EPÍLOGO

—Acaba de llegar un mensaje del padre Tres: la captura de Sword Dancer ha fracasado.

La monja de ojos llorosos del holograma parecía turbada mientras leía su informe a la mujer impasible que la escuchaba de pie frente a la ventana.

—El padre tres pide autorización para continuar la búsqueda… ¿Cuál es vuestra respuesta, eminencia?

—Dile a Tres que interrumpa temporalmente la misión y regrese a Roma cuanto antes —ordenó Caterina sin levantar la mirada de los documentos que llevaba ya un buen rato examinando en silencio—. Ahora no tenemos tiempo que perder con Sword Dancer… Ha ocurrido algo terrible en Barcelona.

—¿En Barcelona? ¿Les ha pasado algo a Abel y…?

Kate sabía que, después del caso de la isla del País de Nunca Jamás, su compañero se había dirigido a Cataluña siguiendo una pista. Allí debía encontrarse con la agente retirada Mistress, que le serviría de apoyo. Estando Abel y Noélle al cargo del caso, no podía haber ocurrido nada grave, ¿no?

Sin embargo, la expresión de Caterina al dejar los documentos no era muy esperanzadora. Levantando el puño hacia los labios, dijo con voz vacilante:

—Ayer Barcelona fue arrasada por completo… La hermana Noélle probablemente haya muerto.

—¿¡Qu…, qué!? —gritó Kate, sin preocuparse del violento movimiento que imprimió su reacción a la imagen holográfica.

¿¡Qué quería decir con «arrasada por completo»!? ¿¡Y qué le había pasado a Noélle!? ¿¡Y a Abel!?

—Voy a anunciárselo al consejo de cardenales. Hermana Kate, encárgate de comprobar la situación de Barcelona. La agente Gipsy Queen está en Sevilla, ¿verdad? Que se dirija de inmediato hacia allí. Y ocúpate de las gestiones para sacar a Dandelion de la cárcel.

La Dama de Hierro enumeró secamente las tareas de la monja mientras tomaba su capa. Ya era casi la hora de la reunión extraordinaria del Consejo. Tomando su bastón, se dispuso a salir del despacho.

—¡Eminencia! —gritó Kate a sus espaldas—, ¿qué hacemos con Hugue? Si, mientras Tres no está, alguien llegase a… Al fin y al cabo, sigue siendo un agente de…

—Eso no es necesario —respondió en tono tranquilo Caterina al ruego de la monja. Y comprendiendo que le debía una explicación, añadió—: A partir de hoy, Hugue de Watteau pierde su condición de sacerdote. Vamos a…

Su voz era dulce, pero la luz que desprendía su mirada era incluso más fría que el acero. Ante la mirada atemorizada de la monja, la Dama de Hierro sentenció:

—Vamos a eliminarlo.