VII

La detonación resonó al mismo tiempo que los truenos. Rozando algunos cabellos rubios, las balas se clavaron en la pared como un puño, atravesando el aire donde segundos antes había estado Hugue.

Antes incluso de que se hubiera apagado su eco, el espadachín había saltado a un lado. A aquella distancia las armas de fuego tenían todas las da ganar contra una espada. Abriendo con una carga de hombro una puerta de acero que se encontró, se refugió rodando en el interior.

—¡Alto, De Watteau!

Hugue no respondió a la voz uniforme. Después de romper el pomo para asegurarse de que no pudiera abrir desde fuera, subió corriendo por las escaleras de emergencia. Gunslinger no necesitaría mucho tiempo para volar la puerta, pero si lograra salir al exterior en esos pocos segundos…

Le extrañó no oír a su espalda el estruendo que esperaba.

¿Habría abandonado la persecución? Sin pararse a pensar más que un instante, Hugue llegó al final de la escalera. La puerta estaba cerrada con llave, pero un golpe de espada y una patada bastaron para tirarla abajo. Con la espada desenvainada, se giro rápidamente para hacer frente a su perseguidor…, pero la silueta de Tres no apareció por ningún sitio.

—¿Habrá renunciado?

Sin apartar la mirada de la puerta, Hugue retrocedió lentamente. Al final del pasillo había una puerta marcada como salida de emergencia. Al otro lado se encontraba probablemente el puesto de guardia. Hugue siguió avanzando de espaldas con cuidado.

Fue entonces cuando la pared estalló en una tormenta de fuego. SI hubiera tardado medio segundo más en saltar a un lado, le habría volado las piernas, sin ninguna duda. Las balas le pasaron rozando y se hundieron en la pared opuesta.

—¿¡Ha atravesado la pared!? —gruñó Hugue, encogiéndose para resistir la fuerza del impacto mientras volaba por los aires.

Casi antes de haber aterrizado, ya tenía la espada lista para enfrentarse a su enemigo.

Cuando el filo atravesó con fuerza la pared sintió como si la punta horadara algo. Siguiendo las señales que notaba al otro lado del muro, Hugue clavó repetidas veces con fuerza la espada. Justo a su lado, la pared volvió a estallar en una tormenta de fuego.

—¡Ah!

La ráfaga le arañó a Hugue el lado derecho de la cara. Aunque había logrado esquivar el impacto directo, capaz de matar al instante a un elefante, la onda expansiva se podía comparar al puñetazo de un boxeador profesional. Notando cómo se le nublaba la mirada del ojo derecho, Hugue apretó los dientes para soportar el choque sin perder la conciencia. El espadachín se dispuso a atravesar de nuevo la pared con su arma…

—Hugue de Watteau… —resonó entonces la voz monótona al otro lado—, la duquesa de Milán se preocupa por vuestra seguridad. No opongáis más resistencia y volved a Roma. Si no deponéis vuestra actitud, tendré que mataros de verdad.

Mientras la mira láser le buscaba la frente a través de los boquetes de la pared, Hugue vocifero con sarcasmo:

—¡Ya te he avisado, Gunslinger!

Los aguzados sentidos del espadachín aprehendieron la posición de su adversario sin necesidad de utilizar la vista. Si lanzaba su estocada entonces, perforaría a Tres limpiamente en el pecho.

Aquél era el momento decisivo. Una bala podía atravesarle entre las cejas en cualquier momento. Pero Hugue no pudo golpear con la espada. «Quien a hierro mate, a hierro muere».

—No tengo ningún lugar al que volver. Si quieres detenerme, mátame.

Con una voz entre la risa y el llanto, Hugue agarró con fuerza su arma. Cuando al otro lado de la pared resonó el sonido del gatillo poniéndose en posición, arqueó el cuerpo y se lanzó con todas sus fuerzas hacia el muro. Entonces…

—¡Hugue de Watteauuuuu!

Una voz ronca que rezumaba sangre hizo que el espadachín se detuviera. Al girarse hacia ella, la gigantesca figura que se acercaba por el pasillo hizo que un relámpago de sorpresa en los ojos verdes.

—¿¡Luciano!? Todavía está vivo…

El asesino a sueldo torció el ensangrentado rostro. Considerando el boquete que le había abierto la descarga en el estómago minutos antes, era increíble que aún pudiera moverse. Sin embargo, no fue eso lo que hizo que Hugue tensara la mirada. El gigante llevaba al hombro un tubo…

—Un lanzagranadas… ¡Esto pinta mal!

En un pasillo tan estrecho como aquél, no había sitio para esquivar la explosión de una granada. Mientras en espadachín dudaba, mirando a su alrededor, Luciano rugió:

—¡Muere!

Al mismo tiempo, una voz profunda y penetrante resonó al otro lado de la pared.

—¡No mováis la espada, Sword Dancer!

No tuvo tiempo de girarse. La ráfaga le alcanzó el arma de lado. El cristal monomolecular resistió el Impacto, pero la fuerza de choque mandó a la espada volando por los aires. Las balas salieron rebotadas a través del pasillo y fueron a desaparecer en la boca del lanzagranadas, que estaba ya puesto en posición de disparo.

—¿¡Eh!?

Aquello fue lo último que dijo Luciano. La explosión de la granada le convirtió, en un instante, en carne picada. Además, la onda expansiva, reforzada por la presión del estrecho pasillo, hizo que Hugue saliera volando como un muñeco.

—¿¡…!?

El impulso hizo que Hugue chocara de espaldas contra la salida de emergencia que había visto antes; la abrió de golpe y cayó al exterior. El suelo estaba empapado por la lluvia.

—¡Ah…!

¿Cuánto rato habría pasado? Aún le pitaban los oídos a causa de la explosión cuando levantó el rostro ensangrentado. El exterior estaba oscuro, pero ¿era humo aquella niebla blanca? ¿O era que todavía no había recuperado la visión normal?

—Hugue de Watteau, estáis detenido —dijo una voz átona sobre el espadachín, que intentaba recobrar la conciencia.

Al levantar la mirada se encontró con el rostro inexpresivo de su antiguo compañero.

—Ya no podéis combatir, Venid conmigo a Roma —dijo Tres al mismo tiempo que se arrodillaba a su lado.

Envolviéndolo en los jirones que le quedaban del hábito, se lo puso en el hombro y se levantó con desenvoltura. Mientras echaba a andar, el soldado mecánico explicó:

—La duquesa de Milán dedicará todos los efectivos posibles al caso de los asesinatos de Oude Kerk y los Cuatro Condes. No hace falta que intentéis solucionarlo todo solo.

—¿…?

Aún tenía nublada la vista, pero Hugue echó una mirada hacia Tres. El androide no mostraba expresión alguna. No estaba programado para ello. Sin embargo, en su voz creyó detectar un ligero eco de piedad. ¿Sería que aún no tenía el oído recuperado de la explosión?

—¡Hugue!

El espadachín hizo un gesto como para preguntar algo a su antiguo compañero, pero una voz airada le interrumpió. Al mismo tiempo, una ráfaga alcanzó a Tres en las piernas.

—¿¡…!?

Las balas de gran calibre le atravesaron el muslo derecho al androide, que se balanceó violentamente. Mientras los sensores de equilibrio intentaban corregir la posición, una segunda ráfaga le horadó la pierna izquierda. Era más de lo que podía soportar. Soltando a Hugue, Tres se tambaleó agitando las piernas. El espadachín, una vez libre, se dio cuenta de quien le llamaba era el joven montado en la motocicleta que venía veloz hacia él.

—¿Estáis bien, Hugue? ¡Sube!

—¡Rodenbach!

Soltando el rifle que llevaba, el joven fiscal le tendió la mano a Hugue y gritó de nuevo:

—¿Qué haces? ¡Sube enseguida!

—Esperad, Hugue de Watteau… —dijo una voz a sus espaldas.

Tres hacía tremendos esfuerzos por levantarse extendiendo los brazos hacia Hugue, que aún parecía dudar si tomar la mano de Rodenbach.

—La duquesa de Milán… Tengo que llevaros…

—Perdonadme.

¿Cuánto tiempo estuvo vacilando? Alejándose del soldado mecánico, Hugue negó lentamente con la cabeza. Tomando la mano de Rodenbach, se disculpó de nuevo:

—Perdonadme, padre Tres.

—¡Esperad, De Watteau!

El androide alcanzó a rozar a Sword Dancer con la punta de los dedos justo cuando la motocicleta arrancó de un salto.