¿Sigue aún el gobierno soviético los principios adoptados hace veinte años[553]?

13 de enero de 1938

Con el fin de responder correctamente la pregunta formulada en el título de este artículo, es necesario primero que todo establecer la diferencia entre la conquista básica de la Revolución de Octubre —la propiedad nacionalizada— y la política perseguida por el actual gobierno. Hay una contradicción entre la forma revolucionaria de la propiedad y la política termidoriana, es decir, reaccionaria. Pero hasta el momento esta política ha sido incapaz —o no se ha atrevido, o no ha tenido éxito aún— de derrocar la forma revolucionaria de la propiedad. Las tendencias sostenidas por el actual gobierno son directamente opuestas al programa del bolchevismo. Pero mientras existan las instituciones erigidas por la revolución, la burocracia está obligada a adaptar exteriormente sus tendencias a los antiguos principios bolcheviques: continua jurando por los pactos de Octubre; invoca los intereses del proletariado y se refiere invariablemente al estado soviético como socialista. Puede decirse sin riesgo a de error que en la historia de la humanidad nunca ha habido un gobierno más mentiroso e hipócrita que el de la burocracia.

En sí y para sí, la preservación de la propiedad estatal de los medios de producción es de una gran significación progresiva, ya que, con la ayuda de la economía planificada, esto permite alcanzar un rápido desarrollo de las fuerzas productivas. Es verdad que las estadísticas económicas publicadas por la burocracia no merecen ninguna confianza: exageran sistemáticamente los éxitos, mientras ocultan los fracasos. Sin embargo resulta inconcebible negar el hecho de que aún hoy las fuerzas productivas de la Unión Soviética se están desarrollando a un ritmo que no fue ni es conocido en ningún otro país del mundo. Cualquiera que rehúse ver este aspecto del caso, identificando el régimen soviético con el fascismo —como por ejemplo Max Eastman— arroja, como dicen los alemanes, al bebé con el agua del baño. El desarrollo de las fuerzas productivas es el factor fundamental de la cultura humana. Sin aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza es imposible pensar siquiera en destruir la dominación del hombre por el hombre. El socialismo no puede erigirse sobre el atraso y la pobreza. En el transcurso de los últimos veinte años, la premisa técnica del socialismo ha dado un gran paso hacia adelante en la Unión Soviética.

Sin embargo éste no es mérito de la burocracia. Por el contrario, la casta dirigente se ha transformado en el más grande freno al desarrollo de las fuerzas productivas. La economía socialista debe, en su propia esencia, tomar como guía los intereses de los productores y las necesidades de los consumidores. Estos intereses y necesidades sólo pueden encontrar su expresión a través de una democracia completamente floreciente de productores y consumidores. La democracia en este caso particular no es cierto tipo de principio abstracto. Es el único mecanismo concebible para preparar el sistema socialista de la economía y llevarlo a cabo en vida.

La camarilla dirigente beneficiara ha remplazado al soviet, al partido, al sindicato y a la democracia cooperativa por el dominio de funcionarios. Pero una burocracia, aun compuesta de genios, no podría asegurar desde sus oficinas las proporciones necesarias entre todas las ramas de la economía, es decir, la correspondencia necesaria entre producción y consumo. Lo que el léxico de la justicia de Stalin designa como «sabotaje» es en realidad una de las malignas consecuencias de los métodos burocráticos de dominio. Las manifestaciones de desproporción, desperdicio y confusión en constante aumento amenazan socavar las bases mismas de la economía planificada. La burocracia busca invariablemente «al culpable». En la mayoría de los casos tal es el significado secreto de los juicios soviéticos de los saboteadores.

Encontrar una explicación al régimen existente en «la sed de poder» personal de Stalin es demasiado superficial. Stalin no es un individuo sino el símbolo de una casta. El poder no es algo incorpóreo. El poder lo capacita a uno para apropiarse y disponer de valores materiales. Naturalmente, una igualdad total no puede alcanzarse de un solo salto. Cierta diferencia en salarios se establece en un período dado, en provecho de una creciente productividad laboral. Sin embargo la siguiente pregunta es de importancia decisiva en evaluar la naturaleza de la sociedad: ¿se está desarrollando la sociedad en dirección a la igualdad o en dirección a los privilegios? La respuesta no deja lugar para ninguna clase de dudas. La diferenciación de la sociedad soviética excedió hace tiempos los límites de la necesidad económica. Los privilegios materiales de la burocracia han crecido como un glaciar. Temerosa de su aislamiento de las masas, la burocracia busca crear una nueva aristocracia obrera y koljosiana bajo la bandera del stajanovismo[554].

El reparto del ingreso nacional determina a su vez el régimen político. La casta dirigente no puede permitir una democracia de productores y consumidores por la simple razón de que despoja despiadadamente tanto los unos como a los otros. Se puede aceptar como hecho establecido que la burocracia devora no menos de la mitad de los fondos nacionales de consumo, tomando en consideración, por supuesto, no solamente vivienda, alimentación, vestido, medios de transporte y comunicación, sino también instituciones educacionales, prensa, literatura, deportes, cine, radio, teatros, museos, etcétera. Podemos por lo tanto decir con plena justificación que aunque la burocracia está todavía obligada a adaptarse a las instituciones y tradiciones de la Revolución de Octubre, su política, que expresa sus propios intereses, es directamente opuesta a los intereses del pueblo y del socialismo.

La misma contradicción básica puede corroborarse en las demás esferas de la vida social, tales como el estado, el ejército, la familia, la escuela, la cultura, la ciencia, el arte, etcétera.

Desde el punto de vista del marxismo, el estado es un aparato por medio del cual una clase gobierna sobre otra. La dictadura del proletariado es solamente institución temporal indispensable a los trabajadores para hacer frente a la resistencia de los explotadores y para destruir la explotación. En una sociedad sin clases el estado, como aparato de coerción, debe marchitarse gradualmente y ser remplazada por la libre autoadministración de productores y consumidores. ¿Pero qué observamos en la realidad? Veinte años después de la revolución el estado soviético se ha vuelto el aparato de coerción y compulsión más centralizado, despótico y sediento de sangre. Por lo tanto la evolución del estado soviético actúa en total contradicción a los principios del programa bolchevique. La razón de esto se encuentra en que la sociedad como ya se dijo, se está desarrollando, no hacia el socialismo, sino hacia el renacimiento de contradicciones sociales. Si el proceso continúa en esta dirección debe llevar inevitablemente al renacimiento de las clases, la liquidación de la economía planificada y la restauración de la propiedad capitalista. El régimen estatal llegará a ser en ese caso inevitablemente fascista.

La Revolución de Octubre proclamó como una de sus tareas: disolver el ejército en el pueblo. Se presumió que las fuerzas armadas se construirían sobre el principio de la milicia. Solamente esta clase de organización del ejército, al hacer del pueblo el amo armado de su propio destino, corresponde a la naturaleza de la sociedad socialista. En el curso de la primera década se hizo una preparación sistemática para la transición de un ejército de cuarteles a un ejército de milicia. Pero desde el momento en que la burocracia logré aplastar toda manifestación de independencia de la clase trabajadora, transformó abiertamente al ejército en un instrumento de su propio dominio. El sistema de milicia fue abandonado completamente. Un ejército de dos millones es ahora simplemente un ejército de cuartel en su carácter. Una casta de oficiales con generales y mariscales se reinstituyó. De un instrumento de defensa socialista, el ejército ha sido transformado en un instrumento de defensa de los privilegios de la burocracia. Sin embargo, las cosas no se detuvieron ahí. La lucha entre la estrecha camarilla de Stalin y los dirigentes militares con mayor autoridad y talento dedicados genuinamente a los intereses de la defensa condujo a la decapitación del Ejército Rojo.

La posición de la mujer es el indicador más gráfico y elocuente para evaluar un régimen social y una política estatal. La Revolución de Octubre escribió en su bandera la emancipación femenina y creó la legislación más progresista de la historia sobre el matrimonio y la familia. Esto no significa por supuesto que una «vida feliz» estaba disponible inmediatamente para la mujer soviética. La genuina emancipación de las mujeres es inconcebible sin un adelanto general de la economía y la cultura, sin la destrucción de la unidad familiar económica pequeñoburguesa, sin la introducción de la preparación socializada de los alimentos y la educación. Mientras tanto, guiada por su instinto conservador, la burocracia se ha alarmado ante la «desintegración de la familia». Comenzó cantando panegíricos a la cena y la lavandería familiares, es decir a la esclavitud doméstica de la mujer. Para rematar, la burocracia ha restaurado el castigo criminal por los abortos, regresando oficialmente a las mujeres al estado de animales de carga. En completa contradicción con el abc del comunismo la casta gobernante ha restaurado así el núcleo más reaccionario e ignorante del régimen de clase, es decir, la familia pequeñoburguesa.

La situación no es mucho mejor en el campo de la cultura. El crecimiento de las fuerzas productivas creó la premisa material para una nueva cultura. Pero el desarrollo de ésta es inconcebible sin crítica, sin errores, sin trabajo creativo independiente, en una palabra, sin el despertar de la personalidad humana. Sin embargo, la burocracia rehúsa tolerar el pensamiento independiente en cualquier campo de actividad creativa. Y tiene razón a su manera: el despertar de la crítica, en la esfera del arte o de la pedagogía, se dirigirá inevitablemente contra la burocracia, sus privilegios, su ignorancia, y su gobierno arbitrario. Aquí se encuentra la explicación al hecho de que la «purga», habiendo comenzado con el partido, penetró más tarde en todas las esferas de la vida social sin ninguna excepción. Con el «trotskismo» como marca, la GPU «purga» poetas, astrónomos, pedagogos y músicos y así las mejores cabezas perecen ante la boca de los revólveres. ¿Es concebible bajo estas condiciones hablar de cultura «socialista»?

En el campo de la alfabetización ordinaria los éxitos son indudables. Decenas de millones han aprendido a leer y a escribir. Paralelo a esto, sin embargo, se les privó del derecho a expresar sus opiniones e intereses a través de la palabra impresa. La prensa sirve solamente a la burocracia. Los llamados poetas «socialistas» tienen el derecho solamente de escribir himnos a Stalin. El mismo derecho se da a los prosistas y la población está obligada a leerlos. Lo mismo sucede con respecto al cine, radio, teatro, etcétera. Un texto de historia rusa ganador de un premio se introdujo recientemente en las escuelas. Puede decirse sin exageración que este texto consiste únicamente en falsedades con el fin de justificar el despotismo de la burocracia y la autocracia personal de Stalin. Hasta textos sobre la historia de la iglesia católica, publicados con la aprobación del Vaticano, son modelos de rectitud científica en comparación con los textos stalinizados en la Unión Soviética. Millones de cabezas de niños son infectadas y envenenadas por esta literatura prostituida.

La Revolución de Octubre no sólo proclamó el derecho de todas las naciones a tener un desarrollo cultural independiente, sino también a la separación estatal. En realidad la burocracia transformó a la Unión Soviética en una nueva prisión de los pueblos. La verdad es que la lengua y la escuela nacionales continúan existiendo: en esta esfera el más poderoso despotismo no puede revertir la rueda de la evolución. Pero la lengua de las diversas nacionalidades no es un órgano de sus desarrollos independientes, sino de la dominación burocrática sobre ellos. Los gobiernos de las repúblicas nacionales son, naturalmente, nombrados por Moscú, o para decirlo con mayor precisión, por Stalin. Pero lo sorprendente es que treinta de estos gobiernos resultaron súbitamente, conformados por «enemigos del pueblo» y agentes de gobiernos extranjeros. Detrás de esta acusación que suena tosca y ridícula aun en labios de Stalin y Vishinski, se esconde realmente el hecho de que, en las repúblicas nacionales, funcionarios, aun aquellos nombrados por el Kremlin, terminan dependiendo de condiciones y estados de ánimo locales y gradualmente se contagian de un espíritu contrario al asfixiante centralismo de Moscú. Comienzan a soñar o a hablar sobre el reemplazo del «amado caudillo» y aflojar los tentáculos de acero. Ésta es la verdadera razón por la cual todas las repúblicas nacionales de la Unión Soviética fueron decapitadas recientemente.

Es difícil encontrar en la historia un caso de reacción no teñido de antisemitismo. Esta peculiar ley histórica se corrobora hoy día completamente en la Unión Soviética. En su interesante, aunque poco profundo libro Assigment in Utopia, Eugene Lyons, quien vivió muchos años en Moscú, relata como la burocracia explotó sistemáticamente y solapadamente los prejuicios antisemitas con el fin de imponer su gobierno. ¿Y cómo podría ser de otra manera? El centralismo burocrático es inconcebible sin chauvinismo, mientras el antisemitismo ha sido siempre la línea de menor resistencia en cuanto atañe a aquél.

Durante estos veinte años, el vuelco en la esfera de la política exterior, no fue menos drástico que el de la política interna. Solamente por inercia, o con algún pensamiento oculto, la reacción burguesa continúa acusando a Stalin de inspirador de la revolución mundial. En realidad el Kremlin se convirtió en uno de los pilares de la ley y el orden conservadores. La época en que el gobierno de Moscú solía vincular el destino de la república soviética con el del proletariado mundial y de los pueblos oprimidos del Oriente fue abandonada hace ya mucho tiempo. Dejando a un lado el problema de si la política del «Frente Popular» es buena o mala, ésta ha sido precisamente la política tradicional del menchevismo contra la cual luchó Lenin toda su vida. Señala la renuncia de la revolución proletaria a favor de la democracia burguesa conservadora. La casta dominante de Moscú busca hoy solamente una cosa y nada más: vivir en paz con todas las clases gobernantes.

La contradicción entre la Revolución de Octubre y la burocracia termidoriana encontró su más dramática expresión en la aniquilación de la antigua generación bolchevique. Vishinski, Iezov, Troianovski, Maiski, agentes de la Comintern y de la GPU, periodistas del tipo Duranty-Louis Fischer, abogados al estilo de Pritt, no engañarán a la opinión pública mundial. Nadie sigue creyendo que cientos de antiguos revolucionarios, dirigentes del Partido Bolchevique bajo la ilegalidad zarista y la guerra civil, diplomáticos revolucionarios soviéticos, jefes militares del Ejército Rojo, y de treinta repúblicas nacionales soviéticas, se convirtieron —al tiempo y como si fuese una orden— en agentes del fascismo. La Comisión de Investigación de Nueva York, compuesta de gentes impecables e imparciales, después de nueve meses de trabajo descubrió que los Juicios de Moscú eran la mentira más elaborada en la historia humana.

El problema hoy no es probar que Zinoviev, Kamenev, Smirnov, Piatakov, Serebriakov, Sokolnikov, Radek, Rakovski, Krestinski, Tujachevski y cientos de otros cayeron víctimas de un fraude[555]. Esto ha sido probado. Lo que está en discusión es explicar cómo y por qué la camarilla del Kremlin pudo haberse arriesgado a emprender un fraude tan monstruoso. La respuesta de esto resulta de todo lo que sucedió antes.

En su lucha por poder y dinero la burocracia está obligada a reprimir y destruir a aquellos grupos conectados con el pasado, que saben y recuerdan el programa de la Revolución de Octubre y se dedican sinceramente a las tareas del socialismo. El asesinato de antiguos bolcheviques y de elementos socialistas entre las generaciones maduras y jóvenes es el eslabón necesario en la cadena de reacción anti-Octubre. Ésa es la razón por la cual el fiscal de los juicios salió de la Guardia Blanca, Vishinski. Ésa es la razón por la cual la Unión Soviética está representada en Washington por un integrante de la misma, Troianovski, y en Londres por un antiguo ministro de Kolchak[556], Maiski, etcétera. La gente necesaria aparece en los lugares necesarios.

A duras penas alguien será engañado por la farsa de las recientes elecciones de Moscú. Hitler y Goebbels[557] han perpetrado más de una vez la misma cosa de la misma manera. Es necesario leer solamente lo que la prensa soviética ha escrito en referencia a los plebiscitos de Hitler con el fin de entender el secreto del «triunfo» de Stalin. Los experimentos electorales totalitarios atestiguan solamente que, una vez que todos los partidos han sido aplastados, incluyendo el propio, que los sindicatos han sido estrangulados, que la prensa, la radio y el cine han sido subordinados a la Gestapo o a la GPU, si pan y trabajo se dan solamente a los dóciles o los silenciosos, mientras un revólver se coloca en la sien de todo sufragante, entonces es posible, alcanzar elecciones «unánimes». Pero esta unanimidad no es ni eterna ni estable. Las tradiciones de la Revolución de Octubre desaparecieron de la arena oficial, pero continúan viviendo en la memoria de las masas. Tras la cortina de fraudes jurídicos y electorales, las contradicciones continúan profundizándose y no pueden dejar de llevar a una explosión. La burocracia reaccionaria tiene que ser derrocada y lo será. La revolución política en la Unión Soviética es inevitable. Significará la liberación de los elementos de la nueva sociedad del yugo de la burocracia usurpadora. Solamente si esta condición se presenta la Unión Soviética será capaz de desarrollarse hacia el socialismo.

Escritos , Tomo V
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