WHISTLE STOP
(ALABAMA)
29 DE AGOSTO DE 1924
Resulta curioso observar que la mayoría de las personas pueden trabar conocimiento con alguien y, gradualmente, ir enamorándose sin llegar nunca a saber cuándo empezó todo exactamente. Pero Ruth lo sabía con toda precisión. Cuando Idgie le sonrió y le ofreció la jarra de miel, todos los sentimientos que había tratado de sofocar la inundaron; y en aquel mismo instante supo que amaba a Idgie con todo su corazón. Por eso se había echado a llorar aquel día. Nunca había sentido nada parecido, y comprendió que probablemente nunca volvería a sentirlo por nadie.
Y por eso, un mes después, precisamente por quererla tanto, tenía que marcharse. Idgie era una jovencita de dieciséis años que estaba pasando por lo que, probablemente, sólo el inglés designa con una palabra precisa: un crush; un enamoramiento de una chica jovencita hacia otra mayor, o de un chico hacia otro chico, que poco o nada tiene que ver con el enamoramiento al uso, ni con el sexo, sino con una apasionada idealización de la persona en sí; y, por lo tanto, Idgie no estaba en condiciones de valorar sus propias palabras. No tenía ni idea de lo que significaba pedirle a Ruth que se quedase a vivir con ellos. Pero Ruth sí sabía lo que significaba, y que aquel crush podía transformarse en otra cosa. Se percató entonces de que tenía que marcharse.
En el fondo, tampoco ella tenía ni idea de por qué deseaba estar con Idgie más que con ninguna otra persona de este mundo, pero así era. Incluso había rezado para averiguarlo, y había llorado; pero no obtenía más respuesta que la conveniencia de volver a casa, casarse con Frank Bennett, el joven con quien estaba prometida, y tratar de ser una buena esposa y una buena madre. Ruth estaba segura de que, con independencia de lo que Idgie dijese, superaría su crush y viviría su propia vida. Ruth hacía lo único que podía hacer.
Al decirle a Idgie que volvía a casa al día siguiente por la mañana, se puso como loca. Estuvo en su dormitorio rompiendo cosas y dándose a los demonios a voz en grito de una manera que se la oía por toda la casa.
Ruth estaba sentada en su cama, retorciéndose las manos, cuando entró mamá.
—Por favor, Ruth, ve y habla con ella. No deja que entremos ni yo ni su padre en el dormitorio; y los demás ni se atreven a intentarlo. Por favor, cariño, que es capaz de hacer una barbaridad.
Oyeron otra cosa que se rompía.
Mamá miró implorante a Ruth.
—Ruth, está igual que un animal herido en su guarida. ¿Por qué no intentas, por favor, calmarla un poco?
Ninny se asomó entonces a la puerta.
—Mamá, dice Essie Rue que ahora ha roto la lámpara —dijo mientras miraba a Ruth como excusándose, y agregó—: Me parece que está enfadada porque te vas.
Ruth enfiló el largo pasillo. Julián, Mildred, Patsy Ruth y Essie Rue estaban todos ocultos tras la puerta de sus dormitorios, sin asomar más que un poco la cabeza y con los ojos como platos, mirando pasar a Ruth.
Mamá y Ninny se quedaron al fondo del pasillo. Ninny se tapó los oídos.
Ruth llamó suavemente a la puerta de Idgie.
—¡DEJADME SOLA, PUÑETA! —se oyó que gritaba Idgie en el interior, y luego algo que se estrellaba contra la puerta.
Mamá se aclaró la garganta y se dirigió a sus hijos con suavidad.
—Niños, ¿por qué no vamos todos a esperar en el salón y dejamos a Ruth sola?
Entonces bajaron los seis corriendo por las escaleras.
Ruth seguía llamando a la puerta.
—Soy yo, Idgie.
—¡Vete!
—Quiero hablar contigo.
—¡No! ¡Déjame sola!
—Anda, no seas así.
—¡Hazme el puñetero favor de apartarte de la puerta! ¡Que lo digo en serio, eh!
Y otra cosa volvió a estrellarse contra la puerta.
—Déjame entrar, por favor.
—¡NO!
—Por favor, cariño.
—¡NO!
—¡IDGIE, ABRE ESA PUÑETERA PUERTA INMEDIATAMENTE, QUE AHORA QUIEN LO DICE EN SERIO SOY YO! ¿ME HAS OÍDO?
Hubo un momento de silencio. Luego, lentamente, la puerta se abrió.
Ruth entró y cerró la puerta. Vio que Idgie había roto casi todo lo que había en el dormitorio (algunas cosas las había roto dos veces).
—¿Por qué te comportas así? Sabías que algún día tendría que irme.
—¿Por qué no me dejas ir contigo?
—Ya te dije por qué.
—Pues entonces, quédate.
—No puedo.
—¡POR QUÉ NO! —gritó Idgie casi desgañitándose.
—¡Pero quieres dejar de chillar así! Estás violentándonos a tu madre y a mí. Toda la casa puede oírte.
—No me importa.
—Pero a mí sí. ¿Por qué te comportas como una cría?
—¡PORQUE TE QUIERO Y NO QUIERO QUE TE VAYAS!
—Pero ¿es que has perdido el juicio, Idgie? ¿Qué van a pensar de una chica mayor como tú si te comportas como una irresponsable?
—¡NO ME IMPORTA!
Ruth empezó a recoger cosas del suelo.
—¿Por qué vas a casarte con ése?
—Ya te dije por qué.
—¿POR QUÉ?
—Pues porque le quiero; por eso.
—Tú no le quieres.
—Sí que le quiero.
—Ni hablar. Tú me quieres a mí… y lo sabes. ¡Sabes que es verdad!
—Mira, Idgie, le quiero y voy a casarme con él.
Entonces Idgie se enfureció aún más y empezó a llorar y a gritar con desespero.
—¡ERES UNA MENTIROSA Y TE ODIO! ¡OJALÁ TE MUERAS! ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE EN TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA! ¡TE ODIO!
Ruth la cogió por los hombros y la zarandeó con toda su fuerza. Idgie no paraba de gritar mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—¡TE ODIO! ¡OJALÁ TE PUDRAS EN EL INFIERNO!
—¡Basta ya! ¿Me oyes? —dijo Ruth, y casi sin percatarse de lo que hacía le cruzó la cara a Idgie.
Idgie se la quedó mirando atónita, sin habla. Y se quedaron allí en pie las dos, mirándose. Ruth habría dado cualquier cosa por atraerla hacia sí y abrazarla con toda su fuerza, pero sabía que si lo hacía no podría dejarla.
Así que Ruth tomó entonces la decisión más dura de toda su vida: se dio media vuelta y salió cerrando la puerta tras de sí.