IV

—¿Forzarme?

El diablo de la espada sonrió torciendo los labios.

Parecía que incluso la lluvia se apartaba ante la energía terrible que Hugue desprendía. Sin dejar de mirar a Gunslinger, levantó su espada con calma.

—Qué chiste más bueno… ¿Por qué no lo intentas?

Como provocado por la tensión de la escena, un trueno resonó por el cielo. El estruendo hizo temblar la noche a la vez que una luz blanca salía disparada.

Hugue parecía haberse convertido él mismo en un relámpago cuando se abalanzó rápidamente sobre su adversario. Ningún ojo humano podría haber seguido sus movimientos…, pero su oponente no era humano.

—Cero coma noventa y nueve segundos demasiado tarde.

Una detonación rompió el eco del trueno. La luz del miniproyector instalado en las pistolas marcó como una espada de luz la figura del atacante. La ráfaga atravesó la lluvia y perforó… la sombra de Hugue.

—Ya veo por qué te llaman Gunslinger. Si no hubiera aprovechado la lluvia, me habrías pillado ahí.

Cuando los sensores auditivos de Tres captaron la horrible y ronca voz, la espada de su enemigo ya se ceñía a su cuello. Su adversario había aprovechado el instante en que la lluvia y la electricidad estática le había colapsado momentáneamente los sensores. La voz que se otorgaba la victoria era serena.

—A este distancia mi espada es más rápida que tus pistolas. He ganado, Gunslinger. Lo siento, pero tengo que pedirte que te vayas.

—Negativo, Sword Dancer.

Pese a tener el filo rozándole el cuello, Tres no cambió de cara. Ignorando las gotas que le salpicaban las mejillas y rebotaban en al espalda, dijo con voz tranquila:

—Quien ha caído en la trampa sois vos. Option attachment[20].

—¿¡…!?

Hugue salió disparado por los aires, doblado en dos como si un puño invisible le hubiera impactado en el estómago. Al golpear contra el suelo levantó una gran ola de agua.

—¿¡Aah!?

El espadachín se retorcía sobre el pavimento, sin fuerzas ni siquiera para gritar. Sólo se oía un jadeo violento, porque el golpe le había cortado el sistema respiratorio. Del cuerpo se le elevaba un vapor blanquecino entre la lluvia.

—Terreno despejado. Comprobación de estatus de enemigo Sword Dancer.

Tres lanzó una mirada hacia Hugue al mismo tiempo que guardaba la pistola paralizante que había descargado una corriente de treinta mil voltios. Después de asegurarse de que no había fallecido por el shock, se le acercó con paso lento, pero seguro…

Fue entonces cuando una fuerza repentina le mandó volando de lado.

Sus sensores se dieron cuenta de que había sufrido el impacto en el pecho de un arma de gran calibre cuando la segunda descarga le alcanzó el estómago. Tres se derrumbó doblado en dos, como si quisiera imitar la caída de Hugue, y quedó tendido de lado, inmóvil.

—¿Lo has matado?

—Seguramente… Pero ¿qué demonios son estos dos? ¿Son humanos?

Entre los focos que atravesaban la oscuridad se oyeron unas voces mezcladas con la lluvia. El estruendo de las botas anunció la llegada de los guardias al escenario de la batalla mortal entre los dos agentes.

—¿Quiénes serán? No parecen simples terroristas… —preguntó uno de los policías, armado con un rifle antimateria, al que parecía ser el líder del grupo.

Eran soldados especialistas en reprimir tumultos y criminales de alto riesgo. Mirando con cara desconfiada al hombre rubio que se convulsionaba en el suelo, lo compararon con la foto de los documentos que tenían.

—No hay duda: éste es Hugue de Watteau. Pero ¿seguro que es el hijo mayor de los Watteau? ¿Cómo puede ser que alguien así…?

—Ni idea… Y quizá es mejor no hacerse demasiadas preguntas.

Cortando la pregunta de su subordinado, el líder del grupo dirigió la mirada hacia la aeronave. Mientras esposaba a Hugue, lanzó un grito hacia los guardias que había ido hacia la cuneta.

—¿Cómo está la situación por ahí? ¿Ha muerto?

—Eh, la verdad es que… ¿Podéis venir un momento, inspector?

La voz que le respondió daba una extraña sensación de intranquilidad. Los policías gritaron con rostro oscuro hacia su superior sin dejar de mirar a la zanja con las pistolas desenfundadas.

—¿Qué ocurre? ¿Hay algo raro?

Los guardias señalaron hacia la cuneta por toda respuesta. En ella se veían los jirones negros de un hábito y los restos aún humeantes de los cartuchos…

—¿Qué quiere decir esto? —se preguntó en voz alta, retrocediendo, el inspector, con la misma perplejidad de sus subordinados.

El cuerpo del hombre caído en la zanja había desaparecido.