I
—Seguimos sin pistas acerca del paradero de Alfonso d’Este, ex arzobispo de Colonia.
La voz dulce y perfectamente modulada tenía aquella noche un vibrato[8] doloroso.
La sala del Iblis en el castillo de Sant’Angelo. Los frescos del techo representaban a la hermosa reina subiendo al cielo, salvada de la hechicería de los demonios del desierto. Su bello rostro, orgulloso a la vez que melancólico, recordaba un poco al de la secretaria de Estado, la cardenal Caterina Sforza.
—Tras el atentado terrorista, el personal de la Secretaría de Estado que se encontraba sobre el terreno efectuó un registro meticuloso de las instalaciones del arzobispo de Colonia, pero todos los documentos relativos a la organización hereje Nuevo Vaticano habían sido destruidos casi en su totalidad. Considerando la rapidez con que reaccionaron…
Tras el monóculo, los ojos acerados recorrían con frialdad las hileras de altos eclesiásticos.
—Es muy probable que alguien les haya filtrado la información desde el interior del Vaticano.
—¿Qu…, quieres decir que hay un traidor entre nosotros…, he…, hermana?
El adolescente vestido de blanco levantó la mirada hacia la hermosa mujer. Era su frágil rostro pecoso sólo los grises ojos, que se movían con nerviosismo, indicaban su parentesco. El papa número trescientos noventa y nueve del Vaticano, Alessandro XVIII, miraba angustiado a los eclesiásticos que le rodeaban.
—Pe…, pero… ¿qu…, qu…, quién sería capaz de…? No…, no sabemos dónde está el tío y…, y… los documentos del Nuevo Vaticano han de…, desaparecido…
—Su santidad no tiene por qué preocuparse —dijo Caterina, sonriendo dulcemente para tranquilizar al joven pontífice, que siendo sólo un adolescente había recibido el honor supremo de llevar la tiara—. He dicho «casi en su totalidad».
—¿Quieres decir que hemos podido recuperar una parte, Caterina? —preguntó con profunda voz de barítono el eclesiástico sentado al otro lado del papa.
El cardenal Francesco di Medici, encargado de la seguridad interna del Vaticano como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cruzó los brazos con una expresión agresiva en los ojos color de sable.
—¿Qué valor tienen esos documentos? ¿Nos servirán para que la investigación avance?
—Aún no lo sabemos porque, de hecho, todavía no están en Roma… —respondió la hermosa dama en tono cortés, pero con frialdad.
La relación entre los medio hermanos se había vuelto más difícil en los últimos tiempos. Por supuesto, no constaba en los documentos oficiales, pero durante el ataque terrorista a Roma se habían producido choques entre los agentes especiales de Caterina y los inquisidores bajo el mando de Francesco. Todos tenían fresco en la memoria el caso, porque hubo heridos graves.
—Los documentos se encuentran en algún de Colonia. No hay duda de que serán de gran utilidad para conocer la estructura interna del Nuevo Vaticano.
—¿Cómo sabemos eso? —preguntó, con sequedad, Francesco a su hermana.
—Porque se trata de una lista con los nombres de todos los miembros del Nuevo Vaticano…
—¿¡Qué!?
No sólo Francesco: todos los presentes lanzaron un grito de sorpresa.
La lista de los miembros del Nuevo Vaticano. Si pudieran conseguirla, la solución del caso estaría al alcance de la mano.
—¡Caterina!, ¿cómo puedes tomártelo con tanta tranquilidad? —rugió a la cardenal, dando un puñetazo sobre la mesa—. Si es un documento tan importante, ¡hay que hacer que lo envíen cuanto antes! ¡Mientras esté en Colonia, existe la posibilidad de que los herejes lo recuperen!
—Ya he enviado un equipo a buscarlo. Ahora son las veintitrés horas. Entonces…, sí, llegarán a Colonia a las cinco de la mañana. Después de establecer contacto con el depositario de los documentos, volverán de inmediato a Roma.
—¿El depositario de los documentos? —preguntó con rapidez Giuseppe Moretti, jefe del Departamento de Tasación de los Tesoros Sagrados del Vaticano—. ¿Queréis decir, cardenal Sforza, que alguien está guardando esos papeles en Colonia?
—Así es. Como sabe que está en el punto de mira del Nuevo Vaticano, ha pedido nuestra protección.
—¿De qué tipo de persona se trata? —inquirió el anciano, conocido especialista en las tecnologías perdidas, que torció la cabeza como una lechuza pensativa—. ¿Cómo han llegado esos documentos a su poder?
—Es un estudiante de teología originario de Hispania. Se llama Antonio Borgia —respondió Caterina, hablando con cuidado para no conmocionar a los presentes—. Es el hijo de su excelencia Carlos Borgia, duque de Valencia y primer ministro del Reino de Hispania. Alfonso d’Este contactó con él para establecer relaciones con Hispania. Probablemente fue entonces cuando llegó la lista a su poder.
—¡Pe…, pero ¿qué…?!
Pese a los esfuerzos de Caterina, los asistentes abrieron tanto los ojos a causa del asombro que casi parecía que se les iban a salir de las cuencas. No era raro. Hispania era una de las acérrimas potencias enemigas de Albión y el Reino Germánico. Además, el duque de Valencia era el aristócrata más importante el país. Si el hijo del alguien tan poderoso fuera asesinado por alguien que hasta unos días antes formaba parte de la cúpula del Vaticano…
—Has dicho que le equipo llegará mañana, ¿verdad, Caterina? ¿¡Ya has pensado qué hacer si el Nuevo Vaticano actúa esta misma noche!? —bramó Francesco como un León, dándole una patada a la silla. Por su expresión parecía que se estuviera enfrentando allí mismo al enemigo—. Hay que pedir en seguida ayuda por vía diplomática al Reino Germánico. ¡Tenemos que enviar tropas a Colonia para proteger a Antonio Borgia!
—Un momento, hermano. Es mejor no pedir ningún favor al Reino Germánico. Además, si por ofrecerle protección llegan a hacerse con la lista, las cosas se complicarían más todavía.
—¡Hmmm…!
Francesco se quedó callado al ver que su hermana tenía razón. Ambos compartían la preocupación por las circunstancias de la crisis. Considerando la magnitud del atentado de Roma, las manos del Nuevo Vaticano eran muy largas. No tenían ninguna certeza de que el hijo de Carlos Borgia fuera a sobrevivir a aquella noche.
Sin embargo, Caterina no era el tipo de persona que se contentara con rezar y esperar. Descruzando las piernas bajo el hábito, se llevó las manos con los dedos extendidos a la barbilla.
—La verdad es que tomé la precaución de preparar un plan de seguridad y envié a un agente antes del equipo de recuperación. Él se encargará de proteger al depositario esta noche.
—¿Un agente solo? ¿Será capaz de cumplir con su cometido en solitario?
—No hay de qué preocuparse —respondió la cardenal, sonriendo con los ojos brillantes—. He enviado al mejor agente del Vaticano. Es capaz de hacer frente a cualquier eventualidad y reaccionar sea cual sea la situación que se presente. Además, es psicológicamente inquebrantable ante el peligro. Seguro que cumplirá con éxito la misión…, y sin despeinarse.