21
Aparte de traiciones, junio también trae consigo un bautizo, deberes de madrina y un rollo de una noche con mi ex novio Laurence, el novio que más me duró, aquel con quien todo el mundo creía que iba a casarme, incluso yo, pero que al final me dejó. Acostarme con Laurence otra vez al cabo de dos años de celibato con él fue un error, un error placentero pero que no volverá a suceder. No sé en qué estaría pensando, pero después de un día bebiendo al sol, los antiguos sentimientos reaparecieron, o quizá su recuerdo, su eco, y por eso los confundí tan fácilmente como confundí el aseo de hombres con el de mujeres y el vaso de agua con el vodka a palo seco. Solo una pifia más en un largo día de verano. Y quizás estaba anhelando un momento de seguridad, volver a sentirme amada, volver a sentirme enamorada. Solo que no resultó así, por supuesto que no. Las repeticiones nunca dan resultado. Los «esto ya lo hice antes[9]» rara vez pueden reproducirse. No intentéis hacerlo en casa, niños.
Y, en consecuencia, termino delante de tu casa a las dos de la madrugada, borracha, tirando piedras a tu ventana, con una botella de rosado y dos copas en la mano.
Abres la cortina y te asomas, con el rostro soñoliento y confundido, la cabeza espeluznada. Me ves, desapareces de mi vista y me siento a la mesa a aguardarte. Poco después abres la puerta, en chándal, y vienes a mi encuentro. Cuando te das cuenta de mi estado, la aturdida mirada inquisitiva de tu cara se vuelve en el acto divertida, expresión que hace que tus ojos brillen pícaramente, aunque más pequeños y rodeados por las arrugas que los estrujan cuando sonríes.
—Vaya, vaya, vaya, mira quién está aquí —dices, acercándote con una enorme sonrisa. Para mi fastidio, me alborotas el pelo como haría un hermano mayor antes de sentarte a la mesa conmigo—. Vas muy elegante esta noche.
—Se me ha ocurrido convocar una reunión urgente de vecinos —farfullo, y acto seguido empujo una copa hacia ti y me inclino para llenarla. Casi me caigo de la silla al hacerlo.
Tapas la copa con la mano.
—No, gracias.
—¿Sigues sin beber? —pregunto decepcionada.
—¿Te he sacado de la cama en plena noche para que me hicieras entrar en casa, últimamente?
Me quedo pensando.
—No.
—Y ya van cuatro semanas.
Termino de llenar mi copa.
—Aguafiestas.
—Alcohólico.
—Paparruchas —digo. Bebo un trago de vino.
—Qué solidaria —respondes de buen talante.
—No eres alcohólico. Eres un bebedor empedernido, que no es lo mismo.
—¡Hala! Toda una controversia. Explícamelo, por favor.
—Eres tonto de remate, eso es lo que pasa. Egoísta. Te gusta trasnochar. No eres adicto, en realidad no tienes un problema con el alcohol, tienes un problema con tu vida. A ver, ¿asistes a reuniones?
—No. Bueno, casi. Me reúno con el doctor Jota.
—Un médico retirado no cuenta.
—El doctor Jota es alcohólico. No ha tomado una copa en más de veinte años. Hay muchas cosas acerca de él que no sabes —dices, al ver que me quedo estupefacta—. Su esposa le dijo que no tendría hijos hasta que dejara la bebida. No dejó de beber hasta que cumplió más de cincuenta. Demasiado tarde. Aunque no lo abandonó.
Apuro mi copa.
—Bueno, ahora está muerta.
Frunces el ceño.
—Sí, Sherlock. Ahora está muerta.
—O sea que al final se largó.
No sé por qué estoy diciendo las cosas que digo. Seguramente para resultar irritante, cosa que sin duda soy. Es divertido ser tú mismo, entiendo por qué eres como eres.
Te levantas de la mesa y entras en casa. Supongo que has ido a buscar algo de comer, pero regresas con una triste bolsa de nachos.
—¿Los niños están aquí?
—Kris y Kylie me pidieron si podían quedarse una noche más. Lo pasan bien en el huerto.
—Kris y Kylie. O sea que se llaman así. Incluso parecen gemelos.
—Lo son.
—Ah.
Tienes un huerto bastante impresionante al lado de tu casa. Aunque es de noche, le echo un vistazo. Te ríes.
—Estás celosa.
—¿Por qué iba a estarlo, teniendo eso? —Miramos hacia mi jardín. Es el mejor de la calle, aunque me esté mal el decirlo—. No intentes competir conmigo, Marshall —advierto.
—No me atrevería —contestas, simulando seriedad—. Fionn aún no se está ambientando.
—Quizá nunca lo consiga —digo pensativa, pasando el dedo por el borde de la copa—. Hagas lo que hagas.
—Vaya, qué comentario tan positivo, gracias.
—No estoy aquí para ser positiva. Estoy aquí para ser realista. Si quieres consejos optimistas, habla con el benévolo doctor Jota.
—Ya lo hago.
—Me tiene sorprendida, ¿sabes? Tiene suerte de no haber matado a nadie en el quirófano.
—Era alcohólico funcional. El peor tipo.
—Afortunado tú, que no lo eras.
Encajas ambos insultos: que eras alcohólico y que no podías funcionar.
—En efecto. Él me lo ha hecho ver.
Nos callamos y comes nachos ruidosamente. Bebo otro trago de vino. Me doy cuenta de que, como de costumbre, he estado atacándote.
—Todos los novios que he tenido me han dejado. ¿Lo sabías?
—No. —Adoptas de nuevo esa expresión divertida tan tuya—. Pero no puedo decir que me sorprenda —agregas, con sarcasmo pero amablemente.
—Porque es muy difícil vivir conmigo —digo, ante tu sorpresa.
—¿Por qué es difícil vivir contigo?
—Porque quiero que todo se haga a mi manera. No me gustan los errores.
—Jesús, no te gustaría vivir conmigo.
—Tienes razón. En absoluto.
Silencio.
—¿Qué ha pasado esta noche?
—Me he acostado con mi ex.
Miras tu reloj. Son las dos.
—Me he marchado cuando se ha dormido.
—Seguramente fingía que dormía.
—No se me había ocurrido.
—Antes lo hacía a menudo.
—Pues te dio resultado. Tu mujer se marchó.
No te gusta mucho esta broma, seguramente porque no ha sonado a broma.
—Dime, ¿eso es lo que te ha dicho, que es difícil vivir contigo?
—Literalmente, no. Se me ha ocurrido a mí solita. Es algo de lo que soy consciente desde…
Miro hacia mi jardín lozano y florido, mi fuente mágica de saber.
—Siendo así, ¿cómo sabes que es verdad? A lo mejor no es nada difícil vivir contigo, a lo mejor solo eres una mujer guapa, exitosa y ocupada que no se conforma más que con lo mejor; ¿y por qué deberías conformarte con menos?
Eso me conmueve, casi se me saltan las lágrimas.
—A lo mejor —dices.
Mis lágrimas se secan en el acto.
—O quizás eres un desastre en la cama y es imposible vivir contigo.
Te echas a reír y te tiro un nacho.
—Esta noche me ha dicho que conmigo se sentía solo. Por eso me abandonó.
Silencio.
—Contigo se sentía solo —dices despacio, absorto en tus pensamientos.
—Conmigo se sentía solo —repito, rellenando mi copa.
Figúrate cómo me sentí; figúrate cómo se sentía él, estando con alguien que le inspiraba soledad. Es bastante espantoso sentirse solo en compañía de alguien que amas. Tiene su mérito ser capaz de decirlo, pero es insoportable oírlo, ser la persona de quien se dice algo semejante.
—¿Lo dijo antes o después de que os acostarais? —preguntas, inclinándote hacia delante, los codos sobre la mesa, estudiándome con interés.
—Antes. Pero sé lo que estás pensando. No era un cuento.
—Sí que lo era —dices con fastidio—. Vamos, Jasmine, claro que era un cuento. Me juego lo que sea a que estabais a solas, me juego lo que sea a que era el final de la noche, te lleva a un aparte, habla con Jasmine, soltera y sin empleo, en una situación vulnerable, con todas sus amigas pariendo retoños. Aunque ella diga que no quiere tener hijos, no deja de hacerla pensar. Y entonces se saca el cuento del bolsillo. Te mira, pelirroja y tetuda…
Suelto un resoplido, procurando no sonreír.
—El rímel corrido…
Me limpio los ojos.
—Es un cuento chino. Solo caben dos salidas: o te enfadas y le tiras la copa, o te sientes culpable y él echa un polvo. Nueve de cada diez veces funciona.
—Citando al doctor Jota: ¡memeces! Tú no lo has intentado diez veces —digo, recelosa.
—Dos. Una vez terminé con una copa en la cara y otra vez conseguí mi final feliz. Y la copa en cuestión era una Sambuca flambeada que me hizo escocer la piel de mala manera, con los granos de café todavía en llamas.
Me río.
—Por fin sonríe —dices en voz baja.
Enciendo un cigarrillo.
—Tú no fumas.
—Solo cuando bebo.
—Mal hecho.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Y qué pasa con tu novio? —preguntas—. ¿Vas a contarle lo que has hecho esta noche?
—¿Qué novio?
—Ese tío tan guaperas que te visita cada dos por tres. El que no es tu primo. —Levantas las manos y te ríes—. Perdón, no he podido evitarlo.
—No es mi novio. Ese es Monday. Es cazatalentos. Estaba intentando ofrecerme un empleo.
—¿Monday?
—Nació un lunes.
—Ya. Y Monday te busca trabajo.
No me gusta la expresión divertida de tu rostro.
—Lo buscaba. ¿O crees que eso también era un cuento?
Estoy siendo sarcástica, no cuento con que lo consideres en serio.
—¿Cuál era ese empleo?
—Trabajar para la David Gordon White Foundation.
—¿Los asesores fiscales?
—Tienen una fundación nueva que se dedica a la justicia climática.
Me miras con intención.
—Tú te dedicas a montar empresas.
—Es nueva, tengo que montarla.
—¿Y me estás diciendo que no intenta llevarte a la cama?
—Ojalá lo hiciera —contesto, y te ríes. Tiro el cigarrillo al suelo y lo aplasto con el tacón. Por un momento he querido apagarlo en la mesa recién barnizada, pero al pensar en el duro trabajo de los niños me he refrenado—. De todas formas, es demasiado tarde. No fui a la entrevista.
—¿Por qué? ¿Te asustaste?
Esta vez no me tomas el pelo.
—No.
Aunque la verdad es que estaba asustada, pero no por el empleo. Pienso si debo decirte la verdad. Supondría tener que explicarte mis temores acerca de Heather porque se iba sola de viaje, y no quiero reforzar la imagen estereotipada que tienes del síndrome de Down, por más que yo misma estuviera equivocada al respecto. Hace una semana que ha vuelto y si bien hemos hablado por teléfono —por supuesto que habla conmigo, Heather no podría ser de otra manera—, las cosas no son como antes. Está distante. He perdido una parte de ella, la parte invisible que nos mantenía unidas.
—¿No fuiste a la entrevista porque estabas borracha? —preguntas, preocupado.
—No —contesto secamente.
—Vale, vale. Solo pregunto porque de un tiempo a esta parte parece ser un tema recurrente, de modo que he creído oportuno sacarlo a colación, vista tu gran amabilidad al llamarme la atención sobre mi afición a la bebida.
Levantas las manos a la defensiva.
—No te preocupes —digo, más serena—. Es que estoy… tan…
Doy un resoplido y después suspiro, incapaz de resumir mejor mis sentimientos.
—Ya. Te entiendo.
Y pese a mi incapacidad para explicarme, creo que me entiendes perfectamente. Guardamos un cómodo silencio que me hace pensar en Jonathan y Heather cuando estaban juntos, los celos que tuve, sin ser consciente de que tengo ese mismo bienestar aquí, contigo.
—¿Ese hombre que viene a tu casa con una niña es tu padre?
Asiento con la cabeza.
—Parece un buen padre.
Presiento que vas a buscarme las cosquillas otra vez, pero mientras acaricias la suave madera barnizada con la mano me doy cuenta de que estás pensando en ti y en tus apuros.
—Ahora lo es —digo. Quiero añadir algo más, pero no lo hago.
Levantas la vista hacia mí. Me estudias de esa manera tan tuya que yo tanto detesto porque es como si vieras o intentaras ver a través de mi alma.
—Interesante.
—Interesante. —Suspiro—. ¿Qué tiene de interesante?
—Explica las cosas que me dijiste, nada más.
—Te dije que eras un padre espantoso porque eras un padre espantoso.
—Pero tú te fijaste. Te molestó.
No contesto. En lugar de hacerlo, bebo.
—¿Está intentando recuperar el tiempo perdido?
—No, se está entrometiendo en mi vida; algo completamente distinto. —Al ver tu mirada inquisitiva, explico—: Intenta conseguirme un empleo. En su antigua empresa. Cobrar algunos favores, ese tipo de cosa.
—Parece positivo.
—De positivo, nada. Eso es nepotismo.
—¿Es un buen empleo?
—La verdad es que sí. Directora de cuentas, ocho personas a mi cargo. Cuarenta mil —repito el mantra de mi padre con una mala imitación.
—Es un buen trabajo.
—Sí, es un trabajo estupendo. Te lo acabo de decir.
—No se lo ofrecería a cualquiera.
—Claro que no.
—Tendrías que hacer una entrevista.
—Por supuesto. Ya no es su empresa. Solo está proponiendo mi nombre.
—Pues entonces cree en ti. Piensa que estás capacitada. Seguro que se siente orgulloso. No querría que lo avergonzara una hija que rindiera poco.
Eso me pica y me pregunto si te refieres a Heather. Me dispongo a discutir, pero me doy cuenta de mi error. No sé qué decirte.
—Yo me lo tomaría como un cumplido.
—Lo que tú digas.
—Fionn y tú tenéis mucho en común —dices, y me consta que estás criticando mi respuesta pueril, pero te salto a la yugular.
—¿Porque los dos tenemos padres gilipollas?
Suspiras.
—Si te dijera que conozco a alguien que tiene una gran idea para montar una empresa y que está buscando a alguien con quien trabajar, ¿estarías interesada?
—¿Se llama Caroline? —digo, y percibo el espanto que trasluce mi voz.
—Hablo hipotéticamente.
—Sí, lo estaría.
—Pero tu padre conoce a alguien que está buscando a alguien y ni siquiera te lo planteas.
No sé qué contestar, de modo que, imitando a Fionn, encojo los hombros.
—Yo de ti no lo descartaría.
—No necesito su ayuda.
—Sí que la necesitas.
Me quedo callada.
—Hay un cazatalentos ofreciéndote un empleo que a estas alturas ya sería tuyo si te interesara lo más mínimo, y una amiga que quiere que la ayudes a montar una web de vestidos. Estaba en tu casa, lo oí —explicas al ver mi reacción—. Por supuesto que necesitas ayuda.
Sigo callada.
—Sé que no te gusta escuchar la opinión de los demás. Piensas que se equivocan. Que son estrechos de miras. No me mires así, me lo has dicho tú misma. A veces, solo a veces, pienso que enfocas muy mal las cosas.
Dejas eso un rato en suspenso. Me gustaba más cuando te odiaba y no nos hablábamos. Pero visto que te metes conmigo y en mis asuntos, creo que ahora me toca a mí.
—¿Qué pasa con la canción de Guns N’ Roses?
Me miras sin comprender.
—Nada. El CD del jeep está atascado. Es la única canción que suena.
Me llevo un buen chasco. Cuando creía haber hallado un significado personal, resulta que no es así. Cuando creía haber entrevisto algo, estoy equivocada.
—Más vale que vuelva a la cama, los chicos se levantarán temprano. Mañana recogemos guisantes y plantamos tomates.
Hago ver que me dejas impresionada. En realidad estoy celosa. Mis guisantes se malograron.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Solo para que conste, Jasmine: yo hubiera dicho lo contrario sobre ti.
—¿Qué quieres decir?
—De no haber sido por ti, habría estado solo demasiadas veces. Nunca me he sentido solo a tu lado, ni un segundo.
Me quedo sin respiración. Te veo entrar en tu casa. De repente estoy tan sobria como si no hubiese bebido ni una gota. Estoy sentada en la cabecera de la mesa, en el asiento donde sueles sentarte tú. En tu mesa de beber. Cómo cambian las tornas en la vida.