19
La fotografía me hace pensar, me hace pensar durante mucho tiempo en un montón de cosas. Lo hago mientras termino mi fuente y también mientras armo un emparrado y lo pinto de rojo en honor del abuelo Adalbert Mary; mientras clavo alambres a la pared de la casa para que mi recién plantado jazmín de invierno pueda trepar. Y entonces, cuando pienso que ya no puedo pensar más y que hay personas pendientes de que tome decisiones sobre mi vida, decido plantar más hierba al lado de la casa y sembrar un prado de flores. Eddie regresa para cavar y esta vez no me toma el pelo, termina el trabajo en una jornada, preparo el suelo y la semana siguiente siembro una mezcla de semillas que incluye amapolas, manzanilla bastarda, margaritas y acianos. Es un sembrado pequeño, anejo al espacio que reservo para el invernadero adosado que pronto me entregarán y que se apoyará en la pared libre de mi casa pareada. Para impedir que los pájaros se coman las semillas, una de mis actividades dominicales con Heather consiste en tender una serie de cordeles de los que cuelgan CDs sobre la zona sembrada. Incluso esto lo hacemos deteniéndonos a pensar, eligiendo canciones que creemos que espantarán a los pájaros.
Planto, planto y sigo plantando. Y mientras planto, pienso; salvo que no soy consciente de estar pensando. De hecho, a veces estoy convencida de que no estoy pensando y de repente se me ocurre un pensamiento. Aparece tan repentina e inesperadamente que me yergo, estirando mi espalda dolorida, y miro a mi alrededor para ver quién o qué me ha hecho tener ese repentino pensamiento y si alguien me ha visto tenerlo. El mes de marzo da paso al de abril y sigo pensando. Arranco las malas hierbas, resguardo los brotes nuevos contra las olas de frío y mientras los días van siendo cada vez más cálidos sigue habiendo ventarrones y aguaceros. Pienso en mis flores cuando salgo de noche con los amigos, sobre todo si hay una tempestad y la gente entra en el restaurante sacudiendo paraguas y desprendiéndose de abrigos empapados. Lo primero en que pienso por la mañana es en mis flores. Pienso en mi jardín cuando estoy acostada entre los brazos de un hombre que he conocido en un bar, escuchando el viento que aúlla al otro lado de la ventana de su dormitorio, y quiero estar en casa con mi jardín, donde las cosas tienen sentido. Sigo progresando. No quiero que la hierba crezca demasiado y que después aparezca amarilla al cortarla. No hay que desatenderla. Regularmente rastrillo «paja» porque no quiero que se acumule hierba muerta, con la esperanza de tener un césped saludable, sin que medren el musgo y las malas hierbas. Y mientras hago todo esto, pienso.
Los narcisos que surgieron orgullosos y altos del suelo, la primera nota de color en la gris primavera temprana, se han marchitado. La flores se caen y, por tanto, con tristeza, quito los capullos partiendo los tallos justo por debajo de los pedúnculos para que queden intactos. Si no se quitan las flores marchitas, la planta dedica su energía a la producción de semillas en lugar de hacerlo en la formación de yemas dentro del bulbo para la floración del año siguiente.
En el jardín siempre hay actividad, siempre hay algo creciendo. Por más atrapada en el tiempo que me sienta, salgo y las cosas están cambiando a mi alrededor. De pronto, hay flores inesperadas donde antes solo había un brote minúsculo, y la flor me mira fijamente, bien abierta y orgullosa de lo que ha hecho mientras todos dormíamos.
Monday ha confirmado que el empleo es para comenzar en noviembre y ahora anda buscando otros candidatos que ofrecer a su cliente, de modo que la entrevista se posterga hasta el 9 de junio. Me impacienta la espera; estoy deseando volver a sentirme otra vez como antes. Estoy deseando que se acabe este año y aunque en un sinfín de ocasiones he deseado que el año termine, me pregunto qué haré cuando llegue el momento. En noviembre los días volverán a ser fríos, cortos, grises y tormentosos. Por supuesto que eso trae aparejada su propia belleza, pero será el momento en que deberé tomar decisiones sobre mi vida, con un poco de suerte comenzar en el nuevo empleo, si es que lo consigo. De pronto, quiero que el tiempo pase más despacio. Contemplo mi jardín en plena transformación, el movimiento en la fuente, las flores de primavera que asoman la cabeza y me doy cuenta de que no puedo detener lo que me reserva el futuro. La jardinería consiste en buena parte en preparar lo que va a venir a continuación, las estaciones, los elementos, y ahora debo comenzar a hacer lo mismo con mi vida.
Pese al temor de no volver a saber de él, Monday se puso en contacto conmigo, incluso hemos quedado unas cuantas veces para hablar, aunque invariablemente hemos terminado hablando de todo menos de trabajo. Estoy muy cómoda con él, muy a gusto; no preciso fingir a propósito de mi situación laboral de la manera en que tengo que hacerlo con otras personas. Si bien disfruto con mi jardín, eso no quita que haya momentos en los que siga sintiéndome sola e inútil; no hace que me sienta más segura acerca de mi futuro, meramente me impide pensar demasiado en él. Con Monday, en cambio, olvido mi soledad. Sus ganas de verme y hablar tanto rato como convenga desvanecen mi sensación de inutilidad. A decir verdad —y me consta que esto parece contrario a lo que vengo expresando—, deseo que no hubiera empleo, deseo que Monday y yo pudiéramos seguir viéndonos de esta manera, charlando de lo que ocurre en el mundo, de cosas que queremos o no queremos, en lugar de hablar de la realidad.
Solo es una entrevista, todavía no es un empleo, de modo que no estoy en condiciones de tomar una decisión sobre la propuesta de Caroline. Nos hemos reunido unas cuantas veces por el tema de Gúna Nua, y he contribuido a su idea sin comprometerme a implicarme a largo plazo. Así será posible que me escabulla si es preciso, pero desde el punto de vista del negocio no es la situación ideal para ninguna de nosotras dos. Me consta que no basta con que seamos amigas. Pensaba lo mismo acerca de Larry, que posteriormente me despidió y me endilgó una sentencia de cárcel de un año. Una sentencia de cárcel que, los días más esplendorosos de mi jardín, es como un regalo, aunque a él no le gustaría saberlo. Así pues, mi presente va transcurriendo, unas veces agradablemente, otras con frustración, pero mi futuro es tan incierto como siempre.
Han pasado más de dos meses desde el incidente con Heather en casa de papá. Heather se ha comportado con su habitual capacidad de olvidar o perdonar o de no estar aparentemente afectada, y su relación con papá ha seguido siendo la misma de siempre. La mía, no. No dirigirle la palabra me ha venido bien, pero en cierto sentido ha empeorado las cosas. Ha significado que no tengo que tratar con él y ha significado que me he enfurecido cada vez más con él porque continúo nuestras discusiones mentalmente. Pero también significa que, al no verlo, no he visto a mi hermanita Zara, y eso es inaceptable. Principalmente es por ella por lo que descuelgo el teléfono. Acordamos vernos en el parque infantil que hay junto al muelle de Howth. Hace un día radiante, aunque tenemos que abrigarnos del fresco viento del mar. Nuestro vestuario de invierno ha cedido el paso a ropa más liviana, aireamos las chaquetas de primavera o nos las ponemos por primera vez, la gente se tumba en el césped y come pescado frito con patatas fritas de Beshoff, y el vinagre mezclado con el aire salado me hace la boca agua.
—¡Jasmine!
Oigo a Zara antes de verla, y viene corriendo hacia mí para abrazarme. La cojo en volandas y la hago girar, sintiéndome fatal de inmediato por no haberla visto antes. No hay excusa, mi conducta hacia ella ha sido imperdonable. Lo que ha crecido desde que la vi por última vez da la medida de nuestro silencio. Diez semanas es mucho tiempo en su corta vida.
Papá y yo deberíamos estar incómodos, pero no lo estamos porque enseguida nos hablamos a través de Zara. Empieza papá.
—Cuenta a Jasmine cómo hemos dado de comer a las focas.
Zara me lo cuenta. Es el tipo de niña que siempre llama la atención, la invitan a ser la ayudante del mago, la dejan entrar en la cabina de mando para presentarle al piloto, los chefs le muestran sus cocinas profesionales. Es una de esas niñas que irradian interés por la vida, que habla con la gente, y a cambio la gente quiere complacerla. Recompensarla, impresionarla. Finalmente, cuando papá y yo no podemos seguir hablando a través de ella, no tenemos más remedio que quedarnos uno al lado del otro, fuera del parque infantil, y ver cómo se pone a jugar con sus nuevos amigos íntimos, a quienes ha conocido hace dos segundos.
No mencionará el asunto, lo sé de sobra. Preferiría quedarse así, callado a disgusto, que arriesgarse a hablar a disgusto. Incluso cuando se ve obligado a hablar de algo, las raras veces en que no tiene escapatoria, lo que expresa sobre el asunto en cuestión es muy limitado. Esto resulta frustrante las raras veces que quiero comunicarle algo importante. He heredado este rasgo de su carácter. Cuando dos personas no hablan de las cosas, la situación puede ser más explosiva que entre quienes lo hacen. O, mejor dicho, implosiva, puesto que la guerra se libra dentro de cada una de ellas.
—Aquel incidente con Ted Clifford estuvo mal —digo de pronto, incapaz de abordar el tema como es debido.
—Tiene vacante un puesto de director de cuentas. Cuarenta mil anuales. Quería hablar contigo directamente —dice con enojo. No ha tenido que acumularlo, ya lo tenía listo para cuando yo sacara el tema a colación—. Podríais haber hablado entre vosotros. No era cuestión de tratarlo en la mesa delante de todos. Una oportunidad perfecta. ¿Sabes cuántas personas querrían ese trabajo?
En absoluto me refería a eso. Me refería a su manera de tratar a Heather, de su reacción ante Heather, no al trabajo, que era otro asunto menos importante aunque me molestara lo suficiente para tener previsto tratarlo a continuación.
—Me refería a lo que ocurrió con Heather.
Lo miro por primera vez y la expresión de su rostro revela que le cuesta entender a qué me estoy refiriendo. Finalmente cae en la cuenta.
—Hablé de eso con Heather al día siguiente. Con todo detalle, Jasmine.
—¿Y?
—Y ahora entiendo el concepto de los Círculos.
—Lo entiendes ahora.
—Sí, ahora —contesta, fulminándome con la mirada.
—Tiene treinta y cuatro años, llevamos practicando el concepto de los Círculos desde hace bastante tiempo.
Tendría que haberlo dicho más alto pero, sin embargo, lo he dicho entre dientes. Ni siquiera sé si me ha oído. Espero que sí, aunque no soy capaz de discutir, de enfrentarme. O quizá no tenga problema en enfrentarme, pero entonces lo único que quiero hacer es batirme en retirada como si nunca hubiese ocurrido y yo no existiera. La niña que hay en mí tiembla un poco cuando mi padre se enfada conmigo, por más que la adolescente que hay en mí se rebele.
—La tratas como si fuese diferente. Como si fuese especial.
—Ni hablar. La trato igual que a todos los demás y eso es lo que te saca de quicio. Eres tú quien la trata como si fuese diferente —dice—. Y deberías pensar sobre eso. Y si no te importa que lo diga, no puede decirse que practiques exactamente lo que predicas. Este concepto de los Círculos… al parecer es diferente para ti que para todos los demás, porque cualquiera que se acerca a ti es naranja. No, Zara, cariño, no subas ahí.
Corta la conversación y corre en su ayuda.
—¿Ese es tu abuelo? —pregunta un niño, y Zara se ríe como si nunca hubiese oído algo más absurdo.
—¡Es mi papá!
Terminan sentados en un subibaja, la panza de mi padre apenas cabe detrás del asidero. Cuando baja veo su calvicie incipiente. Desde luego, parece que sea su abuelo.
Estoy bastante perpleja por lo que me ha dicho. Lo ha dicho tranquilamente, sin enojo, cosa que debería ponerme más fácil olvidarlo y, sin embargo, no es así. Es precisamente la calma con la que lo ha dicho lo que me hace escuchar, lo que hace que le oiga alto y claro.
El Círculo Naranja del Saludo con la Mano es el círculo más alejado del Círculo Púrpura Privado que representa a la persona en cuestión, en este caso, yo. Es el círculo para los desconocidos más distantes, con quienes no tienes ningún contacto físico ni emocional.
Cualquiera que se acerca a ti es naranja.
No es verdad, quiero gritarle. Pero no sé si estoy en lo cierto. Heather es la única persona que siempre he mantenido cerca de mí. El naranja, sin duda, parece ser el círculo en el que lo he plantado a él. He venido aquí a confrontarlo con sus propios actos; no, he venido a ver a Zara, pero en segundo lugar he venido para hacerle ver que su comportamiento debía cambiar, y no me esperaba que se volvieran las tornas, que fuera a meterme en la boca del lobo.
Aunque tal vez mi círculo rojo sea el mayor de todos. Hay personas que siguen siendo desconocidas para siempre.
Confundida, conduzco de regreso a mi jardín con el rabo entre las piernas. Vuelvo a ponerme a pensar. Tengo que quitar las flores muertas y prepararlo para el verano.