CAPÍTULO V
La sombra del futuro
Cuando Mr. Hawbury se reunió con sus invitados para desayunar, el extraño contraste entre sus caracteres que había advertido con anterioridad le pareció incluso más acentuado. Uno de los jóvenes estaba sentado a la bien surtida mesa, hambriento y feliz, probando todos los platos y declarando que era el mejor desayuno que había tomado en su vida. El otro estaba sentado junto a la ventana, con la taza aún medio llena y sin tocar la comida. El saludo que el médico dirigió a los dos reveló claramente las diferentes impresiones que habían causado en su mente. Dio unas palmadas en el hombro de Allan y le dedicó una broma. Dirigió una forzada inclinación de cabeza a Midwinter y comentó:
—Temo que no se ha recuperado de las fatigas de la noche.
—No ha sido la noche, doctor, lo que lo ha desanimado —comentó Allan—. Es una cosa que le he contado. Pero la culpa no ha sido mía. Si hubiese sabido que cree en los sueños, no habría abierto la boca.
—¿En los sueños? —repitió el médico, mirando directamente a Midwinter y dirigiéndose a él, al interpretar equivocadamente las palabras de Allan—. Con su constitución, me parece que ya debería estar acostumbrado a ellos.
—Míreme a mí, doctor, pues ha errado la dirección —exclamó Allan—. Yo tuve el sueño, no él. No se extrañe; no ha sido en esta cómoda mansión, sino a bordo de aquel maldito barco maderero. Lo cierto es que me quedé dormido antes de que viniese usted a rescatarnos y no puedo negar que sufrí una horrible pesadilla. Bueno, cuando volvimos aquí…
—¿Por qué molestas a Mr. Hawbury con un asunto que no puede interesarle? —preguntó Midwinter, hablando por primera vez y con marcada impaciencia.
—Discúlpeme —replicó vivamente el médico—, pero por lo que he oído, el asunto me interesa.
—¡Muy bien, doctor! —exclamó Allan—. Yo le ruego que se tome interés en esto, quiero que se libre de la tontería que se le ha metido en la cabeza. ¡Imagínese! Se ha empeñado en que mi sueño es una advertencia para que evite a ciertas personas, e insiste en que una de estas personas es… ¡él mismo! ¿Alguna vez ha oído semejante disparate? Yo me he esforzado en explicárselo todo. Le he dicho que mandase al diablo los avisos…, ¡qué todo era fruto de una indigestión! Que no sabía lo que había comido y bebido en la mesa del doctor. ¿Piensa que me hizo caso? En absoluto. Ahora le toca el turno a usted, usted es un profesional y no tendrá más remedio que escucharlo. Sea bueno, doctor, y extiéndame un certificado de que padecí una indigestión. Con mucho gusto le mostraré la lengua.
—Me basta con ver su cara —dijo Mr. Hawbury—. Certifico que no ha sufrido una indigestión en su vida. Oigamos su sueño y veamos lo que podemos sacar de él…, es decir, si no tiene usted inconveniente.
Allan señaló a Midwinter con el tenedor.
—Entonces, pídaselo a mi amigo, él podrá relatárselo mucho mejor que yo. Aunque le cueste creerlo, lo anotó todo a medida que se lo iba contando e insistió en que lo firmase al pie, como si se tratase de mi «última confesión” antes de subir al patíbulo. Sácalo, viejo, he visto que lo guardabas en la cartera. ¡Sácalo!
—¿En serio le interesa tanto? —preguntó Midwinter, al tiempo que sacaba la cartera con una mala gana que resultaba casi ofensiva, dadas las circunstancias, pues implicaba desconfianza hacia el médico en la propia casa de éste.
Mr. Hawbury se ruborizó.
—Por favor, no me lo muestre si no lo desea —dijo, con la forzada cortesía de un hombre ofendido.
—¡Tonterías! —gritó Allan—. ¡Trae eso de una vez!
En vez de atender la característica petición, Midwinter sacó el papel de la cartera, se levantó y se acercó a Mr. Hawbury.
—Discúlpeme —dijo, ofreciendo el manuscrito al médico.
Mientras pronunciaba aquella palabra, bajó la mirada al suelo y se ensombreció su semblante. «Un tipo hosco y reservado —pensó el médico mientras le daba las gracias con rígida cortesía—. Su amigo vale mil veces más que él».
Midwinter volvió junto a la ventana y se sentó en silencio, con la antigua e impenetrable resignación que en el pasado había sorprendido a Mr. Brock.
—Léalo, doctor —incitó Allan cuando Mr. Hawbury desplegó la hoja manuscrita—. No está redactado con mis acostumbrados circunloquios, pero no se ha añadido ni suprimido nada. Es exactamente lo que soñé y exactamente como lo habría escrito yo, si hubiese pensado que valía la pena y tuviese facilidad para escribir, facultad de la que carezco, salvo para las cartas, que despacho a toda prisa —concluyó Allan, mientras removía tranquilamente el café.
Mr. Hawbury extendió el manuscrito sobre la mesa del desayuno y leyó estas líneas:
El sueño de Armadale
En la madrugada del primero de junio de mil ochocientos cincuenta y uno, me encontré (por circunstancias que no vienen al caso) a solas con un amigo mío, joven aproximadamente de mi edad, a bordo del barco maderero francés La Grâce de Dieu, el cual había encallado en el canal del Sound, entre la costa de la isla de Man y el islote llamado Calf. Como aquella noche no había dormido y estaba rendido de cansancio, me dormí sobre la cubierta de la embarcación. Mi salud era buena como de costumbre y el sol había salido ya. En tales circunstancias y en aquella hora del día, empecé a soñar. Tal como lo recuerdo, después de haber transcurrido unas cuantas horas, he aquí cómo se sucedieron los acontecimientos en mi sueño:
1. Lo primero que vi fue a mi padre. Me tomó en silencio de la mano y nos encontramos los dos en el camarote del barco.
2. El agua que inundaba el camarote fue subiendo lentamente, y mi padre y yo nos hundimos juntos en ella.
3. Siguió un intervalo de olvido y después tuve la impresión de haberme quedado solo en la oscuridad.
4. Esperé.
5. La oscuridad se disipó y tuve la visión, como en un cuadro, de un estanque grande y solitario, rodeado de un campo despejado. Encima de la orilla más alejada del estanque, vi el cielo sin nubes del oeste, enrojecido por los rayos del sol poniente.
6. En la margen más próxima se alzaba la sombra de una mujer.
7. Sólo era una sombra. No había ningún indicio que me permitiese identificarla o compararla con cualquier criatura viviente. La larga túnica me indicaba que era la sombra de una mujer, nada más.
8. Se hizo de nuevo la oscuridad, que me envolvió durante un rato y se disipó por segunda vez.
9. Me encontré en una habitación, de pie delante de una alta ventana. El único mueble u objeto de adorno que vi (o que recuerdo haber visto) fue una pequeña estatua colocada cerca de mí. La estatua estaba a mi izquierda y la ventana, a mi derecha. La ventana daba a un prado de césped y un jardín. La lluvia repicaba con fuerza sobre el cristal.
10. Más tarde ya no estaba solo en la habitación. En pie delante de mí, junto a la ventana, se alzaba la sombra de un hombre.
11. No veía ni sabía más acerca de ella de lo que había visto y sabido de la sombra de la mujer. Pero esta segunda sombra se movió. Alargó los brazos hacia la estatua, que cayó en pedazos al suelo.
12. Con una contusa sensación compuesta de ira y de aflicción, me incliné para mirar los fragmentos. Cuando me incorporé de nuevo, la sombra se había desvanecido y ya no vi más.
13. La oscuridad se abrió por tercera vez, y me mostró la sombra de la mujer y la sombra del hombre, juntas.
14. No veía ningún escenario a mi alrededor (o al menos no lo recuerdo).
15. La sombra del hombre estaba más cercana, y detrás de ella estaba la de la mujer. Desde el lugar donde se encontraba, llegó a mis oídos el sonido de un líquido al ser vertido suavemente. Vi que ella tocaba la sombra del hombre con una mano y le tendía un vaso con la otra. Él tomó el vaso y me lo alargó. En el mismo instante en que me lo llevé a los labios, me invadió una debilidad mortal y me desmayé. Cuando recobré el sentido, la sombra se había desvanecido y terminaba la tercera visión.
16. La oscuridad me envolvió de nuevo y siguió otro intervalo de olvido.
17. No tuve conciencia de nada más, hasta que sentí los rayos del sol matutino sobre el rostro y oí la voz de mi amigo diciéndome que acababa de despertar de un sueño.
Después de leer atentamente la narración hasta la última línea, debajo de la cual aparecía la firma de Allan, el médico miró a Midwinter por encima de la mesa del desayuno y tamborileó con los dedos sobre el manuscrito, sonriendo irónicamente.
—Tantos hombres, tantas opiniones —dijo—. No estoy de acuerdo con ninguno de los dos en lo que respecta a este sueño. Su teoría —prosiguió, mirando a Allan y sonriendo— la hemos descartado ya: la cena que usted no pudo digerir no pudo causarle ninguna indigestión. En seguida pasaremos a mi teoría, pero primero debemos considerar la de su amigo. —Se volvió de nuevo a Midwinter, gozando anticipadamente de su triunfo sobre un hombre que, a juzgar por la expresión de su semblante y sus modales, le era profundamente antipático—. Si no he entendido mal —prosiguió—, usted cree que este sueño es un aviso sobrenatural, dirigido a Mr. Armadale, de algún peligro que le amenaza y de personas peligrosas a las que, por prudencia, debería evitar. ¿Puedo preguntarle si ha llegado a esta conclusión sólo porque cree en los sueños, o porque tiene alguna razón concreta para dar una importancia especial a este sueño?
—Ha expuesto usted muy claramente cuál es mi convicción —respondió Midwinter, irritado ante la expresión y el tono del médico—. Discúlpeme si le ruego que se dé por satisfecho con esta confesión y permita que me reserve mis razones.
—Es exactamente lo mismo que me dijo a mí —terció Allan—. Yo no creo que tenga ninguna razón.
—¡Calma, calma! —exclamó Mr. Hawbury—. Podemos discutir el tema sin inmiscuirnos en los secretos de nadie. Pasemos ahora a mi propio método de interpretar el sueño. Probablemente, Mr. Midwinter no se sorprenderá si digo que considero este asunto desde un punto de vista esencialmente práctico.
—No me sorprenderé en absoluto —replicó Midwinter—. La visión de un médico cuando tiene que resolver un problema humano raras veces va más allá de la punta de su bisturí.
El médico se amoscó también un poco.
—Nuestros límites no son tan estrechos, pero de buen grado le diré que hay algunos artículos de su credo que para los médicos son falsos. Por ejemplo, no creemos que un hombre razonable deba dar una interpretación sobrenatural a cualquier fenómeno que se ponga al alcance de sus sentidos, hasta que haya comprobado con absoluta certeza que no puede encontrarse ninguna explicación natural.
—Bueno, esto me parece justo —exclamó Allan—. Él le hirió con el «bisturí», doctor, y usted le corresponde ahora con su «explicación natural». Oigámosla.
—Con mucho gusto. Ahí va. No hay nada extraordinario en mi teoría de los sueños: es la aceptada por la gran mayoría de los de mi profesión. Un sueño es la reproducción, cuando el cerebro está dormido, de imágenes e impresiones que se produjeron en él en estado de vigilia. Ésta reproducción es más o menos complicada, imperfecta o contradictoria, según la mayor o menor influencia que ejerza el sueño en el ejercicio de ciertas facultades por parte del individuo. Sin llevar más lejos esta última parte, por cierto muy curiosa e interesante, consideremos la teoría en un sentido general, tal como acabo de exponerla, y apliquémosla directamente al sueño en cuestión. —Tomó la hoja manuscrita de encima de la mesa y abandonó el tono formal (como de un conferenciante al dirigirse a un auditorio) que insensiblemente había adoptado—. Observo ya en este sueño —prosiguió— un acontecimiento que reproduce una impresión que Mr. Armadale experimentó en estado de vigilia ante mi propia presencia. Si quiere ayudarme ejercitando su memoria, no desespero de poder relacionar toda la serie de escenas que aquí se detallan con algo que él haya dicho, pensado, visto u oído, en las veinticuatro horas, o menos, que precedieron al momento en que se quedó dormido sobre la cubierta del barco maderero.
—Con mucho gusto pondré a prueba mi memoria —se ofreció Allan—. ¿Por dónde empezamos?
—Empiece contándome lo que hizo ayer, antes de que me encontraran en la carretera que conduce a este lugar —respondió Mr. Hawbury—. Digamos que se levantaron de la cama y desayunaron. ¿Qué hicieron después?
—Tomamos un coche —explicó Allan— y fuimos desde Castletown hasta Douglas para despedir a mi viejo amigo, Mr. Brock, que embarcaba hacia Liverpool. Volvimos a Castletown y nos separamos en la puerta del hotel. Midwinter entró en la casa y yo me dirigí al muelle para ver mi yate. A propósito, doctor, ¿recuerda que nos prometió venir de crucero con nosotros antes de que abandonemos la isla de Man?
—Muchas gracias, pero ciñámonos al asunto que nos ocupa ahora. ¿Qué pasó después?
Allan vaciló. Estaba en la luna, en el sentido figurado de la expresión.
—¿Qué hizo usted a bordo del yate?
—¡Oh, ya sé! Ordené todo el camarote. Palabra de honor que lo puse todo patas arriba. Mi amigo llegó en un bote para ayudarme. Hablando de embarcaciones, todavía no le he preguntado si la suya sufrió algún daño la noche pasada. En caso afirmativo, insisto en que me permita indemnizarle los perjuicios sufridos.
El médico renunció a todo intento de que Allan se concentrase en sus recuerdos.
—Si seguimos así, nunca alcanzaremos nuestro objetivo —protestó—. Será mejor que consideremos los episodios del sueño por orden y formulemos las preguntas que nos vayan sugiriendo. Empecemos por los dos primeros. Usted sueña que se le aparece su padre, que se encuentran los dos en el camarote de un barco, que el agua sube y que se hunden juntos en ella. ¿Puedo preguntarle si bajó al camarote del barco encallado?
—No pude bajar allí —respondió Allan—, porque el camarote estaba lleno de agua. Cuando lo vi, cerré de nuevo la puerta.
—Muy bien —dijo Mr. Hawbury—. Hasta aquí, las impresiones están bastante claras. Había estado pensando en el camarote y en el agua, y el sonido de la corriente del canal, puedo afirmarlo sin necesidad de preguntárselo, fue lo último que percibió usted antes de dormirse. La idea de ahogarse es una consecuencia demasiado natural de aquellas impresiones para que tengamos que insistir en ella. ¿Algo más, antes de que sigamos adelante? Sí; hay otra circunstancia que requiere explicación.
—La circunstancia más importante —observó Midwinter, terciando en la conversación, sin moverse de su sitio junto a la ventana.
—¿Se refiere a la aparición del padre de Mr. Armadale? A esto iba —apuntó Mr. Hawbury—. ¿Está vivo su padre? —preguntó, dirigiéndose de nuevo a Allan.
—Mi padre murió antes de que yo naciese.
El médico dio un respingo.
—Esto complica un poco las cosas. ¿Cómo sabe que la figura que se le apareció en sueños era la de su padre?
Allan vaciló de nuevo.
Midwinter apartó un poco su silla de la ventana y, por primera vez, observó con atención al médico.
¿Había pensado en su padre antes de dormirse? —prosiguió Mr. Hawbury—. ¿En alguna descripción de él, en algún retrato que hubiese en su casa…?
—¡Claro! —exclamó Allan, quien de pronto captó un recuerdo olvidado—. ¡Midwinter! ¿Te acuerdas de la miniatura que encontraste en el suelo del camarote cuando arreglábamos el yate? Tú dijiste que yo no parecía darle ningún valor y yo negué tu suposición, porque era un retrato de mi padre…
—¿Se parecía la cara del sueño a la cara de la miniatura? —preguntó Mr. Hawbury.
—¡Era exactamente igual! ¡Le aseguro, doctor, que esto empieza a ponerse interesante!
—¿Qué me dice ahora? —preguntó Mr. Hawbury, volviéndose de nuevo a la ventana.
Midwinter se levantó apresuradamente de la silla y fue a reunirse con Allan en la mesa. De la misma manera que había buscado refugio contra la tiranía de sus supersticiones en el confortable sentido común de Mr. Brock, así lo buscaba ahora, con la misma ansiedad, con la misma sinceridad, en la teoría del médico sobre los sueños.
—Estoy de acuerdo con mi amigo —respondió, ruborizado el semblante por un súbito entusiasmo— en que esto empieza a ponerse interesante. Continúe, por favor.
El médico miró a su extraño invitado con más benevolencia de la que antes había mostrado hacia él.
—Usted es el único místico que he conocido —admitió—, dispuesto a jugar limpio con las pruebas. No desespero de convertirlo antes de que termine nuestra investigación. Pasemos al siguiente episodio —continuó después de observar un momento el manuscrito—. Podernos prescindir del intervalo de olvido que sigue a las primeras imágenes del sueño. Significa simplemente la momentánea interrupción de la actividad intelectual del cerebro cuando lo invadió a usted una ola de sueño más profundo, de la misma manera que la sensación de encontrarse solo en la oscuridad, que aparece a continuación, indica la reanudación de aquella actividad, previa a la reproducción de otra serie de impresiones. Veamos a qué corresponden. Un estanque solitario rodeado de un campo despejado, una puesta de sol sobre la orilla más lejana del estanque y la sombra de una mujer junto al lado más próximo. Muy bien; examinemos esto, Mr. Armadale. ¿Cómo se metió el estanque en su cabeza? El campo despejado lo vio usted en el trayecto desde Castletown a este lugar. Pero no tenemos estanques ni lagos por estos andurriales y es imposible que los haya visto recientemente en otras partes, ya que ha venido por mar. ¿Debemos recurrir a algún cuadro o a algún libro, o a alguna conversación que sostuvo con su amigo?
Allan miró a Midwinter.
—Yo no recuerdo que hablásemos de estanques o de lagos —comentó—. ¿Y tú?
En vez de responder a la pregunta, Midwinter se dirigió de pronto al médico.
—¿Tiene usted el último número del periódico de Manx?
El médico lo sacó de la alacena. Midwinter buscó las páginas que contenían extractos de los Viajes por Australia, de reciente publicación, que habían despertado el interés de Allan la noche anterior y cuya lectura había terminado cuando su amigo cayó dormido. Allí, en el pasaje que describía los sufrimientos de los sedientos viajeros y el posterior descubrimiento que les salvó la vida, aparecía, en el punto culminante de la narración, ¡el gran estanque que había surgido en el sueño de Allan!
—Guarde ese periódico —le dijo el médico, cuando Midwinter se lo hubo mostrado y dado la debida explicación—. Es muy probable que lo necesitemos de nuevo antes de terminar nuestra investigación. Hemos llegado al estanque. ¿Qué me dice de la puesta de sol? Los extractos del periódico no refieren nada parecido. Escudriñe de nuevo en su memoria, Mr. Armadale, a ver si encuentra el recuerdo de una puesta de sol en estado de vigilia, por favor.
Una vez más, Allan no logró encontrar una respuesta y, de nuevo, la despierta memoria de Midwinter lo ayudó a vencer la dificultad.
—Creo que puedo descubrir esta impresión, como descubrí la otra —anunció en dirección al médico—. Cuando llegamos ayer por la tarde, mi amigo y yo dimos un largo paseo por las colinas…
—¡Ya esta! —lo interrumpió Allan—. Ahora lo recuerdo. El sol se estaba poniendo cuando volvimos al hotel para cenar y aquel cielo rojo era tan espléndido que ambos nos detuvimos para contemplarlo. Entonces hablamos de Mr. Brock y nos preguntamos si estaría ya muy lejos en su viaje de regreso a casa. Mi memoria puede ser lenta en arrancar, doctor, pero en cuanto se pone en marcha, ¡no hay quien la detenga! Ahora lo verá.
—Espere un momento, en consideración a la memoria de Mr. Midwinter y a la mía —rogó el médico—. Hemos descubierto sus impresiones del campo despejado, del estanque y de la puesta de sol. Pero nada explica aún la sombra de la mujer. ¿Puede recordar el original de este misterioso personaje del sueño?
Allan se sumió una vez más en su anterior perplejidad y Midwinter esperó, fijos los ojos con intenso interés en la cara del médico. Por primera vez, se hizo un largo silencio en la estancia. Mr. Hawbury miraba interrogadoramente a Allan y al amigo de éste. Ninguno de los dos le respondió. Entre la sombra y el referente de ella se abría un abismo de Misterio, igualmente impenetrable para los tres.
—Paciencia —dijo tranquilamente el médico—. Dejemos de momento a la figura de la orilla del estanque, más adelante trataremos de encontrarla. Permítame observar, Mr. Midwinter, que no resulta fácil identificar a una sombra, pero no desesperemos. La dama impalpable del lago tal vez tenga alguna consistencia cuando volvamos a encontrarla.
Midwinter no replicó. Desde aquel momento, empezó a perder interés en la encuesta.
—¿Cuál es la siguiente escena del sueño? —siguió Mr. Hawbury, al tiempo que consultaba el manuscrito—. Mr. Armadale se encuentra en una habitación. Está de pie junto a una alta ventana que da a un prado de césped y a un jardín, mientras la lluvia repica en el cristal. En la habitación sólo ve una pequeña estatua y su única compañía es la sombra de un hombre plantada ante él. La sombra alarga los brazos y la estatua cae hecha añicos al suelo. El hombre que está soñando, irritado y afligido por aquella catástrofe (observen, caballeros, que la facultad de raciocinio del durmiente se despierta un poco y que el sueño pasa racionalmente, por un instante, de la causa al efecto), se inclina para observar los fragmentos. Cuando levanta la mirada, el escenario ha desaparecido. Esto significa que, en el flujo y reflujo del sueño, ha llegado el momento bajo y el cerebro descansa un poco. ¿Qué le pasa, Mr. Armadale? ¿Acaso se ha disparado de nuevo su holgazana memoria?
—Sí. Ahora va a galope tendido. Me refiero a la estatuilla rota; no es más que una pastorcilla de porcelana que se cayó de la repisa de la chimenea en el salón del hotel, cuando tiré del cordón de la campanilla la noche pasada. Vamos progresando, ¿no? Es como resolver un acertijo. Ahora te toca a ti, Midwinter.
—¡No! —exclamó el médico—. Por favor, me toca a mí. Reivindico la ventana, el jardín y el prado de césped, como de mi propiedad. La ventana alta la encontrará, Mr. Armadale, en la habitación contigua. Si se asoma a ella, verá el prado y el jardín, y si pone en marcha su portentosa memoria, recordará que tuvo la gentileza de felicitarme por mi elegante cristalera y el cuidado jardín cuando ayer les llevé, a su amigo y a usted, a Port St. Mary.
—Es verdad —convino Allan—. Sí que lo hice. Pero ¿qué me dice de la lluvia que vi en sueños? No he visto caer una gota desde la semana pasada.
Mr. Hawbury vaciló. Entonces se fijó en el periódico de Manx, que había quedado sobre la mesa.
—Si no se nos ocurre nada más, veamos si podemos encontrar la idea de la lluvia donde encontramos también la idea del estanque. —Releyó atentamente el resumen—. ¡Ya lo tengo! Aquí se narra cómo llovió sobre los sedientos viajeros australianos antes de que descubriesen el estanque. Considere, Mr. Armadale, que el chaparrón se introdujo en su mente cuando leyó esto a su amigo la noche pasada. Y fíjese en que el sueño, Mr. Midwinter, mezcla como de costumbre impresiones separadas.
—¿Puede encontrar una impresión que explique aquella figura humana junto a la ventana? —preguntó Midwinter—. ¿O tenemos que pasar por alto la sombra del hombre, al igual que la sombra de la mujer?
Formuló la pregunta con escrupulosa cortesía, pero con un matiz sarcástico que no pasó inadvertido al oído del médico, quien aceptó al instante la controversia.
—Cuando se recogen conchas en la playa, Mr. Midwinter, se suele empezar por las que están más cerca. Nosotros estamos recogiendo ahora los hechos y tomamos primero los más fáciles de identificar. Dejemos de momento la sombra del hombre y la sombra de la mujer, aunque le prometo que no las perderemos de vista. Cada cosa a su tiempo, mi querido señor; cada cosa a su tiempo.
También él se mostraba al mismo tiempo cortés e irónico. Había terminado la breve tregua entre los adversarios. Midwinter regresó significativamente a su sitio junto a la ventana. El doctor se volvió inmediatamente de espaldas a aquélla, de un modo aún más significativo. Allan, que nunca discutía la opinión de nadie y que nunca escudriñaba bajo la superficie de la conducta de las personas, tamborileó alegremente sobre la mesa con el mango del cuchillo.
—¡Adelante, doctor! —exclamó—. Mi maravillosa memoria está tan fresca como siempre.
¿De verdad? —dijo Mr. Hawbury y volvió a referirse a la narración del sueño—. ¿Recuerda lo que ocurrió cuando usted y yo estábamos charlando la noche pasada con la dueña, en el bar del hotel?
—¡Claro que me acuerdo! Usted tuvo la amabilidad de ofrecerme un vaso de coñac con agua que la dueña acababa de prepararle. Y yo me vi obligado a rechazarlo, porque, como le expliqué, el sabor del coñac me marea, por suave que sea la mezcla.
—Exacto —dijo el médico—. Aquel incidente se reproduce en el sueño. Ahora ve usted juntas la sombra del hombre y la de la mujer. Oye el ruido de un líquido al ser vertido en un vaso (coñac de la botella y agua de la jarra), la sombra-mujer (la dueña del hotel) ofrece el vaso a la sombra-hombre (yo); la sombra-hombre se lo ofrece a usted (como yo hice), y el desmayo que usted me había descrito previamente se produce como era de esperar. Me molesta, Mr. Midwinter, tener que identificar aquellas misteriosas apariciones con unos originales tan poco románticos como una mujer que regenta un hotel y un hombre que trabaja como médico rural. Pero su amigo le confirmará que la dueña preparó el vaso de coñac con agua y que yo se lo ofrecí después. Hemos identificado las sombras, tal como yo había previsto, y ahora sólo tenemos que explicar, cosa que puede hacerse en dos palabras, la manera en que aparece en el sueño. Después de haber tratado de introducir separadamente la impresión del doctor y de la dueña en relación con una serie de circunstancias poco idóneas, la mente del durmiente hace un tercer intento e introduce juntas las imágenes de las dos personas en relación con una serie de circunstancias adecuadas. ¡Todo se reduce a esto! Permita que le devuelva el manuscrito, con mi agradecimiento por la total confirmación de la teoría racional de los sueños.
Con estas palabras, Mr. Hawbury devolvió la hoja de papel a Midwinter, mostrando la implacable cortesía del vencedor.
—¡Magnífico! ¡Ni el menor fallo desde el principio hasta el fin! ¡Por Júpiter! —exclamó Allan, con el respeto de la ignorancia—. ¡Qué maravillosa es la ciencia!
—Ni el menor fallo, ya lo ve —observó, satisfecho, el médico—. Sin embargo, dudo de que hayamos logrado convencer a su amigo.
—No me ha convencido —admitió Midwinter—. Pero no me atrevería a decir que está usted equivocado.
Dijo estas palabras a media voz, casi tristemente. La terrible convicción del origen sobrenatural del sueño, de la que había tratado de librarse, se había apoderado otra vez de él. Todo su interés por la argumentación se había desvanecido, toda su sensibilidad a su irritante influencia había desaparecido. De haberse tratado de cualquier otro hombre, Mr. Hawbury se habría ablandado ante la concesión que acababa de hacerle su adversario; pero Midwinter le disgustaba tanto que no dejó que alimentase tranquilamente su propia opinión.
—¿Confiesa usted —pregunto el medico, más belicoso que nunca— que he relacionado todos los episodios del sueño con una impresión producida durante la vigilia en la mente de Mr. Armadale?
—No negaré que lo ha hecho —convino Midwinter, resignado.
—¿He identificado las sombras con sus originales vivos?
—Las ha identificado a su propia satisfacción y a la de mi amigo. No a la mía.
—¿No a la suya? ¿Puede usted identificarlas?
—No. Sólo puedo esperar a que los originales vivos se manifiesten en el futuro.
—¡Habla usted como un oráculo, Mr. Midwinter! ¿Tiene alguna idea de quiénes pueden ser estos originales vivos?
—En efecto. Creo que futuros acontecimientos identificarán la sombra de la mujer con una persona a quien mi amigo no conoce todavía, y la sombra del hombre conmigo mismo.
Allan trató de hablar. El médico lo interrumpió.
—Pongamos las cosas en claro —dijo a Midwinter—. Dejando de momento su propio caso aparte, ¿puedo preguntarle cómo una sombra, que carece de marcas distintivas, puede identificarse con una mujer viva a la que su amigo todavía no conoce?
Midwinter se ruborizó aún más. Empezaba a sentir los efectos de la lógica del médico.
—El paisaje del sueño sí tiene marcas distintivas —replicó—. La mujer viva aparecerá en el paisaje donde mi amigo la vio en el sueño.
—Supongo —prosiguió el médico— que lo propio ocurrirá con la sombra-hombre que insiste en identificar con usted mismo. En el futuro, estará asociado a una estatua rota en presencia de su amigo, a una ventana alta que dará a un jardín y a un chaparrón que repicará sobre el cristal. ¿Está afirmando esto?
—Así es.
—Presumo que tendrá una explicación parecida para la siguiente visión. Usted y la mujer misteriosa se encontrarán en algún lugar todavía desconocido y ofrecerán a Mr. Armadale algún líquido que aún ignoramos qué será, pero que le hará desvanecerse. ¿De verdad cree todo esto?
—Le aseguro que lo creo.
—Además usted opina que esta realización del sueño marcará el rumbo de ciertos acontecimientos futuros en los que la felicidad o incluso la seguridad de Mr. Armadale se verán peligrosamente comprometidas, ¿no es eso?
—Ésa es mi firme convicción.
El médico se levantó, dejó a un lado su bisturí moral, reflexionó un momento y lo tomó de nuevo.
—Una última pregunta. ¿Tiene usted alguna razón para adoptar una visión tan mística, a pesar de haber una explicación racional e irrebatible del sueño como la que acabo de darle?
—Ninguna razón que pueda dar a usted o a mi amigo —respondió Midwinter.
El médico consultó su reloj con el aire del hombre que de pronto comprende que está perdiendo el tiempo.
—No tenemos nada en común donde apoyarnos y aunque discutiéramos hasta el día del juicio, no nos pondríamos de acuerdo. Discúlpenme si ahora tengo que dejarlos. Es más tarde de lo que pensaba y mis enfermos de la mañana me estarán esperando en el consultorio. En todo caso, lo he convencido a usted, Mr. Armadale; por consiguiente, el tiempo que hemos dedicado a esta discusión no ha sido en vano. Por favor, quédese aquí, fumando su puro. Volveré a estar a su disposición antes de una hora.
Saludó cordialmente a Allan con la cabeza, hizo una cortés reverencia a Midwinter y salió de la habitación.
En cuanto el médico volvió la espalda, Allan se levantó de la mesa y se dirigió a su amigo, con aquella cordialidad irresistible que le había ganado la simpatía de Midwinter desde el día en que se conocieron en la posada de Somersetshire.
—Ahora que ha terminado el pugilato entre el doctor y tú —dijo— tengo que decir unas palabras por mi cuenta. ¿Me harías un favor que no harías por ti mismo?
El semblante de Midwinter se iluminó en el acto.
—Todo lo que quieras.
—Muy bien. ¿Me harás el favor de no volver a comentar este sueño en nuestras conversaciones?
—Sí, si tú lo deseas.
—Otra cosa. ¿Dejarás de pensar en el sueño?
—Resulta difícil dejar de pensar en esto, Allan; pero lo intentaré.
—¡Buen chico! Ahora dame ese papelucho, lo romperemos y acabaremos con esto de una vez.
Trató de arrancar el manuscrito de la mano de su amigo, pero Midwinter fue más rápido que él y lo puso fuera de su alcance.
—¡Vamos, vamos! —suplicó Allan—. Tengo el capricho de encender mi puro con él.
Midwinter vaciló dolorosamente. Le resultaba difícil resistirse a Allan, pero lo hizo.
—Tendrás que esperar un poco antes de hacerlo.
—¿Cuánto? ¿Hasta mañana?
—Más.
—¿Hasta que salgamos de la isla de Man?
—Más.
—¡Maldita sea! Dame una respuesta clara a una pregunta clara. ¿Cuánto tiempo me harás esperar?
Midwinter volvió a guardar con todo cuidado el papel en la cartera.
—Hasta que lleguemos a Thorpe-Ambrose —dijo.