CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
EL ático es un lugar con pocos muebles, aunque bien distribuidos. Como era de esperar, las vistas desde la ventana son inmejorables. Erik me insta a que me siente y me ofrece algo de beber —Ya sé que no te alegras de verme—le explico.
—Qué observadora—ironiza.
Yo cojo aire y me preparo para lo que voy a decirle, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Esto me va a costar más de lo que imaginaba.
—Erik, no me he comportado bien contigo desde...bueno, desde que nos conocemos. Y eso no quiere decir que tú no tengas algo de culpa, en realidad, te has comportado la mayor parte del tiempo como un verdadero capullo.
Erik tuerce el gesto, pero por alguna razón, eso parece hacerle gracia.
—¿No puedes disculparte sin dejar de insultarme, eh?
—Mmm...lo intentaré. El caso es que tú me has involucrado en la investigación y te has preocupado porque yo estuviera informada de todo lo que pasaba, y eso es más de lo que cualquier otro policía habría hecho. Así que te lo agradezco—hago una pausa y vuelvo a continuar—además, aquel día, en la comisaría, Héctor no se comportó de la mejor forma contigo. Te culpó de que yo lo estuviera pasando mal y no estoy de acuerdo. He sido yo la que he querido formar parte de esta investigación y sigo queriendo que sea así.
—Acepto tus disculpas. Aunque no tienes culpa de lo que sucedió en la comisaria. Eso forma parte del mal genio de tu novio.
Yo tuerzo el gesto.
—Y ahora que ya te has disculpado, imagino que quieres saber algo nuevo acerca de la investigación.
Yo pongo cara de ángel.
—Entiendo que no tienes por qué compartir esto conmigo pero...
Erik se dirige hacia un mueble y saca una carpeta marrón que tira sobre una mesa.
—Ábrela.
—¿Qué es?
—Será mejor que lo veas por ti misma.
Recojo la carpeta con dedos temblorosos y sin saber qué es lo que voy a encontrarme. La abro y visualizo una fotografía realizada desde una cámara de poca calidad. Un hombre de piel anaranjada y con una larga trenza de color negra lleva a una niña de la mano. Ambos han sido fotografiados de espalda, pero la niña ha girado la cabeza hacia el objetivo de la cámara justo en el momento en el que ésta los ha fotografiado. La pequeña es la criatura más hermosa que yo he visto en mi vida. Tiene la piel morena y el pelo negro azabache y unos preciosos ojos oscuros que miran hacia la cámara.
—¿Es ella?—pregunto nerviosa.
Erik asiente.
—Fueron fotografiados por la policía italiana antes de montar en barco. Parece ser que se dirigían a algún país del Este.
—Dios...va a ser difícil encontrarla—digo apáticamente.
Erik me tranquiliza.
—La encontraremos. El apache está siendo buscado por parte de la policía portuguesa, española, francesa e italiana. Y ahora, con esta fotografía, tenemos otro nuevo cargo que imputarle; rapto de menores.
De manera impulsiva, me levanto y abrazo a Erik.
—Gracias, gracias, gracias.
Él está tan sorprendido que apenas logra reaccionar.
—Es mi trabajo—explica con naturalidad.
—Sí, pero es mi sobrina—le digo, mirándolo a los ojos.
En ese momento miro por la ventana y veo a Jason buscándome con la mirada entre el resto de la gente. Sin pensarlo, cierro la ventana de un portazo.
—¿Qué haces?—me pregunta extrañado.
—Te tengo que pedir un favor.
Erik me mira con cara de pocos amigos.
—De antemano te digo que no.
—¡Pero si aún no me has escuchado!-protesto.
Erik esboza una sonrisa ladeada.
—Conociéndote, me imagino que será algo que me meta en problemas.
—Bah...nada de eso, sólo voy a pedirte que me dejes hacer una llamada desde tu teléfono.
Erik me observa receloso.
—¿Sólo eso?
Yo agarro su teléfono y llamo al centro. Sole, la recepcionista, es la que contesta.
—Hola, Sole. Te llamo para decirte que pasaré la noche fuera, ¿Le puedes decir a María que cuide de mi perro hasta que yo vuelva?
Sole se muestra preocupada.
—¿Te ha pasado algo?
—No, no, es que tengo cosas que hacer—miento— y dile a Jason que siento haberle mentido y que puede cogerse el resto de la semana libre hasta que llegue Héctor.
Cuelgo antes de que me pueda responder y le devuelvo el teléfono a Erik, quien me mira con cara rara.
—¿Dónde vas a pasar la noche?—quiere saber.
Yo esbozo una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Te presento a tu nueva compañera de piso durante unos días!—exclamo, abriendo los brazos para darle un abrazo de confraternización.
Erik se aparta de mí horrorizado.
—Ni de coña—dice muy serio.
—¿Por qué no? Te he pedido perdón...podemos ser amigos—respondo esperanzada.
Erik abre los ojos de par en par. Anonado.
—Me niego.
—Bueno, como quieras. En ese caso no seremos amigos, pero deja que me quede en tu casa-aprieto las manos en señal de súplica-por fa.
—Terminaría suicidándome si paso más de dos horas contigo. Seguro que te pasarás el día viendo series ñoñas como Gossip Girl.
Estoy a punto de replicar que Gossip Girl es la mejor serie del mundo, pero me contengo al observar una Play Station.
—Si te gano a una partida me quedo.
Erik se ríe.
—Te voy a dar la mayor paliza que te hayan dado en tu vida—insisto, molestándolo deliberadamente para que él caiga en mi trampa.
Erik gruñe, se acerca a la play y la enciende de mal humor.
—Primero pienso ganarte. Y luego, te voy a echar de mi casa.
Quince minutos más tarde, yo estoy con el mando de la play entre las manos y una sonrisita satisfecha en la cara. Erik parece desolado.
¡Eh! ¿Tan malo es tenerme como compañía?
El pobre de Erik desconocía mis dotes como jugadora de videojuegos, y en el fondo, es culpa suya que haya aceptado. Los hombres siempre infravaloran a las chicas en cosas “típicamente masculinas”.
Intento animarlo, al fin y al cabo, no quiero pasar el resto de la semana con una mala cara como compañero de piso.
—Vamos hombre, ni que esto fuera tan malo. Lo pasaremos bien.
Erik me mira escéptico.
—Lo dudo.
Me arrebata el mando de la play y lo guarda. Luego se vuelve hacia mí con el gesto abatido.
—Está bien, te quedas con una condición, que me digas cuál es el motivo.
Yo respondo con una evasiva.
—Quiero darle una lección a alguien.
Erik esboza una sonrisa burlona.
—¿Así que te has peleado con Héctor?
Yo no respondo, bastante molesta porque él lo haya adivinado. Él me señala con un dedo acusador.
—¡Ajá!...no quiero formar parte de esto, ¿Sabes? Las personas adultas resuelven sus problemas hablando.
—No te pases. Sólo eres mi casero durante unos días, ¿Desde cuándo te metes en la vida de tus inquilinos?—lo acuso.
—Inquilino no deseado—me corrige.
Yo me doy la vuelta, haciéndome la sorda. Me dirijo a la cocina y busco una lata de cerveza. ¡Dios, como necesito una jodida cerveza! Cojo una Cruzcampo bien fresquita del fondo de la nevera.
Erik me sigue, coge otra y se vuelve al salón enfurruñado y sin dirigirme la palabra. Enciende la tele y pone el canal de deportes. Pasan las horas y ambos apenas cruzamos unas pocas palabras, así que yo, porque en el fondo no puedo permanecer callada más de un par de segundos, me afano por buscar una conversación.
—No tenía a donde ir, ¿Sabes?—le explico, tratando de buscar algo de comprensión en él.
Erik se vuelve para mirarme, bastante confuso.
—¿Me estás diciendo que no puedes volver a tu piso de alquiler ni a casa de uno de tus parientes?— pregunta anonadado.
No tengo ni idea de por qué he tenido que sacar este tema a colación. Yo simplemente podría haber hablado de futbol o coches para tener alguna reacción por su parte, y sin embargo, estoy hablando con ese policía engreído que me caía tan mal hasta hace unas escasas horas. En el fondo, necesito a hablar con quien sea acerca de lo que me está pasando. Necesito desahogarme.
—Uhm, no es eso—respondo de manera esquiva.
No quiero desahogarme. No con él. Cuando empiezo no puedo parar. Soy como un libro abierto deseando ser leído por alguien, y tiendo a contarle mi triste y penosa vida al primero que pasa por delante de mis narices.
Erik se pasa una mano por la barbilla, agotado. Aún así, parece ligeramente interesado por lo que me pasa, pues vuelve a insistir.
—Vienes aquí a mi casa y te cuelas por toda la cara, ¿No crees que merezco saber qué te ocurre?
—No finjas que te interesa.
Y por alguna razón que no logro entender, el hecho de que no le interese me molesta un poquito.
Erik suaviza su expresión.
—Te estoy preguntando, ¿No es eso mostrar interés?
—Supongo...—murmuro cediendo.
—Soy bueno escuchando. Forma parte de mi trabajo.
—No quiero meter problemas en tu cabeza que no son tuyos.
Erik se ríe.
—Ya lo hiciste al venir.
Yo me muerdo el labio. Él tiene razón. ¿Por qué diablos he tenido que venir a ver al único hombre que me saca de mis casillas?
—Eh.
Erik me da un golpe suave en el hombro para llamar mi atención. Se ha acercado a mí y ahora estamos sentados muy cerca. Lo miro y su expresión ha cambiado. Ahora no es el chico de sonrisa torcida al que nada parece importarle. Para mi sorpresa, se muestra compresivo...
—Has pasado por mucha presión durante las últimas semanas. Si necesitas hablar con alguien puedo ser ese alguien.
—Necesito hablar con alguien—admito—estas últimas semanas han sido demasiado surrealistas para mí. Hacía casi cuatro años que no hablaba con mi hermana y cuando por fin vuelvo a verla, ella está tendida en una camilla en la comisaría. Luego descubro que tengo una sobrina a la que ni siquiera conozco y que ha desaparecido mientras vivía con una familia que no era la suya. Y para colmo, tengo un jodido cuñado narcotraficante, ¡Esto es de locos!
—Y has venido a la casa de una persona a la que detestas—acaba él.
Lo miro a la cara.
—Yo no te detesto, es sólo que...supongo que necesitaba culpar a alguien de todo lo que me ha pasado.
—En ese caso, ¿Empezamos desde cero?
Él me tiende una mano y yo la estrecho.
—Empezamos desde cero—asiento.