CAPÍTULO VEINTITRES

POR la mañana temprano salgo a correr. Y créeme, no es que la inesperada visita de Linda, la chica que parece sacada de un catálogo de victoria secrets, me haya afectado al orgullo. Simplemente lo necesito.

Regreso una hora más tarde, sudada y colorada. Al llegar a la cabaña, me encuentro con el mismo mensajero que hace unos días me había entregado los libros y el televisor, los cuales, siguen aún en el suelo.

—Hola—lo saludo.

Él hombre me tiende un formulario sin mediar palabra.

—Ni se le ocurra decir esta vez que no va a aceptarlo—gruñe.

Durante unos minutos ambos nos desafiamos. Yo tengo el bolígrafo en la mano y la carpeta en la otra.

Al final, firmo y se lo entrego con una sonrisa.

—¿De qué se trata?

—Alguien debe de quererla mucho—dice el hombre en tono agrio. Saca un precioso y enorme ramo de rosas rojas y me lo entrega de mala manera.

Yo lo recojo encantada.

—Bruja—masculla entre dientes.

Voy a contestarle cuando me fijo en la tarjeta que cuelga del ramo.

“No sé que me has hecho, pero no dejo de pensar en ti. Héctor”

Huelo las flores y suspiro.

Entro en la cabaña y meto las rosas en un jarro de agua. Genial, si ya no puedo olvidarme de Héctor, ahora, cada vez que mire las rosas, sí que será una misión imposible.

Cojo la correa de Leo y me dispongo a darle un paseo. En la otra mano recojo el collar del supuesto amante de mi hermana y me encamino a la joyería.

En el pueblo hay una única joyería, lo cual no es de extrañar. El verdadero misterio es que aquella reliquia siguiera persistiendo en un pueblo donde no hay más de doscientas personas.

Un anciano de pelo blanco y figura encorvada me saluda desde el mostrador.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Tengo aquí un collar y sospecho que no es auténtico. Si no le importa, podría echarle un vistazo.

El hombre sostuvo el collar entre los dedos y se pone una especie de lente sobre las gafas. Menea la cabeza de un lado a otro mientras estudiaba la pieza.

—No hay duda. Es verdadero.

—¿Lo compraron aquí?

—No. Si hubiera sido así lo recordaría.

Me encamino hacia el bar, con la sensación de que Adriana seguirá sin aparecer por allí. Para mi sorpresa, la chica está detrás de la barra sirviendo el almuerzo. En cuanto me va, agachó la cabeza y comienza a ordenar los cubiertos.

—Hola—la saludo.

Ella no dice nada, y sigue a lo suyo.

—¿Qué tal estás?

Adriana sí repara en mí entonces.

—Mira, no quiero problemas—responde, hablando tan bajo que incluso a mí me cuesta entender lo que dice. Agudizo mi oído y me acerco hacia donde está—mi tío no sabe nada de lo del dinero, ¿Vale?

Pero yo se lo estoy devolviendo poco a poco sin que se dé cuenta. Por favor, no le digas nada. No quiero decepcionarlo. Él no sabe nada acerca de mi problema.

—No te preocupes. Yo no venía a echarte nada en cara—respondo, sintiendo pena por aquella chica— quería disculparme por todas las cosas horribles que dije de ti en el bosque. Lo siento.

Adriana parece desconcertada.

—Yo no maté a tu hermana—mira hacia uno y otro lado para constatar que nadie la ve—te lo juro por ésta—besa la cadena que lleva colgada al cuello—le tenía mucho aprecio.

—Te creo—le aseguro—y no te preocupes por tu problema, tu secreto está a salvo conmigo.

Le agarro la mano por encima de la barra.

—Tienes que dejarlo.

La joven me devuelve el apretón.

—Lo sé.

Durante el almuerzo estamos hablando, y al final, termino por congeniar con Adriana. Le he prometido ayudarla con su adicción a las drogas, y ella me lo ha agradecido. Me sorprende saber que Erik, el policía, la llama cada día para preguntarle qué tal está y, además, la ha puesto en contacto con un grupo de ayuda.

Quedo esa noche con ella para ir a la verbena de un pueblo cercano. Me vendrá bien distraerme.

Adriana me recoge a las nueve. Yo me he puesto el bonito vestido rojo que había encontrado en el hotel, y unos zapatos de tacón negro. Saludo a Adriana y me metí en su coche.

Llegamos a la verbena media hora más tarde, y Adriana me presenta a sus amigos. Bailamos, bebimos, y en definitiva, lo pasamos bien. Aquello me sirve para abstraerme y olvidarme de todas mis penas.

Hasta que veo a Erik unos metros alejado de donde yo estoy, hablando con dos despampanantes morenas, aunque fijando su mirada en mí. No me saluda ni yo a él. Tampoco me extraño observar que es el centro de atención de las mujeres, pues es un hombre atractivo y joven. Tengo que admitirlo, aunque yo no lo soporte.

Adriana me coge del brazo.

—¡Mira, ahí está Erik! ¡Vamos a saludarlo!

Sin que me dé tiempo a negarme, me arrastra con ella hacia donde se encuentra y aparta de una embestida a las dos morenas.

—¡Erik!

Le planta un beso en cada mejilla.

Yo lo saludo con una inclinación de cabeza, y él me devuelve el gesto.

—Me alegro de verte—le dice a Adriana, aunque sus ojos seguían fijos en mí—qué raro veros juntas.

No se me pasa por alto el tono acusador de su voz. Con lo que yo he criticado a Adriana, está claro que aquello lo sorprende. Pero sinceramente, me importa un pimiento.

—Está claro que la gente no es lo que parece, ¿Verdad, Sara?

El doble sentido de aquella frase termina de rematar mi mal humor.

—En general, la gente siempre es lo que parece—replico—y cuando me parece que estoy delante de un capullo, al final resulta ser un capullo.

Adriana se mete por medio, incómoda ante aquella situación.

—Chicos, ...voy a por unas bebidas. Acompáñame Sarita.

—Sarita y yo tenemos que hablar un momento—le dice Erik, mostrándose con ella tan cordial que por un momento creo que estoy delante de otra persona, y no frente a aquel policía tan engreído y tozudo —ve a por las bebidas, pero ten cuidado. Estás muy guapa y aquí hay mucho buitre suelto.

¡Vaya con el policía!

Mi nueva amiga suelta una risita nerviosa y se marcha de allí encantada con una sonrisa de boba en la cara, no sin antes soltarle unas cuantas miraditas indiscretas .

Me coloco una mano en la cadera y adopto la posición de lucha, como cada vez que nos encontramos.

—Así que ahora tienes una nueva mejor amiga—me acusa.

—¡Y a ti que te importa!

—No me importa. Sólo venía a señalar lo hipócrita que es por tu parte hacerte amiga de una mujer a la que hace poco acusabas de asesina.

—Mira chaval, Adriana y yo hemos aclarado nuestras diferencias, que te quede claro. Así que no te metas donde no te llaman. Dedícate a hacer tu trabajo, que por cierto, se te da de pena.

Lo he cabreado. Lo puedo ver en su rostro tenso y apretado.

¡Bien!

—Me trae sin cuidado tu vida, que te quede claro. Pero como policía, tengo que velar por la seguridad de los demás. Y si eso conlleva proteger a una mujer tan insoportable como tú, soportaré ese san Benito.

Abro la boca para protestar pero él no me deja hablar.

—Sé inteligente. Aléjate de ese hombre. Las personas como Héctor Brown utilizan a las mujeres a su antojo, y si él tiene algo que ver con la desaparición y la muerte de dos mujeres, entonces tienes más que perder a parte de sentirte como una muñeca de trapo a la que han utilizado.

—¡Eres un gilipollas! Soy lo suficiente mayorcita como para cuidar de mi misma. Puede que tú pienses que yo no valgo lo suficiente, pero me trae sin cuidado. Limítate a hacer tu trabajo y a mi déjame tranquila. ¿Qué pasa, que un hombre como Héctor Brown no se puede fijar en mí o qué?

Parece ligeramente arrepentido.

—Sara, yo no pretendía decir eso.

—¡Qué te calles! De ahora en adelante ni me llames, ni me busques ni me hables. Haz tu trabajo, resuelve el asesinato de mi hermana...y...¡Y que te jodan!

Me doy la vuelta y vuelvo con Adriana, que ajena a aquella discusión, baila entre sus amigos con dos bebidas en la mano. Al verme llegar me acerca una de ellas y yo me la bebo de un trago.

No vuelvo a ver a Erik en toda la noche.