CAPÍTULO I
(continuación)
Del diario de Miss Gwilt
Octubre, 16.
¡Dos días sin escribir en mi diario! No sabría decir por qué, a menos que sea porque Armadale me irrita de un modo insoportable. El mero hecho de verle me lleva de nuevo a Thorpe-Ambrose. Supongo que debía de tener miedo de escribir acerca de él en el curso de los dos últimos días, si me permitía el peligroso lujo de abrir estas páginas. Ésta mañana no tengo miedo a nada y, por consiguiente, vuelvo a tomar la pluma.
¿Hay algún límite, me pregunto, a la estupidez de algunos hombres? Yo creía haber descubierto el límite de la de Armadale cuando fui su vecina en Norfolk, pero mi actual experiencia en Nápoles demuestra que estaba equivocada. Está entrando y saliendo continuamente de esta casa (viniendo a nosotros en barca desde el hotel de Santa Lucia donde duerme), y tiene exactamente dos temas de conversación: el yate que está en venta en el muelle y Miss Milroy. ¡Sí, me elige como confidente de su devoción por la hija del comandante! «¡Es tan delicioso hablar de esto a una mujer!». Ésta es la única disculpa que ha considerado necesaria para apelar a mi compasión (¡mi compasión!) respecto de «su querida Neelie», cincuenta veces al día. Evidentemente, está persuadido (si es que piensa en ello) de que he olvidado, tan completamente como él, lo que pasó entre nosotros cuando estuve por primera vez en Thorpe-Ambrose. Semejante falta de la más elemental delicadeza y del tacto más elemental, en una criatura que, por lo que puede verse, tiene piel y no pellejo, y que habla y no brama, si no me engañan los oídos, es realmente increíble si me paro a pensar en ello. Pero es verdad. Me preguntó (sí, me lo preguntó la noche pasada) cuántos cientos de libras puede gastar al año en vestidos la mujer de un hombre rico. «No calcules demasiado bajo —añadió el muy idiota, con su intolerable sonrisa—; Neelie tendrá que ser una de las mujeres más elegantes de Inglaterra cuando me haya casado con ella». Y esto me lo dijo a mí, después de haberle tenido a mis pies y perdido más tarde por culpa de Miss Milroy. Esto me lo dijo a mí, ¡qué llevo un vestido de alpaca y tengo un marido que ha de escribir en un periódico porque su renta es insuficiente!
Será mejor que no me entretenga más en esto. Será mejor que piense y escriba sobre otra cosa.
El yate. Como alivio después de oírle hablar de Miss Milroy, ¡declaro que el yate que está en el muelle es un tema muy interesante para mí! Es un modelo magnífico, y la «obra muerta» (sea esto lo que fuere) se distingue especialmente por ser de caoba. Pero, aparte de todos estos méritos, tiene el defecto de ser viejo, lo cual es un grave inconveniente, y por si esto fuera poco, la tripulación y el patrón fueron «despedidos» y enviados a Inglaterra. Sin embargo, si se puede encontrar aquí una nueva tripulación y un nuevo patrón, no habrá que despreciar a una criatura tan hermosa (con todos sus inconvenientes). La solución podría ser alquilarla para un crucero y ver cómo se porta. (Si piensa como yo, ¡su comportamiento asombrará a su nuevo dueño!). El crucero determinará los defectos que tiene y las reparaciones que necesite realmente, dada la desgraciada circunstancia de su edad. Y entonces será el momento de decidir si lo compra o no. Éste es el tema de las conversaciones de Armadale, cuando no está hablando de su querida Neelie. Y Midwinter, que no puede hurtar tiempo a su periódico para dedicarlo a su esposa, puede robarle horas para su amigo y brindarlas sin reservas a mi irresistible rival: el nuevo yate.
Hoy no escribiré más. Si una persona tan distinguida como yo pudiese sentir un fuerte hormigueo en todo el cuerpo y hasta las puntas de los dedos, sospecharía que me encuentro en este estado en el momento actual. Pero, con mis modales y mi talento, esto sería un absurdo. Todos sabemos que una dama no tiene pasiones.
Octubre, 17.
Una carta de los negreros (me refiero a la prensa de Londres) ha hecho que Midwinter haya vuelto a su trabajo con más empeño que nunca. Una visita de Armadale a la hora del almuerzo, y otra a la hora de la cena. En el almuerzo, conversación sobre el yate. Durante la cena, conversación sobre Miss Milroy. Con referencia a esta joven, Armadale me ha honrado invitándome a acompañarle mañana al Toledo y ayudarle a elegir algunos regalos para su amada. No arremetí contra él; me limité a excusarme. ¿Puede expresarse con palabras lo asombrada que estoy de mi paciencia? Ninguna palabra puede expresarlo.
Octubre, 18.
Armadale ha venido a desayunar esta mañana, para pillar a Midwinter antes de que éste se recluyese en su trabajo.
La conversación ha sido la misma que ayer en el almuerzo. Armadale ha hecho un trato con el agente para alquilar el yate. El agente (compadeciéndose de él por su total ignorancia del idioma) le ha encontrado un intérprete, pero éste no puede ayudarle a buscar la tripulación. El intérprete es cortés y servicial, pero no entiende nada en cuestiones de mar. La ayuda de Midwinter le es indispensable, y Midwinter tiene que trabajar más que nunca (¡y lo acepta!) para que le sobre tiempo para ayudar a su amigo. Cuando se encuentre la tripulación, se pondrán a prueba las ventajas y los defectos del yate, realizando un crucero a Sicilia, con Midwinter a bordo para que dé su opinión. Por último (y para el caso de que se sintiese sola), se pone el camarote de señoras a disposición de la esposa de Midwinter. Todo esto fue acordado mientras desayunábamos y terminó con uno de los agradables cumplidos de Armadale, dirigido a mí: «Pretendo llevar a Neelie a viajar conmigo en el yate cuando estemos casados. Y tú tienes tan buen gusto que podrás decirme todo lo que falta en el camarote de señoras». Si algunas mujeres traen hombres como ése al mundo, ¿deben las otras permitirles que vivan? Es cuestión de opiniones. Yo creo que no.
Lo que me enloquece es ver, como veo claramente, que Midwinter encuentra en la compañía de Armadale, y en el nuevo yate de Armadale, un refugio contra mí. Siempre está de mejor humor cuando Armadale se encuentra aquí. Cuando está con Armadale se olvida de mí, casi tan enteramente como cuando está trabajando. ¡Y lo soporto! ¡Qué mujer modelo, qué excelente cristiana soy!
Octubre, 19.
Nada nuevo. Todo igual que ayer.
Octubre, 20.
Una noticia. Midwinter padece un dolor nervioso de cabeza, y sigue trabajando a pesar de ello, para tener tiempo para su amigo.
Octubre, 21.
Midwinter está peor. Irritado, malhumorado e inaccesible, después de dos malas noches y dos días ininterrumpidos en su mesa de trabajo. En otras circunstancias, aceptaría la advertencia y lo suspendería. Pero no ahora. Sigue trabajando más duro que nunca, por mor de Armadale. ¿Cuánto tiempo más podrá aguantar mi paciencia?
Octubre, 22.
Señales, la noche pasada, de que Midwinter está explotando a su cerebro más de lo que éste puede soportar. Cuando se quedó dormido, estuvo terriblemente inquieto; gimiendo y hablando y chirriando los dientes. Por algunas palabras que oí, pareció que una vez estaba soñando en su vida de muchacho, cuando rondaba por el país con los perros bailarines. Otra vez, estaba de nuevo con Armadale, encerrados toda la noche en el barco naufragado. De madrugada, se tranquilizó un poco. Me dormí y, al despertarme después de un breve intervalo, me encontré con que estaba sola. Miré a mi alrededor y vi luz encendida en el cuarto de vestir de Midwinter. Me levanté sin hacer ruido y fui a mirar lo que hacía.
Estaba sentado en el grande y feo y anticuado sillón que yo había ordenado que trasladasen allí para quitármelo de delante, al instalarnos aquí por primera vez. Tenía la cabeza echada atrás y una de las manos colgando lacia sobre el brazo del sillón. La otra mano estaba sobre las rodillas. Me acerqué un poco más y vi que la fatiga se había apoderado de él mientras estaba leyendo o escribiendo, pues había libros, pluma, tinta y papel sobre la mesa que tenía delante. ¿Qué era lo que había querido hacer en secreto, a aquella hora de la madrugada? Miré más de cerca los papeles que había sobre la mesa. Todos estaban cuidadosamente plegados (como suele guardarlos), con una excepción, y esta excepción, un papel desdoblado encima de los demás, era la carta de Mr. Brock.
Le miré de nuevo, después de hacer este descubrimiento, y entonces advertí por primera vez otro papel escrito, sujeto por la mano apoyada en las rodillas. No había manera de extraerlo de allí sin correr el peligro de despertar a Midwinter. Sin embargo, una parte del manuscrito no estaba cubierta por la mano. Lo miré para ver qué era lo que había querido leer él en secreto, además de la carta de Mr. Brock y pude leer lo suficiente para saber que era el relato del sueño de Armadale.
Éste segundo descubrimiento hizo que volviese inmediatamente a mi cama, con algo más serio en que pensar. Al viajar a través de Francia, camino de este lugar, la timidez de Midwinter había sido vencida, por una vez, por un hombre muy agradable: un doctor irlandés al que conocimos en nuestro compartimiento del vagón y que se había empeñado en mostrarse amistoso y amable con nosotros durante todo el día. Al enterarse de que Midwinter se dedicaba a trabajos literarios, nuestro compañero de viaje le aconsejó que no pasara demasiadas horas seguidas escribiendo. «Su cara me dice más de lo que usted cree —dijo el médico—. Si cae alguna vez en la tentación de hacer trabajar excesivamente a su cerebro, sufrirá las consecuencias más pronto que la mayoría de los hombres. Cuando vea que sus nervios le hacen jugarretas extrañas, no olvide mi consejo. Suelte la pluma».
Después de lo que descubrí la noche pasada en el cuarto de vestir, me parece que los nervios de Midwinter empiezan a justificar los temores del doctor. Si una de las jugarretas que le están haciendo es atormentarle de nuevo con sus antiguos terrores supersticiosos, se producirá antes de mucho un cambio en nuestras vidas. Esperaré con curiosidad a ver si la convicción de que los dos estamos destinados a atraer un peligro fatal sobre Armadale se apodera una vez más de la mente de Midwinter. Si es así, ya sé lo que ocurrirá. No dará un paso para ayudar a su amigo a encontrar una tripulación para el yate y, ciertamente, se negará a navegar con Armadale o a dejar que yo vaya con él, en el crucero de prueba.
Octubre, 23.
Por lo visto, la carta de Mr. Brock no ha perdido todavía su influencia. Midwinter ha vuelto hoy a su trabajo y espera, con más ansiedad que nunca, las vacaciones que va a pasar con su amigo.
Las dos.
Armadale está aquí, como de costumbre, ansioso de saber cuándo estará Midwinter a su disposición. Todavía no se ha podido responder definitivamente a esta pregunta, pues todo depende de la capacidad de Midwinter para continuar en su trabajo. Armadale se sentó, contrariado; bostezó y se metió las torpes manazas en los bolsillos. Yo tomé un libro. El muy bruto no se dio cuenta de que quería estar sola; inició una vez más el insoportable tema de Miss Milroy y de todas las cosas buenas que ésta tendrá cuando se case con él. Su propio caballo, su propio carruaje tirado por un poney, su propia salita en el piso alto de la casa grande, etcétera. Todo lo que yo hubiese podido tener lo tendrá ahora Miss Milroy… si yo lo permito.
Las seis.
¡Más sobre el eterno Armadale! Hace media hora que Midwinter dejó de escribir, mareado y agotado. Yo había estado suspirando todo el día por un poco de música, y sabía que representaban Norma en el teatro de aquí. Pensé que un par de horas en la ópera, esta noche, podría sentarnos bien, tanto a Midwinter como a mí, y dije: «¿Por qué no tomamos esta noche un palco en el San Carlo?». El respondió, en un tono apagado e indiferente, que no era lo bastante rico para tomar un palco. Armadale estaba presente e hizo sonar su bolsa repleta, a su acostumbrada e insufrible manera. «Yo soy lo bastante rico, amigo, lo que viene a ser lo mismo». Dicho lo cual, tomó su sombrero y salió, con sus patazas de elefante, en busca del palco. Yo lo miré desde la ventana, mientras se alejaba calle abajo. «Tu viuda, con sus mil doscientas libras al año —pensé—, podrá tomar un palco en San Carlo siempre que le plazca, sin debérselo a nadie». El muy idiota se dirigió silbando hacia el teatro, echando monedas sueltas a los pordioseros que corrían ansiosos detrás de él.
Medianoche.
Por fin estoy de nuevo sola. ¿Tendré valor para escribir la historia de esta terrible noche, tal como ha ocurrido? En todo caso, lo tendré para volver una página e intentarlo.