía al policía y al capitán que mi esposa y yo nos negaríamos a desembarcar voluntariamente si nuestros amigos no estaban allí para recibirnos. Los vasallos noruegos de la GPU no nos inspiraban más confianza en el trópico que en el paralelo de Oslo.
Pero todo estaba dispuesto. El buque se detuvo y poco después se aproximó una chalupa con representantes de las autoridades locales, periodistas mexicanos y extranjeros y —lo más importante de todo— amigos dignos de confianza. Estaba Frida Rivera, esposa del famoso artista, el cual no había podido acudir por encontrarse enfermo en un hospital; Max Shachtman, periodista marxista y camarada, quien nos había visitado en Turquía Francia y Noruega: y George Novack, secretario del Comité Norteamericano de Defensa de León Trotsky[74]. Tras cuatro meses de cárcel y aislamiento la recepción resultó sumamente cordial. El policía noruego, quien finalmente nos entregó nuestros pasaportes y revólveres, observaba avergonzado la actitud cortés del jefe de policía mexicano.
Desembarcamos y pisamos el suelo del Nuevo Mundo con cierta emoción. Aunque estábamos en enero, la tierra misma exudaba calor. Las torres petroleras de Tampico nos recordaban a Bakú. En el hotel no tardamos en sufrir las molestias ocasionadas por nuestro desconocimiento del idioma. A las diez de la noche partimos de Tampico hacia la capital en un tren especial enviado por el ministro de Comunicaciones, general Mujica[75].
No sólo el clima nos hacía sentir el contraste entre la Noruega norteña y el México tropical. Libres por fin de la atmósfera de repugnante arbitrariedad e incertidumbre enervante, encontramos hospitalidad y cortesía a cada paso. Nuestros amigos neoyorquinos nos hablaron con optimismo del trabajo del comité, del creciente escepticismo frente al proceso de Moscú y de las perspectivas para un contraproceso. La conclusión general era que debíamos escribir, los antes posible un libro sobre los fraudes judiciales de Stalin. El nuevo capítulo de nuestras vidas se iniciaba muy favorablemente, pero… ¿cuál sería su desarrollo posterior?
Con gran interés observamos el paisaje tropical desde las ventanillas del tren. En la aldea de Cárdenas, a mitad de camino entre Tampico y San Luis Potosí, se acopló una locomotora más al tren para trepar la meseta. El aire refrescó; no tardamos en perder ese miedo que sienten los norteños hacia el trópico, y que nos había cogido al entrar en la candente atmósfera del Golfo de México. En la mañana del día 11 llegados a Lechería, pequeña estación en los suburbios de la capital, donde abrazamos a Diego Rivera, quien había salido del hospital. A él más que a nadie debíamos nuestra liberación del cautiverio noruego. Le acompañaban otros amigos: Fritz Bach, ex comunista suizo y ahora profesor en México; Hidalgo, combatiente de la guerra civil mexicana en las huestes de Zapata; algunos jóvenes. Al mediodía llegamos a Coyoacán, suburbio de la ciudad de México, donde nos alojamos en la casa azul de Frida Rivera, que tiene un naranjo en el patio.
Desde Tampico había enviado un telegrama de agradecimiento al presidente Cárdenas, donde insistía en que me abstendría de la menor interferencia en la política mexicana[76]. No dudaba por un instante de que los agentes responsables de la GPU irían a México para ayudar a los «amigos» locales de la URSS a hacer todo lo posible por dificultar mi estadía en este país hospitalario.
Mientras tanto, desde Europa llegaba una advertencia tras otra. No podía ser de otra manera: Stalin tiene mucho en juego. Sus cálculos primitivos, basados en la sorpresa y la rapidez, sólo se cumplieron a medias. Mi traslado a México alteró súbitamente la relación de fuerzas en detrimento del Kremlin. Obtuve la posibilidad de apelar a la opinión pública mundial. ¿Adónde llegará todo esto? Los que conocían la endeblez y podredumbre de los fraudes judiciales se habrán planteado esta pregunta alarmados. Uno de los síntomas de la alarma de Moscú saltaba a la vista. Los comunistas mexicanos empezaron a dedicarme ediciones enteras, inclusive suplementos especiales, de su semanario, con materiales viejos y nuevos tomados de la cloaca de la GPU y de la Comintern. Mis amigos me dijeron «No preste usted atención. Este periódico goza de un merecido desprecio». Por cierto que no tenía la menor intención de polemizar con los lacayos, cuando me esperaba una lucha contra sus amos. Lo más indigno de todo fue la conducta de Lombardo Toledano[77], secretario de la Conferencia Nacional de Trabajadores. Diletante de la política, abogado de profesión, elemento extraño en las filas de la clase obrera y de la revolución, este caballero fue a Moscú en 1935 y, lógicamente, volvió convertido en un altruista «amigo» de la URSS. Cuando Dimitrov dio su informe sobre el «frente popular» ante el Séptimo Congreso de la Comintern, este documento de postración teórica y política fue calificado por Toledano como la publicación más importante que haya aparecido desde el Manifiesto Comunista[78] Desde mi llegada a México este caballero me calumnia tanto más desvergonzadamente cuanto que mí no intervención en los asuntos internos del país le garantiza la inmunidad por adelantado. ¡Los mencheviques rusos eran auténticos caballeros errantes de la revolución en comparación con estos arribistas ignorantes y pomposos!
Entre los extranjeros no tardó en destacarse el corresponsal Kluckhohn, del New York Times[79]. Varias veces quiso utilizar el pretexto de la entrevista periodística para someterme a un interrogatorio policial. No es difícil encontrar las fuentes de inspiración de tanto celo. En cuanto a la sección mexicana de la Cuarta Internacional, anuncié a través de la prensa que no puedo asumir la menor responsabilidad por su trabajo: valoro demasiado mi nuevo refugio como para cometer una imprudencia. Al mismo tiempo, advertí a mis amigos mexicanos y norteamericanos que debían esperar medidas de «autodefensa» excepcionales por parte de los agentes stalinistas en México y Estados Unidos. En la lucha por su «reputación» y su poder la camarilla dominante de Moscú no se detendrá ante nada. Ni menos aun ante el gasto de unas decenas de millones de dólares para la compra de almas humanas.
No sé si Stalin vaciló ante un nuevo proceso. Creo que sí. Sin embargo, mi partida hacia México debe haber puesto fin a sus vacilaciones. Ahora debía ahogar las nuevas revelaciones, a toda costa y lo antes posible, mediante nuevas y sensacionales acusaciones. Los preparativos para el juicio Radek-Piatakov se iniciaron en agosto[80]. Tal como era de prever, se eligió a Oslo como base de operaciones de la «conspiración». Se debía facilitar el trabajo del gobierno noruego, que trataba de deportarme. Pero rápidamente se introdujeron nuevos elementos en el marco geográfico del fraude, que se había vuelto anticuado. Por intermedio de Vladimir Romm[81], vean ustedes, traté de obtener los secretos de estado de Washington; al mismo tiempo, por intermedio de Radek me preparaba a proveer de petróleo al Japón en caso de que éste fuera a la guerra contra Estados Unidos. A la GPU le faltó tiempo para concertarme una entrevista con agentes japoneses en el parque de Chapultepec de la ciudad de México.
El 19 de enero llegó el primer cable anunciando el juicio. El día 21 respondí con un artículo. El día 23 empezó el juicio en Moscú. Nuevamente, vivimos una semana de pesadilla. A pesar de que, con la experiencia del año anterior, el mecanismo del asunto resultaba claro de antemano, la atmósfera de horror moral aumentaba en lugar de disminuir. Los despachos de Moscú parecían los desvaríos de un demente. Era necesario releer cada línea una y otra vez para convencerse de que detrás de los delirios había hombres vivos.
Conocía íntimamente a algunos de estos hombres. No eran peores que las demás personas. Al contrario algunos eran mucho mejores. Pero la mentira los había envenenado y el aparato totalitario los aplastó. Mienten contra sí mismos para permitirle a la camarilla dominante cubrir a otros de mentiras. Stalin se ha impuesto el objetivo de obligar a la humanidad a creer en crímenes imposibles. Nuevamente nos preguntábamos: ¿es tan estúpida la humanidad? Claro que no. Pero el hecho es que los fraudes judiciales de Stalin son tan monstruosos, que también parecen crímenes imposibles.
¿Cómo convencer a la humanidad de que la aparente «imposibilidad» es una monstruosa realidad? Las fuerzas son desiguales. Por un lado: la GPU, el tribunal, la prensa, los diplomáticos, los agentes a sueldo, los periodistas a la Duranty, los abogados a la Pritt. Por el otro: un «acusado» aislado, quien, apenas salido de una cárcel socialista, se encuentra en un país extraño y lejano, sin prensa ni recursos propios.
Sin embargo, yo no dudaba de que los organizadores todopoderosos de la amalgama se encaminaban al desastre. La espiral de los fraudes de Stalin, que ya abarca un número excesivo de personas, hechos y lugares geográficos, sigue ampliándose. No se puede engañar a todos. No todos se dejan engañar. Desde luego que la Liga por los Derechos del Hombre francesa, con su ingenuo presidente Victor Basch, es capaz de tragarse el segundo y el décimo juicio tal como se tragó el primero[82]. Pero los hechos son más poderosos que el celo patriótico de los dudosos defensores de los «derechos». Los hechos se abrirán camino.
Ya durante el proceso trasmití a la prensa una serie de refutaciones documentales y le planteé al tribunal una serie de preguntas concretas que bastaban para destruir los testimonios más importantes de los acusados. Pero la Temis de Moscú no sólo tiene los ojos vendados: se llenó los oídos con algodón. Lógicamente, no esperaba que mis revelaciones tuvieran consecuencias inmediatas. Mis recursos técnicos son demasiado limitados. La tarea del momento consistía en proporcionar una serie de hechos que llegaran a las mentes más penetrantes y suscitaran críticas, o al menos dudas, en la capa siguiente. Tras conquistar algunas de esas mentes, la espiral se abriría más y más. A la larga, la espiral de la verdad resultaría más fuerte que la espiral del fraude. Todo lo que ha ocurrido desde esa semana de pesadillas de fines de enero confirma mis expectativas optimistas.