¿Ni un Estado Obrero ni un Estado Burgués[482]?

25 de noviembre de 1937

Forma política y contenido social

Los camaradas Burnham y Carter[483] han colocado una nueva interrogación sobre el carácter de clase estado soviético. La respuesta que ellos dan, es en mi opinión, completamente errónea. Pero en cuanto estos camaradas no traten, como lo han hecho algunos ultraizquierdistas, de sustituir el análisis científico por gritos, podemos y debemos discutir seriamente con B. y C. este problema excepcionalmente importante.

B. y C. no olvidan que la principal diferencia entre la Unión Soviética y el estado contemporáneo burgués encuentra su expresión en el poderoso desarrollo de las fuerzas productivas como resultado de un cambio en la forma de la propiedad. Más adelante admiten que «la estructura económica establecida por la Revolución de Octubre permanece básicamente intacta». De allí deducen que el deber del proletariado soviético y mundial consiste en defender a la Unión Soviética de los ataques imperialistas. En esto existe un acuerdo absoluto entre B. y C. y nosotros. Pero no importa cuán grande sea el grado de nuestro acuerdo, ello no significa que abarque todo el problema. Aunque B. y C. no se solidarizan con los ultraizquierdistas, consideran, sin embargo, que la Unión Soviética ha dejado de ser un estado obrero «en el sentido tradicional (?) que el marxismo otorga al término». Pero puesto que la «estructura económica… aún permanece básicamente intacta», la Unión Soviética no se ha transformado en un estado burgués. B. y C. niegan al mismo tiempo —y por esto no podemos menos que felicitarlos— que la burocracia es una clase independiente. El resultado de estas aserciones inconsistentes es la conclusión, la misma que deducen los stalinistas, de que el estado soviético, en general, no es una organización de dominación de clase. ¿Qué es entonces?

De este modo tenemos un nuevo intento de revisar la teoría de clase del estado. Se sobreentiende que no somos fetichistas; si algunos hechos históricos exigieran una revisión de la teoría, no dejaríamos de hacerlo. Pero la experiencia lamentable de los viejos revisionistas, debería, en todo caso, infundirnos una saludable cautela. Deberíamos sopesar en nuestras mentes diez veces más la antigua teoría y los nuevos hechos antes de atrevemos a formular una nueva doctrina.

B. y C. advierten de paso que en su dependencia de condiciones objetivas y subjetivas el gobierno del proletariado «puede expresarse en diferentes formas gubernamentales». Para aclarar, añadiremos: o a través de una lucha abierta de diferentes partidos dentro de los soviets, o a través del monopolio de un partido, o aun a través de la actual concentración de poder en las manos de un solo individuo. Por supuesto, la dictadura personal es un síntoma del más grave peligro para el régimen. Pero al mismo tiempo, es bajo ciertas condiciones, el único medio de salvarlo. En consecuencia, la naturaleza de clase del estado es determinada no por sus formas políticas, sino por su contenido social, es decir, por el carácter de las formas de propiedad y las relaciones productivas que dicho estado guarda y defiende.

En principio B. y C. no niegan esto. Si ellos a pesar de todo rehúsan ver un estado obrero en la Unión Soviética, es debido a dos razones, una de las cuales es de carácter económico y la otra de carácter político. «Durante el año pasado,» escriben, «la burocracia ha entrado definitivamente en el camino de la destrucción de la economía planificada y nacionalizada». (¿Solamente ha «entrado en el camino»?). Más adelante leemos que el sistema de desarrollo «lleva a la burocracia a un conflicto siempre creciente y profundo con las necesidades e intereses de la economía nacionalizada». (¿Solamente «lleva»?). La contradicción entre la burocracia y la economía se observó antes de esto, pero el año pasado «las acciones de la burocracia estaban saboteando activamente el plan y desintegrando el monopolio estatal». (¿Solamente «desintegrando»? Por lo tanto, ¿no lo han desintegrado todavía?).

Como dijimos antes, el segundo argumento tiene un carácter político. «El concepto de la dictadura del proletariado, no es primordialmente una categoría económica sino predominantemente política… Todas las formas, órganos e instituciones del gobierno de clase del proletariado están ahora destruidos, lo cual quiere decir que el gobierno de clase del proletariado lo está». Luego de haberse señalado «las diferentes formas» del régimen proletario, este segundo argumento, tomado en sí mismo, es inesperado. Por supuesto, la dictadura del proletariado, no sólo es «predominantemente» sino íntegra y totalmente una «categoría política». Sin embargo, esta política es solamente economía concentrada. La dominación de la socialdemocracia en el estado y los soviets (Alemania 1918-1919) no tenía nada en común con la dictadura del proletariado, pues dejaba inviolable la propiedad privada burguesa. Pero el régimen que defiende contra los imperialistas la propiedad confiscada y nacionalizada es, independientemente de las formas políticas, la dictadura del proletariado.

B. y C. admiten esto «en general». Ellos por lo tanto recurren a combinar el argumento económico con el político. Dicen que la burocracia no solamente ha privado al proletariado del poder político, sino que ha llevado la economía a un callejón sin salida. Si en el período anterior la burocracia, con todas sus características reaccionarias, jugó un papel comparativamente progresivo, se ha tornado ahora definitivamente en un factor reaccionario. Este razonamiento tiene un eje correcto que concuerda completamente con todos los pronósticos y evaluaciones anteriores de la Cuarta Internacional. Más de una vez hemos hablado del hecho de que «el absolutismo esclarecido» ha jugado un papel progresivo en el desarrollo de la burguesía, para volverse después un freno a este desarrollo; el conflicto se resuelve, como es sabido, en la revolución. Al implantar las bases para la economía socialista, escribimos que el «absolutismo esclarecido» puede jugar un papel progresivo solamente durante un período incomparablemente más corto. Este pronóstico está claramente confirmado ante nuestros ojos. Engañada por sus propios éxitos, la burocracia esperó obtener aun mayores coeficientes de crecimiento económico. Mientras tanto tropezó con una aguda crisis económica que se convirtió en una de las fuentes de su pánico actual y sus desenfrenadas represiones. ¿Significa entonces esto que el desarrollo de las fuerzas productivas en la Unión Soviética se ha detenido ya? No nos atreveríamos a hacer tal afirmación. Las posibilidades creativas de la economía nacionalizada, son tan grandes, que las fuerzas productivas, a pesar del freno burocrático que las limita, pueden desarrollarse por un período de años aunque a un paso considerablemente más moderado que hasta ahora, Por el momento, apenas se puede hacer una predicción exacta en este sentido. En todo caso la crisis política que está despedazando la burocracia, es hoy considerablemente más peligrosa que la interrupción del desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, con el fin de simplificar el problema, concedamos que la burocracia se ha convertido ya en un freno absoluto para el desarrollo económico. ¿Pero significa este hecho en sí mismo que la naturaleza de clase de la Unión Soviética ha cambiado o que la Unión Soviética está desprovista de naturaleza de clase? Aquí reside según mi concepto el error principal de nuestros camaradas.

Hasta la Primera Guerra Mundial, la sociedad burguesa desarrolló sus fuerzas productivas. Sólo durante el último cuarto de siglo la burguesía se convirtió en un freno al desarrollo económico. ¿Significa esto que la sociedad burguesa ha dejado de ser burguesa? No; significa solamente que se ha transformado en una sociedad burguesa decadente. En varios países la preservación de la propiedad burguesa sólo ha sido posible, a través del establecimiento de un régimen fascista. En otras palabras, la burguesía está allí privada de todas las formas y medios de su propia dominación política directa y debe utilizar un intermediario. ¿Significa esto entonces que el estado ha dejado de ser burgués? En la medida en que el fascismo con sus métodos bárbaros defiende la propiedad privada de los medios de producción, en esa medida el estado continúa siendo burgués bajo el régimen fascista.

No pretendemos en absoluto dar a nuestra analogía un sentido omnímodo. Sin embargo demuestra que la concentración de poder en manos de la burocracia, y aun el lento desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismas, no cambia la naturaleza de clase de la sociedad y su estado. Solamente la intrusión de una fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria en las relaciones de la propiedad puede cambiar la naturaleza de clase del estado[484].

¿Pero no conoce realmente la historia casos de conflicto de clases entre la economía y el estado? ¡Por supuesto que sí! Después de que el «tercer estado» se tomó el poder, la sociedad continuó siendo feudal por un período de varios años. En los primeros años del gobierno soviético, el proletariado reinó en base a la economía burguesa. En el campo de la agricultura la dictadura del proletariado operó por un número de años en base a la economía pequeñoburguesa (aún hoy opera así en grado considerable). Si una contrarrevolución burguesa tuviese éxito en la Unión Soviética, por un largo período de tiempo el nuevo gobierno tendría que basarse en la economía nacionalizada. Pero ¿qué significa este tipo de conflicto temporal entre la economía y el estado? Significa una revolución o una contrarrevolución. La victoria de una clase sobre otra significa la reconstrucción de la economía de acuerdo a los intereses de los triunfadores. Pero tal condición dicotómica, la cual es una etapa necesaria en todo vuelco social, no tiene nada en común con la teoría de un estado sin clases que, a falta de un verdadero jefe, está siendo explotado por un empleado, es decir, la burocracia.

Norma y hecho

Es la sustitución de un método objetivo y dialéctico por uno subjetivo y «normativista» lo que dificulta a muchos camaradas llegar a una evaluación sociológica correcta de la Unión Soviética. No sin razón Burnham y Carter afirman que ésta no puede ser considerada un estado obrero «en el sentido tradicional que el marxismo otorga al término». Esto simplemente significa que la Unión Soviética no se ajusta a las normas de un estado obrero tal como está expuesto en nuestro programa. En este sentido no puede haber desacuerdo. Nuestro programa contaba con un desarrollo progresivo del estado obrero y por lo tanto con su gradual extinción. Pero la historia que no siempre actúa «de acuerdo a un programa» nos ha confrontado con el proceso de degeneración del estado de los trabajadores.

Pero ¿significa esto que un estado obrero que entra en conflicto con las exigencias de nuestro programa, deja de ser por tanto un estado obrero? Un hígado enfermo de malaria no corresponde a un tipo normal de hígado, pero no por eso deja de serlo. Para la comprensión de su naturaleza, la anatomía y la fisiología no son suficientes; también es necesaria la patología. Por supuesto es mucho más fácil ver el hígado enfermo y decir: «No me gusta este objeto» y darle la espalda, Pero un médico no puede permitirse ese lujo. De acuerdo a las condiciones de la enfermedad y a la deformación resultante del órgano, debe recurrir o bien a un tratamiento terapéutico («reformas») o a la cirugía («revolución»). Pero para poder hacer esto debe primero que todo comprender que el órgano deformado es un hígado y no otra cosa. Pero tomemos una analogía más familiar; aquélla entre un estado obrero y un sindicato. Desde el punto de vista de nuestro programa, el sindicato debería ser una organización de la lucha de clases. ¿Cuál debería ser entonces nuestra actitud hacia la Federación Norteamericana del Trabajo[485]? 5 En su dirección se encuentran reconocidos agentes de la burguesía. Ante todos los problemas esenciales, los señores Green, Woll y compañía sostienen una línea política directamente opuesta a los intereses del proletariado. Podemos ampliar la analogía y decir que si hasta la aparición del CIO[486] 6 la Federación Norteamericana del Trabajo llevó a cabo una labor de alguna manera progresiva, ahora que el principal contenido de su actividad se centra en una lucha contra las tendencias más progresistas (o menos reaccionarias) del CIO, todo el aparato de Green se ha convertido en un factor definitivamente reaccionario. Esto sería completamente correcto. Pero la AFL no deja de ser por esto una organización sindical.

El carácter de clase del estado está determinado por su relación con las formas de propiedad de los medios de producción. El carácter de una organización obrera, como un sindicato, está determinado por su relación con la distribución de la renta nacional. El hecho de que Green y Compañía defienden la propiedad privada de los medios de producción los caracteriza como burgueses. Si además estos caballeros defendieran los ingresos de los burgueses de los ataques de los trabajadores, dirigieran una lucha contra las huelgas, contra el alza de salarios, contra la ayuda a los desempleados; entonces tendríamos una organización de esquiroles y no un sindicato. Sin embargo Green y Cía., con el fin de no perder su base, deben, dentro de ciertos límites, dirigir la lucha de los trabajadores por un aumento —o por lo menos contra una disminución— de su parte en la renta nacional. Este síntoma objetivo es suficiente en todos los casos importantes para permitirnos trazar una línea de demarcación entre el sindicato más reaccionario y una organización de esquiroles. Estamos pues moralmente obligados no solamente a continuar trabajando en la AFL, sino a defenderla contra los esquiroles, el Ku Klux Klan y elementos similares.

La función de Stalin como la de Green tiene un doble carácter, Stalin sirve a la burocracia y por lo tanto a la burguesía mundial; pero él no puede servir a la burocracia sin defender la base social que la burocracia explota en su propio interés. Hasta ese punto, Stalin defiende la propiedad nacionalizada contra los ataques imperialistas y contra las capas demasiado impacientes y avaras de la burocracia misma. Sin embargo, él lleva a cabo esta defensa con métodos que preparan la destrucción general de la sociedad soviética. Es exactamente por esto que la camarilla stalinista debe ser derrocada, pero es el proletariado revolucionario quien debe hacerlo. El proletariado no puede subcontratar este trabajo a los imperialistas. A pesar de Stalin, el proletariado defiende a la Unión Soviética de los ataques imperialistas.

El desarrollo histórico nos ha acostumbrado a una gran variedad de sindicatos: combativos, reformistas, revolucionarios, reaccionarios, liberales y católicos. Con el estado obrero se da lo contrario. Este fenómeno lo vemos ahora por primera vez. Esto explica nuestra inclinación a atacar a la Unión Soviética desde el punto de vista de las normas del programa revolucionario. Al mismo tiempo el estado de los trabajadores es un hecho objetivo histórico, el cual está siendo sometido a la influencia de diferentes fuerzas históricas y puede, tal como vemos, llegar a una contradicción total con las normas «tradicionales».

Los camaradas B. y C. están en lo correcto cuando dicen que Stalin y Cía. sirven con su política a la burguesía internacional. Pero esta afirmación aunque correcta debe establecerse en las condiciones precisas de tiempo y lugar. Hitler también sirve a la burguesía. Sin embargo entre las funciones de Hitler y Stalin hay una diferencia. Hitler defiende las formas burguesas de propiedad. Stalin adapta los intereses de la burocracia a las formas proletarias de la propiedad. El mismo Stalin en España, es decir, en el terreno de un régimen burgués, ejerce la función de Hitler (en sus métodos políticos poco difieren uno del otro). La yuxtaposición de los diferentes papeles sociales desempeñados por el mismo Stalin en la Unión Soviética y España demuestra igualmente que la burocracia no es una clase independiente sino el instrumento de las clases; y que es imposible definir la naturaleza social de un estado por la virtud o la vileza de la burocracia.

La afirmación de que la burocracia de un estado obrero tiene un carácter burgués debe aparecer no solamente ininteligible, sino completamente sin sentido para personas de una estructura mental formal. Sin embargo, tipos de estado químicamente puros nunca existieron ni existen en general. La monarquía semifeudal prusiana ejecutó las tareas más importantes de la burguesía, pero las llevó a cabo a su manera, es decir, en un estilo feudal, no jacobino. En el Japón observamos aún hoy una correlación análoga entre el carácter burgués del estado y el carácter semifeudal de la casta dirigente. Pero todo esto no nos impide diferenciar claramente entre una sociedad feudal y una burguesa. Se puede objetar, es cierto, que la colaboración de fuerzas feudales y burguesas se realiza más fácilmente que la colaboración de fuerzas proletarias y burguesas, por cuanto en el primer caso se trata de clases explotadoras. Esto es absolutamente correcto. Pero un estado obrero no crea una nueva sociedad en un día. Marx escribió que en el primer período de un estado obrero, se preservan las normas burguesas de distribución. (Véase La revolución traicionada, sección «Socialismo y estado», p. 53). Hay que reflexionar muy bien sobre este pensamiento y meditarlo hasta el fin. El estado de los trabajadores como estado, es necesario precisamente porque las normas burguesas de distribución todavía subsisten.

Esto significa que aun la burocracia más revolucionaria es hasta cierto punto un órgano burgués en el estado obrero. Por supuesto, el grado de este aburguesamiento y la tendencia general de desarrollo tienen una importancia decisiva. Si el estado obrero pierde su burocratización y ésta se extingue gradualmente, ello significa que su desarrollo marcha por el camino del socialismo. Por el contrario, si la burocracia se vuelve más poderosa, autoritaria, privilegiada y conservadora, esto significa que en el estado de los trabajadores las tendencias burguesas crecen a expensas de las socialistas; en otras palabras, esa contradicción interior que hasta cierto punto se alberga en el estado de los trabajadores desde los primeros días de su aparición no disminuye como lo exige la «norma», sino que aumenta. Sin embargo, mientras esta contradicción no pase de la esfera de la distribución a la de la producción y no destruya la propiedad nacionalizada y la economía planificada, el estado continúa siendo un estado obrero.

Lenin ya lo había dicho hace quince años: «Nuestro estado es un estado obrero, pero con deformaciones burocráticas». En ese período la deformación burocrática representaba una herencia directa del régimen burgués, y en ese sentido se presentaba como una simple reliquia del pasado. Sin embargo, bajo la presión de condiciones históricas desfavorables, la «reliquia» burocrática recibió nuevas fuentes de nutrición y se convirtió en un tremendo factor histórico. Es exactamente por esto que hablamos ahora de la degeneración del estado obrero. Esta degeneración muestra cómo la actual orgía de terror bonapartista ha llegado a un punto crucial. Aquello que era una «deformación burocrática» se prepara hoy para devorar al estado obrero, sin dejar restos de él, y sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada construir una nueva clase propietaria. Esta posibilidad está increíblemente cerca. Pero todo esto es solamente una posibilidad y no tenemos intenciones de arrodillarnos desde ahora ante ella.

La Unión Soviética como estado obrero no concuerda con la norma «tradicional». Esto no significa que no sea un estado de los trabajadores. Tampoco significa que la norma sea falsa. La «norma» contaba con la victoria total de la revolución proletaria internacional. La Unión Soviética es sólo una expresión parcial y mutilada de un estado obrero atrasado y aislado.

El pensamiento idealista, ultimatista, «puramente» normativo, desea construir el mundo a su propia imagen y simplemente se aleja de los fenómenos que no le agradan. Los sectarios, es decir, la gente que es revolucionaria solamente en su imaginación, se guían por normas idealistas vacías. Dicen: «estos sindicatos no nos gustan, no perteneceremos a ellos; este estado de los trabajadores no nos gusta, no lo defenderemos». Constantemente prometen empezar de nuevo la historia. Construirán un estado de los trabajadores ideal, cuando Dios ponga en sus manos, un partido y un sindicato ideales. Pero hasta que no llegue este momento feliz, harán pucheros ante la realidad. Un gran puchero, que es la expresión suprema del «revolucionarismo» sectario.

El pensamiento puramente «histórico» reformista, menchevique, pasivo y conservador, se ocupa en justificar, como lo expresó Marx, las porquerías de hoy con las de ayer. Representantes de este tipo entran a las organizaciones de masas y allí se disuelven. Los «amigos» despreciables de la Unión Soviética se adaptan a la vileza de la burocracia, invocando las condiciones «históricas».

A diferencia de estas dos formas de pensar, el pensamiento dialéctico —marxista, bolchevique— toma los fenómenos en su desarrollo objetivo y al mismo tiempo encuentra en las contradicciones internas de este desarrollo la base de realización de sus «normas». Por supuesto es necesario recordar que las normas programáticas sólo se realizan si son la expresión generalizada de las tendencias progresivas del «proceso histórico objetivo».

La definición programática de un sindicato debería ser, aproximadamente, así: una organización de trabajadores de industria o comercio, con el objetivo de 1) luchar contra el capitalismo por el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores, 2) participar en la lucha por el derrocamiento de la burguesía, 3) participar en la organización de la economía sobre una base socialista. Si comparamos esta definición «normativa» con la realidad, nos vemos obligados a decir: en el mundo actual, no existe un solo sindicato. Pero una transposición tal de la norma al hecho, es decir, de la expresión generalizada del desarrollo a la manifestación particular del mismo… una transposición tan formal, ultimatista y antidialéctica del programa a la realidad es absolutamente muerta y no abre ninguna perspectiva para la intervención del partido revolucionario. Al mismo tiempo, los sindicatos oportunistas existentes, bajo la presión de la desintegración capitalista, pueden —y con una política correcta de nuestra parte deben— acercarse a nuestras normas programáticas y jugar un papel histórico progresivo. Esto, por supuesto, presupone un cambio de dirección total. Es necesario que los trabajadores de Estados Unidos, Inglaterra y Francia expulsen a Green, Citrine, Jouhaux y Compañía[487]. 7 Es necesario que los trabajadores soviéticos expulsen a Stalin y Compañía. Si el proletariado elimina a tiempo a la burocracia soviética, entonces encontrará los medios de producción nacionalizados y los elementos básicos de la economía planificada, después de su victoria. Esto significa que no tendrá que empezar desde el comienzo. ¡Es una gran ventaja! Solamente los radicales imbéciles acostumbrados a saltar descuidadamente de rama en rama pueden descartar atolondradamente tal posibilidad. La revolución socialista es un problema demasiado grande y difícil para uno ignorar superficialmente su inestimable logro material y comenzar desde el principio.

Es estupendo que los camaradas B. y C. a diferencia de nuestro camarada francés Craipeau y otros, no olvidan el factor de las fuerzas productivas y no niegan su defensa a la Unión Soviética. Pero esto es absolutamente insuficiente. Y, ¿qué pasaría si la dirección criminal de la burocracia paralizara el crecimiento económico? ¿Sería posible en tal caso que los camaradas B. y C. permitan pasivamente al imperialismo destruir las bases sociales de la Unión Soviética? Estamos seguros de que éste no es el caso. Sin embargo, su definición antimarxista de la Unión Soviética como un estado no burgués y tampoco obrero, abre la puerta a toda clase de conclusiones. Es la razón por la cual esta definición debe ser categóricamente rechazada.

Simultáneamente una clase oprimida y una clase dirigente

«¿Cómo puede nuestra conciencia política no resentirse ante el hecho de que quieren forzarnos a creer, que bajo el gobierno de Stalin, el proletariado es la “clase dominante” de la URSS…?». Esto dicen los ultraizquierdistas. Tal afirmación formulada de una manera tan abstracta puede despertar nuestro «resentimiento». Pero la verdad es que categorías abstractas, necesarias en el proceso analítico, son completamente inadecuadas para la síntesis, la cual exige la más absoluta concreción. El proletariado de la Unión Soviética es la clase dirigente en un país atrasado donde todavía no se satisfacen las más vitales necesidades. El proletariado de la Unión Soviética sólo gobierna a una doceava parte de la humanidad. El imperialismo gobierna a las once partes restantes. El gobierno del proletariado, mutilado ya por la pobreza y el atraso del país, es doble y triplemente deformado por la presión del imperialismo. El órgano del gobierno del proletariado —el estado— se vuelve un órgano de presión del imperialismo (la diplomacia, el ejército, el comercio exterior, las ideas y las costumbres). La lucha por la dominación, considerada en una escala histórica, no es entre el proletariado y la burocracia, sino entre el proletariado y la burguesía mundial. La burocracia es solamente el mecanismo transmisor de la lucha. Ésta no ha terminado. A pesar de todos los esfuerzos de la camarilla moscovita por demostrar la autenticidad de su conservadorismo (¡la política contrarrevolucionaria de Stalin en España!), el imperialismo mundial no confía en Stalin, ni le ahorra los golpes más humillantes, y está listo a derrocarlo en la primera oportunidad favorable. Hitler —y allí radica su fuerza— simplemente expresa de una manera más consistente y franca la actitud de la burguesía mundial hacia la burocracia soviética. Para la burguesía, tanto fascista como democrática, las hazañas contrarrevolucionarias de Stalin no son suficientes; necesita una contrarrevolución total en las relaciones de propiedad y la apertura del mercado ruso. Mientras éste no sea el caso, la burguesía considera hostil al estado soviético. Y tiene toda la razón.

El régimen interno de los países coloniales y semicoloniales tiene un carácter predominantemente burgués. Pero la presión del imperialismo extranjero altera y distorsiona de tal manera la estructura económica y política de estos países que la burguesía nacional (aun en los países políticamente independientes de América del Sur) apenas alcanza parcialmente la altura de una clase dirigente. Es verdad que la presión del capitalismo en países atrasados, no cambia su carácter social básico, puesto que el opresor y el oprimido representan solamente niveles de desarrollo diferentes en la misma sociedad burguesa. Sin embargo, la diferencia entre Inglaterra y la India, el Japón y China, Estados Unidos y México es tan grande, que diferenciamos estrictamente entre países burgueses opresores y oprimidos y consideramos nuestro deber apoyar a estos últimos. La burguesía de países coloniales y semicoloniales es una clase semidirigente, semioprimida.

La presión del imperialismo sobre la Unión Soviética tiene como objetivo el cambio de la naturaleza misma de esta sociedad. La lucha, hoy pacífica, mañana militar, concierne a las formas de propiedad. En su calidad de mecanismo transmisor en esta lucha, la burocracia se apoya ya en el proletariado contra el imperialismo, ya en el imperialismo contra el proletariado, con el fin de aumentar su propio poder. Al mismo tiempo, explota sin misericordia su papel de distribuidor de las escasas necesidades vitales, con el objeto de proteger su propio poder y bienestar. Por consiguiente, el gobierno del proletariado asume un carácter mezquino, restringido y distorsionado. Se puede decir con toda razón que el proletariado, gobernando un país atrasado y aislado, continúa siendo una clase oprimida. El origen de la opresión es el imperialismo mundial; el mecanismo transmisor de la opresión… la burocracia. Si en la frase «una clase dirigente y al mismo tiempo oprimida» hay una contradicción, ésta surge no de un error de pensamiento, sino de las contradicciones en la situación de la Unión Soviética misma. Es precisamente por esto que rechazamos la idea de socialismo en un solo país.

El reconocimiento de la Unión Soviética como estado obrero —no un tipo, sino la mutilación de un tipo— no significa en absoluto dar una amnistía teórica y política a la burocracia soviética. Por el contrario, su carácter reaccionario sólo se expresa totalmente a la luz de la contradicción entre su política antiproletaria y las necesidades del estado obrero. Sólo planteando el problema de esta manera, nuestra revelación de los crímenes de la camarilla stalinista cobra su total fuerza. La defensa de la Unión Soviética, significa no solamente la lucha suprema contra el imperialismo, sino una preparación para el derrocamiento de la burocracia bonapartista.

La experiencia de la Unión Soviética demuestra cuán inmensas son las posibilidades del estado obrero y su fuerza de resistencia. Pero esta experiencia también nos demuestra cuán poderosa es la presión del capitalismo y su agencia burocrática, cuán difícil es para el proletariado obtener la liberación total y cuán necesario es educar y templar la nueva internacional en el espíritu de la irreconciliable lucha revolucionaria.

Escritos , Tomo V
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