RESIDENCIA
ROSE TERRACE
ANTIGUA AUTOPISTA MONTGOMERY,
BIRMINGHAM (ALABAMA)
9 DE OCTUBRE DE 1986
Evelyn estaba muy impaciente por llegar a la Residencia aquel día. Había estado apremiándole a Ed para que corriese más durante todo el trayecto. Entró, como siempre hacía, en el dormitorio de su suegra y le ofreció unos buñuelos pero, como de costumbre, su suegra no quiso aceptarle nada.
—Seguro que me pondría a morir —dijo— si me los comiese. No me cabe en la cabeza que puedas comer esa porquería.
Evelyn se excusó y enfiló el pasillo en dirección al salón.
Mrs. Threadgoode, que se había puesto su floreado vestido verde, saludó a Evelyn con voz cantarina.
—¡Feliz Año Nuevo! —dijo.
Evelyn se sentó mirándola con cara de preocupación.
—Pero, cariño, ¡que aún faltan tres meses! Aún no hemos llegado a Navidad.
—Ya lo sé —dijo Mrs. Threadgoode echándose a reír—, pero quería adelantarme un poco a los acontecimientos. Por bromear. Todos están aquí siempre tan tristes, vagando de un lado para otro como almas en pena. Es horrible.
Evelyn le dio a Mrs. Threadgoode lo que le había traído.
—Oh, Evelyn, ¿son los pestiños?
—Ajá. ¿Recuerda que lo comentamos?
—Tienen un aspecto —dijo Mrs. Threadgoode cogiendo uno—. Saben un poco como los donuts hechos en casa. Gracias, encanto; ¿no has comido nunca donuts hechos en casa? Aunque hay sitios en los que los hacen muy bien. Yo solía decirle a Cleo: «Si pasas cerca del Dixie Cream Donut, tráenos una docena para mí y para Albert. Seis glaseados y seis rellenos». También me gustan los planos, que son como tortas, ya sabes. No sé cómo los llaman…
Evelyn estaba ya que se mordía las uñas de impaciencia.
—Cuénteme lo que pasó en el juicio, Mrs. Threadgoode.
—¿En el juicio de Idgie y de Big George?
—Sí.
—Menudo fue aquello… Teníamos todos un susto de muerte. Creíamos que ya no volvían a casa, pero, al final, los declararon inocentes. Me dijo Cleo que habían probado, sin el menor asomo de duda, dónde estuvieron cuando se suponía que había tenido lugar el asesinato, y que, por lo tanto, no habían podido ser ellos. Y me dijo también que la única razón por la que Idgie no se negó a comparecer en juicio fue para proteger a otra persona.
—¿Y qué otra persona podía querer matarlo? —dijo Evelyn tras reflexionar unos instantes.
—Mira, encanto, no se trata de quién quisiese, sino de quién lo hiciese. Ésa era la cuestión. Unos decían que había podido ser Smokey Lonesome; otros que Eva Bates y la pandilla del Club de Pesca… que bien sabe Dios que eran de armas tomar; además de los de la Peña del Hinojo… cualquiera sabe. Además… —añadió Mrs. Threadgoode— de la propia Ruth.
—¿Ruth? —exclamó Evelyn sorprendida—. Pero ¿dónde estaba Ruth la noche del asesinato? Alguien debía de saberlo.
—Pues ahí duele precisamente, encanto —dijo Mrs. Threadgoode, meneando la cabeza—. Nadie lo sabe con seguridad. Según Idgie, ella y Ruth estuvieron en la casa a visitar a su madre, que estaba enferma. Y yo la creo. Pero hay quienes lo ponen en duda. Todo lo que sé es que Idgie se dejaría matar antes que permitir que el nombre de Ruth se relacionase con el asesinato.
—¿Y llegaron a averiguar quién lo hizo?
—No.
—Bueno, pues si ni Big George ni Idgie lo hicieron, ¿quién cree usted que lo hizo?
—¡Uy!, eso es tan difícil de contestar como esas preguntas del «doble o nada».
—¿Y a usted no le pica la curiosidad?
—Toma, claro; ¿y a quién no? Es de lo más misterioso. Pero, mira, encanto, no creo que nadie lo sepa nunca, salvo quien lo hizo y Frank Bennett. Y, ya sabes lo que dicen: que los muertos no hablan.