20

Me encanta el mes de junio, y junio en un jardín colmado de amor es la mayor recompensa que un jardinero puede recibir por su duro trabajo. Cada mes y cada estación tienen su belleza, pero en verano es cuando luce más vigoroso, más resplandeciente, más soberbio, más espectacular. Si la primavera es esperanzada, el verano es orgulloso, el otoño es humilde y el invierno, fuerte y resistente. Cuando pienso en la primavera veo unos grandes ojos juveniles y de largas pestañas como los de Bambi levantando la vista hacia mí; cuando pienso en el verano veo una espalda erguida, un pecho hinchado. Cuando pienso en el otoño pienso en una cabeza gacha con una tímida sonrisa de nostalgia, y para el invierno imagino puños y rodillas nudosos y magullados que gruñen dispuestos a luchar.

Junio trae consigo riego constante, renovar el mantillo, segar una vez por semana, media docena de cestas colgantes con peonías de color rosa, rosas de color crema, vivaces multicolores y un generoso surtido de hierbas aromáticas que cultivo en macetas frente a la cocina. Junio trae consigo visitas frecuentes de tus hijos a tu jardín, en el que también has comenzado a interesarte con entusiasmo, donde has plantado un huerto al lado de tu casa que rivaliza con mi jardín, sembrando habichuelas, judías verdes, coles de Bruselas y calabacines. Hacemos carreras para ver quién sale más temprano cada mañana a atender su jardín, y el que lo consigue da los buenos días con aire de suficiencia al que se rezaga. Ahora competimos por ver quién abre primero las cortinas de su dormitorio. Ambos trabajamos, tú en tu jardín y yo en el mío, mientras los Malone pasan el rato sentados delante de su puerta, la señora Malone en su silla de ruedas, pues el derrame cerebral la ha dejado inmovilizada e incapaz de hablar y leer, mientras el señor Malone le lee poemas de Patrick Kavanagh con su ligero dejo de Donegal, que llegan flotando hasta mí por encima de la madreselva. Tú y yo podemos pasar horas sin hablar, sin gritarnos ideas repentinas o preguntas de jardinería a través de la calle, pero es como si trabajáramos juntos. Quizá sea solo cosa mía. Y hay algo agradable en ello. Cuando veo que bebes un trago de agua fría embotellada, me acuerdo de hacerlo yo. Cuando enderezo la espalda y anuncio que voy a almorzar, estás de acuerdo en hacer lo mismo. No comemos juntos, pero nos ceñimos al mismo horario. A veces me siento en el banco de mi jardín a comer una ensalada y tú te sientas a la mesa que todavía no has quitado del césped, y es como si estuviéramos en compañía sin estarlo. Ambos damos los buenos días y las buenas tardes al ejecutivo que tiene alquilado el número seis, que pasa por delante de nosotros en su BMW pero que todavía no ha reparado en nosotros y conduce ignorando nuestros amigables saludos. Al principio su indiferencia me molestaba. Ahora me molesta y al mismo tiempo lo compadezco porque sé exactamente qué ocupa su mente. No tiene tiempo para nosotros, para nuestro trivial y amigable entrometimiento en su vida. Está demasiado atareado. Tiene cosas en la cabeza. Cosas serias. Distracciones.

Y yo me estoy acercando a la posibilidad de convertirme de nuevo en esa persona puesto que junio trae consigo mi entrevista de trabajo. En cuanto Monday me informó de la fecha comencé a desear que llegara deprisa, pero ahora ya está a la vuelta de la esquina y quiero que la semana se prolongue. El 9 de junio, el 9 de junio, estoy muy nerviosa, procuro no pensar en ello, aunque Monday no me dejará en el atolladero, viene a casa a cenar y repasamos las preguntas. No estoy nerviosa porque crea que no estoy capacitada, estoy nerviosa porque creo que estoy capacitada y porque en el transcurso de estas semanas he terminado por darme cuenta de que deseo este empleo más que nunca, y me preocupa no conseguirlo. No conseguir este empleo será el comienzo de que mi desempleo se convierta en un problema, mientras que está fuera de mi control durante mi baja por jardinería. No quiero sentirme oficialmente aburrida, inútil, insegura y con miedo al futuro. En cierto sentido, esto es la calma antes de la tormenta, y si esto es la calma…

—Muy bien, cuéntemelo de nuevo desde el principio, señorita Butler.

—Monday —rezongo, mientras nos sentamos a la mesa de la cocina para repasar la entrevista por enésima vez—. ¿Haces lo mismo con todos tus candidatos?

—No.

Aparta la vista, azorado.

—¿Y a qué viene este trato especial?

«Dilo, dilo», lo insto a decir lo que tantas ganas tengo de oír.

—Quiero que consigas el empleo.

—¿Por qué?

Dejo que se prolongue el silencio.

—Los demás candidatos están trabajando —dice finalmente—. Y tú te lo mereces.

Suspiro. No es la respuesta que esperaba.

—Gracias. ¿Quiénes son, a todas estas? ¿Son mejores que yo?

—Sabes que no puedo decírtelo —contesta, sonriendo—. Además, que lo supieras no cambiaría las cosas.

—Quizá sí. Podría sabotear sus posibilidades el día de la entrevista. Pincharles los neumáticos, meter tinte rosa en su champú, ese tipo de cosas.

Se ríe, me mira de esa manera que me derrite por dentro, como si yo le interesara y desconcertara a la vez.

—Por cierto —dice, mientras recojo los platos—. Ha habido un cambio de planes. La entrevista se ha pospuesto al día diez.

Dejo de tirar sobras al cubo de la basura y lo miro. Se me tensa la garganta, se me encoge el estómago. Monday repara en el silencio, levanta la vista hacia mí.

—Y no se te ha ocurrido decirlo hasta ahora.

—Solo es un día después, Jasmine; no pongas esa cara de susto —dice, sonriendo. Se frota la mandíbula con la mano mientras me escruta.

—No estoy asustada, estoy…

Me debato entre si decírselo o no. No sé por qué no se lo digo, pero no decírselo me revela que en este momento no estoy plenamente comprometida con esta entrevista y eso me asusta. Necesito esta entrevista. Necesito este empleo. Necesito volver a encarrilarme.

El 10 de junio es el día que Heather se va cuatro días de vacaciones a Fota Island con Jonathan. Lo único que tengo intención de hacer mientras ella esté fuera es quedarme en casa aguardando, aguardando a que suene el teléfono, aguardando a que un vecino llame a la puerta y me diga que ha ocurrido algo, tal como lo hacen en las películas, aguardando a que un guardia se quite la gorra e incline la cabeza respetuosamente. Si voy a la entrevista de trabajo no podré concentrarme de pleno en preguntarme qué estará haciendo Heather. Habrá quien diga que tal distracción me vendría bien, pero no, significará apagar el teléfono durante al menos una hora, significará no poder prestar atención a mis sentidos, al posible ataque de pánico que podría avisar de que algo va mal, dejándome incapaz de subir corriendo al coche y salir disparada hacia Cork de inmediato. Quiero conseguir un empleo, pero Heather debería ser mi prioridad más importante. Este descalabro no acabará bien.

—Jasmine —dice Monday, viniendo a mi encuentro en la cocina—. ¿Ocurre algo?

—No —miento, y se da cuenta de que estoy mintiendo.

Una vez se ha marchado, me siento a la mesa de la cocina y me muerdo las uñas hasta tenerlas en carne viva.

Monday me llama el jueves 9 cuando estoy en el apartamento de Heather, ayudándola a hacer el equipaje porque quiero asegurarme de que no olvide nada para su viaje del día siguiente. Está receloso y tiene derecho a estarlo, soy imprecisa, y aunque racionalmente estoy comprometida en ir a la entrevista, cuando lo digo en voz alta ni siquiera yo me lo creo. Necesito el empleo. Necesito encarrilar de nuevo mi vida. Pero Heather… Se me parte el alma y me abruma la preocupación.

—Hasta mañana, Jasmine —dice Monday.

—Hasta mañana —respondo finalmente, y casi me atraganto al pronunciar la segunda palabra.

El día siguiente acompaño a Heather a la estación de tren de Heuston como si fuese un soldado que se marcha a la guerra, y a las once, cuando debería estar sentada en una sala de juntas convenciendo de mis aptitudes y encarrilando mi vida, estoy sentada en el vagón contiguo al de Heather y Jonathan, observando cómo juegan a Snap mientras viajamos hacia Cork. Monday me llama cuatro veces y las cuatro hago caso omiso. Ahora mismo él no lo entendería, pero sé que estoy haciendo lo que debo.

Un hombre ocupa el asiento en diagonal al mío y me tapa a Heather. Siempre he pensado que el jardín, la naturaleza, era honesto, sincero, abierto. Trabajas duro en él y recibes recompensas, pero incluso en un jardín hay engaños y artimañas. Es de lo más natural, lo hacemos para sobrevivir. La Stapelia asterias sabe cómo atraer insectos, mostrándose y oliendo como carne en putrefacción. Despide un hedor pútrido a juego con su poco atractiva apariencia. Sigo su ejemplo. Me sueno los mocos de la nariz y carraspeo ruidosamente. El joven se asquea no sin razón y cambia de asiento. Vuelvo a ver a Heather. Es natural engañar.

Monday llama a mi teléfono por quinta vez. Las lianas de pasionarias desarrollaron motitas amarillas que parecen huevos de mariposa Heliconius, cosa que convence a las mariposas hembra para buscar otro sitio para que su lechigada no tenga que competir con otras orugas cuando salgan del capullo. Me acuerdo de una amiga que cuando está en un club nocturno y un hombre que no le interesa quiere sacarla a bailar, menciona al bebé que no tiene y ve cómo el tipo en cuestión gira en redondo ipso facto. Ignoro la llamada de Monday. Es natural engañar.

Hay un coche para recoger a Heather y a Jonathan en la estación de tren; lo organizamos con el hotel y veo al conductor que sostiene un cartel con sus nombres antes de que lo vean ellos. Heather y Jonathan pasan de largo, buscando en la dirección equivocada, y tengo ganas de gritarles, pero me muerdo la lengua en el último momento. Tanto mejor, puesto que dan media vuelta, como si oyeran mis pensamientos, y lo ven mientras desandan lo andado.

La avispa Lissopimpla excelsa macho se siente tan atraída por la orquídea Dockrillia linguiformis que eyacula en los pétalos de la flor. Las flores capaces de engañar a los insectos para que eyaculen tiene los índices más altos de polinización. Pienso en una amiga que se quedó embarazada para que su novio se casara con ella, y que después se quedó embarazada otra vez para que no se separara de ella cuando el matrimonio se iba a pique, y recuerdo que es natural engañar. Subo a un taxi y sigo a su coche hasta el hotel.

Heather y Jonathan se registran en recepción y toman dos habitaciones individuales, tal como acordamos. No me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración hasta que de pronto suelto el aire por la boca y noto que el cuerpo se me destensa. Me registro en la habitación que he reservado desde el tren. He pedido que estuviera en el mismo piso que la de Heather y Jonathan. Lo único que llevo conmigo es mi maletín y en recepción se extrañan de que no lleve equipaje, pero he sobrevivido a un espontáneo fin de semana procaz solo con chancletas desechables de spa, y me consta que aquí puedo hacer lo mismo.

No me quedo en la habitación. Enseguida bajo otra vez al vestíbulo a aguardar, con la esperanza de no haberlos perdido. Los veo fuera, cogidos de la mano mientras exploran el lugar. Intento mantenerme a la mayor distancia posible, pero no me basta con ver a Heather de lejos, necesito verle la cara. Necesito descifrar su expresión para asegurarme de que realmente está bien. Me armo de valor y me escondo detrás de unos árboles cercanos. Encuentran un parque infantil al lado de un grupo de casas de vacaciones que son un hormiguero de niños. Heather se sienta en un columpio y Jonathan la empuja. Me siento en el césped, levanto la cara al sol y cierro los ojos, y escucho y sonrío al oírla reír. Me alegro de estar aquí, he hecho lo que debía.

Pasan hora y media en el parque y después se van a nadar. Veo el gorro de baño amarillo de Heather cabeceando en el agua mientras Jonathan finge que es un tiburón, mientras juegan al voleibol, bastante mal, mientras ella chilla cuando él hace salpicar el agua. Jonathan es bondadoso y atento, y pone cuidado en todo momento, tratándola casi como si pensara que Heather es frágil, o quizá preciosa, como si fuese un honor ayudarla. Abre puertas, retira sillas, es un poco torpe, pero cumple con todo. Heather es muy independiente y, sin embargo, le deja hacer esas cosas, parece alegrarse por él. Ha pasado tantos años no queriendo ser una persona que necesita ayuda innecesaria, que verla así me sorprende.

Se cambian para cenar, Heather lleva un vestido nuevo que compramos juntas y los labios pintados. Normalmente no se maquilla, y el pintalabios es todo un acontecimiento. Es rojo y no pega con su vestido rosa, pero insistió en ese color. Se la ve adulta mientras caminan juntos, y me fijo en que tiene el pelo salpicado de gris en las raíces y me pregunto desde cuándo lo tiene así. En cuanto se cierran las puertas del ascensor sigo el camino que han tomado y respiro el perfume que lleva Heather. Enfrentada a la decisión imposible de cuál ponerse, me preguntó cuál se ponía mamá y lo compró. El aroma de mi madre llena mis pulmones mientras sigo el rastro de Heather.

Bajan a cenar al comedor principal. Decido sentarme en el bar, desde donde puedo seguir viéndolos. Heather pide el entrante de queso de cabra y me desconcierta porque sé que no le gusta. Creo que lo ha leído mal. Pido lo mismo para ver cómo es; así, si alguna vez me lo comenta, sabré exactamente de qué habla. Piden una copa de vino para cada uno, cosa que me preocupa porque Heather no bebe. Toma un sorbo y hace una mueca. Ambos se ríen y Heather aparta la copa. Pido el mismo vino y me lo bebo todo. Estoy contenta, sentada aquí y observándola, sintiéndome parte de lo que acontece aunque no sea por completo.

Se come la manzana y la remolacha de su entrante, pero deja el queso de cabra. La oigo explicar al camarero que se ha confundido porque no quiere que piense que ha sido culpa del chef. Está nerviosa, lo sé por la manera en que se sujeta el pelo detrás de la oreja pese a que no le cae ningún mechón. Tengo ganas de decirle que no pasa nada, que estoy aquí, y por un instante me planteo revelarle mi secreto, pero enseguida decido no hacerlo. Tiene que pensar que está haciendo esto ella sola. Toman tres platos, Jonathan da buena cuenta del bistec y la guarnición, Heather come pescado rebozado y patatas fritas. Prueban sus respectivos postres. Jonathan le acerca una cucharada de fondue de chocolate a la boca, solo que debe de estar nervioso porque la mano le tiembla y le mancha la nariz. Se sonroja y parece que esté a punto de llorar, pero Heather se echa a reír y él se relaja. Moja la servilleta en su vaso de agua y se inclina sobre la mesa para limpiarle con ternura la nariz. Heather no le quita los ojos de encima ni un instante y se me ocurre que podría haberme sentado justo a su lado sin que hubiesen reparado en mí para nada.

La Lithops se llama comúnmente planta piedra. Estas plantas crecen en los desiertos, escondidas en lechos rocosos, y cuando sus flores amarillas se abren es como si hubiesen salido de la nada. ¡Sorpresa! Tengo ganas de hacer lo mismo, pero me contengo. Me quedaré aquí, donde no pueden verme. Es natural engañar.

Esa noche, cuando enciendo el teléfono encuentro otras cuatro llamadas perdidas de Monday, y los mensajes de texto van del enojo a la preocupación.

La Caladium Steudneriifolium finge estar enferma; el dibujo de sus hojas imita los estragos que causan las larvas de polilla cuando salen del capullo y se comen la planta, y esto evita que las polillas pongan sus huevos ahí. Digo a Monday que estoy muy enferma. Es natural engañar.

Heather me llama cuando ambas hemos regresado a nuestras habitaciones y me cuenta todo lo que le ha ocurrido hoy. Es lo mismo que he presenciado y me alegra que lo haya compartido conmigo sin omitir nada.

Al día siguiente se van de excursión a Fota Island. Pasan mucho rato contemplando y fotografiando los gibones, que chillan y se columpian como locos para gran regocijo de Heather. Se fotografían el uno al otro y después Jonathan pide a un chaval que les haga una fotografía juntos. No me gusta la pinta del adolescente, no es alguien a quien yo hubiese confiado mi teléfono, y que Jonathan lo haga me fastidia. Me acerco un poco, por si acaso. Los amigos del adolescente ya se están riendo por lo bajo de las caras de felicidad de Jonathan y Heather al posar para la foto. Me acerco todavía más, lista para abalanzarme sobre el adolescente cuando eche a correr con el teléfono de Jonathan. El chaval hace la foto y se lo devuelve. Jonathan y Heather miran las fotos y después me sorprenden al regresar en dirección a mí, y mientras lo hacen mi teléfono pita. Es un mensaje de Heather; la fotografía de ella con Jonathan. Me entristezco; estoy disgustada conmigo por haber venido. Es como si alguien hubiese pinchado mi globo con un alfiler. ¿Por qué no confié en que Heather me mantendría informada y, por consiguiente, implicada en todo momento? Quería visitar este lugar con ella, tuve que renunciar cuando sugerí que vinieran ellos dos y, sin embargo, Heather lo está compartiendo todo conmigo. Turbada y nerviosa, me rezago un poco más.

Heather y Jonathan pasan cuatro horas en el parque. Hace calor y humedad y hay muchos grupos de escolares y familias. Deseando haber traído ropa más apropiada para este clima que el traje negro que me puse para ir a la entrevista, permanezco en la sombra pero sin perderlos de vista. Se detienen a tomar un helado y charlan durante una hora, después regresan al hotel. Se instalan en el bar, donde beben sendos 7UP, y prosiguen su conversación. Me parece que nunca he hablado tanto rato seguido con alguien, pero las palabras fluyen entre ellos y su atención está completamente fija en el otro. Es bonito, pero vuelvo a notar una punzada de tristeza, cosa que me hace sentir ridícula. No estoy aquí para compadecerme de mí. Cenan en el bar y se acuestan temprano, cansados después de la larga jornada.

Tengo un mensaje de Monday. «Llámame. Por favor».

Mi dedo flota sobre el botón de llamada, pero de pronto el teléfono suena y hablo con Heather durante tres cuartos de hora sobre lo que ha hecho durante el día. Me cuenta absolutamente todo lo que ya he presenciado, y el júbilo que ayer sentí por estar aquí y saber que lo está compartiendo todo conmigo ha desaparecido. Me siento como una traidora. Tendría que haber confiado en que Heather sería capaz. No debería estar aquí.

Es el tercer día. Mañana se marcharán y están sentados en la terraza del hotel, conversando. Lo que comenzó como un hermoso día ha cambiado de repente. Mientras todo el mundo pasa al interior para resguardarse de la brisa fresca, Heather y Jonathan, ajenos al frío, siguen conversando. A ratos no hablan y permanecen sentados tan a gusto en mutua compañía, y yo no puedo dejar de mirarlos, absolutamente fascinada con lo que está ocurriendo entre ellos.

Algo cambia en mi fuero interno. Aunque ya he caído en la cuenta de que no debería estar aquí, comprendo que tendría que marcharme enseguida. Porque si Heather me descubre, sé que haré peligrar nuestra relación. Este viaje es importante para ella y mi presencia aquí es una falta de respeto. Lo sé y, sin embargo, no se me ha ocurrido hasta ahora. La he traicionado al venir aquí, y estoy molesta conmigo por haberlo hecho. He traicionado a Monday para hacerlo; otra traición. Tengo que irme.

Corro a mi habitación a recoger las pocas pertenencias que traje. Pago la cuenta en recepción. Mientras correteo a través del vestíbulo, súbitamente ansiosa por salir de escena, me topo de bruces con Heather y Jonathan.

—¡Jasmine! —exclama Heather, impactada. Al principio se alegra de verme, pero entonces veo cómo digiere la sorpresa, pasando de la alegría a la confusión. Perplejidad, después asombro. Es demasiado cortés para enfadarse conmigo aunque lo haya entendido todo.

Estoy tan aturdida de verlos y me siento tan pillada en falta, que no sé qué decir. Llevo la culpa escrita en la cara. Ambos lo saben y se miran, mostrándose tan consternados como yo.

—Quería asegurarme de que estuvieras bien —digo con voz temblorosa—. Estaba… muy preocupada. —Se me quiebra la voz y susurro—: Perdona.

Heather me mira pasmada.

—¿Me has seguido, Jasmine?

—Me voy ahora mismo, te lo prometo. Lo siento.

Mis labios le rozan la frente un instante cuando me marcho, chocando torpemente con la gente que pulula por el vestíbulo mientras voy hacia la puerta.

La mirada que me dirige Heather y lo que yo siento no tienen nada de natural.

Las horas siguientes las paso en el tren, con la cara entre las manos, repitiendo el mantra. He defraudado a Monday, he defraudado a Heather, me he defraudado a mí.

El taxi para delante de mi casa y me apeo, agotada y necesitando cambiarme de ropa urgentemente. Miro mi jardín con la esperanza de tener la acostumbrada sensación de alivio o rejuvenecimiento que me dispensa. Pero es en balde. Algo va mal. Ha perdido su vitalidad.

La realidad me ha dado una lección, el universo me ha arrinconado. He descuidado mi jardín en plena ola de calor durante tres días sin dar instrucciones a alguien para que me sustituyera. Las flores están sedientas. Peor aún, las babosas se han abierto camino, comiéndose mi jardín. Mis rosas de color crema están mustias, mis peonías de color rosa se han marchitado. He conseguido contenerme todo el día, pero la visión de mi querido jardín me hace llorar.

He defraudado a Monday, he defraudado a Heather, me he defraudado a mí.

He perdido una oportunidad importante para mi vida a fin de estar con Heather. Pero Heather no me necesitaba. Me lo repito una y otra vez. Heather no me necesitaba. Tal vez sea yo quien se aferra a ella, buscando ayuda para escapar de mi propio mundo. En lugar de vivir mi vida por mi cuenta, asumí el papel de guiarla y, en cierto modo, de cuidarla como una madre. No estoy segura de si esto fue resultado de mi cariño hacia ella o el motivo por el que decidí hacerlo. Dudo que tenga la menor importancia, pero ahora sé que es un hecho.

Este año, al sentir que perdía el control me he volcado en mi jardín para conservar el mando, pensando que se doblegaría a mi voluntad. Me ha demostrado que no lo hará. Nada se doblega a nuestra voluntad. Descuidé mi jardín y dejé que las babosas lo invadieran.

Eso es exactamente lo que he hecho conmigo.